Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Europa: esa vieja casa con fantasmas

El porcelánico acuerdo para un tercer rescate a Grecia ha minado de dudas el horizonte. Nunca antes, ni siquiera durante los cinco años de crisis en los que la zona euro caminó sobre el abismo, la sensación de fracaso, la decepción y la desesperanza fueron mayores. Un fantasma recorre Europa, y esta vez no se trata de una ideología, sino de un estado de ánimo.

La frustración es la nueva y única patria común de los europeos. La bandera de todos que nadie, por vergüenza, se atreve a ondear. Un sentimiento general de abatimiento recorre las salas de prensa, los periódicos, las fruterías y los timelines. Esta espiral pesimista (¿en qué lugar del mundo salvo Europa un rescate no provoca euforia sino temores, desasosiego y tristeza?) tiene un nombre: decadencia.

Juncker y Merkel, en una reciente reunión. (EFE)

Juncker y Merkel, en una reciente reunión. (EFE)

El desenlace agónico de la crisis (¿habrá más actos o habrá sido el último?, se viena a preguntar el infatigable Suanzes en una de sus extraordinarias crónicas) ha fracturado los huesos de un esqueleto ya endeble e inarmónico. Solo un proyecto en fase terminal es capaz de ofrecer niveles de absurdo tan elevados. Estados contra estados, ministros contra ministros y, mientras, una soberanía común que se deshilacha, una ilusión que retrocede varias décadas (la referencia escrita a un ‘Grexit temporal’ será desde ahora una mácula difícil de borrar).

El espectáculo bufonesco de políticos alardeando de que el acuerdo refuerza a Europa cuando la realidad es que en el último mes Europa -con su abstrusa y a la vez ineficaz forma de resolver problemas- ha perdido el remanente de credibilidad que le quedaba, es también un síntoma de decadencia. No de una decadencia spengleriana, orgánica, sino de una decadencia fruto de la tardía o nula corrección de los errores propios, de la falta absoluta de autocrítica, de la brecha entre gobernados y gobernantes y del agotamiento de los motores que condujeron al proyecto europeo al éxito en el pasado.

El nacionalismo de baja intensidad que se ha practicado estos días (así el egoísta referéndum de Tsipras o el encono insolidario de los socios nórdicos) no es la causa del desastre, sino su consecuencia. Cuando no hay voluntad de permanecer juntos (o tan solo hay una voluntad temerosa), cuando la fe originaria en el proyecto se ha perdido, lo que queda es una guerra de guerrillas, un hastío difuso, como al final de una pachanga (Eurogrupo) con dos balones. Es verdad que la UE se ha ido construyendo como resultado de la superación de distintas crisis, pero esa dinámica (esa potra histórica) no durará siempre. Y menos si todos los actores siguen prefiriendo pírricas victorias por separado que arriesgarse a superar juntos los dramas.

¿Y por qué no un ‘Hungrexit’?

Sobre la Unión Europea planean dos retos estivales. Uno es económico y político y se llama Grecia; otro es político y civilizatorio y se llama Hungría. Grexit es un vocablo familiar. Hungrexit me lo acabo de inventar. El pulso griego a las instituciones (y viceversa) está a diario en los medios de comunicación por la magnitud de lo que podría llegar a ser, y no tanto por la tragedia de lo que ya es.

En cambio, y he aquí un ejemplo del monopolio de la economía en la interpretación de la realidad, las noticias sobre Hungría son testimoniales, casi de un exotismo etnográfico. ¡Como si Hungría no fuera un país centroeuropeo que lleva 11 años en la Unión y que es la mayor amenaza a la tradición democrática de la reciente historia continental!

Viktor Orban, en Estrasburgo, este pasado mayo (EFE)

Viktor Orban, en Estrasburgo, este pasado mayo (EFE)

La Hungría de barniz autoritario de Viktor Orban (líder del muy derechista Fidesz, el partido gobernante) lleva un lustro echando un pulso a las instituciones en pilares fundamentales para Bruselas como la libertad de prensa, la inmigración, la pena de muerte y las relaciones con Rusia. Pero, pese a pisotear un día sí y otro también el zeitgeist europeo (lo último ha sido la cuota de inmigrantes, lo penúltimo el deseo de construir un muro antiinmigración), nadie ha sugerido, ni siquiera como una posibilidad, que Hungría abandone la Unión Europea.

