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¿Qué hay detrás del euroescepticismo?

¿Qué hay detrás del euroescepticismo? ¿Es una reacción hipodérmica a la crisis económica o tiene raíces más profundas? La prensa, mayormente, y también algunos políticos (de los bisoños, por lo general) suelen preferir la perspectiva economicista: los medios porque han encontrado en ella una omniexplicación a casi todo, los políticos porque logran así aislar el foco, pulir las aristas de una realidad demasiado compleja. Norte contra sur, centro y periferia, acreedores y deudores… o lo que es lo mismo, simplificando, buenos contra malos.

Frente a esta visión urgente, análisis más reposados ofrecen razones diferentes para lo que se ha venido a llamar «europeización negativa». Uno de estos trabajos es el de Albert Aixalà i Blanch, Crisis económica y euroescepticismo (Fundación Alternativas, 2014), que estudia el periodo de la crisis atendiendo a factores como la evolución de la opinión pública, el déficit democrático o la confianza en las instituciones. La principal conclusión, con la que estoy muy de acuerdo (aviso: aunque no lo estuviera también os habría hablado de este artículo), es que el euroescepticismo tiene su origen más en una crisis de legitimidad democrática que en el impacto de la crisis económica.

mapa¿Y por qué, diréis? Pues principalmente porque la desconfianza hacia el proyecto europeo se deja sentir, casi por igual, en todos los países de la Unión… con independencia de que la crisis económica les haya afectado más o menos. Además, la desafección hacia los poderes de la UE no es de ningún modo inseparable de la deslegitimación de las propias instituciones políticas nacionales, lo que lejos de ser tranquilizador, indica que no estamos ante un problema coyuntural, sino ante una especie de crisis de civilización. En este sentido, aquellos que aducen principalmente motivos económicos tienen razón (aunque por motivos algo equivocados): tras la crisis nada volverá a ser igual.

Aixalà recuerda muy bien que en la Unión Europea la crisis política precedió a la económica. La fallida Constitución Europea naufragó paradójicamente en un momento donde la economía no era una preocupación, sino todo lo contrario, una fuente de optimismo. A aquel borrón en el proceso de construcción se sumó, tres años más tarde, el impacto de la crisis económica y, todavía más de fondo, la resaca del malestar democrático nacional.

El ‘policies without politics’, como definió Schmidt al sistema político europeo, un sistema eficiente en lo legislativo, pero timorato en puramente político, está en la base de muchas de las contradicciones a las que se viene enfrentando Europa en estos últimos cincos años. En resumen, y con sus palabras: «Las causas profundas del malestar democrático [en la UE] están relacionadas con la pérdida de poder transformador por parte de las instituciones políticas en un contexto de globalización política y económica».

«Hay que aprender algo del discurso euroescéptico… o al menos escucharlo»

Llevaba tiempo fastidiado, rechazando acudir a coloquios, unas veces por falta de tiempo libre o tras por imposibilidad laboral. Pero el lunes estuve, invitado por el European Council on Foreign Relations, de oyente (no participé en el debate: siempre huyo cuando llega lo mejor) en unas charlas sobre el único tema posible de aquí al mes de mayo: las elecciones europeas.

Los ponentes del acto, Piort Buras y José Ignacio Torreblanca, directores respectivamente del ECFR de Varsovia y de Madrid, estuvieron moderados por la subdirectora de El País Berna G. Harbour. Pese a la brevedad, la hora larga que estuve allí, en la sede en Madrid del Parlamento Europeo, fue de lo más interesante y profundo que he escuchado estos últimos meses.

Torreblanca habló del más que probable problema de la falta de participación, del auge del euroescepticismo, de los dos enfrentamientos que dividen a Europa (el de los ciudadanos contra las élites y el del centro contra la periferia). Por su parte, la intervención de Buras estuvo más centrada en Polonia, en sus paradojas como país miembro (su alineamiento con Alemania durante la crisis, su relativa buena salud económica) y su futuro como país candidato a la Eurozona.

Marine Le Pen, durante un mitin reciente (EFE)

Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés, durante un mitin reciente (EFE)

«¿Quién manda en la UE?». Fue la pregunta inicial de Torreblanca, que él mismo se respondió poco después: «No sabemos dónde está el poder actualmente». Hay un poder diluído, que trata de emitar en alguna forma a la retórica simbólica estadounidense, pero que al mismo tiempo no termina de articular un funcionamiento engrasado de las instituciones. Un problema, porque como aseguró Torreblanca, «el próximo parlamento, pese a los esfuerzos, podría no tener la fuerza política que algunos esperan y otros demandan».

Así pues, por un lado, falta de articulación política eficaz y, por otro, brechas visibles que afectan a cómo los ciudadanos perciben las instituciones («La gente está enfadada tanto con las instituciones cercanas, ayuntamientos, como las más lejanas, PE o Comisión) y cómo los propios estados miembros se han dividido en intereses contrapuestos («Las alineaciones, con la crisis, vuelven a ser nacionales«).

