Europa inquieta Europa inquieta

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El efímero europeísmo de Podemos

Hasta yo estoy un poco hasta el gorro de Podemos, pero hay momentos en que la ubre da demasiada leche como para mantenerse apático. Vaya por delante que este será el último post sobre ellos que escriba hasta las elecciones de marzo. Primero, porque creo que tanta elevación a los altares (para el elogio o para el sacrificio, tanto da) no es positiva para nadie, y segundo porque como escribía Savater el otro día, cualquiera puede ser hoy politólogo, otra cosa más difícil es ser filósofo de la política…

Creo que esta vez el post tiene una justificación europeísta bastante elevada. Digamos que la más elevada que puede haber. Si en verdad debiera establecerse una regla de oro para las elecciones europeas, esta debería ser la de que ningún candidato puede, una vez ha sido elegido para el Parlamento Europeo, dejar sus funciones en mitad de la legislatura (o incluso peor: ni a un año de haber empezado esta) para labrarse un futuro en la política nacional.

Pablo Echenique, el último eurodiputado de Podemos en anunciar que se presenta en España. (EFE)

Pablo Echenique, el último eurodiputado de Podemos en anunciar que se presenta en España. (EFE)

Cierto es que se suele acusar, con bastante acierto, sobre todo en el pasado, a los políticos de usar Bruselas y Estrasburgo como cementerio de elefantes. Pero también es igual de sancionable, creo yo, cuando el Europarlamento es utilizado de trampolín, de forma descarada, para regresar allí de donde en realidad nunca quisiste moverte. Bruselas como un pañuelo de usar y tirar, bien para el jubiloso retiro tras años en la cúspide, bien como indisimulado pasaporte hacia la ansiada fama interna.

Es una falta de respeto a los votantes que haya políticos que presuman de europeísmo, de querer ser elegidos para hacer cosas por Europa, y que a la mínima oportunidad cojan el avión de vuelta a su país para no regresar allá más que de visita… y casi por obligación. Así está sucediendo con los cinco eurodiputados de Podemos que fueron elegidos en mayo del año pasado. Del quinteto inicial, y tras las sucesivas postulaciones a diferentes cargos en España, tan solo Lola Sánchez seguirá a buen seguro como eurodiputada. El resto, Pablo Iglesias incluido, habrán dejado un rastro efímero en la bancada del Grupo de la Izquierda Unitaria al que pertenecen.

No hay que pecar de ingenuos. El programa de Podemos para las Europeas de 2014 era muy poco Europeo, y su lectura, tal vez única lectura posible, había que hacerla (se hizo) en clave nacional (instrumental). Pero visto lo visto, creo que es preciso recordar que sus representantes fueron elegidos para un mandato de cinco años en un parlamento supranacional con cada vez más atribuciones legislativas y desde el cual podrían luchar la mar de bien, si ellos quisieran, contra las políticas de austeridad que son la norma en el continente. Mejor altavoz para su reivindicación, creo yo, no tendrían.

(Hasta que la clase política, los medios de comunicación y los ciudadanos no asumamos que aspirar a europarlamentario es la aspiración más alta, mucho más que soñar con un cargo nacional, que existe en política, estaremos equivocando el tiro).

Lo popular y lo populista en nuestra Europa

La ombliguista clave nacional, esa costra que siempre ha revestido las elecciones europeas consideradas menores, una reválida para el partido de turno en el Gobierno: qué gran error se ha adueñado de los titulares hasta el hartazgo (¡y solo han pasado 48 horas desde el domingo!). Así que tampoco tengo mucho que añadir salvo enlazar esto, esto y esto. Prefiero encararme con los resultados continentales: Europa ha pasado de no ser para nada popular a ser un pelín populista. Una transición abrupta, ciertamente.

Lo que los ciudadanos demandaban (y por lo que las instituciones suspiraban), era una UE con verdadero peso político, menos tecnocrática, más friendly. Por el contrario, y pese a que el Europarlamento seguirá siendo europeísta (el que se considere esto un triunfo es ya síntoma preocupante de fracaso), el nuevo hemiciclo albergará un buen puñado de partidos que pueden llegar a serlo todo desde eurófobos a racistas menos amables.

