Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de septiembre, 2013

Poemas sobre la tragedia del medio siglo

Hubo un tiempo, pongamos que la primera mitad del siglo pasado, en que los poetas estaban preocupadísimos por el devenir de Europa, que se precipitaban como posesos sobre sus máquinas de escribir (unos pocos también sobre las armas, tristemente: recuérdese al gran Wilfred Owen). Europa era el único tema de su tiempo. Los escritores daban a la imprenta poemas inflamados y hondos sobre el continente. Versos arriesgados con los que pretendían ofrecer la medida exacta de su compromiso, sus preocupaciones y su arte.

'Between Darkness and Light,1938-1943'. Marc Chagall.

‘Between Darkness and Light,1938-1943’. Marc Chagall.

Algunos –muchos– de esos poemas han sido justamente olvidados. Otros, porque definen un instante particularmente horrendo o una tendencia que luego se confirmó fatídica, se releen hoy como algo más que asépticos documentos de Historia.

Traigo tres. Uno de antes de la Segunda Guerra Mundial (su autor, Kurt Tucholsky, dueño del verso que encabeza el blog, no era estrictamente un poeta); otro que fue escrito durante la contienda (de Victor Kemplerer, que no era poeta sino filólogo) y un tercero que llegó tras la catástrofe (de Blas de Otero, por todos conocido). A través de ellos, la historia de la Europa de entreguerras cobra vida con una crudeza que ningún manual al uso aspiraría a prometer jamás.

El nacionalismo hipertrofiado de los Estados, el rito de las estúpidas hogueras alimentadas por los bajos sentimientos patrios; la nostalgia, puramente conceptual, previa al sufrimiento de la Europa judía; la voz impersonal y agónica, luchando por alzarse entre los grumos y las ruinas. La causa, las víctimas y las consencuencias. Un resumen poético del medio siglo que, espero, disfrutéis.

‘Europa’ (Kurt Tucholsky)

En el Rin hacen un vino abocado…
pero a Inglaterra no puede ser exportado…
Buy British!
En Viena hay magníficos pasteles y tortas,
pero Suecia les ha cerrado sus puertas.
Köp svenska varor!
En Italia se estropean las naranjas…
¡La agricultura alemana aumenta sus ganancias!
¡Alemanes, comprad limones alemanes!
Y en cada espacio de un kilómetro cuadrado
un sueño de nacionalidad ha cuajado.
Y suave susurra el viento entre los árboles…
Los espacios no son más que ilusiones.
Ahí está Europa. ¿Su aspecto exterior?
El de un manicomio multicolor.
Para batir el récord trabajan en cada nación.
¡Exportación! ¡Exportación!
¡Los otros! ¡Que compren los otros!
¡Los otros se han de beber los buenos vinos!
¡Los otros han de fletar los buques!
¡Los otros han de consumir el carbón!
¿Nosotros?
Aduana, licencia de importación, línea divisoria:
No dejamos entrar ni la cosa más irrisoria.
Nosotros no. Nosotros tenemos un ideal:
pasamos hambre. Pero pensamos en nacional.
Himnos y banderas en cualquier lugar.
¿Europa? ¡Europa ya puede reventar!
Y aunque la quiebra amenace:
¡la nación es lo más importante!
De las personas se puede prescindir.
¡Inglaterra, Polonia, Italia han de persistir!
El Estado nos devora. Un fantasma. Una noción.
El Estado ejerce una gran seducción.
Es algo que se eleva hasta el cielo…
La Iglesia podría copiar el modelo.
Todos debemos comprar. Nadie puede comprar.
Las piras nacionalistas empiezan a humear.
Llamean fuegos nacionalistas rituales.
¡El sentido de la vida son los aranceles!
¡Que el cielo sea el síndico de nuestra quiebra!
Los tiempos modernos bailan al son de la Edad Media.
¡La nación es el octavo sacramento!
¡Que Dios bendiga este continente!

‘Europa es sobre todo un concepto’ (Victor Kemplerer)

Agradeced a Dios todos los días
Que os haya llevado por los mares,
Que os haya librado de grandes plagas;
Las pequeñas carecen de importancia:
Escupir al fondo del mar desde
La barandilla de una nave libre
No es en absoluto el peor de los males.
Alzad agradecidos vuestros ojos
Agotados hacia la Cruz del Sur:
La embarcación clemente os transporta
Lejos del sufrimiento de los judíos.
¿Aún sentís la nostalgia de Europa?
Ante vosotros se encuentra, en el trópico:
¡porque Europa es sobre todo un concepto!

