Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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España se incorpora a la cultura política europea donde gobernar es pactar

Los muy malos ya hablan de «inestabilidad». Pero es que incluso los muy buenos desempolvan el pseudoargumento de la «tradición cainita» de España y alertan de que los resultados electorales del 24M pueden «incrementar las ya muy considerables tensiones sociales».

Unas más elaboradas que otras, pero todas falacias. Los pactos y las coaliciones no conducen necesariamente a la inestabilidad. Más bien al contrario. Y apelar a rasgos culturistas, al parecer eternos e inmutables de los españoles, es en nuestros días una opinión que no se sostiene empíricamente (por no decir algo peor).

IMAGEN: GTRES

IMAGEN: GTRES

Frente a ese pesimismo más sentimental que racional, un hecho: España se incorpora a la cultura política europea donde para gobernar hay que pactar. Nuestro país era hasta ahora una anormalidad en el contexto de la UE, donde las transacciones son la regla de oro habitual entre partidos. Donde pactar no es sinónimo de debilidad, sino de consenso y progreso fruto de la diversidad.

Lo escribía hace unos días en un magnífico artículo (Elogio de la fragmentación política) Víctor Lapuente: «El cambio tectónico de una política fundamentalmente bipartidista a otra multipartidista es en general una bendición. Sobre todo en tiempos de crisis, los Gobiernos débiles producen resultados más robustos. Son más reformistas, menos corruptos y más progresistas». Hay poco más que añadir a esto.

En Europa, como recordaba acertadamente ayer mismo el investigador Álvaro Imbernón, de los 28 Estados miembro, 23 de ellos están gobernados por una coalición. Creo que haríamos muy bien todos, periodistas y políticos, si en vez de echar la vista atrás y comparar los resultados del domingo con las elecciones del 31 que trajeron la Segunda República, asumimos que la pureza ideológica es un demérito caduco y anacrónico. Hay que aprender a ser Europa también en esto.

La ultraderecha húngara entra en el Parlamento y tiende lazos con su comunidad de ‘fieles’ en EE UU

En la protohistoria del blog ya os hablé un día de Jobbik, el partido de la extrema derecha húngara, y de su líder, el dinámico Gávor Vona, un histriónico siempre encorbatado. Demasiado preocupados por Grecia o Rusia, olvidamos que en la Hungría de Victor Orban llevan años hirviendo a fuego lento y ajenas a los focos de la prensa las actitudes más antidemocráticas de toda la UE. No es que Hungría quede lejos, sino que que queda al Este, y por mucho que hayamos avanzado, lo que sucede más allá de Alemania nos sigue resultando ajeno (y lejano).

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Esta semana Jobbik ha logrado su primer escaño en el Parlamento. Parte de los húngaros no han tenido suficiente con un presidente y un partido, el Fidesz de Orban, con peligrosos tics antisemitas, antieuropeos y cavernarios en lo relativo a la libertad de prensa y otras libertades fundamentales. Quieren más, y en la ciudad de Tapolca, nuevo bastión de Jobbik, lo han logrado. El partido ultra ha logrado el 35,3%, siendo la formación más votada en las legislativas parciales, como cuenta Vox Europ.

Especialistas en política local citados por medios húngaros dicen que el resultado se debe al «voto protesta», pero lo cierto es que en las últimas encuestas Jobbik ha recortado distancia con Fidesz en intención de voto. Proteccionismo, nacionalismo a ultranza, antisemitismo y antieuropeísmo son los argumentos del partido de Vona para convencer a los húngaros. Un país a la cola de casi todos los ránkings europeos:  los peores niveles de transparencia política y la peor regulación lobística; uno de los PIB más bajos de la zona euro y en lento proceso de salida de la crisis, según la OCDE.

Pero Jobbik no se contenta con ser ya la segunda fuerza en intención de voto. Esta misma semana, el número dos de la formación, István Szávay, ha visitado EE UU. Allí ha participado en un  congreso internacional abiertamente fascista, según Hungarian Free Press, en pleno Manhattan y junto a otros dirigentes húngaros asentados en este país y en Canadá. Al parecer y según este medio, Nueva York y otras ciudades de EE UU, se están convirtiendo en un foco emergente para la diáspora húngara cercana a la extrema derecha.