Todo lo anterior lleva a pensar, como argumentaron ambos ponentes, que hay algo que los eurófilos estamos haciendo mal… y que los euroescépticos hacen bien. Estos últimos, dijo Torreblanca, «conectan mejor con la sociedad gracias a sus mensajes simples y directos«. Los europeístas están de acuerdo en muchas cosas, básicamente en que europa debe ser más, pero sobre todo, mejor. Los euroescépticos solo quieren ir a Europa a destruirla, «aunque paradójicamente esa Europa les representa mejor y con más proporcionalidad que sus propios Estados».

La intervención de Buras, aunque muy interesante también, fue un pelín más técnica, amén de que estuvo bastante centrada en las particularidades de su país (es un buen ejercicio comparar España y Polonia, porque de esa comparación pueden salir conclusiones fecundas). Del parlamento de Buras me quedó con dos ideas. La de «revolución silenciosa», que engloba la atomización del poder europeo, la tecnocracia y el «nuevo intergubernalismo» y la del dualismo «fuera/dentro», que marca la interacción entre los países miembros que tienen moneda común y los que no.

Temas para reflexionar en voz alta:

  • Paradojas españolas vs paradojas polacas: ciudadanía y europeísmo.
  • ¿Cómo es la naturaleza política y social de los nuevos euroescépticos?
  • Los programas espejo de los partidos políticos mayoritarios para las elecciones

Ignacio Samper: «Todo lo que sale del Parlamento Europeo les afecta a los ciudadanos en su vida cotidiana»

Fue una entrevista en bandeja de plata (me temo) y a salto de malta. En un impersonal escenario de maderas nobles y moqueta omnipresente que casi daba congoja pisar: la antesala del cuestionado hemiciclo de la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Cuota simbólica del pasado siglo y peaje metafórico de la construcción europea complicado de explicar hoy.

Alrededor, un discreto trasiego de gentes acostumbradas a vestir con pulcritud oficinesca, que desfilan desenvueltos con ese aire de impenetrabilidad tan propio de quien parece desayunarse a diario con asuntos trascendentes. Rodeados de decenas de pequeños sets de televisión, la quinta esencia domesticada de la sociedad del espectáculo, el director de la oficina en España del PE, Ignacio Samper, contraponía, con un discurso paciente y trabajado, «desafección» y «pedagogía».

(IMPORTANTE: La entrevista, grabada en vídeo, dura aproximadamente 15 minutos. Las respuestas de Samper son precisas y jugosas –sobre todo leídas entre líneas–, pero extensas, y mis preguntas a veces se alargan demasiado. He preferido por tanto transcribir, para no extenderme innecesariamente, las primeras preguntas y a continuación publicar la entrevista grabada al completo. Que la disfrutéis).

¿Cómo interpreta la falta de sintonía entre los ciudadanos y las instituciones europeas?
Nos preocupa mucho esa desafección de la política por parte de los ciudadanos. Creo que hay mucho eurocriticismo. Los ciudadanos no es que sean euroescépticos, son simplemente críticos. Tenemos que hacer una enorme pedagogía para decirles que desde el PE llevamos muchos años ocupándonos de la crisis económica. Y que estamos haciendo legislación –en forma de directivas y reglamentos- que tienen que ver con la crisis. Quizá durante muchos años no hemos explicado bien, hemos informado, pero no explicado bien cómo y quién toma las decisiones. Todo lo que sale de este parlamento les afecta a los ciudadanos en su vida cotidiana. Legislamos para 500 millones de ciudadanos y todos están afectados por nuestras leyes.

¿Y cuáles van a ser específicamente las herramientas con las que quieren trasmitir esa utilidad del PE que los ciudadanos ahora no perciben?
Vamos a hacer una laborar de pedagogía importante en dos ámbitos. Uno en lo que son los valores europeos, que es nuestro ADN europeo (todos los europeos estamos atados por los mismos valores: democracia, derechos humanos, solidaridad…). Y otra nuestra labor legislativa. Demostrarles a los ciudadanos que llevamos legislando desde hace mucho tiempo, sobre todo después del Tratado de Lisboa, y que legislamos en casi todos los órdenes de la sociedad.

¿Qué leyes son sentidas como más europeas por la ciudadanía? ¿Con qué normas emanadas del PE se identifican más los europeos?
Me gustaría que fuera con todas, pero no es así. Pero a las personas a las que les afectan sí las conocen. Por ejemplo, las leyes sobre la Política Agraria Común o la Ley Bancaria son ejemplos de esto. Los ciudadanos están viendo que queremos reactivar la economía. Austeridad tiene que haber, pero también hay que tomar medidas para reactivar la economía: invertir en desarrollo, en redes de transporte transeuropeas, pequeñas y medianas empresas.