 

‘Crecida’ (Blas de Otero)

Con la sangre hasta la cintura, algunas veces
con la sangre hasta el borde de la boca,
voy
avanzando
lentamente, con la sangre hasta el borde de los labios
algunas veces,
voy
avanzando sobre este viejo suelo, sobre
la tierra hundida en sangre,
voy
avanzando lentamente, hundiendo los brazos
en sangre,
algunas
veces tragando sangre,
voy sobre Europa
como en la proa de un barco desmantelado
que hace sangre,
voy
mirando, algunas veces,
al cielo
bajo,
que refleja
la luz de la sangre roja derramada,
avanzo
muy
penosamente, hundidos los brazos en espesa
sangre,
es
como una esperma roja represada,
mis pies
pisan sangre de hombres vivos
muertos,
cortados de repente, heridos súbitos,
niños
con el pequeño corazón volcado, voy
sumido en sangre
salida,
algunas veces
sube hasta los ojos y no me deja ver,
no
veo más que sangre,
siempre
sangre,
sobre Europa no hay más que
sangre.
Traigo una rosa en sangre entre las manos
ensangrentadas. Porque es que no hay más
que sangre,
y una horrorosa sed
dando gritos en medio de la sangre

Ignacio Samper: «Todo lo que sale del Parlamento Europeo les afecta a los ciudadanos en su vida cotidiana»

Fue una entrevista en bandeja de plata (me temo) y a salto de malta. En un impersonal escenario de maderas nobles y moqueta omnipresente que casi daba congoja pisar: la antesala del cuestionado hemiciclo de la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Cuota simbólica del pasado siglo y peaje metafórico de la construcción europea complicado de explicar hoy.

Alrededor, un discreto trasiego de gentes acostumbradas a vestir con pulcritud oficinesca, que desfilan desenvueltos con ese aire de impenetrabilidad tan propio de quien parece desayunarse a diario con asuntos trascendentes. Rodeados de decenas de pequeños sets de televisión, la quinta esencia domesticada de la sociedad del espectáculo, el director de la oficina en España del PE, Ignacio Samper, contraponía, con un discurso paciente y trabajado, «desafección» y «pedagogía».

(IMPORTANTE: La entrevista, grabada en vídeo, dura aproximadamente 15 minutos. Las respuestas de Samper son precisas y jugosas –sobre todo leídas entre líneas–, pero extensas, y mis preguntas a veces se alargan demasiado. He preferido por tanto transcribir, para no extenderme innecesariamente, las primeras preguntas y a continuación publicar la entrevista grabada al completo. Que la disfrutéis).

¿Cómo interpreta la falta de sintonía entre los ciudadanos y las instituciones europeas?
Nos preocupa mucho esa desafección de la política por parte de los ciudadanos. Creo que hay mucho eurocriticismo. Los ciudadanos no es que sean euroescépticos, son simplemente críticos. Tenemos que hacer una enorme pedagogía para decirles que desde el PE llevamos muchos años ocupándonos de la crisis económica. Y que estamos haciendo legislación –en forma de directivas y reglamentos- que tienen que ver con la crisis. Quizá durante muchos años no hemos explicado bien, hemos informado, pero no explicado bien cómo y quién toma las decisiones. Todo lo que sale de este parlamento les afecta a los ciudadanos en su vida cotidiana. Legislamos para 500 millones de ciudadanos y todos están afectados por nuestras leyes.

¿Y cuáles van a ser específicamente las herramientas con las que quieren trasmitir esa utilidad del PE que los ciudadanos ahora no perciben?
Vamos a hacer una laborar de pedagogía importante en dos ámbitos. Uno en lo que son los valores europeos, que es nuestro ADN europeo (todos los europeos estamos atados por los mismos valores: democracia, derechos humanos, solidaridad…). Y otra nuestra labor legislativa. Demostrarles a los ciudadanos que llevamos legislando desde hace mucho tiempo, sobre todo después del Tratado de Lisboa, y que legislamos en casi todos los órdenes de la sociedad.

¿Qué leyes son sentidas como más europeas por la ciudadanía? ¿Con qué normas emanadas del PE se identifican más los europeos?
Me gustaría que fuera con todas, pero no es así. Pero a las personas a las que les afectan sí las conocen. Por ejemplo, las leyes sobre la Política Agraria Común o la Ley Bancaria son ejemplos de esto. Los ciudadanos están viendo que queremos reactivar la economía. Austeridad tiene que haber, pero también hay que tomar medidas para reactivar la economía: invertir en desarrollo, en redes de transporte transeuropeas, pequeñas y medianas empresas.

La UE no debería sancionar el negacionismo

Negar los crímenes del Holocausto es delito en países como Alemania y Francia. Lo es desde hace años, después de intensos debates en los que participaron juristas, historiadores y víctimas. El tema es apasionante, y para tratarlo con la densidad que merece es necesario manejar con precisión conceptos como verdad jurídica, verdad histórica, derecho de las víctimas al reconocimiento, culpa colectiva y memoria institucionalizada.

Una Decisión Marco de la UE insta —desde el año 2008— a homogeneizar la legislación de los Estados miembros en la lucha contra el racismo y la xenofobia. Una normativa, a la que por cierto España hace evidentes esfuerzos por adaptarse, que obliga a sancionar la «apología pública, la negación o trivialización flagrante» de «crímenes de genocidio», pero sin hacer referencias concretas al Holocausto judío ni a otros episodios igualmente genocidas del siglo XX, como los de Sebrenica o Ruanda.