Elogio de la normalidad en tiempos convulsos

Pero los signos externos del poder no son indispensables para la marcha de los asuntos públicos  y en cambio ofenden inútilmente la vista del ciudadano (Tocqueville, La democracia en América, I).

Desde que en abril de este año se celebró la última sesión de la séptima legislatura del Parlamento Europeo hasta hoy han pasado más de siete meses. Durante este tiempo la UE ha renovado su maquinaria ejecutiva y legislativa. Un proceso institucional lento y trabajoso, al que ya le queda poquito, y que salvo algún diente de sierra la negociación para aupar a Juncker, el test a Cañete, etc ha transcurrido con previsible y parsimoniosa efectividad.

Imagen de la primera sesión plenaria del PE de la nueva legislatura (EFE).

Imagen de la primera sesión plenaria del PE de la nueva legislatura (EFE).

Existe una mística gastada en torno a los cambios de Gobierno, una molesta efervescencia que aún se mantiene a nivel estatal en algunos países y que en los menos desarrollados aún es motivo de denuncias por sospechas de fraudes y pucherazos que no se da en la UE, un experimento gigante que no solo no es ingobernable, sino que sigue funcionando de forma eficiente aun cuando su gobierno está mutando.

A menudo nos quejamos de la tupida burocracia europea, del exceso de directivas y normas que entretejen su día a día. Puede ser cierto, aunque con matices (en porcentaje sobre la población, el cuerpo de funcionarios europeos no es tan elevado como erróneamente se cree), pero no conozco otra propuesta realista tan efectiva a la hora de movilizar un gobierno de 28 Estados soberanos sobre la base de la cooperación mutua.

Deberíamos felicitarnos los ciudadanos y los especialistas lo hacemos poco con los temas europeos por la normalidad con la que las instituciones del continente cambian la piel. Una mutación que esta legislatura, con novedades sustantivas a la hora de designar a la cabeza de la Comisión, tiene si cabe más mérito. Un poder que se renueva sin recurrir a los fastos ni a la retórica sublime, más bien al contrario: se da a ejercicios gimnásticos de control democrático (los hearings de estos días) que cumplen con exquisita pulcritud el mandato de Tocqueville.

¡Europa, otra vez en segundo plano! Del muy efímero interés por ‘la cosa europea’

La preocupación por eso que llaman ‘la actualidad’ atiende a ciclos caprichosos, inescrutables, dolorosos. Lo importante no es siempre lo último, para mí braudeliano nunca lo es. Pero ahí está, la montaña rusa del periodismo, con esa agenda caprichosa que no siempre, o mejor, casi nunca responde a parámetros razonados… y menos aún razonables. Así, la resaca del interés de las elecciones europeas de mayo se despeña por este gráfico de Google Trends apenas un mes después (ver gráfica).

Las noticias sobre la UE vuelven a su madriguera, al fondo de saco de las webs noticiosas o a los breves de los periódicos todavía de papel. Está el tema, importantísimo, de quién será el próximo presidente de la Comisión, en el que la Unión se juega una buena tajada de su credibilidad política. Pero es un asunto de alta política (o baja, depende), sustituido por la urgencia de la proclamación real y la muy posible decepción mundialista. Están muchos otros temas (entre ellos las cuitas en ALDE, con la incorporación de UPyD y C’s), pero pese a esto… ¡otra vez la UE en un segundo, tercero o cuarto plano!

Lo digo entre exclamaciones porque considero que es algo bueno. Europa no está preparada para la sobreexposición mediática: la discreción es su virtud. Su naturaleza, al menos la realmente existente hoy, sigue siendo tan embrionaria que la opinión pública se muestra reacia a introducir el ‘debate europeo’ en su horizonte. Lo que queda hoy, casi un mes después de los comicios, son los rescoldos y la vuelta a las informaciones plúmbeas, frías y recubiertas de una capa de tecnicidad. Es decir, al feliz y provechoso debate sin urgencias ni superficialidades. Espero tener tiempo, ahora que llega el verano y todo languidece, para volver a los temas atemporales, ojalá que alguno, aunque sea una línea, intemporales.


