Europa inquieta Europa inquieta

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Datos y opiniones críticos sobre la lotería: muy regresiva y con poco retorno

Europa tiene muchas cosas de las que avergonzarse. Por ejemplo, ser el continente que inventó la lotería moderna. Para los que no jugamos nunca se trata de una batalla perdida, pero no está de más –ahora que llegan días en los que los medios de comunicación se vuelcan en dar cobertura acrítica a todo tipo de azares navideños– comentar cómo está el asunto de la lotería en la Unión Europea y en el mundo.

Cada vez se gasta más dinero en lotería. El informe anual de la Word Lottery Association referente a 2013 (quizá el compendio estadístico más fiable y de los pocos actualizados y disponibles) confirma un incremento de la actividad económica en el sector del 3,8% respecto al año 2012. Europa es, de todos, el continente que más gasta, y en concreto España el país de la UE que más lotería consume y que mayor gasto per cápita presenta (más de 100 euros cuando la media europea en 2011 estaba en 69, según el anexo de la European Lotteries).

Chema Moya / EFE

Chema Moya / EFE

Más allá del sentimentalismo obsceno al que apelan los anuncios, la lotería en Europa (y España no es una excepción) tiene un carácter «marcadamente regresivo», como me explica por correo electrónico el sociólogo Roberto Gavia, profesor de la Carlos III y autor del libro Fortuna y virtud (Sílex, 2013). Es cosa sabida la relación entre renta y gasto en lotería, aunque no muy publicitada: «Los sectores más desfavorecidos son los que más boletos compran», asegura Fernando Ramos, economista de la Universidad de Olavide en su artículo La Lotería Nacional en España, 1850-2000: Perfil Histórico del consumidor de loterías.

Según la World Lottery Association, de cada dólar gastado en lotería en el mundo, solo 28 céntimos retornan a la sociedad. El resto no. Pero no es solo eso, sino que el dinero que se destina a ‘buenas causas’ no suele tener ningún efecto cuantitativo sobre las mismas. Me lo explicaba también Gavia: «Las transferencias de ingresos de loterías a obras sociales no tienen efecto porque inmediatamente se detrae de otros fondos públicos lo que se transfiere a través de loterías, con lo que el resultado neto para estos programas no varía».

Por ejemplo, y siempre según la WLA, del total de ingresos anuales de Loterías y Apuestas del Estado en España, 8,5 millones van a parar a la Hacienda pública y 1,5 a actividades sociales (no detalladas). En Francia sucede algo parecido con la Française de Jeux. Allí, 12 millones de euros acaban en el Tesoro y 2,8 van a ‘buenas causas’, y concretamente todo sin excepción a promocionar el deporte. En Rumanía, el ratio es más equilibrado, aunque la recaudación de su lotería nacional también es mucho menor. Así, 319 mil euros van al Estado (que como en los otros casos no se detalla qué hace este con él) y 40 mil a causas sociales, en el caso rumano todo el monto se dedica a actividades culturales.

Son tres ejemplos de cómo los Estados administran el dinero que ingresan por los juegos de azar que ellos mismos sustentan. Un negocio tan redondo como los bombos mismos del sorteo de Navidad en España. Hace unos años, The Guardian publicó datos que venían a confirmar los indicios de que los beneficios sociales de la Lotería Nacional en Reino Unido no se distribuían de manera justa, lo que hace sospechar que aquí en España, y en el resto de Europa, pueden darse problemas similares. Es un buen tema para eso que ahora se llama periodismo de datos, ¿no? En cualquier caso y para terminar, siguiendo esta línea os dejo con el genial monólogo contra la lotería que se largó John Oliver en su programa hace poco (que descubrí gracias a @suanzes).  Sus dardos apuntaban a las loterías de EE UU, pero no hay mucha diferencia.

PS. Los investigadores, sociólogos y economistas, llevan años tratando de aprehender las razones por las que se juega a lotería y por qué se da esa correlación entre clases sociales más desfavorecidas y mayor gasto. Si queréis saber cómo está el estado de la cuestión os recomiendo leer Why the poor play the pottery. Sociological approaches to explaining class-based lottery play. Se trata de un artículo de 2013 de dos investigadores del Instituto Max Planck que viene a cubrir la falta de una explicación general al tema. Además de un repaso a los diferentes enfoques racionalista, utilitarista, etc. apuntan a que las estructuras sociales deberían ser un factor cada vez más a tener en cuenta para explicar ciertos comportamientos de la población respecto al juego.

Europa boxea por debajo de su peso: mucha presencia, pero menos poder

Presencia en el mundo no implica necesariamente poder sobre él. Es uno de sus requisitos, pero hay países cuya significativa presencia no se corresponde con su limitado poder y, al contrario, hay otros cuyo poder es superior a su presencia. Pero quizá estoy liándoos. ¿Qué es la presencia global? ¿Cómo se mide? ¿Para qué sirve? Ayer estuve, invitado por el Real Instituto Elcano, en la presentación de la web de su Índice de Presencia Global, una herramienta que analiza lo que ellos llaman el ‘estar ahí fuera’, es decir, lo que cada país aporta a la globalización en términos económicos, militares y blandos.

Os invito a que fuchiquéis en la página, porque tanto si sois periodistas, investigadores, estudiantes o simples aficionados a las RR II hallaréis una ingente cantidad de datos para cruzar y extraer conclusiones que apuntalen artículos o maticen vuestras intuiciones. El IPG no se elabora con percepciones ni encuestas, sino con datos extraídos de organismos internacionales.

Como en toda herramienta de este tipo, claro, hay cierto subjetivismo de origen, que en Elcano reconocen y tratan de ir limando en sucesivas ediciones (van por la quinta ya). Por ejemplo, los elementos que componen el apartado de ‘presencia blanda’ –cultura, deporte, ciencia, información, etc.– son más efímeros y cambiantes que otros, como los económicos, por lo que requieren una revisión más frecuente.

