Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Una lectura europea del discurso del rey: «Unidos y diversos», como el lema de la UE

Tiempo habrá para situar en su contexto histórico y su dimensión hermenéutica las primeras palabras de Felipe VI como rey. Si su discurso de proclamación –inteligente para algunos, superficial y disipado para otros– logra su propósito amalgamador o acaba por ser traicionado en los años que dure su reinado.

Una primera lectura europea, inevitablemente superficial, se refiere al número de veces que se ha mencionado a la Unión en un discurso: tres veces, y en un mismo párrafo. En comparación, su padre –en 1975– solo pronunció la palabra Europa en una ocasión.

Pero la diferencia entre ambos está menos en el número de veces que en el contenido. Mientras Juan Carlos aseguró que «Europa deberá contar con España y los españoles somos europeos», Felipe ha matizado «Europa no es un proyecto de política exterior, es uno de los principales proyectos para el Reino de España, para el Estado y para la sociedad».

El rey Felipe VI, durante su proclamación (FOTO: EFE)

El rey Felipe VI, durante su proclamación (FOTO: EFE)

Un contraste fundamental. Mientras en 1975 España aún no había entrado en la UE, tardaría 11 años en hacerlo aún, en 2014 los españoles no conciben su vida diaria, sus alegrías, algunas, y sus penalidades, bastantes, sin la UE. La aserción de Juan Carlos –los españoles somos europeos– sería una obviedad hoy (entonces, salvo para una élite, no lo era). En cambio, las palabras del nuevo monarca –no es un proyecto de política exterior– son un reto todavía por cumplirse (y asumirse) para la mayoría.

Una de los conceptos claves de su discurso ha sido la referencia a España como una nación «unida y diversa». Es algo que ya ha sido destacado por la prensa y los comentaristas políticos en las primeras horas. Así que me centraré en algo que creo que no ha sido mencionado. ‘Unida y diversa’ es un lema que se parece mucho a la divisa de la UE, que como todos sabréis es ‘Unidad en la diversidad’.

¿Casualidad? Es posible, aunque es posible, por qué no, que sea una referencia intencionada. Pero lo cierto es que se trata de una fórmula novedosa de describir la compleja relación de España con sus partes. Una España unida y diversa implica, deslizando la frase hacia el pasado, una España vertebrada, lo que entronca además de con el pensamiento orteguiano, con la vocación europea.

La ausencia, durante la proclamación, de motivos simbólicos pertenecientes a la fe católica (otra de las diferencias con el juramento de su padre) es asimismo un guiño a Europa, que a pesar del pulso entre la tradición católica y el espíritu de la Ilustración, aspira racionalmente al laicismo. No hay mejor carta de presentación ante el resto de los socios comunitarios como un monarca constitucional ajeno a la ornamentación religioso-castrense tan cara a España en el pasado.

 

Juncker contra Schulz: Un primer debate electoral sin nada sobre lo que debatir

El primer debate televisado, nos quedan unos cuantos más hasta el día de las elecciones al Parlamento Europeo, entre Schulz y Juncker me cogió trabajando en la redacción… por lo que no pude seguirlo, ni siquiera de fondo. Suena a paradoja, pero no lo es. Así que he aprovechado este fin de semana de buen tiempo primaveral, sol y aire prevacacional para ponerme al día. Emociones fuertes.

De la mera proyección de un debate político se deduce que existe algo sobre lo que debatir. Esta obviedad fue puesta en entredicho el pasado jueves, en un cara a cara amistoso, técnico y con más acordes que desacuerdos. El consenso entre los dos candidatos de los dos grandes grupos —PPE y socialdemócratas— fue prácticamente total, salvo en asuntos —es verdad que no menores— como el déficit o el origen de la crisis económica y de deuda.

Juncker y Schulz, momentos antes del debate. (EFE)

Juncker y Schulz, momentos antes del debate. (EFE)

Pero bajo esa superficie de leves discrepancias, lo que prevaleció fue una abrumadora coincidencia en los grandes asuntos que preocupan a Europa. Un casi quorum que me recordó a la reunión a la que asistí hace unos meses en La Granja, y donde todos estuvimos de acuerdo en casi todo de una forma tan milimétrica que hasta daba ganas de transformarte en euroescéptico por un día con tal de llevar la contraria.

Es posible que las similitudes del discurso de Juncker y Schulz sean coyunturales. Incluso que tan solo respondan a un cálculo político: frente a un posible futuro europarlamento con más eurófobos, los dos grandes grupos tratan de unir sus fuerzas (a pesar de sus diferencias) para evitar que la Cámara se convierta en un lugar ingobernable. Pero también es posible que detrás de tanta coincidencia haya un problema.

Puede ser un agotamiento del viejo discurso europeísta, en el sentido de que ya no se puede decir nada de Europa que realmente sea original sin salirse al mismo tiempo de la pauta marcada: en este punto las reflexiones de Toni Ramoneda son muy pertinentes. O puede que, como escuché hace poco a un experto europeísta, los grandes partidos se parecen tanto en sus programas que técnicamente no hay nada, o casi nada, sobre lo que debatir de un modo político.

El primer debate televisado entre los candidatos ejemplifica lo mejor y lo peor de Europa. La habilidad y la disponibilidad para llegar a acuerdos, por un lado, y la casi absoluta falta de sana polémica —en el sentido original del término— entre los representantes, por otro. Políticos sin política. Tecnócratas amables que cuando se les pregunta «qué les distingue al uno del otro» —como hizo uno de los presentadores del debate— se sumergen en un incómodo silencio.