 


 

NB: No suelo estar muy pendiente de las visitas que va teniendo el blog. Afortunadamente, 20minutos.es no me exige un número imprudente de visitas para un blog tan minoritario y, en ocasiones, tan críptico y caprichoso. Pero el otro día pregunté a mi compañero Adrián, que se encarga de medir estas y otras muchas variables, cómo fue la cosa durante el mes de mayo. No fue el mejor mes, curiosamente. Y tampoco, curiosamente, los post más vistos fueron los relativos a las elecciones la coyuntura, sino los que referían a temas más de fondo, como el muy personal de las ciudades europeas.

 

 

 

 

El cambalache entre los Estados para elegir al presidente de la Comisión Europea

Entraba dentro de lo probable que pasara, algunas casandras ya lo advertían, y lamentablemente así está ocurriendo. Lo que ha constituido la piedra miliar de las pasadas elecciones europeas –que se vendieron como diferentes porque por fin había unos candidatos a presidente de la CE– se está erosionando a pasos agigantados apenas 15 días después de los comicios.

Juncker y Merkel, antes de las elecciones de mayo (EFE).

Juncker y Merkel, antes de las elecciones de mayo (EFE).

Sobre el papel (mejor dicho: sobre el consenso general previamente adoptado) Jean Claude Juncker debería ser el próximo presidente de la Comisión. Pero su victoria electoral, la del PP europeo, puede ser la victoria más pírrica de la historia de las elecciones. El interés propio de los Estados unido a la apatía ciudadana pueden hacer realidad el cambalache.

Si Juncker no es propuesto como candidato –la presión diplomática de Reino Unido y el sonrojante y burdo acoso mediático de los tabloides están dándolo todo para ello– no solo se habrá desperdiciado la principal baza con la que contaban las instituciones comunitarias para politizar la Unión, sino que se habrá mentido descaradamente a los ciudadanos que confiaron de buena fe en la palabra de la UE.

Como escribe hoy Bernardo de Miguel, corresponsal de Cinco días en Bruselas, el tiempo se acaba para Juncker. Esta semana que comienza es crucial, y los intentos de unos y otros por borrar del mapa su candidatura pondrán a prueba la resistencia de los pactos implícitos a favor de una mejor Europa que todos durante varios meses se han (nos hemos) encargado de airear.

Esta nueva batalla por Europa produce ciertamente algo de sonrojo y también de pena. Si finalmente Juncker no es el candidato de consenso –yo no le voté, pero la cuestión no es esa: habría que apoyarle con independencia de nuestras preferencias– el Parlamento Europeo debería (está en su mano) rechazar al candidato –¿Lagarde? ¿Thorning-Schmidt?– que el Consejo proponga.

¿Bipartidismo o pluridad partidista? Depende

Voy a tratar de hacer de abogado del diablo (como hiciera el gran Hitchens antes de la beatificación de Teresa de Calcuta). No es la primera vez que lo hago, pero sí la primera vez que lo haré en público. Con mis amigos –todos muy listos, más que yo– ya lo he puesto en práctica y no he salido del todo mal parado, pero claro, no es lo mismo la intimidad y la confianza que lanzarte al vacío.

El bipartidismo no es intrínsecamente nefasto para la arquitectura de un Estado…. así como el pluralismo de partidos tampoco es una panacea infalible para resolver cuestiones como la desafección ciudadana o la falta de impulso ideológico. Esto, que es una perogrullada, se tiende a olvidar en estos días previos a las elecciones europeas del día 25.

Sagasta y Cánovas, como si fueran del PSOE y el PP, respectivamente (FOTO: desmotivaciones.es).

Sagasta y Cánovas, como si fueran del PSOE y el PP, respectivamente (FOTO: desmotivaciones.es).

Vaya por delante: no voy a votar a ninguno de los dos grandes partidos (a veces la excusatio non petita es necesaria), pero hablar de crisis y fin del bipartidismo parece un exceso más influido por el deseo que por la realidad. Debilitamiento, realineamiento, como le contaron algunos expertos a mi compañero Nico recientemente, parece un diagnóstico más sensato.

Solo hace falta darse una vuelta por Europa para comprobar que hay países a los que el bipartidismo (¡y las grandes coaliciones!) les funciona requetebién, y a otros en los que el pluralismo partidista les trae de cabeza desde hace un par de décadas. También hay países, como Bélgica, que hasta sin Gobierno salen adelante mejor que otros que cambian de gobernantes cada seis meses.