Pero mejor me dejo de cuestiones metodológicas. Lo importante es que el IPG es una mina de oro para comenzar a entender el lugar de Europa en el mundo. Por ejemplo, y sin profundizar demasiado, algunas percepciones que todos tenemos se ven reflejadas con meridiana claridad. Europa tiene mucha presencia en el presente globalizado, más incluso que sus directos socios y/o competidores. Mirad esta gráfica:


 

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La UE, tomada como si fuera un país (esto es: no sumando los valores de los diferentes estados miembros) ocupa el primer puesto en del IPG con 1.239 puntos, casi 200 puntos más que EE UU y mil más que China. Además, la Unión es, de estos cinco primeros clasificados, el que ha experimentado un mayor crecimiento en su índice, más de 200 puntos respecto a 2010.

Europa es la primera en casi todo salvo en, obviamente, presencia militar, donde es superada por EE UU. Sus puntos fuertes son, pues, la tecnología, la ciencia, el deporte, la educación y la cooperación al desarrollo. Es decir, el soft power, como ya os comenté un día por aquí. Lo curioso es que la economía, pese a estos años de intensa crisis, ha sido el vector que más ha impulsado a la UE en el índice desde 2005. Al cabo parece que el bache de la recesión ha sido compensado por otros factores y la Unión no se ha resentido en el teatro internacional (un euro fuerte también ha ayudado, por supuesto).

Ya como bloque geográfico, es decir, incluyendo a Rusia y a otros países del entorno que no forman parte de la UE, Europa tiene una cuota de presencia global muy elevada, superior en más de un 20% a los otros dos bloques mundiales más importantes, el de Asia-Pacífico y el de América del norte. Además, la cuota de presencia se ha mantenido estable (aunque a la baja) desde el fin de la guerra fría (años 90).

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Pero volviendo a la UE: todo lo que converge para convertir a la Unión en uno de los principales actores globales, no termina en cambio de servirle para capitalizar poder e influencia en la toma de decisiones a nivel mundial. «Europa boxea por debajo de su peso», señalan a modo de metáfora los especialistas del Elcano encargados del IPG. Esta conclusión no se extrae cotejando los datos de presencia, pero son los expertos los que la señalan tras comparar su presencia con otros índices y clasificaciones disponibles. Termino precisamente con la reflexión de Federico Steinberg, investigador de Elcano, quien 2013 publicó un informe titulado Europa y la globalización: de amenaza a oportunidad en el que asegura que:

En los campos en los que logra comportarse como un bloque compacto, especialmente comercio internacional, su poder [el de la Unión Europea] es mucho mayor al de la suma del sus estados miembros, lo que se traduce en una influencia tan importante que hace ningún acuerdo salga adelante sin su apoyo. Sin embargo, donde está dividida y no puede articular una posición común, como en energía, política exterior y de seguridad o migraciones, tiene una influencia limitada.

¿Tiene que ser la reindustrialización la gran apuesta económica para Europa?

De Felipe VI a Izquierda Unida apenas queda alguien que no haya pedido ya la reindustrialización de Europa. Salvo yo. Es un asunto complejo, que suele adornar los discursos institucionales y que en los últimos tiempos se ha convertido en uno de esos lugares comunes tan caros al ecosistema comunitario.

La UE ha perdido músculo industrial. Es un hecho. Algunos socios más que otros. Es otro hecho. Este desequilibrio interno, unido a la constatación de que los países con un tejido industrial más poderoso han aguantado mejor los embates de la crisis, ha llevado a los actores políticos (con especial énfasis entre los partidos de izquierda) a clamar por un modelo de crecimiento que no margine a la industria.

Un obrero en una fábrica (GTRES)

Un obrero en una fábrica (GTRES)

La conocida como Agenda 2020, uno de los horizontes de la política económica europea a medio plazo, demanda que para entonces la industria represente un 20% del PIB de los países de la zona euro (actualmente está en el 14%, y bajando). Este impulso a la industria es vital para, según ciertos autores, restablecer parte del equilibrio perdido entre los países del sur y del norte del continente en el último lustro.

La industria puede ser, según los especialistas, el revulsivo que permita estabilidad el empleo en un continente que sufre especialmente los rigores de la falta de puestos de trabajos y de su precarización. El sector manufacturero proporcionaría un nivel estable de empleabilidad, algo que la Europa terciaria de los servicios está más lejos de facilitar. Conceptos fetiche como sostenibilidad y competitividad dependen, en este sentido, de lo que Bruselas y los países miembros quieran hacer con la nueva industria.

Eso sí, no todos comparten el optimismo de la agenda 2020 ni de las voces que enumeran las bondades de la reindustrialización. La propia Comisión Europea tiene sus dudas, y los expertos también. En este sentido, en un artículo publicado hace casi un año por analistas del Deutsche Bank y titulado El abismo entre las aspiraciones y la realidad, se dice que esta meta es improbable por varias razones: una razón estructural (externa, por así decirlo: otros sectores que no son el industrial tiene mucho más potencial de crecimiento) y otra cíclica (hay nichos industriales en Europa que aún tienen que perder lastre y la débil recuperación económica no ayuda a su reconversión).

Con todo, sí que existe un cierto consenso entre los especialistas a la hora de demandar mayores inversiones tanto directas en la industria como indirectas en la formación de jóvenes trabajadores que puedan servir de mano de obra cualificada. La Comisión Europea adoptó, en enero de este año, una nueva política de comunicación en asuntos industriales (signo de que los tiempos están cambiando), que incluye la simplificación legislativa, la modernización del sector, el acceso en mejores condiciones al crédito, etc.

La industria es uno de los símbolos del pasado exitoso de Europa. El ‘milagro alemán’, pero no sólo aquel, se edificó sobre el sector secundario de la economía. En España, así como en otros países del sur del continente, la desindustrialización de los años ochenta fue celebrada como un mal menor del inminente ingreso en el club europeo y ahora, con la crisis, se percibe como uno de los síntomas de sometimiento del sur precario hacia el norte industrioso. No comparto esta división tan radical, engañosa y muy matizable, de la división norte/sur (Luuk Van Middelaar la refuta con ingenio en un artículo publicado en La Maleta de Port Bou de octubre), pero en el caso de la industria esta brecha es bastante evidente.