Entre bromas, recientemente, Jean Claude Juncker llamó «dictador» a Orban en una reunión de primeros ministros. Broma ambigua que destila un poso de verdad. La última vez que os hablé aquí de de Hungría, en la primavera de este año, fue con motivo de la entrada en el Parlamento de la ultraderecha de Jobbik (quizá el partido más abiertamente antisemita que ha logrado escaño en el hemiciclo de un país europeo). Un poco antes había escrito sobre el fascismo que venía. Y sobre cómo puede convulsionar las relaciones con la UE.

Hungría es uno de los socios más pobres de la UE. Dos pinceladas, según Eurostat: el salario mínimo es de 332 euros y el porcentaje de población en riesgo de pobreza del 31%. Hungría ha pasado, como apunta el blog Desde Hungría (un excelente fresco escrito por un estudiante español de medicina residente en el país), de ser cabeza del grupo de Visegrád (Polonia, Chequia, Eslovaquia y Hungría: antiguos países de la órbita soviética que entraron en 2004 en la UE) a ser el último.

Pero con todo, lo peor para Europa, lo que pone a las instituciones en un aprieto (y a los países también: no hay que olvidar que Alemania, pese a las malas relaciones, sigue siendo el principal socio comercial de Hungría), es el progresivo alejamiento de Bruselas y el acercamiento a Putin. Su condena de las democracias occidentales y sus elogios a Rusia, Turquía y Azerbayán. Elogios no solo políticos, sino algo más: ha venido acompañados de acuerdos económicos que desde Europa se observan con temor.

Porque Hungría puede ser todo lo reaccionaria que quiera… mientras los negocios los haga con nosotros.

La Carta de Derechos Fundamentales, gran desconocida para los europeos

Los ciudadanos europeos seguimos desconociendo qué es y qué contenido tiene la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Un documento que tiene ya casi una década, vinculante para todos los estados miembro (con alguna excepción) y que recoge los principios de dignidad, libertad, igualdad y justicia. La base de la seguridad jurídica en la vida de la Unión, vaya.

A finales de mayo, una encuesta del Eurobarómetro preguntó sobre ello. Sus resultados han pasado desapercibidos aun siendo dignos de ser comentados. Si en 2011 el porcentaje de europeos familiarizados con la Carta era de un 11%, en 2015 esa cifra ha subido al 14%. Resulta llamativo, tras años de crisis económica y social y de la quiebra de la solidaridad interna entre europeos, que este incremento prácticamente testimonial.

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Aunque, con todo, lo más grave es que todavía más de un tercio de los ciudadanos no han oído jamás hablar de la existencia de este documento capital. De manera significativa, España es el país europeo con un porcentaje más alto de conocimiento (24%) de la Carta y Grecia es el socio europeo que en 4 años desde la anterior consulta más ha visto crecer este porcentaje (del 8 al 16%).

Hay otros datos interesantes, como que el nivel de conocimiento de los derechos fundamentales es mayor en las grandes ciudades y núcleos urbanos que en las zonas rurales, o que los trabajadores manuales están mucho menos informados al respecto que los trabajadores autónomos, desempleados y empleados en general. También hay diferencia entre hombres y mujeres: los primeros dicen tener un conocimiento de su carácter legalmente obligatorio más alto.

La Carta Fundamental recoge principios que van desde el derecho a la vida, la prohibición de la pena de muerte o la trata de seres humanos al derecho a la libertad de expresión y la prohibición de las expulsiones colectivas. La Carta, además, se compromete en el preámbulo a «reforzar la protección de los derechos fundamentales a tenor de la evolución de la sociedad, del progreso social y de los avances científicos y tecnológicos».

PD1: Aquí esta la Carta Fundamental. Se lee rápido. Es breve. Merece la pena.
PD2: Y aquí el informe del Eurobarómetro al que he aludido en el post.

Treinta años de España en la Unión Europea: una celebración agridulce

La magnitud de la celebración de un aniversario no depende tanto de lo que supuso entonces un acontecimiento, sino de lo que en realidad supone hoy para los que se ven en la obligación de celebrarlo. Hace 30 años España firmaba el Tratado de Adhesión a la CEE. España dejaba de ser un verso sin estrofa, una anomalía europea, y se integraba en la modernidad.