En España el bipartidismo, y de ahí parte de su mala prensa, que algunos tratan de exagerar hasta límites caricaturescos, está asociado a la crisis económica, en primera instancia, y a La Transición, como telón de fondo. Parte de esa reacción se explica desde la óptica generacional. Los jóvenes, y no tan jóvenes, rechazan la herencia de los años 70 y 80 con legítima y agresiva contundencia.

Yo estoy en parte de acuerdo y en parte no, por razones que no vienen al caso. Tampoco creo que el bipartidismo, tal y como sostienen algunos de sus defensores más obstinados, sea la consecuencia lógica de un Estado moderno y de una sociedad desarrollada. El bipartidismo en EE UU tiene unas características muy peculiares, por ejemplo, que lo hace difícilmente exportable. Y no siempre son postivas.

Pero celebrar cualquier ruptura del bipartidismo, y ahora estoy hablando de nuevo de España, sin tener en cuenta no ya que consecuencias tendría (eso es lo de menos), sino cuál sería la naturaleza de los partidos pequeños que ocuparían su lugar, me resulta demasiado audaz. Hoy Torreblanca plantea la pregunta de si Podemos es un partido populista. Es una pregunta incómoda, pero ampliable.

UPyD, Partido X (no digamos ya el resto de formaciones que no obtendrán representación) tampoco están libres de albergar tendencias populistas. Aunque más allá de eso, la pregunta que me hago es si estos partidos, en el caso de Gobernar, seguirían defendiendo lo mismo que defienden. Aquello que según Zweig, en su trepidante biografía de Fouché, al parecer decía Mirabeu de los jacobinos: «Cuando llegan a ministros dejan de serlo».

En cualquier caso, el bipartidismo –por similares que puedan parecernos sus propuestas políticas– no es, bajo ninguna de sus formas, equivalente al partido único, del que afortunadamente estamos todavía lejos y que sí es intrínsecamente nefasto. No conviene olvidarlo: la caricatura del PP y el PSOE, como una especie de Jekyll y Hyde políticos, también es una deformación interesada.

¿Piensan los eurodiputados como tú?

MiVoto2014 es una didáctica iniciativa que he descubierto gracias al portal web del siempre interesante Consejo Federal del Movimiento Europeo. Se trata de una idea con marcado carácter movilizador de cara a las elecciones de mayo, especialmente dirigida a los votantes primerizos, pero que a cualquier ciudadano concienciado con Europa le puede llegar a resultar entretenida.

Se trata de entrar en esta página y responder a 15 preguntas relacionadas con la política comunitaria; preguntas sobre las que, durante la legislatura que está a punto de terminar, ha habido un voto real por parte de los europarlamentarios de Bruselas y Estrasburgo. Son 15 preguntas, por tanto, sobre las que sí ha existido un debate durante estos últimos cinco años y que, según los creadores de la página (no sé exactamente quiénes son) «dan una visión global del comportamiento del voto en el PE».

Votos depositados en una urna (EFE)

Votos depositados en una urna (EFE)

Las preguntas van desde si debería la UE recaudar sus propios impuestos a si debería fomentar las medidas para luchar contra la homofobia. También hay cuestiones sobre la energía nuclear, el permiso de maternidad o el impuesto a las transacciones financieras. Como podéis ver, todos asuntos que han estado en la agenda de los políticos bruselenses y también, y mucho, en los medios de comunicación.

Yo he votado. Respondí a las 15 preguntas propuestas rápidamente. La web te permite, y esto es lo más interesante quizá, contrastar tus resultados con la realidad. De esta forma, según mis votos, el grupo político del PE con el que sería más afín (y que votó en la misma línea que yo lo he hecho) son los Verdes (con un 60% de coincidencia), seguido de los socialdemócratas (también con un 60%). Individualmente, el europarlamentario más afín a mis decisiones es Catherine Trautmann, parlamentaria socialista.

Además de los resultados individuales, se pueden comparar los registros de las votaciones de los usuarios de la página con las votaciones reales del la Eurocámara. Y salen cosas muy curiosas, como que el 78% de los europarlamentarios estuvieron de acuerdo en que la UE debería recaudar sus propios impuestos… pregunta que solo responden afirmativamente un 42% de los ciudadanos que usaron MiVoto2014.

Ahí os lo dejo pues. Imagino que saldrán –o que ya habrá– más iniciativas de este tipo para fomentar la participación electoral y el conocimiento de las normas que se debaten y se votan en el PE. Ahora os toca a vosotros comprobar vuestro nivel de europeína y vuestra posición en el espectro ideológico.