¿Tiene que ser la reindustrialización la gran apuesta económica? Pues quizá, si no la gran apuesta, sí una herramienta más que ayude a limar las diferencias económicas y sociales entre unos europeos y otros. El resto ya se verá. En próximos posts espero profundizar un poco más en el tema entrevistando a especialistas que tengan una visión más exacta y que puedan o no desmentir las aspiraciones institucionales. Espero que este post os haya servido de aperitivo (no industrial).

Juncker, en el ojo del huracán por el escándalo fiscal de Luxemburgo

Quizá es una cuestión de cercanía doméstica, o tal vez de simple provincianismo, pero me sorprende que el asunto de José Antonio Monago y sus viajes presuntamente a cargo del Senado esté teniendo más repercusión en la prensa española que el de Jean-Claude Juncker y Luxemburgo. A saber: el país gobernado durante casi dos décadas por quien es, desde hace una semana, presidente de la Comisión Europea, atrajo a multinacionales a cambio de rebajarles en secreto el impuesto de sociedades hasta un exiguo y desleal 2%. Simplemente por comparar: el impuesto de sociedades en Irlanda, que no llega al 13%, ha sido repetidamente cuestionado durante los años de crisis por ser demasiado bajo.

Juncker, en el PE. (Imagen: EFE)

Juncker, en el PE. (Imagen: EFE)

Un escándalo de proporciones magníficas, que a mi entender es todavía más grave en cuanto que afecta a quien debe encargarse de velar, entre otras cosas, por la solidaridad interterritorial en Europa. Si presuntamente el auspiciador (al menos el consentidor) de tales prácticas del todo insolidarias es quien va a ocupar durante los próximos cinco años uno de los puestos de más responsabilidad y peso en la UE, la credibilidad de las instituciones comunitarias puede verse seriamente afectada.

Cerca de 340 grandes empresas –entre ellas Sony, Ikea, Fiat, Apple o Pepsi– se habrían beneficiado de estos tipos fiscales hiperreducidos, y que habrían hecho de Luxemburgo (un pequeño país en el centro de Europa ya investigado por sus extrañas prácticas fiscales) un paraíso fiscal de facto. El ‘Luxembourg Leaks’, como lo han bautizado algunos medios europeos, pone en serios aprietos políticos a Juncker y de paso a la recién formada Comisión.

La investigación ha sido destapada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, y ha sido publicada, entre otros diarios, por el francés Le Monde, quien cita fuentes de la propia CE para decir que «las ventajas concedidas a algunas empresas son potencialmente comparables a ayudas estatales ilegales«.

«Luxemburgo y Juncker, under fire», titula por su parte The Guardian, otro de los periódicos del consorcio de investigación. El diario inglés se hace eco de las protestas inmediatas que Francia, Alemania y Holanda han emitido en cuanto el escándalo ha sido revelado a la opinión pública. Incluso Martin Schulz, socialdemócrata presidente del PE que lleva años haciendo de la lucha contra la evasión fiscal una de sus principales banderas políticas, ha roto su pacto de no agresión con Juncker para pedir una investigación a fondo.

El debate sobre el pasado en Europa del Este se parece bastante al nuestro

Comentaba el otro día que las comparaciones son casi más paralizantes que odiosas. Y mientras escribía el post recordé un libro que había leído este verano que lo pone en duda. El libro se titula En busca del significado perdido. Y su autor es el mítico Adam Michnik. Publicado por la editorial Acantilado en 2013, se trata de una recopilación de artículos del intelectual polaco en los que analiza el pasado reciente de Polonia y las contradicciones, decepciones y frustraciones de los países del Este de Europa.

Son las suyas reflexiones que los españoles deberíamos atender, porque salvando todas las distancias, las cuitas de los polacos con su propio pasado (la dictadura comunista) son muy parecidas a las que tenemos nosotros con el nuestro (la dictadura franquista). Tanto que, cuando leía el libro, ví con claridad que España –tradicionalmente ajena de lo que sucede más allá de la frontera de Francia con Alemania– tiene en determinados aspectos más en común con los las naciones del Este del continente que con los países vecinos.

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Presos, en 1942, en las obras de construcción de la cárcel de Carabanchel. (E. Amberley).

Polonia, como España, está inmersa en un debate profundo y antipático sobre la interpretación de su pasado. Ambas sociedades salieron, cada una a su modo, de largas dictaduras de signo contrario. Ambas sociedades, además, no han terminado de resolver satisfactoriamente las connivencias, las cesiones, las alianzas oportunas y las disidencias que se produjeron durante los años finales de cada régimen. Leyendo a Michnik uno se da cuenta de que existen lugares comunes y figuras que emergen siempre que una nueva generación revisa el pasado.

«He observado que, por regla general, los que se indignan no son las auténticas víctimas, sino los que se han arrogado los derechos de éstas», dice en un pasaje especialmente lúcido Michnik. Por decir algo parecido a propósito de los que ponían el grito en el cielo cuando derribaron la madrileña cárcel de Carabanchel, Fernando Savater fue menospreciado y acusado de blando con la dictadura (él, que estuvo preso allí por cuestiones políticas). «Su memoria viene de la ideología, no de la experiencia», decía al final de aquel memorable artículo.

De algo parecido le han acusado a Michnik en Polonia por decir con bastante sensatez, y en un proceso que parece repetirse en toda Europa tarde o temprano, que «resulta significativo que entre los partidarios de la revancha haya un número tan escaso de auténticos próceres de la oposición democrática». Una carencia que aquí en España, con tanto antifranquista criado a posteriori ocupando puestos de responsabilidad no deja de tener su parte casi económica…

El recuerdo del pasado en Polonia (y en España) está monopolizado por lo que Michnik llama la figura del ‘lustrador’. Un tipo o tipa con prédica en la opinión pública, que se dedica a ejercer de policía moral, de inquisidor, rastreando en las biografías de aquellos que se comprometieron en el tránsito hacia la democracia para buscarles cualquier mínima complicidad con el enemigo (franquista o comunista).