Los jefes del campo de de Auschwitz, tomando un refrigerio (Museo del Holocasuto )

Los jefes del campo de de Auschwitz, tomando un refrigerio (Museo del Holocasuto )

Viviane Reding, comisaria de Justicia, se refirió hace pocas semanas a este asunto. Fue por escrito y a propósito de un homenaje a la División Azul que había tenido lugar en mayo en un cuartel de la Guardia Civil de Barcelona. En una carta de respuesta a varios eurodiputados españoles, Reding aseguró que «la exculpación, negación o trivialización pública de los crímenes nazis deben ser sancionables penalmente». Además, la comisaria recordó que, a partir de 2014, la Comisión Europea (CE) podrá iniciar procedimientos de infracción contra los Estados que no condenen estos actos, algo que hoy todavía no puede hacer.

Al margen de la cuestión técnica de cómo ejecutar las sanciones, elevar el negacionismo a delito europeo implica hacer frente a obstáculos espinosos que deben ser recordados. El primero es que, pese a los intentos institucionales por dotar al continente de una memoria histórica compartida, no todos los Estados miembros tienen la misma relación con su pasado totalitario. Hay países donde solo hubo víctimas; otros en los que hubo víctimas y verdugos (y una compleja imbricación entre ellos que aún es objeto de estudio) y unos pocos más fueron esencialmente fabricantes de ejecutores.

El segundo tiene que ver con la naturaleza política y geográfica de la ideología totalitaria. En 2010, un grupo de países del Este europeo solicitó a la CE que incluyera los crímenes perpetrados por el comunismo bajo el mismo paraguas penal que los cometidos por los nazis. La propuesta fue rechazada, si bien la argumentación de los solicitantes era, en esencia, la misma de aquellos que pedían legislar sobre el nazismo: evitar el resurgimiento de las ideas totalitarias. Sobre este punto en concreto pienso que pesó más la habitual displicencia con la que la Europa occidental trata a la oriental que la débil empatía que históricamente suscitaron los crímenes comunistas entre las potencias del oeste.

Esta bienintencionada obsesión por legislar sobre el pasado —una cosa es hacer apología y otra distinta negar o trivializar— es profundamente peligrosa, y no solo para el oficio de historiador (aquí están la razones liberales de Timothy Garton Ash, que suscribo). Tras el recurso al Código Penal está la vana pedagogia y, justo detrás, la tentación de convertir —como escribió Tony Judt en Sobre el olvidado siglo XX— la historia europea en una especie de palacio de la memoria moral. La europea es una sociedad madura que, aunque tiene que resolver aún bastantes cuitas pendientes con su pasado, sabe distinguir la mentira de la verdad histórica. O debería.

En el caso de que se introdujera finalmente esta tipología delictiva, qué sucederá en países como España: ¿Se impondrán penas de cárcel para quien niegue el Holocausto que, a fin de cuentas, no aconteció en su territorio y para el que no existe una tradición negacionista asentada? ¿Será posible trivializar, de forma impune, los crímenes del franquismo o estos también estarían incluidos dentro de las exigencias de Europa?

La Constitución alemana fue la primera que habló explícitamente de una Europa unida

Esta es la Ley Fundamental de la República federal de Alemania. Fue aprobada en 1949, con un país en ruinas y ocupado por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. No se le llamó Constitución porque Alemania estaba dividida en dos y el  texto solo iba a regir para la mitad occidental (por razones obvias, los landers de la zona soviética no estaban incluidos).

La Asamblea Constituyente, en Bonn, en 1949.

La Asamblea Constituyente, en Bonn, en 1949.

Su redacción no fue sencilla, y enfrentó en varias ocasiones el deseo de los legisladores con los requisitos exigidos por las autoridades militares de ocupación. Iba a ser una ley provisional, pero sigue vigente casi 65 años después, habiendo sobrevivido a la caída del Telón de Acero, la reunificación y más de dos centenares de pequeños remiendos.

La Ley Fundamental de Bonn (por la entonces capital de la RFA) tiene el honor de ser el primer texto constitucional del continente que incluye una mención explícita a una Europa unida. Lo hace en el preámbulo:

Consciente de su responsabilidad ante Dios y ante los hombres, animado de la voluntad de servir a la paz del mundo, como miembro con igualdad de derechos de una Europa unida, el pueblo alemán, en virtud de su poder constituyente, se ha otorgado la presente Ley Fundamental.

Cuesta imaginar hoy los innumerables obstáculos que hubo que superarse para que esta referencia que ahora nos parece banal no resultara amenazante e insultante. El país que había precipitado la agonía de las democracias liberales de entreguerras, el país que con su celo expansionista había convertido la idea de Europa en una profesión de fe militarista, en un concepto tabú, se convertía muy poco tiempo después en su primer garante.