Llegar a tiempo para el aniversario Schuman

En el ocaso del año contemplaba dos opciones: una lista con los acontecimientos más relevantes del curso europeo o un concienciado post europeísta. Como no soy Nick Hornby y las listas me empiezan a saturar un poco, me he decidido por lo segundo.

El 2014 traerá unas elecciones europeas en la que los ciudadanos, por primera vez, podrán elegir directamente al presidente de la Comisión. Además,  este es el año –yo lo empecé a celebrar tímidamente aquí con antelación– del aniversario de la Primera Guerra Mundial. La UE generará muchísimas más noticias, todavía más que este año que termina (viene siendo así desde hace un lustro), pero estas dos constituirán el esqueleto informativo en los meses venideros.

Robert Schuman, en 1949. (BILD/WIKIPEDIA)

Robert Schuman, en 1949. (BILD/WIKIPEDIA)

Así, del éxito o del fracaso de participación en los comicios de mayo saldrán o no unas instituciones comunes más legitimadas ante la opinión pública de los países miembros, y según como los europeos (ciudadanos y políticos) encaren el aniversario de la Gran Guerra se podrá alumbrar o no una idea renovada sobre el pasado y futuro del continente.

Pero para despedir 2013 y almacenar europeína para lo que vendrá he pensado en convocar aquí a un fantasma, el de Robert Schuman. Paradójicamente –y pese a lo fetichistas que somos los periodistas con las fechas redondas– apenas ha habido referencias este año al 50 aniversario de la muerte de este político francés de origen alemán (combatiente germano en la Primera Guerra Mundial y aliado en la Segunda) que, junto con Jean Monet, sentó las bases de la actual unión.

La Declaración Schuman por su brevedad, precisión, responsabilidad ante la historia y como generadora de un experimento político todavía exitoso, debería exponerse en las aulas de los colegios de todos los estados que forman la UE. Schuman era un gran estadista y hasta cierto punto un visionario. Pero un visionario que había sufrido en sus propias carnes dos guerras mundiales, el ascenso imparable del nacionalismo y el trágico declive de la democracia liberal.

Schuman pertenecía a la vieja élite gobernante, y sería un poco absurdo reclamar uno nuevo hoy como quien espera un improbable milagro político… que nunca se da. Nuestro tiempo histórico es diferente al suyo: aquellas élites están en retirada, no tienen ni el poder ni el aura que tenían entonces. Hoy este padre europeo pasaría inadvertido, en el sentido de que la UE es un proyecto colectivo tan hipertrofiado que no hay una sola personalidad –con alguna excepción– que pudiera refundarlo por sí sola.

Releyendo hoy la Declaración Schuman la música de fondo nos es muy familiar. Sobre todo estas dos frases: «La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas» y «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho».

Muchos se preguntan, todavía hoy, por qué la UE es un proyecto inacabado después de tanas décadas; aquí, en estas dos oraciones que bien podría ser nuestro ‘we, the people’ está la clave última. Civilización, paz, solidaridad. Las dos primeras se han logrado, la última es la más difusa y compleja de todas. El estadio en el que aún nos encontramos. Probablemente Schuman entendiera la solidaridad en otros términos distintos al nuestro, pero ahí está la perenne palabra escrita. Como tarea de ‘año viejo’ os propongo la lectura de este texto de dos maneras: reflexionando sobre qué significó entonces y qué significa ahora.

¿Qué votan y cómo los parlamentarios europeos de la derecha radical y populista?

Hace unos días, dos de los rostros más reconocibles de la extrema derecha europea, la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders (aquí podéis leer la entrada del blog que en su momento les dediqué), manifestaron su deseo de formar un frente antieuropeísta para después de las cruciales elecciones de mayo.

Una pésima noticia, sí, pero que me sirve de excusa para reseñaros un interesantísimo trabajo académico del que tuve noticia por el envidiable blog de José Ignacio Torreblanca en El País, Café Steiner (al que humildemente solo pongo una tacha: yo lo hubiera llamado Café Roth, por el Santo Bebedor).

Pleno del Parlamento Europeo en Bruselas.

Pleno del Parlamento Europeo en Bruselas.