La escurridiza figura del ‘lustrador’, lejos de ser una guía para comprender mejor el pasado reciente, es un síntoma de que la lectura histórica está condicionada por adscripciones viscerales, demasiado tajantes y moralistas. Como dice, y creo que dice bien, Cees Nooteboom en una entrevista publicada este domingo en El País: «Alemania superó bien su pasado, España aún no». Los próximos años, con las sorpresas políticas que bien podrían llegar, parece que comienza a surgir un tiempo nuevo en España, con nuevas reglas tanto para el presente como, espero, para el pasado. Mientras tanto, tengamos en cuenta las experiencias polacas.

 

Una mañana con Podemos: entre los círculos amateur y los mítines profesionales

Ni Europa salió mucho ni parece que a los que estaban allí les importara demasiado. Una vaga referencia a Merkel, aplausos, algún grito de aprobación y asunto zanjado. Asumo, pues, que tengo pocos argumentos para justificarme escribir una vez más sobre Podemos. La razón, perdonad, es un acto que celebró en mi barrio la formación —en breve ya partido— y por el que me di una vuelta el sábado por la mañana. El círculo de Podemos Hortaleza era el organizador. E Iñigo Errejón la estrella invitada junto a un poeta, un médico y una profesora, que le precedieron en el turno de palabra con desigual desempeño.

Entrada al parque, con globos de Podemos.  (NS)

Entrada al parque, con globos de Podemos. (NS)

Llegué con bastante tiempo de adelanto, y me senté a esperar a las puertas del recinto donde iba a desarrollarse la función. Un lugar histórico aunque muy degradado: el foro neoclásico del parque Isabel Clara Eugenia, jardín que conoció seguro tiempos mejores (fue un antigua quinta ducal cuando el barrio aún no era Madrid y ha sufrido varias remodelaciones, que no le han devuelto su antiguo esplendor) y que ahora sirve a los skaters para practicar sus trucos y a los grafiteros, empeñados en embellecer con una nueva policromía las pocas columnas que quedan en pie.

El ambiente era cordial, casi familiar. La gente se conocía y se saludaba como haría en un mercadillo o en las fiestas patronales de un pueblo. A la entrada, globos con los colores de Podemos y una mesita con merchandising clásico de chapas y camisetas. Familias, gente en bicicleta, niños en patinete y pandas de amigos. También viejecitos ensimismados a esa hora de la mañana, preguntando que qué pasaba y que por qué a ellos no les daban los trípticos que iban repartiendo los voluntarios y que yo sí cogí. Ya dentro, y mientras esperaba que todo aquello empezara, las conversaciones giraban invariablemente sobre tres asuntos: el ébola, las tarjetas de Caja Madrid y el pederasta, vecino del barrio. De fondo, el hilo musical de Bunbury competía con los pajaritos bajo un cielo sucio que amenazaba lluvia.

Me sorprendió lo perfectamente organizado que estaba todo sin que diera la sensación de artificiosidad. Un escenario pequeño y modesto, pero bien visible desde cualquier punto del parque. Sillas para las personas mayores, servicio de guardería y un cuerpo de voluntarios empeñados en darte toda la información del mundo sobre asuntos muy concretos que afectan al distrito, como la situación del Hospital Ramón y Cajal o la carencia de infraestructuras: nada de sermones ideológicos sobre lo divino y lo humano: problemas y dificultades a las que una familia con dos hijos o un matrimonio de jubilados se enfrentan cada día. Una proximidad que se agradece, pero que no tuvo luego continuidad en algunas de las intervenciones, en exceso grandilocuentes y plúmbeas.

El acto de Podemos, un poco antes de que diera comienzo (NS)

El acto de Podemos en el parque de Isabel Clara Eugenia, un poco antes de que diera comienzo (NS)

Y ahí quería llegar. No sé cómo serán las reuniones de los llamados Círculos de este protopartido, su nivel de consenso o su virtud para crear lazos entre personas que tienen aspiraciones similares. Lo cierto es que en el acto del otro día se apreciaban perfectamente dos niveles. Uno, amateur, vecinal o como queráis decirlo, compuesto de gente preocupada y  comprometida, pero ajena a la escenificación política habitual. De los tres ponentes, dos de ellos —el médico y la profesora: sobre el poeta mejor no hablo, porque madre mía— respondían a esta descripción. Ambos hablaron correctamente, sus discursos fueron muy aplaudidos, pero era evidente que carecían de la oratoria profesional tan cara a los políticos.

El otro nivel era el representado por Íñigo Errejón, que habló mucho y muy bien, marcando los silencios para recibir aplausos, repitiendo conceptos y expresiones para que se fijaran en la memoria de los oyentes y organizando el discurso en torno a unas pocas ideas sencillas, como la casta, el miedo y el pueblo. Yo no sé cómo fueron aquellos mítines del PSOE de la Transición, pero escuchando a Errejón —y pese al redentorismo que a veces aflora— no creo que su pose y sus maneras se diferencien mucho de aquel Felipe González, aunque esta sea una comparación que seguro que a ninguno de los dos agradaría demasiado.

Es esta especie de cisma, larvado y no resuelto, entre su base popular cultivada en cientos de reuniones en los barrios y las plazas, y sus dirigentes mediáticos, lo quieran o no productos académicos de laboratorio, lo que más me llamó la atención del otro día. El amateurismo de unos frente a la profesionalización mandarina de otros. Y de esa escisión, y no de otra cosa, dan cuenta las informaciones que documentan las tensiones internas entre los dirigentes profesionales y las asambleas populares. Por lo demás, el acto acabó con unas preguntas anónimas sacadas de una caja que los ponentes contestaban como bien podían, otro poemita del vate y las voces agudas de los niños que llevaban ya allí revoloteando sus buenas dos horas.