Urna en un colegio electoral de Cataluña este domingo pasado. (EFE)

Urna en un colegio electoral de Cataluña este domingo pasado. (EFE)

¿Qué diferencia una política popular de otra populista? Para empezar, lo segundo suele ser un insulto. Además, lo populista resulta mucho más difícil de aislar. Se tilda de populista al partido que tienta con promesas que sabe que no puede cumplir. Pero más: la crítica de las instituciones en nombre del pueblo también es populista (¿Quizá Podemos?). O simplemente: lo populista es lo que rechazamos sin razonar (en nuestra manera de ser antipopulistas somos en realidad bastante populistas).

Ayer, María Dolores de Cospedal dijo que su partido, el Partido Popular, se había visto obligado a llevar a cabo acciones «no populares» y que a resultas de ello habían perdido votos. Es una afirmación populista. Prometieron aquello que sabían que no iban a cumplir y levantaron falsas expectativas en sus potenciales electores. Algo parecido sucede en Europa, donde este vicio es transversal.

¿O acaso no es populista prometer unos comicios, esta vez sí, politizados y un minuto después de conocerse los resultados abrir los brazos a una posible Gran Coalición entre los dos grandes partidos, en teoría rivales? Pero el populismo más sangrante, más acabado, es el de aquellos que se sentarán en el Parlamento bajo la promesa acabar con la idea de Europa desde su mismo núcleo (cobrando, eso sí: demoler no sale gratis).

El Frente Nacional, el UKIP, Los Verdaderos Finlandeses o Jobbik se han atraído el voto popular para legitimar su improbable enmienda a la totalidad de un proyecto en el que no creen, pero del que quieren beneficiarse localmente. Un populismo inverso y mucho más dañino que el de los partidos europeístas. Los eurófobos prometen imponer el caos como su solución, pero si el caos nunca llegara siempre podrán decir, populistos, que la culpa es de Europa, que no se deja destruir.

 

Las elecciones europeas en 10+1 artículos

Llevo unos días ausente de la actualidad y esta empieza a ahogarme por acumulación. Para darme un respiro he guardado tiempo para leer y recopilar artículos sobre las elecciones del domingo. A pesar de que algunos (a los que respeto y admiro) aseguran no recordar unas europeas tan catetas como estas, a mí me han parecido apasionantes. Me explico: no apasionantes por lo que los políticos han dicho o dejado de decir, o por cómo los medios de masas han reflejado el debate (todo eso me parece banal), sino por la cantidad de excelentes análisis, artículos de opinión, ensayos de divulgación, etc. que se han publicado.

Pasaporte de la UE (Gtres)

Pasaporte de la UE (Gtres)

Creo que se puede decir, sin exagerar, que la cantidad de información (buena información) y análisis (buen análisis) ha sido inversamente proporcional al debate político y mediático. Elecciones a las que yo, a mi tardo paso, el de la precaria prisa de los que estamos a mil trabajos diferentes, también he tratado de aportar datos y opinión. Pero hoy, para cerrar hasta que lleguen los resultados del domingo y la resaca del lunes este capítulo electoral, os traigo una selección de diez artículos + 1 que están entre lo más interesante que he leído.

1. Sobre la Naturaleza de las elecciones. Un artículo del politólogo Jorge San Miguel en Letras Libres donde analiza con síes y noes las razones de por qué estos comicios son (y al mismo tiempo no son) diferentes.

2. Sobre proyecciones y análisis electorales. Un texto muy elaborado publicado por Marta Romero en eldiario.es. En él se dan respuesta a cinco incógnitas sobre las elecciones del domingo, algunas de ellas más en clave nacional que europea: la abstención, bipartidismo, nuevos partidos. etc.

3. Para no perderse (demasiado). Una guía elaborada por el politólogo Nacho Torreblanca (en inglés) y publicada en el Think Tank ECFR, del que él mismo es director (en su versión española). Un artículo con tres claves políticas sobre qué puede pasar durante y después de las elecciones: porcentajes de voto, alianzas y nombramientos.

4. Gráficos, vídeos y simulaciones. Un completo documento publicado en Passim y escrito por Dídac Gutiérrez y Álvaro Imbernón que recopila herramientas de orientación para el voto, vídeos con los debates y diagramas para un «voto informado» el próximo domingo.

5. Cómo será el nuevo Parlamento Europeo. Otro artículo de Passim elaborado por un abanico de firmas. En él se analizan los últimos sondeos de PollWatch y se concluye que el nuevo Parlamento Europeo tras los comicios estaría más «polarizado», con mayor número de escaños en la izquierda radical y a la derecha del PPE.