La finalidad del artículo (aquí, en inglés), patrocinado por la Open Society Foundation y elaborado por el investigador Marley Morris, es iluminar uno de los aspectos menos conocidos de la naturaleza de los partidos ultraderechistas europeos.

Según el autor, las investigaciones actuales suelen detenerse mucho tanto en la ideología de estas formaciones como en los comportamientos de sus seguidores, pero muy poco en otra faceta crucial: de qué manera actúan, qué defienden, cuánto votan, en esencia, cómo hacen política, los europarlamentarios ultras que pululan por Bruselas y Estrasburgo.

El gran dilema de los populistas antieuropeos

Lo que quieren alumbrar Le Pen y Wilders ya existe en la legislatura que está tocando a su fin ahora. Los europarlamentarios se reúnen en familias. Unas más grandes —los democrata-cristianos (PP europeo) o los socialdemócratas— y otras más pequeñas —los liberales y demócratas o los verdes—. Pues bien, los populistas y radicales de derechas también tienen su grupo político, autodenominado Europa de la Libertad y la Democracia.

Y es en ellos en quienes se centra principalmente el análisis (aunque no todos los partidos ultras están englobados en este grupo, ya que algunos europarlamentarios, como los del  propio Frente Nacional o el Partido Nacional Británico, forman parte del grupo de los ‘no adscritos’). El ELD es, en resumen, una coalición parlamentaria formada por 32 diputados europeos, y presidida por Nigel Farage, del UKIP británico.

¿Qué distingue al ELD de los otros grupos del arco parlamentario? En primer lugar, y según Morris, su falta de cohesión interna. Es, con diferencia, la familia menos homogénea de todas las que forman el PE. Y los motivos son varios: la heterogeneidad ideológica, el miedo a la estigmatización y las preferencias nacionales. El único pegamento que realmente les une es su virulento antieuropeísmo.

Además, el ELD vive en un dilema constante: viven de criticar a la UE, pero se benefician de ella. Su naturaleza y su principal razón de ser es la hostilidad hacia todo lo que Europa representa —elites, burocracia, cesión de soberanía—, pero al mismo tiempo se aprovechan de los resortes institucionales y la cobertura política que les brinda el pertenecer al sistema.

Poco influyentes, pero muy visibles

¿Cómo es el día a día de los populistas en el PE? ¿Son resolutivos? ¿Participan del desarrollo legislativo de la Cámara? El ELD se caracteriza principalmente por ser un grupo anticonsenso. Es decir, un grupo que vota siempre o casi siempre en contra de la mayoría, sobre todo en cuestiones relacionadas con las libertades civiles, los rescates financieros o la liberalización del comercio y los mercados.

NIgel Farage (UKIP), presidente del grupo de la derecha populista en el PE.

NIgel Farage (UKIP), presidente del grupo de la derecha populista en el PE.

Los parlamentarios del ELD ostentan un récord negativo: son los que menor participación tienen en los comités que redactan informes y proponen cambios legislativos. Tampoco son especialmente influyentes a la hora de que sus enmiendas sean tenidas en cuenta en el Pleno. Son el grupo que menos enmiendas ha conseguido sacar adelante, apenas dos —y en cuestiones muy técnicas— en cinco años de legislatura.

En donde sí son muy activos los populistas, como analiza el autor de la investigación, es en la propaganda. El ELP es, con diferencia, el grupo que más preguntas parlamentarias realiza y que más discursos emite. Sus miembros están más preocupados por su imagen ante los medios, por hacer llegar su mensaje xenófobo y euroescéptico a los medios de comunicación (que habitualmente los recogen por ser su carácter excéntrico), que por formar parte activamente del proceso de creación política.

En resumen, la derecha radical y populista, que tanto preocupa últimamente, se caracteriza por su naturaleza heterogénea, su escasa participación parlamentaria, su débil influencia política y su descarada intención propagandística. Si tras las elecciones de mayo de 2014 el PE se convierte en una cámara de perfil euroescéptico podríamos asistir a todo lo anterior multiplicado por 10. Esperemos que no.

* FOTOS: EFE

Los europeos y el mal rollo antialemán

En esa joya literaria –de cuando el periodismo era literatura– que es Alemania, el hoy tan moderno Julio Camba se asombraba, con sarcasmo delicioso, de que los alemanes no tuvieran la capacidad de entender las cosas fáciles. El librito de Camba está lleno de tópicos inteligentes, pero tópicos: el alemán es una lengua abstrusa, los germanos son de natural graves, sus edificios están construidos con ‘k’… Leído hoy, salvamos la escritura, bella y precisa, aunque criticando el fondo, tan poco profundo como el tapón de una Pepsi. ¿Seguro?