Notas aéreas de un viejo periodista europeo

No voy aquí, ahora, a descubrir yo a Manuel Chávez Nogales. Mi amigo David Yagüe ya compartió su fascinación por él en este nuestro blog sobre cosas literarias. Y también lo hicieron en algún momento Trapiello, Espada, imagino que Muñoz Molina… qué se yo. En mi caso, 2006 fue el año del primer contacto. Y aunque alguno de los libros reeditados no me resultan tan brillantes como dicen por ahí los nuevos apologetas me estoy refiriendo en concreto a La agonía de Francia, la enfática crónica de su huida del París ocupado, nada suyo me ha resultado jamás accesorio o caduco. Estos días ando con La vuelta a Europa en avión, como siempre bellamente editado por Libros del Asteroide, que aclaro: no me paga.

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(Fuente: manuelchavesnogales.info)

Un porcentaje de los elogios hacia Chávez Nogales son, en realidad, lamentos por el periodismo perdido. Es bastante probable que si el maestro estuviera vivo hoy, y fuera más o menos joven, sería carne de cañón del teletipo. Pero Chávez Nogales vivió y contó una época muy concreta: la de la guerra civil europea, y como otros periodistas intrépidos de aquella hora, lo contó con una honestidad nada balbuciente y con un tenaz espíritu europeo. Su lucidez, que ya quisiéramos algunos ahora, le llevó a identificar las grandes fuerzas emergentes, así como las brechas ideológicas que poco después de su muerte murió en los albores de la Segunda Guerra Mundial desgarrarían el continente.

Chávez Nogales hace en este libro, que os recuerdo que está escrito a finales de los años veinte, de flâneur aéreo. Seducido por la modernidad (porque entonces viajar en avión era una de las cosas más modernas que uno podía hacer), el reportero que ya disfrutaba en España de fama merecida recorre Europa desde España hasta Rusia, haciendo observaciones agudas y burguesas de todo lo que va viendo, ya sea el lánguido aburrimiento a las orillas del lago Leman, las prisas berlinesas, con sus cabarets y tugurios literarios, o el demediado Moscú de los soviets, que capta con una celeridad sorprendente:

El comunismo ha transtornado todos los valores humanos, está formando una nueva humanidad, y sin embargo no ha podido cambiar este panorama de Moscú con su sentido feudal, sus viejas murallas (…) sus barrios silenciosos en los que perdura aquel encanto burgués de otro tiempo.

Si tenéis curiosidad por saber qué opinaba un periodista español de los mejores sobre la Europa de su tiempo, os dejo varias píldoras, y ya paro.

  • Sobre Europa: «Al mes de estar danzando por Europa, uno no sabe si conserva o ha perdido aquel estricto sentido de la moralidad pública que se tiene en Celtiberia».
  • Sobre los catalanes: «El catalán es tradicionalista. Por encima de esos libres juegos de la inteligencia a los que se entrega, ama la tradición».
  • Sobre París: «Frente a las grandes aglomeraciones de casas que arbitrariamente se disponen en las ciudades, París se ofrece como el más feliz resultado de una sedimentación de siglos. Es la impresión más grata de París la de que está bien hecho, bien trabajado, bien terminado. Se da uno cuenta en seguida de que ésta es nuestra gran fuerza, la fuerza de Occidente, lo que no tendrán nunca los americanos. (…) Sólo por esta cuidadosa ponderación, París es la primera ciudad de Europa».
  • Sobre Viena: «La vida galante de Viena conserva, estilizado, el ritmo de la opereta. Europa se americaniza, se charlestoniza. Los negros han tomado París, y Berlín es una colonia yanqui. Viene es lo único europeo que queda en Europa».
  • Sobre el periodismo: «El talento periodístico no significa sino capacidad de expresión breve, precisa, eficaz. «Mi técnica periodística no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio».
  • Sobre Suiza: «Cuando se piensa que esta gente tan sosegada, tan prudente, tan correcta y discreta está aquí atrincherada en el cogollo de Europa, dentro de sus pequeños egoísmos municipales, desagrada un poco».
  • Sobre la Sociedad de Naciones y el nacionalismo: «A la Sociedad de Naciones se la puede atacar por muchas razones; por esta de que cuesta cara, no. La subsistencia de este grupo de gentes de buena fe, con un fervoroso sentido internacional en el cogollo de estos feroces nacionalismos del centro de Europa, bien vale lo poco que cuesta aunque ese gasto no evite el otro, el de los acorazados. Sobre todo, para nosotros, españoles, tan aislados, tan encerrados dentro de nuestro casticismo, es indispensable».
  • Sobre el comunismo (en Rusia): «Ser comunista en Rusia es como pertenecer a una clase aristocrática. Los comunistas han formado desde luego una especie de aristocracia que es la que rige hoy los destinos de Rusia. El acceso a esta clase es tan difícil como el acceso a cualquier aristocracia. No es comunista todo el que quiere».

Cosas que han pasado en el mundo durante este verano y que afectarán a Europa

Es imposible ya eso de ‘estar desconectado’. Quien dice «me voy de vacaciones para desconectar» no está siendo sincero… o nunca ha estado realmente conectado. Otra cosa es que posiblemente observemos la realidad a través de un velo de indiferencia más grueso, donde los sucesos nos sacuden menos: la distancia es mayor, más soportable, pero enterarnos nos enteramos, vaya que sí.

Aclarado esto, y sin voluntad de ser nada puntilloso, os presento cinco acontecimientos esos que ahora el bueno de Slavo Zizek dice que ya no importan por no sé qué del capitalismo que han sido noticia este verano (noticia de verdad, no pasatiempo estival) y que más han afectado o pueden llegar a afectar a Europa.