6. Una reflexión personal. Un sabio y optimista alegato de Javier García Toni a favor del europeísmo crítico, que analiza la crisis profunda europea sobre los ejes norte-sur, ciudadanos-elites y que anima a tomar la «Bastilla bruselense» con los votos y la conciencia cívica. Muy de acuerdo con él.

7. Dime tu edad y te diré qué votas. Un estupendo análisis de José Fernández-Albertos sobre la última encuesta del CIS donde se reflexiona sobre si el voto de los jóvenes, que parece alejarse del voto tradicional a los grandes partidos, es una cuestión coyuntural o estructural, si el sesgo generacional de la intención de voto nos anticipa posibles cambios en el ethos ciudadanos.

8. Qué elecciones importan más. Artículo de opinión de Timothy G. Ash, tan penetrante como de costumbre, en el que se pone el foco en las elecciones que de verdad deberían importar a Europa y que coinciden con los comicios al PE: las presidenciales en Ucrania, país que atraviesa por serias dificultades políticas que podrían extenderse como seísmo por la región.

9. Lo que los ciudadanos debemos saber. Votar en las elecciones del domingo no es un hecho banal. Patricia Guasp lo recuerda. Europa es la gran desconocida para muchos ciudadanos, pero de ella emana gran parte de la legislación que nos facilita y hace la vida más segura. No podemos desentendernos de una realidad simplemente poniendo como excusa que está lejos o es complicada de entender.

10. Todo sobre las elecciones europeas. El completo especial que ha preparado el periódico donde trabajo, 20minutos.es, sobre las elecciones. Artículos divulgativos, análisis de los programas, de la situación europea, entrevistas a europarlamentarios o una guía útil sobre dónde y cómo votar este domingo.

11. Savater, siempre.

 

 

Firma para que TVE emita por La 1 el último debate electoral de las elecciones al PE

Mis admirados y esforzados compañeros de CC/ Europa (ya os hablé de ellos en su día), que están en todo, han generado un debate a propósito del debate del día 15 de mayo entre los candidatos a presidir la CE. Piden a Televisión Española que ofrezca en directo, en prime time, y por La 1 este último cara a cara entre los candidatos de los partidos.

Para ello han creado una página en change.org en la que solicitan, con bastante razón, que ya que el debate será transmitido por Eurovisión, y RTVE tiene los derechos, este sea difundido por el canal con más audiencia de todos (el canal 24 horas apenas llega al 1% de cuota de pantalla) y en riguroso directo (como el partido de fútbol de la imagen, vamos)

Espectadores viendo un partido de fútbol (EFE).

Espectadores viendo un partido de fútbol (EFE).

Yo estoy completamente de acuerdo con ellos. Y ya he firmado la petición, a la que a esta hora de este día aún le faltan 224 firmas más para completarse. Las razones, más allá de los que anteriores debates no hayan satisfecho todas las expectativas puestos en ellos (un amigo asistió in situ al último y su crónica privada no fue nada positiva), son de interés público.

Las elecciones europeas, pese al fantasma de la abstención de fondo, son muy importantes, más que nunca. Y la televisión –para bien o para mal– sigue siendo el medio de difusión de masas que logra acercar a los ciudadanos más los acontecimientos y el día a día de la política (con permiso de Sartori).

Retransmitir un debate así, a menos de 10 días para las elecciones al PE, podría ayudar a los votantes indecisos, y potenciales abstencionistas, a acudir a las urnas. Aunque solo sea, al fin y al cabo, para que voten cabreados porque les sustituyeron su serie favorita por unos tipos encorbatados, de nombres difíciles de pronunciar, hablando de cosas ¿extrañas? y ¿ajenas?

‘Euvox’, la nueva herramienta del Parlamento Europeo que te orienta para decidir el voto

Hace unos días, una buena amiga me dijo que como no sabía a quién votar en las elecciones (¡y a día de hoy quién lo sabe!), se fue a Google y escribió «a quién votar en las elecciones». Sorprendentemente, no le salió ninguna barbaridad, sino Euvox, una herramienta excelente del Parlamento Europeo. Yo no la conocía, e imagino que muchos de vosotros tampoco. Aquí va mi experiencia… y nuestros resultados.