Este domingo Alemania celebra elecciones federales. Como ya sucediera con las presidenciales francesas de hace año y medio, el resultado de estos comicios presenta inevitablemente dos lecturas: una interna, sobre el propio devenir alemán (en este estupendo artículo de mi compañero @nicolasmsarries tenéis las claves), y otra externa, que afecta al núcleo del proyecto europeo en sí mismo.

Merkel, a lo Hitler en una revista polaca (EFE).

Merkel, a lo Hitler en una revista polaca (EFE).

Con demasiada frecuencia –ahí yace el optimismo voluntarista tras la victoria de Hollande– se sobredimensiona el poder de influencia de los asuntos domésticos sobre los comunitarios. Hay un desfase entre las expectativas generadas por los hechos y lo que razonablemente se puede esperar de ellos.

Lo más probable es que, pase lo que pase en las elecciones, el Estado alemán seguirá comportándose de forma similar a como lo lleva haciendo hasta ahora (con algunos matices, como explica de nuevo mi compañero Nico). Como apunta Ulrike Guérot, investigadora del ECFR, Alemania continuará transitando por la misma senda pragmática de los últimos años. Parece por tanto que no hay vientos de cambio en el horizonte: los alemanes seguirán sin entender las cosas –unión bancaria, federalismo– ¿fáciles?.

El retorno del cliché

Me he extendido peligrosamente en calibrar la importancia de la fecha del 22 de septiembre porque de otra manera no se entenderían las frecuentes alusiones al espectro de la germanofobia, que como tal es solo pura entelequia, pero que apunta un cambio de tendencia sobre la percepción que los europeos tienen de los alemanes.

Poco antes del verano, Pew Research publicó una encuesta –de un pesimismo rotundo ya desde el título: The New Sick Man of Europe: the European Union– que aportaba nuevas estadísticas sobre el apoyo ciudadano al euro al proyecto europeo o a los líderes políticos actuales. Os lo resumo: todo o casi todo cae en picado. Además, en uno de los apartados, se pasaba revista a los estereotipos que, estos sí, van en aumento.

En el informe se desmiente algunos lugares comunes de hoy y de siempre, como el de que los alemanes viven obsesionados con la inflación (ochenta años después de la hiperinflación de entreguerras), que son reacios a rescatar económicamente a otros países en problemas o que mantener a raya la deuda es su prioridad absoluta.

Quema de una bandera alemana en Grecia

Quema de una bandera alemana en Grecia

Ninguno de los estos tres clichés anteriores, a tenor de lo analizado por Pew Research, son ciertos. Entre los ciudadanos de las potencias europeas, los alemanes son los menos preocupados por la inflación, los más favorables a rescatar a países y están más preocupados por la desigualdad y el desempleo que por la deuda o el déficit.

Pese a esto,  y aunque la mayoría de europeos de todos los Estados miembros siguen confiando en los alemanes más que en cualquier otra nacionalidad (trustworthy), se está tejiendo una red de adjetivos negativos respecto a ellos: una mayoría considera que son los europeos menos caritativos y al tiempo los más arrogantes.

Más recientemente, varios periódicos europeos de corte progresista han llevado a cabo un experimento similar, preguntando a sus lectores qué piensan de Alemania y de los alemanes. Los resultados ahondan en las diferencias y en esa percepción negativa ya apuntada en el trabajo de Pew Research.

Egoistas, pragmáticos, imperialistas, ultraliberales son algunos de los adjetivos más usados. Por países, todo el cinturón del sur –España, Italia, Francia, Grecia y Portugal– tiene una valoración general negativa sobre Alemania; centroeuropa muestra sentimientos encontrados y el norte del continente muestra un apego más positivo.

El resultado de los comicios del domingo puede que profundice o suavice estas percepciones, pero lo que es seguro es que no las borrará de golpe. Volviendo al principio, Camba también decía en su libro que allí, en Alemania, «no hay civilización, todo es militarismo». Militaristas. Un tópico, este sí, que hoy está ya felizmente enterrado.