1. La amenaza de Estado Islámico y los roces con los aliados

En el mes de julio, el IE en esta entrada del blog de Pablo Suanzes tenéis toda la información y el análisis que necesitáis para entenderlos empezó a trepar por las portadas de los medios digitales. Este grupo terrorista ultrafanatizado, exhibicionista, radicalmente antimoderno arrasa el norte de Irak. Su naturaleza, una pesadillesca evolución de Al Qaeda, y sus métodos, una cierta pose posmoderna con la que hacen branded content del terror, inquieta a las cancillerías occidentales, con EE UU a la cabeza. ¿Y Europa? Pues precisamente sucede que a raíz de los ataques de IS se ha puesto en evidencia la distinta política que llevan a cabo los países europeos y EE UU cuando hay secuestros de por medio. Una política que básicamente se caracteriza porque unos (los países de la UE) pagan por rescatar a sus nacionales y otros (EE UU y también Reino Unido) no transigen con el chantaje (en este artículo del New York Times están las cifras), lo que conduce a desenlaces trágicos, como los de los periodistas recientemente ajusticiados James Foley y Steven Sotloff. Los 28 ya firmaron un protocolo que condena que los estados aflojen dinero a los terroristas, pero parece que no ha surgido mucho efecto por el momento. ¿Se tomará más en serio la UE su posición? ¿Cómo actuará la nueva jefa de la diplomacia exterior? ¿Habrá unanimidad, se actuará como bloque o divididos? ¿Debería Europa dejar de pagar radicalmente?

2. La guerra en Gaza y el alto el fuego

Cincuenta días de bombardeos y un alto el fuego frágil que, pese a la propaganda, no parece ser ninguna bicoca ni para Israel ni para Palestina. Durante más de un mes este verano, el foco de los medios de comunicación y de la comunidad internacional estuvo puesto en la pequeña franja de tierra bombardeada por el Ejército israelí. Una operación militar que ha causado más de 2.000 muertos entre la población de Gaza y una nueva escisión entre partidarios y detractores de Israel, así como de Hamás.  El último episodio sangriento de un conflicto enquistado, que además ha sido, por la parte europea, una postrera oportunidad para Catherine Ashton de redimirse al frente de la política exterior de la UE. Su actuación durante y después de la crisis ha sido la condenar la violencia, pedir la reanudación del proceso de paz y vagas promesas de asumir un mayor papel en Gaza. Un desempeño escaso, al decir de muchos, que esperaban esta vez una UE más enérgica en sus críticas a la guerra y una diplomacia menos contemplativa. Así pues, lejos de servir, al menos, para comprobar si los modos de la política exterior europea estaban cambiando (a mejor), la guerra en Gaza ha vuelto a demostrar que Europa reacciona tarde y sin vigor cuando se trata de liderar la opinión internacional.

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3. El desplome de la economía brasileña

La UE es el destino principal de las exportaciones e importaciones de Brasil. Además, las empresas europeas son las que más tecnología transfieren a Brasil y América Latina. Con esta relación de dependencia mutua, y a pesar de que entre ambos no existe un tratado de libre comercio, el bache económico que experimenta Brasil salvo el último dato de crecimiento, que ha sido positivo, los dos anteriores situaban al país en recesión técnica puede suponer un hándicap para Europa, inmersa en una guerra comercial con Rusia de consecuencias imprevisibles. En uno de sus últimos servicios como presidente de la Comisión, Barroso visitó Brasilia el pasado mes de julio (cuando los datos macro de Brasil ya estaban en cuestión) para acelerar las conversaciones entre ambos para alumbrar un TLC. ¿Ralentizará o por el contrario acelerará este acuerdo la actual situación de incertidumbre del gigante latinoamericano?

4. ‘Gatopardismo’ en Turquía

Con el proceso de adhesión a la UE en vía muerta, y tras un año complicado donde la conflictividad social ha sido la norma, Turquía ha llevado a cabo un cambio de cromos en su jefatura de Estado (un poco a la manera de Rusia). El hasta ahora primer ministro Erdogan ha sido elegido nuevo presidente. Se establece así una continuidad con lo que ha sido el último decenio de la vida política turca, si bien la figura del presidente en la forma de gobierno del país es muy secundaria respecto a la del primer ministro (una naturaleza que según la oposición Erdogan quiere pervetir para hacerse con mayor poder efectivo). Aunque la desdeña, todo lo que sucede en Turquía importa a Europa. Prueba de ello fue la pronta felicitación de Van Rompuy a Erdogan, que vino acompañada de una suave recomendación: la de mantener «el papel conciliador» (lo que suena un tanto melifluo, visto lo visto) al frente de una nación con evidentes problemas de convivencia. Con estos antecedentes, habrá que seguir de cerca cómo reacciona la UE, con su renovada diplomacia, a los envites de Erdogan y las posibles inestabilidades que se puedan producir.

5. La catástrofe humanitaria en Siria

Mientras los temas de actualidad se solapan, la guerra en Siria continúa implacable, entre cierta indiferencia y dejación por parte de todos (periodistas incluidos). Cuestiones de RR II aparte, la guerra siria ha provocado ya la huida de 3 millones de refugiados (según los datos que publicó ACNUR a finales de agosto). Una cifra brutal, que se une a otras igualmente dramáticas, como el número de niños o cooperantes fallecidos a causa directa del conflicto. Una situación humanitaria sobre la que la UE debe cuanto antes hacer caso a las denuncias de ONG y otros colectivos y consensuar una posición clara, ya que nuestro continente ha sido y sigue siendo un muro para los refugiados: solo un pequeñísimo porcentaje de ellos son acogidos.

Imagen: Restos de una casa destruida en Mosul, norte de Irak, el 3 de septiembre del 2014, (EFE).

 

M. Huguet, historiadora: «Europa debe buscar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales»

Como periodista estoy pendiente demasiado fastidiosamente pendiente de la actualidad europea. Cada minúsculo acontecimiento elevado a la magnitud de cambio histórico fundamental. El trabajo diario de periodista oculta muchas rutinas y predispone, si no se le pone remedio, a la miopía. Como historiador, busco otra forma de enfrentarme con los hechos, dotándolos de armazón teórico y de una perspectiva (temporal y temática) distinta, espero que más profunda, y no lo digo por superioridad intelectual: camino a menudo por ambas orillas.