La importancia de este texto dentro de la historia del constitucionalismo y del proceso de construcción europea es capital. Hoy, un día después del histórico triunfo electoral –soy reacio a usar este adjetivo, por temor a desnaturalizarlo, pero en ocasiones no hay más remedio– de Angela Merkel, he creído conveniente traéroslo aquí.

Ante la avalancha de análisis que habremos de asimilar en los próximos meses sobre cómo afectará a la salud UE la extensión del reinado merkeliano, no se me ocurre mejor aperitivo que recordar los orígenes profundamente europeístas del Estado alemán moderno.

Los europeos y el mal rollo antialemán

En esa joya literaria –de cuando el periodismo era literatura– que es Alemania, el hoy tan moderno Julio Camba se asombraba, con sarcasmo delicioso, de que los alemanes no tuvieran la capacidad de entender las cosas fáciles. El librito de Camba está lleno de tópicos inteligentes, pero tópicos: el alemán es una lengua abstrusa, los germanos son de natural graves, sus edificios están construidos con ‘k’… Leído hoy, salvamos la escritura, bella y precisa, aunque criticando el fondo, tan poco profundo como el tapón de una Pepsi. ¿Seguro?

Este domingo Alemania celebra elecciones federales. Como ya sucediera con las presidenciales francesas de hace año y medio, el resultado de estos comicios presenta inevitablemente dos lecturas: una interna, sobre el propio devenir alemán (en este estupendo artículo de mi compañero @nicolasmsarries tenéis las claves), y otra externa, que afecta al núcleo del proyecto europeo en sí mismo.

Merkel, a lo Hitler en una revista polaca (EFE).

Merkel, a lo Hitler en una revista polaca (EFE).

Con demasiada frecuencia –ahí yace el optimismo voluntarista tras la victoria de Hollande– se sobredimensiona el poder de influencia de los asuntos domésticos sobre los comunitarios. Hay un desfase entre las expectativas generadas por los hechos y lo que razonablemente se puede esperar de ellos.

Lo más probable es que, pase lo que pase en las elecciones, el Estado alemán seguirá comportándose de forma similar a como lo lleva haciendo hasta ahora (con algunos matices, como explica de nuevo mi compañero Nico). Como apunta Ulrike Guérot, investigadora del ECFR, Alemania continuará transitando por la misma senda pragmática de los últimos años. Parece por tanto que no hay vientos de cambio en el horizonte: los alemanes seguirán sin entender las cosas –unión bancaria, federalismo– ¿fáciles?.

El retorno del cliché

Me he extendido peligrosamente en calibrar la importancia de la fecha del 22 de septiembre porque de otra manera no se entenderían las frecuentes alusiones al espectro de la germanofobia, que como tal es solo pura entelequia, pero que apunta un cambio de tendencia sobre la percepción que los europeos tienen de los alemanes.

Poco antes del verano, Pew Research publicó una encuesta –de un pesimismo rotundo ya desde el título: The New Sick Man of Europe: the European Union– que aportaba nuevas estadísticas sobre el apoyo ciudadano al euro al proyecto europeo o a los líderes políticos actuales. Os lo resumo: todo o casi todo cae en picado. Además, en uno de los apartados, se pasaba revista a los estereotipos que, estos sí, van en aumento.

En el informe se desmiente algunos lugares comunes de hoy y de siempre, como el de que los alemanes viven obsesionados con la inflación (ochenta años después de la hiperinflación de entreguerras), que son reacios a rescatar económicamente a otros países en problemas o que mantener a raya la deuda es su prioridad absoluta.

Quema de una bandera alemana en Grecia

Quema de una bandera alemana en Grecia

Ninguno de los estos tres clichés anteriores, a tenor de lo analizado por Pew Research, son ciertos. Entre los ciudadanos de las potencias europeas, los alemanes son los menos preocupados por la inflación, los más favorables a rescatar a países y están más preocupados por la desigualdad y el desempleo que por la deuda o el déficit.

Pese a esto,  y aunque la mayoría de europeos de todos los Estados miembros siguen confiando en los alemanes más que en cualquier otra nacionalidad (trustworthy), se está tejiendo una red de adjetivos negativos respecto a ellos: una mayoría considera que son los europeos menos caritativos y al tiempo los más arrogantes.

Más recientemente, varios periódicos europeos de corte progresista han llevado a cabo un experimento similar, preguntando a sus lectores qué piensan de Alemania y de los alemanes. Los resultados ahondan en las diferencias y en esa percepción negativa ya apuntada en el trabajo de Pew Research.

Egoistas, pragmáticos, imperialistas, ultraliberales son algunos de los adjetivos más usados. Por países, todo el cinturón del sur –España, Italia, Francia, Grecia y Portugal– tiene una valoración general negativa sobre Alemania; centroeuropa muestra sentimientos encontrados y el norte del continente muestra un apego más positivo.