Hasta ahí, el relato es sencillo y asumible para la mayoría adulta del país. Los beneficios materiales que conllevo la adhesión ayudaron, además, a disimular el escaso conocimiento, más allá de un puñado de tópicos, de la opinión pública ¡y de los propios políticos! sobre lo que significaba ser realmente europeo. Fue más un acoplamiento material que una unión sentimental.

Felipe González firma el documento de Adhesión en 1985 (FUENTE: Ministerio de Exteriores)

El presidente del Gobierno Felipe González firma el documento de Adhesión en 1985 (FUENTE: Ministerio de Exteriores)

El relato se empezó a truncar hace menos de una década, y precisamente por su lado más frágil: la juventud. Se da la contradicción que la generación más vinculada al continente viajes baratos, Erasmus, idiomas, etc. es al mismo tiempo la que hoy ejerce la bandera si no del antieuropeísmo, sí al menos del europeísmo crítico… barnizado a veces de franco pesimismo.

Los que hoy tienen 30 años han heredado el discurso optimista (también algo paternalista) sobre Europa en el marco de una realidad que no lo refrenda. Es decir: los jóvenes, que son los que deberían recoger el testigo de los pioneros que nos llevaron a Europa, no se creen no nos creemos: yo sigo siendo aún joven hasta los 36, según decía JGB que Europa sea capaz de proporcionarles la misma estabilidad e ilusión.

No es casualidad que haya sido El País, muy vinculado a ese primer impulso europeísta de los años ochenta, el único gran periódico nacional que se ha guardado tiempo, espacio y firmas para recordar el 30 aniversario. El resto, con involuntario desdén, ha preferido reservarse el derecho de celebración. En un fugaz vistazo a las firmas que incluye el diario, uno echa en falta precisamente ese impulso desde abajo de la edad.

Se recuerda estos días la frase de Ortega que nos enseñaron en el colegio: «España es el problema, Europa la solución». Se evoca, incluso, para darle la vuelta. Pero hay otro pensamiento orteguiano que le viene mejor a la fase que ahora experimentamos: «El esfuerzo inútil conduce a la melancolía». Decía Jane Kramer, la histórica corresponsal del New Yorker, que la idea de Europa avanzaba en la medida en que nadie sufriera o creyera sufrir a causa de ella. Si en España el progreso de la idea se ha estancado, es muy problablemente por esa incómoda razón.

Ampliación: He realizado una pequeña selección de temas a través de Twitter que tratan el aniversario. Merecen la pena.

La generación del 89 quiere ‘tomar’ la UE

Pasión, regeneración, reforma, liderazgo, ímpetu, empoderamiento. Son los términos de los que se valen los jóvenes de Iniciativa Generación 89 para expresar el deseo de cambio en Europa. Cambio del que aspiran a ser los protagonistas.

Lanzaron su aldabonazo en marzo de este año, y cuentan con extraordinarios padrinos, como Timothy Garton Ash, quien encendió la mecha en un artículo. Son estudiantes de posgrado de la London School, lo que hace que el movimiento que lideran sea inequívocamente académico y elitista (sin tono peyorativo, eh).

La Iniciativa Generación 89, la generación postmuro, me ha recordado bastante a otra de la que ya os hablé en su día y que sigue nutriendo de buenas ideas e ilusión el proyecto europeo: CC/ Europa. Tienen muchos puntos en común, no solo el generacional, aunque quizá al microscopio se aísle alguna diferencia.

Iniciativa Generación 89, que ha abierto un canal de crowdfunding para recaudar fondos, tiene un punto de partida crítico con la Europa del último lustro. Su asunción de responsabilidad va en la línea de insuflar nueva vitalidad a la UE y adaptar las instituciones a los nuevos retos contemporáneos. Su intención es auspiciar un debate público transnacional.

El 25 de junio de este año tiene su puesta de largo en un ciclo de conferencias en el que participarán actores importantes de la cosa europea, desde políticos hasta representantes del sector privado. Se hablará de fiscalidad, de esfera pública, de politización, educación, etc. De ahí saldrá una documento con ocho propuestas concretas para la reforma de la UE.