Euvox consiste en un cuestionario, que se puede rellenar en unos 7 minutos, con 30 preguntas políticas. Preguntas económicas (¿España debería abandonar el euro?), sociales (¿Se pueden restringir las manifestaciones para mantener el orden?), morales (¿Las parejas del mismo sexo deberían tener los mismos derechos que las parejas heterosexuales?), etc. También otras más concretas sobre la sanidad pública o privada, la legalización de algunas drogas  o las relaciones Iglesia-Estado.

Después de responder a todas, o al mayor número posible de ellas (te puedes abstener si alguna cuestión se te escapa o no la tienes del todo clara), el sistema analiza los datos y los coteja con las propuestas reales de cada uno de los partidos que se presentan a los comicios de mayo. De esta forma, y de una forma muy gráfica —y en mi experiencia exacta— puedes comparar tus preferencias ideológicas con la de las formaciones que teóricamente te corresponden.

Aquí están mis resultados. Lo que me temía: mi radiografía es la de un socialdemócrata algo desencantado y con tendencias jacobinas. Siempre podría ser peor.

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Y aquí, los resultados de mi amiga, mucho más ‘radicales’ que los míos, que son, ciertamente, demasiado tibios. Pese a ello nos llevamos rebien, así que ambos votaremos. Que es de lo que se trata,  a pesar de los fantasmas.

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PSOE y UPyD: si tienen el mismo programa, ¿por qué no se presentan juntos?

Se trata en efecto de una pregunta retórica. Son partidos políticos, y si cada uno presenta su propio programa electoral será porque está íntimamente convencido de que sus ideas son diferentes (y mejores) que las del resto. Me estoy refiriendo, por si alguno se ha perdido, a las elecciones europeas y a los partidos nacionales que a ellas se presentan.

La tarde de ayer la dediqué a la sana y repetitiva tarea de leer los programas electorales que las formaciones han pergeñado para los comicios de mayo. Para ser sincero, aún no he terminado. Hay partidos, como IU, que todavía no han publicado el suyo en su página web y partidos, como el PP, que han optado por una extraña e ineficiente solución que ya comentaré (hay para todos).

(EFE)

(EFE)

El asunto es otro. Tengo aquí delante los programas del PSOE y UPyD. Para ser honesto por segunda vez diré que lo del PSOE no es exactamente un programa, sino un manifiesto fechado en Roma hace un mes y de alrededor de 15 páginas (no he logrado dar con el programa completo… si es que está disponible, que ya lo dudo) mientras que el documento de UPyD tiene cerca de sesenta.

Más allá de la diferencia de extensión y el nivel de detalle y concreción de las propuestas que contienen, el espíritu y la letra de ambos programas se parecen demasiado. Tanto que si esto fuera una cata de vinos o un concurso para distinguir el original de la copia, sería muy complicado –hasta para el más refinado observador– llegar a la conclusión de que se está frente a productos rivales.

Es verdad que UPyD abusa un muchito del término ‘nacionalismo’ (la cuasi obsesión marca de la casa) y que el PSOE hace lo propio con ese lenguaje lánguido que últimamente se gasta, tan naíf como los murales de abrazos que decoran su web. Pero por debajo de menudencias que solo un entomólogo político percibiría, las ideas políticas sobre Europa plasmadas en cada texto parecen invariablemente fundidas con el mismo molde.

Ambos ven en una Europa la solución a nuestros problemas. Ambos, quieren, eso sí, que Europa también cambié. Que sus instituciones superen el perenne déficit democrático que tienen. Ambos quieren, a su vez, regular el sistema bancario, separar la banca comercial de la de inversión y que fluya el crédito. Más puntos en común: la lucha contra la trata de personas, reforzar el Parlamento Europeo o la igualdad real entre hombres y mujeres. Y podría seguir.

La sintonía es total. Y me temo, como así he ido comprobando, que el resto de grandes partidos tampoco se desvían demasiado de esa línea invisible y común sobre lo correcto y lo incorrecto a la hora de proponer una mejor Europa. Pero esta mímesis, seguro que no pretendida conscientemente por nadie, favorece la aparición de las dudas.