El resultado de los comicios del domingo puede que profundice o suavice estas percepciones, pero lo que es seguro es que no las borrará de golpe. Volviendo al principio, Camba también decía en su libro que allí, en Alemania, «no hay civilización, todo es militarismo». Militaristas. Un tópico, este sí, que hoy está ya felizmente enterrado.

 

Ridruejo y los riesgos de idealizar Europa

ridruejo470A pesar del empeño angustiado, casi angustioso, de algunos por rescatarla, la figura política e intelectual de Dionisio Ridruejo se desvanece como hace casi cuarenta años lo hizo su vida: sin ditirambos ni reverberaciones, solo un desgaste silencioso, como tímido. Hoy es un milagro que alguien menor de 40 años sepa decir quién fue o las razones por las que sigue mereciendo biografías, seminarios, documentales y, por qué no, modestos post como este.

Del inflamado falangista al cabal demócrata sin democracia, del propagandista vehemente al poeta de intimidad casi enfermiza, hay ridruejos para todos los gustos. Yo me quedo con el perfil de hombre frágil y honesto que dibujaba hace unos años Jordi Gracia en una biografía conscientemente parcial, aduladora y, a pesar de todo, deliciosa:

Un iluso tan saturado de razón y fe en su juventud fascista que hubo de aprender a perder ambas para ya no llegar nunca a sentirse dueño absoluto de nada, ni de ilusión fogosa alguna, y hacerse sin más enemigo de la mitología pueril de cualquier final feliz.

Qué tiene que ver, diréis, Ridruejo con Europa. Para ser un español educado en el franquismo, un intelectual público primero de la dictadura y luego del exilio interior, Ridruejo fue un lúcido comentarista –sobre todo en sus últimos años de vida– de la cosa europea. Participó destacadamente en el Congreso del Movimiento europeo en Múnich –para el franquismo, contubernio–, pero hubo bastante más.

Parte de ese bastante más lo leí este verano en un librito titulado Entre literatura y política, editado por Hora H en 1973, dos años antes de la muerte del propio Ridruejo. Digo librito porque se compone de artículos sueltos, aparentemente sin enjundia, con los que el autor confiaba en redimirse de pasadas y fallidas publicaciones, envueltas todas en un maléfico «silencio de consigna», manera sutil de referirse a la censura, que también a él le rondaba.

Los riesgos de idealizar Europa

Dos de esos artículos tratan Europa y de los peligros que le acechan. Ambos lo hacen en el mismo tono preocupado. Ridruejo escribe, y yo que soy un antiguo es algo que agradezco, con un estilo severo, con su poco de old-fashioned castellano y su otro poco de punzante melancolía, que no le abandona ni cuando se encara con sus meditadísimas reflexiones liberales.

Para Ridruejo, los europeos de los años setenta corrían el riesgo de «idealizar» Europa. De, según sus palabras, «llegarse a creer que, al trascenderse las naciones a un ámbito superior, se habrán resuelto sus conflictos internos». Al tiempo que alertaba de esta estetización política, de la que muchos hoy siguen sin darse cuenta, el autor de Diario de una tregua hacía una defensa cerrada Estado nación como «el único instrumento con que cuentan los humildes para reducir a los poderosos».

Ridruejo, que era lo que lo que hoy llamaríamos un europeo-crítico-con-la-deriva-de-la-Europa-realmente-existente, era ya consciente de que un continente unido solo por su economía siempre estaría huérfano de algo. «Una Europa reducida al aparato de su integración económica puede responder al para qué de su subsistencia, pero no responderá a un para qué histórico de mayor alcance».

Por opinones como estas, por haber nacido en una España cainita y por haber soportado con estoicismo el pecado original del franquismo, no hay ni rastro del nombre de Ridruejo en Bruselas. Ningún edificio oficial lleva su nombre (no es un Altiero Spinelli, qué más hubiera querido). Fue un observador lúcido, pero a quien ya nadie cita en ningún debate. Hacemos mal. Nuestro «elaborado escepticismo», que para él era un logro puramente europeo, le debe mucho.

FOTO: Fundación Banco Santander

El PE presenta la campaña de las europeas: acción, reacción, decisión… y ¿frustración?

Con una estética algo indignada (tipología agresiva, eslóganes contundentes, imágenes conmovedoras) y una puesta en escena de reminiscencias –con perdón– quincemayistas (con Alejo Vidal Cuadras arengando a la masa como un asambleario más), la oficina del Parlamento Europeo en Madrid presentó, este lunes, la primera fase de la campaña para las Elecciones Europeas de 2014.

Aspecto de la publicidad institucional del PE sobre las elecciones 2014

Aspecto de la publicidad institucional del PE sobre las elecciones 2014

Quedan apenas ocho meses para los comicios más democráticos –de veras lo son– de la historia de la UE y las instituciones comunitarias comienzan a tomar posiciones entre el fantasma de la abstención y las urgencias de la crisis económica. En mayo del año que viene 400 millones de europeos podremos elegir con nuestro voto al presidente de la Comisión (el sustituto del conservador Durao Barroso) así como a la composición de un PE con unas capacidades legislativas inéditas.