Los seguiré de cerca y os traeré noticias suyas. Os dejo con el vídeo de lanzamiento con el que quieren recaudar fondos y dar una idea aproximada de sus intenciones:

Europa: ni amigos con los que discutir ni enemigos con los que reconciliarse

La gran desgracia de nuestra Europa es que carece de enemigos. De tenerlos, podría intercambiar con ellos apretones de manos, proclamar con solemnidad «el fin del conflicto» acaparando portadas y decirse a sí misma y al mundo: «¡Esto es histórico!».

Mogherini en La Habana, en visita diplomática para favorecer el deshielo de las relaciones. (EFE)

Mogherini en La Habana, en visita diplomática para favorecer el deshielo de las relaciones. (EFE)

Pero no es así. Mientras grandes potencias siguen resolviendo los conflictos como antaño (el encuentro entre Obama y de Raúl Castro tiene un evidente aroma, no sé si buscado, a siglo XX), Europa ha renunciado tanto a la escenificación del conflicto como a la escenificación de su fin. ¿Diplomacia líquida? Pues seguro que alguien lo ha llamado así ya.

Es fácil ganarse enemigos hablando de Europa. Pero es mucho más difícil que Europa vea a alguien —te llegue a ver— como un verdadero enemigo. Incluso en la más adversa de las situaciones y con los sujetos más despreciables, la UE es capaz de mostrar un neutro, a veces desquiciante, tono notarial.

En la Taberna del Irlandés, vieja y entrañable película de John Ford, los cumpleaños entre camaradas se celebraban a puñetazo limpio. Eran golpes sonoros, francos, regados con alcohol, que trasmitían sentimientos a la vez banales y profundos.

Justo lo que le falta a Europa, y lo que constituye su logro a contracorriente del teatro del mundo, un triunfo de otro siglo, todavía inexplicable: carecer de viejos enemigos a los que tender la mano tras una pelea… y de nuevos amigos con los que discutir para más tarde reconciliarse.

Bruselas y el absurdo principio de «si no duele, no puede ser bueno»

Por hacer un poco de pedagogía. Hay quien piensa que la obsesión, tan insana, de Bruselas por la austeridad y el sacrificio es una cuestión reciente, una especie de morbus merkeliano, cuando no es así. Cuando alguien echa mano del latiguillo «Alemania impone…» está olvidando, a veces deliberadamente, que el rigor calvinista, el puritanismo (que traspasa lo económico) se viene aplicando en la UE desde hace décadas.

Activistas protestan en Bruselas, en 2014. (EFE)

Activistas protestan en Bruselas, en 2014. (EFE)

Tengo en casa un fondo de armario muy prudente para ilustrar estos casos. Este fin de semana, hojeando revistas ya antiguas (pero nunca obsoletas) para otro asunto, me topé con una entrevista impagable que un joven Charles Powell le hizo a mediados de 1994 a Ralf Dahrendorf en Claves de Razón Práctica, nº 43 (como veréis, mi fondo de armario es casi tan severo como el estricto código de honor bruselense).

El politólogo (esa definición se le queda un poco corta) Dahrendorf falleció hace unos años, y aunque en España no es muy conocido, en Reino Unido –donde llegó a ser rector de Oxford y político– y en su país natal, Alemania, fue toda una institución.

De fuerte impronta liberal y de pasado familiar socialdemócrata (su padre fue diputado de la SPD en Weimar y uno de los que atentó contra Hitler), Dahrendorf también se caracterizó por su lucidez en lo relativo a los análisis sobre la entonces Comunidad Económica Europea.

En 1994 Europa, y España con ella, atravesaban una crisis económica que amenazaba con marchitar el naciente proyecto (sobre el papel de los tratados) de la moneda única. Maastricht se había firmado apenas dos años antes, dejando un poso de insatisfacción en bastantes de los firmantes y un legado de enfrentamiento que entonces se creía iba a ser duradero. No fue así, en parte porque la crisis –mucho menos severa que la actual– dio paso a unos años de prosperidad en los que los países de la UE, impulsados por el horizonte de la moneda única, crecieron lo suficiente como para esconder bajo la alfombra sus desavenencias.