En este afán, siempre tengo presente, valga la redundancia, las lecciones de la Historia del Tiempo Presente, aquella disciplina historiográfica que trabajé siendo alumno del fallecido profesor Julio Aróstegui y por la que siempre me he sentido atraído. Como ya escribí hace unos meses, considero urgente desde el campo de la historiografíauna aproximación a Europa (a la Europa de las últimas dos décadas) que ayude a pulir autoengaños, analice las conexiones de las diferentes memorias del continente y actualice el discurso heredado de la guerra fría, que aún pervive incluso en nuestro lenguaje politológico diario (el recurso a los postsoviético, del que suele quejarse Anne Applebaum).

De todo esto tenía ganas de hablar con una de las mayores especialistas en Historia del Presente que hay en España, la historiadora Montserrat Huguet, profesora de la Universidad Carlos III y autora de un buen puñado de trabajos sobre el tema. Con modestia Montserrat me escribió que las respuestas no eran importantes, que las preguntas eran lo principal, y que no hacía falta que las publicara si consideraba que no me encajaban.

Pregunta. Cuando hablo de la historia del tiempo presente a personas que no son historiadores suele haber cierta confusión, y me cuesta explicar los argumentos que la hacen diferente al periodismo o a la historiografía contemporánea convencional. ¿Cuál cree usted que sería la mejor definición?
Esa confusión se da en muchos historiadores también. No es fácil entender la idea del presente como historia porque se aparta de lo que suponemos es de sentido común: la compartimentación del tiempo en pasado, presente y futuro, de modo que la historia solo pueda ser una narración del ayer. El problema es el modo en que está arraigada la forma del tiempo en la concepción de la vida humana con la que nos manejamos cotidianamente. Ahora bien, si partimos de la idea de inexistencia del presente en sí mismo, pues todo presente que se identifica como tal ya ha dejado de serlo, entonces nos resulta más sencillo comprender la idea de una historia del tiempo presente. ¿Qué investiga o narra la historia del presente? Empecemos por excluir lo que no hace. No narra la historia reciente o del mundo actual –aunque muchos historiadores denominen historia del tiempo presente a sus relatos históricos correspondientes a las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Propiamente dicha, la Historia del Tiempo Presente se ocuparía de identificar las singularidades históricas con las que se identifican las generaciones en curso, los elementos que definen la época, la naturaleza del cambio histórico. Se trata pues de una historia muy conceptual que completa los discursos de otras formas dentro de la historia contemporánea.

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P. ¿En qué punto se encuentra hoy la historiografía que aborda el tiempo presente? La historia actual depende, más que otro tipo de historia, de la coyuntura política y del acceso a fuentes. En este sentido, ¿qué trabas tiene el historiador del tiempo presente hoy en día?
La historiografía que aborda las cuestiones del tiempo presente arrancó en Europa –España no la seguiría hasta más tarde– en Alemania, Francia o Gran Bretaña, durante los años ochenta. Tuvo un momento muy destacado, en la década de los años noventa porque convenía a la identificación de las transformaciones globales de la sociedad de la información y del conocimiento. Algunos historiadores se volcaron en indagar a propósito de este tipo de relato histórico que permitía tocar aspectos de la teoría de la historia tales como la memoria o la relación entre el tiempo y el espacio. Las formas y soportes del discurso en sí mismo eran objetivos a indagar y estupendos investigadores españoles dieron algunas de las claves más interesantes en esta manera de mirar la historia. Por no olvidar ningún nombre fundamental de quienes han teorizado sobre el presente como historia, cito solo al profesor Julio Aróstegui, lamentablemente desaparecido. Hoy sin embargo en España se ha enfriado el empuje inicial de aquella investigación que habría de dar nombre a esta rama de la historia. Muchos de los así llamados representantes de esta corriente, hacen en realidad historia reciente o actual, historia internacional, historia comparada referida a épocas recientes, etc –estudios indispensables por otra parte y hartamente complicados. Pero no abunda el interés por ahondar en la historización del presente en curso o de los presentes pasados.

P. La historia del tiempo presente es una disciplina historiográfica relativamente joven, ¿cómo ha ido evolucionando en los últimos años? ¿Qué nuevos retos que hace una década no presenta, hoy son cuestiones ineludibles?
Han sido no pocos los avances en este terreno de la historia en tanto disciplina de estudio. Destaca a mi juicio la toma de conciencia de sujetos renovados propios del presente consensuado por las sociedades, tales como el género, la identidad del grupo, la cultura, la sociedad internacional, etc. que décadas atrás apenas rozaban el relato histórico. También se han dedicado muchas páginas a la diferenciación y complementariedad entre los conceptos de memoria e historia, a la polémica sobre si la implicación del sujeto histórico en la narración de su propia historia, al relativismo y valor de las voces de autoridad en el discurso. Importantísimos los debates que minimizan el peso de las nociones de neutralidad y verdad en favor de las de implicación y verosimilitud en los discursos de la historia en curso. Incluso, se han incorporado nuevos formatos al relato del presente: los audiovisuales y la red. Sin embargo, pese a todos estos cambios en los modos de hacer de la Historia del Presente, queda aún lo más importante: que el historiador sea capaz de aunar teoría y relato de la experiencia, en un discurso sencillo y útil, capaz de llegar al gran público.