No es poca cosa. Al menos, sin duda, es mucho más de lo que teníamos. Hasta hace no demasiado, los ciudadanos europeos –y el caso de España es paradigmático– nos ceñíamos a votar resignadamente, en clave nacional, el destino de unos políticos (muchos defenestrados de sus respectivos partidos) en un ente legislativo que, como recordó con retranca Juan Fernando López Aguilar, se «limitaba a debatir la fecha de caducidad de los yogures«.

Representantes sindicales, políticos –en ejercicio, como los mencionados Vidal Cuadras y López Aguilar, o ya retirados, como Enrique Barón, expresidente del PE entre 1989 y 1992– participaron en un debate abierto, apenas encorsetado y por momentos emotivo, junto con colectivos afectados por la crisis (parados, becarios de investigación, madres de hijos con enfermedades crónicas, discapacitados, etc.), empresarios, representantes de organizaciones de perfil europeísta y periodistas.

De la «Europa naif» a la «Europa crítica»

Se escucharon reflexiones inteligentes, algunas muy medidas y otras más vehementes. El clima, pese al mantra habitual que lo viene a resumir todo en ese fácil y frágil con la que está cayendo, fue moderadamente optimista y la preocupación por los problemas reales se impuso sobre la habitual retórica huera de este tipo de actos. Me quedo con dos ideas. La primera fue expuesta por un joven becario que confrontó el «europeísmo crítico» de las nuevas generaciones con el «europeísmo naif» de las pretéritas y que dio con la clave de lo que se espera de Europa, que no es que esté (que ya está), sino que sea, que funcione. Acto, no potencia, en suma.

Una de las intervenciones durante el debate.

Una de las intervenciones durante el debate.

La segunda de las ideas pasó más desapercibida. La expresó, como de pasada, el propio Barón Crespo durante una intervención para matizar –con elegancia, pero para matizar– el discurso previo del siempre locuaz y articulado López Aguilar. Barón dijo algo obvio pero quizá impío, al menos para los medios de comunicación: no vivimos la crisis más grande que ha habido en Europa, las ha habido peores, y para darnos cuenta solo tenemos que volver la vista al siglo pasado.

Pienso que este socialista, sabio jubilado, lleva razón. De acuerdo: el derecho de cada generación a tener su crisis es legítimo. Nuestro mundo, de apariencia tan segura, se desmorona porque es irrenunciablemente nuestro y cualquier fatalidad del pasado se nos presenta amortiguada por el tiempo y la distancia. No obstante, no debemos perder la perspectiva de la Historia, de las tragedias del pasado… lo que, paradójicamente, implica que deberíamos dejar de actuar históricamente. [Algún día espero desarrollar más esta idea].

Tanto el lema –acción, reacción, decisión– como el tono de la campaña que ha elegido el PE son sobrios y contundentes (hay algo que me recuerda a los anuncios de la FAD). El vídeo (reproducido bajo estas líneas) es una minidosis embellecida de esa misma idea de mosaico de conflictos humanos que aspiran a ser resueltos razonablemente en –dónde si no– el PE. Una campaña de larga duración con la que las instituciones aspiran a desarrollar esa terna catalizadora que, haciendo la broma fácil, bien podría terminar en ‘decepción’ o ‘satisfacción’.
 

Obama completa la traición a Europa

En sus clases de historia contemporánea, el fallecido Julio Aróstegui, perspicaz historiador y entrañable profesor, solía advertir acerca de esa nebulosa de las relaciones internacionales que él llamaba «el Asia emergente«. El siglo XXI acababa como quien dice de comenzar, y en el horizonte de la geopolítica (y de los estudios históricos) pesaba ya más el nuevo reparto del mundo por venir que las viejas coordenadas heredadas del siglo bipolar.

Bien, pues parece que por fin el tan pronosticado giro asiático está a punto de concretarse. Lógicamente no es una razón, sino un conjunto de razones, las que progresivamente están conduciendo a un reequilibrio de poderes en el mundo. Razones económicas, por su supuesto, pero también demográficas y políticas: la amenaza de China, la pujanza de la India, la resurrección de Rusia, etc.

obama en Berlín

Frente a este nuevo escenario de fuerzas cambiantes, dicho con un poco de pedantería, hay dos maneras de reaccionar: a la estadounidense y a la europea. O, lo que es lo mismo, una positiva y otra negativa; una valiente y otra timorata.

La UE, sumida en la espiral de su propia crisis de civilización, no tiene tiempo ni ganas para enfrentarse con los retos que supone su paulatina pérdida de estatus internacional. EE UU –hasta ahora fiel aliado del (cada vez más) Viejo Continente– parece haber entendido mejor de qué va este nuevo siglo y está reorientando su pesada maquinaria burocrática y militar hacia regiones cada vez más alejadas del Mediterráneo occidental.