Pero gente como Dahrendorf nos recuerda, con su lucidez, que algunas de las cuestiones que hoy tanto nos preocupan (crecimiento económico, desafección ciudadana, hegemonía del algunos Estados miembros sobre otros, etc.) no son cuestiones ex novo. En esta charla Dahrendorf critica ese afán, «muchas veces innecesario», de exigir y vejar hasta límites grotescos a los países candidatos. Una lógica un tanto macabra que él resume con el eslogan que encabeza este post: «Si no duele, no puede ser bueno». Algo que creo que nos suena bastante…

Pero hay más. En la entrevista también se critica que «se construya la casa europea por el tejado» y la falta de visión de los dirigentes que aprobaron Maastricht, un tratado “que sólo tiene sentido desde la perspectiva de la guerra fría y que no aportó nada sobre los problemas de la Europa central y oriental y no sobre los desafíos económicos de los noventa”. Dahrendorf, que pese a lo que pueda parecer fue un cabal europeísta, dice también esta frase con la que quiero acabar, y que merece volver a la vida: «Lo más negativo del proceso de construcción europea sigue siendo el enorme contraste que se produce entre la retórica europeísta y una praxis a todas luces insatisfactoria».

¿Qué ha sido de la ayuda al desarrollo en nuestra Europa de la crisis?

Con el fantasma de la crisis humanitaria vagando por el patio trasero (Léase: Ucrania) y con el objetivo de seguir siendo la potencia mundial en ayuda al desarrollo, este 2015 las instituciones comunitarias celebran el Año Europeo del Desarrollo. Un compromiso loable, pero difícil de sostener en un momento en el que la resaca de la crisis se deja notar en los menguantes presupuestos.

El viernes pasado, en la sede en Madrid del Parlamento Europeo, acudí a un interesante foro sobre el tema, organizado por el propio PE y en el que además de políticos y periodistas acudieron representantes de ONG y asociaciones. ¿Conclusiones? Pues básicamente dos, que en realidad se funde en una: Europa hace más que otros actores globales por el desarrollo… pero muchísimo menos de lo que debería.

Enrique Guerrero, durante el foro del viernes ( @PE_Espana)

Enrique Guerrero, durante el foro del viernes ( @PE_Espana)

Entre estas dos visiones, pelín irreconciliables, navegó la cita: lejos queda ya el voluntarioso 0.7% del PIB dedicado a ayuda al desarrollo de regiones pobres o en transición. «Estamos en un momento de inflexión», reconoció Enrique Guerrero, eurodiputado socialdemócrata y especialista en estas cuestiones, que alertó de que «se está imponiendo una visión securitaria del desarrollo». Guerrero hizo un balance «moderadamente insatisfecho» de los objetivos del desarrollo y puso sobre la mesa el que creo que es el tema fundamental, y que fue tratado de pasada el foro: la inmigración y las fronteras.

La crisis humanitaria en el Mediterráneo, de la que Europa no debe ni puede desentenderse, es consecuencia también de esas políticas de ayuda a terceros ineficaces o insuficientes. Lo dijo una interviniente, portavoz de una ONG, con visible enfado, pero lamentablemente la palabra frontera, y todo lo que la rodea, estuvo ausente del debate.

Además, en Europa hay 125 millones de personas que viven en el umbral de la pobreza, lo que introduce un nuevo ingrediente en la coctelera del bombo de dinero que la UE destina al desarrollo. A los habituales, África y America Latina, y a las nuevas realidades, las brechas regionales y urbanas dentro de un mismo país, hay que sumar ahora la propia crisis europea, que ha transformado la realidad social del continente.

En este sentido, una curiosidad que quizá pudiera tener una lectura más seria. Durante el acto, los asistentes votamos electrónicamente sobre una serie de preguntas, obvias de responder, por otro lado. A la cuestión de quién debe ser responsable de canalizar la ayuda al desarrollo, la mayoría de los presentes, un 47%, dijimos que los Estados miembros… y un 40% que la UE. ¡Significativo resultado para tratarse de un foro europeo!

Alemania o la nueva Atenas

Las comparaciones históricas, tratándose de un continente saturado de historia como Europa, nos ofrecen visiones cruzadas elegantes del pasado… y de nuestras preocupaciones presentes. Hace unos días, uno de mis mejores amigos, historiador especialista en protohistoria e historia antigua, me estuvo explicando el paralelismo que le venía a a la cabeza al leer sobre la deriva actual de la UE y su locomotora, Alemania. Remontándose al siglo V a. de C., a la alianzas y enemistades de la Grecia clásica, Sergio Remedios que así que llama mi amigo me puso sobre aviso de los lazos comunes entre dos épocas separadas por eones de tiempo y de política. Como él lo iba a explicar mucho mejor que yo, le animé a que escribiera un breve texto. Accedió y aquí está. Espero que lo disfrutéis porque merece la pena.