Un ciudadano interesado en Europa, a la hora de votar, valorará las diferencias ideológicas, pero si no aprecia ninguna distinción sustancial entre los programas, es muy posible que decida retrotraerse  a la experiencia que esos partidos le evocan en en el plano doméstico. De esta forma, la tan criticada y con razón ‘lectura en clave nacional de las elecciones’ se vería reforzada por la casi ausencia de opciones realmente políticas en el momento de votar.

Además, si la semejanza intrínseca de los programas es tal que es complicado diferenciarlos unos de otros, ¿dónde queda entonces el debate sobre las ideas? ¿Qué argumentos tienen los cuadros de los partidos, y sus dirigentes, para pedir el voto si son conscientes de que lo que les separa de los otros son matices demasiado sutiles para que el grueso de la masa de votantes los perciba? De nuevo, la clave nacional. O los eslóganes superficiales de la teledemocracia.

 

«Hay que aprender algo del discurso euroescéptico… o al menos escucharlo»

Llevaba tiempo fastidiado, rechazando acudir a coloquios, unas veces por falta de tiempo libre o tras por imposibilidad laboral. Pero el lunes estuve, invitado por el European Council on Foreign Relations, de oyente (no participé en el debate: siempre huyo cuando llega lo mejor) en unas charlas sobre el único tema posible de aquí al mes de mayo: las elecciones europeas.

Los ponentes del acto, Piort Buras y José Ignacio Torreblanca, directores respectivamente del ECFR de Varsovia y de Madrid, estuvieron moderados por la subdirectora de El País Berna G. Harbour. Pese a la brevedad, la hora larga que estuve allí, en la sede en Madrid del Parlamento Europeo, fue de lo más interesante y profundo que he escuchado estos últimos meses.

Torreblanca habló del más que probable problema de la falta de participación, del auge del euroescepticismo, de los dos enfrentamientos que dividen a Europa (el de los ciudadanos contra las élites y el del centro contra la periferia). Por su parte, la intervención de Buras estuvo más centrada en Polonia, en sus paradojas como país miembro (su alineamiento con Alemania durante la crisis, su relativa buena salud económica) y su futuro como país candidato a la Eurozona.

Marine Le Pen, durante un mitin reciente (EFE)

Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés, durante un mitin reciente (EFE)

«¿Quién manda en la UE?». Fue la pregunta inicial de Torreblanca, que él mismo se respondió poco después: «No sabemos dónde está el poder actualmente». Hay un poder diluído, que trata de emitar en alguna forma a la retórica simbólica estadounidense, pero que al mismo tiempo no termina de articular un funcionamiento engrasado de las instituciones. Un problema, porque como aseguró Torreblanca, «el próximo parlamento, pese a los esfuerzos, podría no tener la fuerza política que algunos esperan y otros demandan».

Así pues, por un lado, falta de articulación política eficaz y, por otro, brechas visibles que afectan a cómo los ciudadanos perciben las instituciones («La gente está enfadada tanto con las instituciones cercanas, ayuntamientos, como las más lejanas, PE o Comisión) y cómo los propios estados miembros se han dividido en intereses contrapuestos («Las alineaciones, con la crisis, vuelven a ser nacionales«).

Todo lo anterior lleva a pensar, como argumentaron ambos ponentes, que hay algo que los eurófilos estamos haciendo mal… y que los euroescépticos hacen bien. Estos últimos, dijo Torreblanca, «conectan mejor con la sociedad gracias a sus mensajes simples y directos«. Los europeístas están de acuerdo en muchas cosas, básicamente en que europa debe ser más, pero sobre todo, mejor. Los euroescépticos solo quieren ir a Europa a destruirla, «aunque paradójicamente esa Europa les representa mejor y con más proporcionalidad que sus propios Estados».

La intervención de Buras, aunque muy interesante también, fue un pelín más técnica, amén de que estuvo bastante centrada en las particularidades de su país (es un buen ejercicio comparar España y Polonia, porque de esa comparación pueden salir conclusiones fecundas). Del parlamento de Buras me quedó con dos ideas. La de «revolución silenciosa», que engloba la atomización del poder europeo, la tecnocracia y el «nuevo intergubernalismo» y la del dualismo «fuera/dentro», que marca la interacción entre los países miembros que tienen moneda común y los que no.