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P. Con el cuestionamiento, que no es nuevo, pero sí más enfático, de la Transición española, ¿de qué forma puede contribuir la historia actual a su problematización histórica? ¿Con qué herramientas?
Las historias de la Transición española, tanto la oficial –trazada al hilo de los acontecimientos y que forma el núcleo del dogma– como los intentos siguientes de relectura de los procesos y la revisión de los discursos elaborados con fines de identificación nacional en el tiempo de la Transición, obedecen a lo que es habitual en la historia escrita de todas las naciones. Hasta aquí España no se ha comportado de modo distinto al resto de los países de su entorno en los discursos ofrecen primero un relato y afianzan creencias en la mentalidad colectiva hasta que, pasado un tiempo generacional más o menos establecido, dichos discursos son revisitados y vueltos a escribir. El proceso siguiente, ya en curso por otra parte, pasa por la comparación de las experiencias españolas, por su inserción en discursos de tipo general, que afectan a otros países en el último tercio del siglo XX. Puesto que dos de las generaciones que protagonizaron la Transición son generaciones aún vivas, resulta muy útil a su estudio la metodología de la Historia del Presente. Sin ir muy lejos, la Historia del presente ha depurado el uso de testimonios y fuentes orales que no deben perderse o recuperado archivos en formato no escrito. La cuestión de los archivos es vital. España es un país muy singular en este aspecto en relación a su entorno, precisamente por el celo de la custodia sobre los archivos públicos que los hace inaccesibles incluso para tiempos que hoy ya son remotos. Esta peculiaridad, de la que también se quejan amargamente los hispanistas extranjeros, obstruye y retarda la tarea de la Historia.

P. Y hablando de Europa, ¿cómo analizan los historiadores del tiempo presente los acontecimientos del continente en los últimos años? ¿La crisis de la deuda, la troika, etc. son hechos que podrían servir para configurar un nuevo esqueleto histórico?
Aunque a los no historiadores pueda parecerles extraño, los historiadores del presente no actúan frente a la actualidad en curso a modo de reporteros inquietos. Son los periodistas quienes tienen esa función, indispensable por otra parte para los historiadores. Los historiadores saben que los «hitos» reseñables en el presente, por ejemplo la crisis de la economía mundial de finales de la década pasada, que se ha cebado peculiarmente con las regiones meridionales de Europa, tal vez o tal vez no están constituyendo el centro sobre el que hacer pivotar su relato. Y no es que el paso del tiempo minimice la importancia de las cosas invariablemente, en absoluto. Lo que los historiadores han de evaluar son los rasgos que harán perdurable en la memoria y en el relato histórico unos hechos con respecto de otros. Europa, es bien sabido, no vive su mejor momento histórico por lo que hace al proyecto político y el diseño económico con que fue edificada a mediados del siglo XX. Al historiador le preocupa en este caso entender si esta fragilidad de la invención Europa se corregirá conduciéndola hacia los viejos cauces, o bien no es más que la antesala de un modelo nuevo, de una refundación adecuada a las condiciones actuales del continente o su disolución sin más. La larga historia de Europa enseña que todo es posible. Los modelos del pasado más o menos remoto están ahí, para ofrecernos posibilidades de prospectiva. Y luego está el peso de lo imprevisto, el gran sujeto de la historia con el que nadie cuenta pero que siempre se presenta a la hora de la cena. La Historia del Presente mira con respeto y atiende cada vez con más interés los efectos de lo no previsto en el desarrollo de la historia, de ahí que piense en la incertidumbre como un factor principal en la previsión del relato.

P. Las narrativas sobre el pasado europeo son dispares y están tan atomizadas como sus ciudadanos. El sur contra el norte, las élites contra los ciudadanos, los deudores contra los acreedores. ¿cómo modelar una historia común del presente que atienda a todos los sujetos y actores y que al tiempo no sea solo una revisión más compleja del discurso periodístico?
Cada país europeo tiene su propio relato nacional. En cada relato se perciben los elementos narrativos que ayudaron a constituir las naciones de acuerdo al momento histórico en que se realizaron. Aunque parezcan diferentes entre sí, casi todos los relatos nacionales guardan gran similitud entre sí, pues la mayoría se fraguó en el siglo del Liberalismo y de las Revoluciones. En todos ellos se percibe por ejemplo la presencia de un enemigo exterior –el país vecino, por ejemplo– que da sentido al esfuerzo nacional. Para modelar una historia presente en la que los miembros de Europa se reconozcan y sientan cómodos es preciso primero organizar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales. En la historia comparada emerge lo que une y separa, los elementos singulares y los comunes, los así llamados estratos de la experiencia histórica, con sus múltiples protagonistas y dinámicas. Desde la historia comparada puede eliminarse la tendencia de las historias nacionales a mirarse como excepción.

Europa salva un ‘match point’ simbólico

La decisión del Consejo Europeo de proponer a Jean-Claude Juncker para presidir la Comisión Europea, lo que prácticamente es seguro que acabe haciendo, pues solo falta la ratificación del PE, donde los grupos mayoritarios son favorables al conservador luxemburgués, no es una decisión más. Es una decisión trascendental para la UE desde el punto de vista del simbolismo y también del normal funcionamiento institucional de la Unión.

Si la UE quería ser concebida algún día como un ente político de verdad democrático, necesitaba una decisión como la que los primeros ministros de los Estados miembros han tomado hoy (salvo el deshonesto ‘no’ del británico David Cameron y el húngaro Viktor Orban, el resto de socios comunitarios han votado ‘sí’, en la primera votación de este tipo que se celebra).

Juncker con Merkel (EFE)

Juncker con Merkel

Según el consenso no formalizado en ningún tratado que se había oficializado meses antes, los candidatos a nivel europeo de cada grupo político (socialdemócratas, conservadores, verdes, etc.) lucharían por la presidencia de la CE, y el candidato del partido que ganara las elecciones sería la primera opción para, en efecto, presidir la CE. El Partido Popular Europeo venció en los comicios de mayo, por lo que Juncker cabeza de lista de los conservadores debía ser el elegido.

Debía ser. Pero durante este último mes, las informaciones sobre posibles candidatos alternativos para dicho cargo, hicieron temer a muchos entre ellos yo mismo que finalmente los Estados no cumplieran con lo prometido, y sacrificaran los intereses comunes las preferencias de los ciudadanos y la credibilidad de cara a la opinión pública a los deseos particulares.

Yo no voté al partido que proponía a Juncker como candidato. Los que leéis el blog supongo que lo sabréis, pero veía con algo de terror que finalmente no fuera elegido presidente de la CE. Hubiera sido un tiro en el pie demasiado doloroso para los que defienden que Europa debe tender hacia la democratización de sus estructuras… aunque sea mediante actos sui géneris como este.