periclesLa historia nos aporta claros ejemplos de hacia dónde podemos marchar si no corregimos el rumbo a tiempo. Y la Unión Europea, como es lógico, no escapa a esta norma no escrita de las instituciones políticas creadas por la humanidad. No, no se asusten, no voy a hablar de IV Reich, ni de guerras mundiales aproximándose (eso no quiere decir que no pudiera), la historia va mucho más allá del corto siglo XX. Además como Grecia está en el foco europeo, creo conveniente buscar el paralelo en su historia. Quizá no haya cosa más apropiada que remontarnos a la mítica Atenas de Pericles para ver hacia donde se dirige Europa sino cambia su rumbo.

La UE se parece cada día más a la liga ático-délica que formaron muchas ciudades-estado griegas tras las guerras médicas (s. V a. C.). No les voy a aburrir con una clase de historia, pero creo que un breve resumen no les hará daño. Tras expulsar de Grecia a las tropas persas, los griegos viendo el excelente resultado que les proporcionó aliarse y combatir juntos, decidieron crear una confederación de ciudades para seguir luchando contra los persas y liberar a las ciudades griegas de Asia Menor, así como reconstruir económicamente unas tierras desoladas por años de guerra.

Atenas lideró esa liga, cuya sede fue la isla de Delos; y Esparta, la otra gran ciudad griega en la lucha contra los persas, decidió quedarse fuera y aislarse junto a sus aliados. Lo que en un principio constituyó una alianza beneficiosa para todos los miembros (seguridad en las rutas comerciales, unificación de pesos y medidas para facilitar ese comercio, instauración de una aportación solidaria para cubrir los gastos militares y económicos, etc…), pronto se tornó en la ley del más fuerte. Atenas paulatinamente, debido a su poder marítimo y militar, fue imponiendo sus condiciones a todos los miembros. Y poco a poco más que una liga de ciudades iguales, la confederación se tornó en una suerte de múltiples pactos bilaterales desiguales en los que Atenas siempre salía ganando. Las ciudades perdieron la libertad en muchas materias políticas y económicas, e incluso dejaron de tener la opción de abandonar la liga. Cuando la primera ciudad lo intentó, Naxos, fue brutalmente sojuzgada, y Atenas empezó también a obligar a otras polis a entrar en la confederación en contra de su voluntad. Como no podía ser de otra forma, todo acabó estallando, y cuando la guerra contra Esparta empezó, muchas ciudades acabaron traicionando a Atenas y se marcharon con su enemigo.

merkel

Pues bien, creo que de esta historia se pueden sacar conclusiones y paralelos interesantes. Ver en Alemania a Atenas y en la UE a la liga ático-délica no me parece descabellado. El parecido llega a los niveles de que incluso la confederación encabezada por Atenas enviaba una especie de troika (episkopoi) para controlar fiscalmente a las ciudades aliadas. El problema es que ya hemos visto en que derivaron todos los abusos atenienses respecto a sus ‘socios’. ¿Conseguirá Alemania, de seguir su intransigencia, que algunos socios se lancen desesperados a los brazos de Esparta? ¿Es Esparta Rusia o lo es China? Esa ya es otra historia.

Al igual que la liga de Delos, la UE tuvo su origen en la inestabilidad y la destrucción que generó una gran guerra y se hizo con la intención de hacer algo común y beneficioso para todos, así como mantener unidos a los que previamente habían estado enfrentados. Pero en las circunstancias actuales, los miembros más desfavorecidos de la UE ven cada vez más claro que, al igual que en la liga ático-délica, la confederación responde cada vez menos a las necesidades de todos y cada vez más a los intereses del líder de la coalición. Además, Atenas se volvió tan ambiciosa que empezó a inmiscuirse en la esfera de influencia de Esparta y creyéndose más poderosa no le importó finalmente entrar en conflicto con ella. Pues bien, Alemania también parece seguir en ese camino, esperemos que cambie de rumbo a tiempo y no despierte al ‘oso ruso’ que parece empezar a desperezarse. Porque, algo que si tengo claro, es que por mucho que la UE pueda ser la liga de Delos, y Alemania represente el papel de Atenas, Merkel no es ni mucho menos Pericles.