Temas para reflexionar en voz alta:

  • Paradojas españolas vs paradojas polacas: ciudadanía y europeísmo.
  • ¿Cómo es la naturaleza política y social de los nuevos euroescépticos?
  • Los programas espejo de los partidos políticos mayoritarios para las elecciones

El deseo provinciano de ‘andaluciar’ Europa

No soy mucho de mítines, aunque me temo que de aquí al 25 de mayo, fecha de las elecciones europeas, voy a tener que sufrir más de uno. Prefiero leer los programas electorales, que aunque luego no se cumplan casi nunca, al menos te ahorran la indigesta retórica de telediario y están escritos en una prosa mínimamente aceptable.

Digo esto porque el sábado, a vuela pluma, escuché las palabras que pronunció en Málaga la candidata socialista Elena Valenciano en el acto de precampaña para los comicios al Parlamento Europeo. No voy a entrar a juzgar sus  propuestas políticas o su discurso económico: ¡no soy un comentarista ni un tertuliano! Pero sí voy a rescatar del olvido –porque este tipo de actos se olvidan con inusitada facilidad– una frase antológica.

Valenciano dijo: «Me comprometo a ser la eurodiputada más andaluza, voy a hacer una Europa más andaluza«. E, imagino, que todos los presentes la aplaudieron a rabiar, aunque espero que al menos uno de ellos sintiera internamente que lo que acababa de escuchar era la declaración de intenciones más absurda y dañina que puede hacer un candidato al Europarlamento.

Elena Valenciano, durante un acto del PSOE (EFE)

Elena Valenciano, durante un acto del PSOE (EFE)

Lo primero. ¿Qué quiere decir ser la eurodiputada más andaluza? Como imagino que Valenciano no se refería a bailar flamenco sobre su escaño, la promesa tendrá relación con alguna cuestión política, como velar por los intereses de esa comunidad en el PE. Pero, ¿y qué sucederá si estos intereses chocan con los de otras comunidades españolas? Es más, ¿qué sucederá si estos intereses chocan con los intereses de Europa en su conjunto,  y en concreto con los de su grupo político, que según los sondeos podría ser el mayoritario en la Eurocámara?

La segunda parte de su compromiso es todavía más beocio. Querer «una Europa más andaluza» es como querer un Estados Unidos más texano. Un imposible casi metafísico. Si cada región europea, y hay muchas, fuera al PE con la idea mágica de ‘convertir’ a todos a su causa –el portugués tratando de ‘alentejizar’, el alemán queriendo ‘sajonizar’– el hemiciclo sería una jaula de grillos. Además, para este tipo de cuestiones menores ya hay otras instituciones y foros, como el Comité de las Regiones.

Lo que subyace al comentario mitinero de Valenciano –y que en su defensa diré que no es un mal suyo propio, sino de los políticos de la mayoría de partidos– es un profundo desconocimiento de la idea de Europa, de lo que es su Parlamento y de lo que es hacer política europea. Pensar simplemente en hacer «una Europa más andaluza» es de un provincianismo tan básico, de una defesensa del terruño tan inane, de un nacionalismo de vuelo tan bajo –el nacionalismo nunca lo es de alto– que los ciudadanos deberíamos llevarnos las manos a la cabeza nada más oírlo. Hay que ‘europeizar’ Andalucía; hay que ‘europeizar’ Europa.

Los socialistas europeos dominarían un Parlamento Europeo más radicalizado

Hace unas semanas me quejaba del tratamiento provinciano que los medios —que los medios que publican encuestas, mejor dicho— realizan por lo general de las elecciones europeas. La sacrosanta, socorrida y poco fundamentada ‘clave nacional’. Para contrarrestar, hoy os traigo un sondeo 100% europeo (y europeísta), que conocí gracias al siempre informado Dídac Gutiérrez (en Twitter: @didacgp).

La encuesta la han llevado a cabo desde PollWatch2014, un proyecto financiado por la organización independiente VoteWatch Europe, la agencia de comunicación Burson-Marstelle y por la Open Society Foundations, que los apoya con una beca. El Parlamento Europeo, como institución, no está involucrado ni en la metodología usada para hacer las predicciones ni tampoco en sus resultados.

Una sesión del PE en Estrasburgo (EFE).

Una sesión del PE en Estrasburgo (EFE).