Otro día hablaré de Europa y su acelerada decadencia internacional, que es conversación recurrente. Hoy toca EE UU y su ‘traición’, ejecutada con indoloro guante blanco.

Pese a los espejismos veraniegos que comenzaron con la visita de Obama a Berlín, periódica renovación del compromiso simbólico con el viejo orden, y continuaron con la vuelta a la dialéctica, que no a los hechos, de la Guerra Fría, la relación entre EE UU y la UE se debilita de manera preocupante. Los habituales formalismos bienintencionados no son suficientes. Es posible que Europa siga necesitando a EE UU, militar y económicamente, pero resulta bastante obvio que EE UU ya no necesita a Europa (o, al menos, a esta Europa).

En el informe sobre la estrategia militar nacional que EE UU publicó en 2011, y que redefine las líneas maestras de los intereses estadounideses para los próximos años, se apreciaba ya nítidamente el cambio de orientación de Washington. Reiteradas referencias a la evolución «multi-nodal» del mundo, a las potencias regionales emergentes y a la atención prioritaria en la región Asia-pacífico. Sirva de anécdota: en 24 páginas de informe, la Defensa de EE UU dedica un solo párrafo a las relaciones con Europa, mientras que sobre la ‘cuestión asiática’ se extiende varias páginas.

Un nuevo gabinete de corte ‘asiático’

Pero hay más. Obama comenzó su segunda legislatura con una visita oficial a Tailandia y Camboya (una decisión que sentó bastante mal en Alemania) y reorganizó su gabinete con nombres cuya trayectoria vital, académica y profesional apenas tenía vínculos con Europa. En este enlace oficial están las biografías de todos los secretarios de Estado de EE UU. De Jefferson a Clinton. En total, sesenta y siete.

obama y kerry

En los últimos 20 años ha habido 5 secretarios de Estado, tres de ellos mujeres. De todos, solo Warren Christopher no tenían una biografía relacionada directamente con Europa. El resto, desde la primera mujer en alcanzar el puesto –Madeleine Albright– hasta Hillary Clinton, que dejó el cargo en 2013, todos poseían vínculos con el viejo continente.

En cambio, el nuevo secretario de Estado designado por Obama para su segundo mandato, John Kerry, tiene una biografía diferente. Más allá de hablar alemán y francés, sus lazos europeos son más débiles que los de sus antecesores. Toda su vida académica tuvo lugar en territorio estadounidense, y su gran experiencia vital fue la guerra de Vietnam, de donde regresó con varias condecoraciones y firmes creencias antibelicistas.

Un perfil similar presenta Chuck Hagel, elegido por Obama para ocupar el cargo de secretario de Defensa. Hagel es veterano de Vietnam y sus raíces políticas están en EE UU. Por lo que respecta a John Brennan, nuevo director de la CIA, su alejamiento de Europa es todavía más marcado: habla perfectamente árabe y realizó estudios sobre Oriente Medio en la Universidad Americana de  El Cairo.

Un gabinete de corte asiático que se enfrenta estos días a la agudización de la crisis en Siria, que podría desembocar en una intervención militar de EE UU al margen de la ONU. De este espinoso asunto, pero sobre todo de los últimos acontecimientos en la región Asia-pacífico, hablaron en privado, durante la reciente reunión del G-20, Obama y el presidente chino, Xi Jinping. Una reunión que los medios europeos ni mencionaron, pendientes como estaban de lo que decía Putin y de las ya familiares divisiones internas dentro de la UE.

¿La Gran Novela Europea? Un consenso difícil… o una soberana pérdida de tiempo

Escribir en Google ‘Gran Novela Americana’ implica ponerse a temblar. Listas y más listas, manera tan nuestra y tan pop de enfrentarse a la complejidad. Nuevos títulos —avalados por la crítica, siempre sabuesa, o encumbrados por el público, siempre frívolo—, modas de una hora, clásicos felizmente rehabilitados, fulminantes caídas en desgracia… La GNA quiere ser el ADN de la nación, la columna vertebral —espiritual— que ponga orden sobre 300 años de historia (aquí tenéis una trabajada y bien escrita contraargumentación).

Personalmente, tanta grandilocuencia me deja frío —la república de las letras es un país extraño, a veces— y me genera dudas de todo tipo, desde las puramente literarias (aborrezco cánones) a las políticas. Pero aquí el tema es otro y me ciño: ¿podría, más allá de los salvoconductos antes mencionados, existir la Gran Novela Europea? ¿Cuál sería? ¿Se puede llegar a un consenso mínimo sobre cuatro o cinco novelas candidatas a tan egregio galardón?

Davos, durante la primera década del siglo XX (Flyout).

Davos, durante la primera década del siglo XX (Flyout).