Tras esta la aclaración para los que sean algo dados a las conspiraciones, voy con lo importante. Según los datos cruzados por PollWatch2014 hace unos días —19 de febrero— los socialistas europeos serían el partido que más escaños obtendría en el PE tras las elecciones de mayo (217 escaños de 754 posibles); el segundo partido con más europarlamentarios en Bruselas sería el Partido Popular Europeo, con 200 escaños. Estas dos grandes formaciones más la Alianza de los Liberales y Demócratas (ALDE) coparían el 65% de los escaños, cuando hoy ese porcentaje es del 72%.

Este último dato enlaza con la segunda conclusión del estudio  —que como siempre en estos casos, aunque la metodología sea muy precisa, puede sufrir variaciones—: la configuración de un PE más atomizado y radicalizado. Según este sondeo, el 29% de los escaños podría estar ocupados por formaciones «críticas o radicamente opuestas» a la UE. En este sentido, es posible la formación de un gran grupo de la derecha radical, que incluiría al Frente Nacional francés, PVV holandés, al FPÖ austríaco y otras cuantos partidos más que, juntos, podrían llegar a los 37 europarlamentarios.

De confirmarse la formación de este nuevo grupo de ultraderecha, el PE acogería cuatro grupos situados en el espectro de la derecha ideológica (sin contar al PPE): Los conservadores del ECR, los euroescépticos de EFD, este nuevo grupo aún sin nombre y aquellos parlamentarios no adscritos a ningún grupo, muchos de los cuales pertenecerían a formaciones ultranacionalistas como Amanecer Dorado (Grecia) o Jobbik (Hungría). Todo esto, según siempre esta encuesta, podría en peligro la formación de grandes coaliciones a la hora de tomar decisiones legislativas.

Llevo bastantes meses oyendo, en diferentes ámbitos, de Madrid a Bruselas, los peligros que acecharían a Europa de confirmarse unos resultados electorales como los anteriores. La diferencia es que entonces las predicciones estaban basadas más bien en impresiones subjetivas individuales, y esto que os he traído hoy es un estudio muy fiable. Lo mejor que se puede decir después de leerlo y analizarlo es que aún quedan 12 semanas para tratar de que no sea haga realidad.

Lo que el lobby ciclista reclama a Europa

Llevo tiempo pensando en cómo hablar de las elecciones europeas del próximo mes de mayo sin caer en lo más sencillo, aunque quizá excitante: las encuestas, los partidos, los candidatos, la posible configuración del arco parlamentario, etc.

Como nobleza obliga, algún día —más pronto que tarde— habrá algo de todo eso. Pero mientras tanto se me había ocurrido algo diferente: fijarme en lo que los diferentes grupos de presión reclaman a Europa de cara  los comicios. Empezaré con el lobby de la bicicleta.

Participantes en una marcha reivindicativa hacen una pausa en su recorrido en bicicleta (EFE).

Participantes en una marcha reivindicativa hacen una pausa en su recorrido en bicicleta (EFE).

En la UE hay muchas desigualdades. La del uso de la bicicleta quizá no sea la más injusta de todas, pero sí una de las más llamativas. Basta con pasar, por ejemplo, de Madrid a Berlín para darse cuenta. La integración del ciclista en la ciudad —su normalización, diríamos hoy— es completamente diferente allá donde viajes dentro del continente.

Los colectivos ciclistas, que lo saben, llevan tiempo reclamando una armonización de las reglas que faciliten y fomenten el uso de la bicicleta, no solo como una modalidad deportiva, sino principalmente como un medio de transporte urbano «práctico, seguro, rentable y saludable».

En este sentido, la Mesa Nacional de la Bicicleta (MNB), una plataforma creada en 2013 que aglutina a diferentes colectivos, han hecho público un manifiesto con propuestas dirigidas a los partidos políticos que concurren a las europeas de mayo.

Entre las medidas reivindicadas, la reducción del IVA para la compra de bicis, un Registro Europeo de Bicicletas (para luchar contra su comercio ilegal), una directiva para financiar el uso de la bicicleta entre trabajadores y estudiantes o la homologación y unificación de normas de tráfico, etc. Aquí podéis leer los 17 puntos.

Personalmente, como ciclista más o menos habitual (menos de lo que me gustaría), estás reclamaciones me resultan sensatas y coherentes. Desconozco si son fáciles de aplicar en todos los estados miembros, el tiempo que llevará o si realmente Bruselas tiene en su agenda estos temas, pero estoy convencido de que merece la pena hacer ruido y pe(da)lear.