Estos días hice una pequeña cata entre amigos, todos ellos buenos lectores, y más allá de que cada uno al final me diera su nombre propio —¡Dostoievski!, ¡Cervantes!, ¡Goethe!—, todos, absolutamente todos, entendieron la pregunta por su vertiente nacionalista. Que si novela española del XVII, rusa o francesa del XIX, alemana del XX… Es como si los europeos cultos siguieran prisioneros de las viejas coordenadas románticas, como si el Estado-nación literario les mantuviera todavía presos.

La Gran Novela Europea no debería necesariamente ser una exaltación de los sentimientos europeístas, tampoco un canto a la Decadencia, Lo Burgués, la Revolución, la Razón ilustrada o la Ciencia, aunque seguro que un poco de todo lo anterior sí que tendría. Para mí, lo digo ya, de existir un título que fuese la GNE, La montaña mágica (Thomas Mann) sería la primerísima candidata. Luego ya vendrían las dudas, pero Rojo y Negro (Stendhal), Almas muertas  (Gogol) y La vida: instrucciones de uso (George Perec), estarían también incluidas.

No sé si se puede construir una nación de naciones sin una novela nacional, si es tarde para eso o si tendría mucho sentido hacerlo (las novelas ya no amalgaman sentimientos: hay otros vehículos más potentes). Pero si algún día, fuera del continente, alguien me preguntara sobre el tema, les hablaría de todas las que previamente he mencionado con entusiasmo… y, por qué no, con algo de orgullo vagamente patriótico.

¿Y vosotros, de hacerlo, cuáles elegiríais?

La Comisión Europea, juez y parte en las naves del Matadero de Madrid

En una de las salas del Matadero de Madrid se expuso este verano un conjunto de obras de artistas contemporáneos, la mayoría nacidos en la década de los setenta, que reflexionaban en torno a la primera crisis europea del siglo XXI.

No fui solo a ver la exposición, me acompañó mi padre. Él, por supuesto, no entendió nada, pero confiaba en que yo –quizá porque llevo gafas– le descifrara el significado alegórico de alguna de las instalaciones artísticas: un vídeo de tres minutos en el que unos lobos devoran una bandera (de Italia), un mapa antiguo de Europa tejido con hilos de coser multicolores, otro vídeo más donde unos tipos vacían –simbólicamente, por supuesto– sus mandíbulas en tarros de cristal vacíos…

Exposición-Matadero

No soy crítico de arte, por lo que no juzgo el valor artístico de las obras (la exposición ya acabó, pero curioseando en la web podéis todavía haceros una idea de lo que fue). Que provocaban desazón y hastío era evidente (la innecesaria oscuridad de la nave ayudaba mucho). Otra cosa distinta es que lo provocasen por las razones últimas que pretendían los artistas. Y una tercera cosa, todavía más complicada, es que motivaran una crítica y reflexión coherentes sobre los problemas «extremadamente complejos de la Europa actual», como se aseguraba alegremente en el catálogo de la exposición.

Es ahí precisamente, echando un vistazo al catálogo, donde comienza la crítica política. Empezando por el prólogo de Ana Botella, alcaldesa de Madrid, que habla de «acercar los valores europeos [¿cuáles?] a los madrileños» y terminando por las reflexiones de la comisaria de la exposición, Susanne Hinrichs, sobre lo imprescindible de reforzar la «unión interna» para «construir un ente [sería muy complicado ser menos preciso] con el que puedan identificarse los ciudadanos europeos, a pesar de todas las diferencias».

Pero hay algo más que vana palabrería. La exposición estaba patrocinada –es decir, financiada– por la Embajada de Alemania, la Embajada de Francia, la Fundación Goethe, el Instituto Cultural Rumano y… la Comisión Europea. La pregunta es obvia: ¿Se puede hacer una crítica verdaderamente mordaz, radical, profunda, cuando el mecenas es juez y parte de lo que se quiere denunciar?

Sinceramente, creo que no. Por debajo de la aparente, por simbólica, crítica al sistema, al euro, a las fronteras y al «parque temático» de la identidad (representado, se me escapa la razón, con varios hoyos de minigolf), no había absolutamente nada. Ninguno de los artistas se encaraba con las amenazas verdaderamente peligrosas, como que la falta de solidaridad, las políticas erradas y la pobreza pueden acabar con una Europa en exceso complaciente. Ninguno ironizaba sobre la silente burocracia y la morosa toma de decisiones. Ninguno ponía en duda la complaciente memoria institucionalizada sobre el pasado del continente…

Salí de la exposición con el mismo regusto amargo de cuando leo o participo en debates sobre la UE: un clima de complaciente omertà sobre lo políticamente incorrecto lo invade todo. Mi sensación, una vez más, es que Europa, sus instituciones, sus dirigentes, solo permiten y fomentan las críticas benévolas que digieren con comodidad. Pues buen provecho.

IMAGEN: Jars Jaws, 2010 (Adi Matei)