Europa inquieta Europa inquieta

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El ‘cuestionario Enzensberger’ sobre Europa

Ante todo poeta, Hans Magnus Enzensberger es también un heterodoxo e ingenioso ensayista alemán, ya mayor y –como todo aquel que llega a cierta edad provecta– muy respetado y premiado por la comunidad intelectual. Quizá hayáis leído su gran El corto verano de la anarquía, una biografía fragmentaria, entre lo oral y lo periodístico, de Durruti. O tal vez, ya más recientemente, su opúsculo El gentil monstruo de Bruselas (Anagrama, 2012), dirigido contra la gran enfermedad que aqueja a Europa: la megalomanía.

Hans Magnus Enzensberger, en Polonia (2006). Autor: Mariusz Kubik.

Hans Magnus Enzensberger, en Polonia. Autor: Mariusz Kubik.

Os traigo a Enzensberger hoy porque me he topado con un curioso artículo suyo en el nuevo número de Claves (el 232), esa revista de cátedra dirigida por Fernando Savater (ahora ya en solitario, tras la muerte de Javier Pradera, su fundador), que no sé cuánta gente leerá, que seguramente muchos criticarán por elitista (los tontos por ser un ‘paradigma de la CT‘), pero que a mí me sigue pareciendo un oasis de reflexión e inteligencia.

¿Merece la pena ser europeístas? Es el título del número de enero. Y para responder a esta pregunta, cuatro intelectuales (que sí, que quedan aún) ‘empeñados en Europa’ exponen sus argumentos. Entre ellos está el italiano Flores de D’Arcais o Enrique Moradiellos. Y, cómo no, Enzensberger. Su artículo no es propiamente un artículo, sino un cuestionario. Se titula Cuarenta preguntas sobre Europa (sin ánimo de adoctrinar).

Las preguntas, a las que se puede responder libremente ‘sí’ o ‘no’, ni suman ni restan. No hay, al final, una tabla donde comprobar tu nivel de conocimientos o de indignación respecto de la UE. Además, algunas de las preguntas son capciosas y otras un pelín demagógicas, pero como ejercicio, terminar el cuestionario Enzensberger tiene su gracia.

Lamentablemente, no voy a poder transcribiros todas las preguntas. De hacerlo, el poder (ya menos omnímodo) del imperio Prisa arrasaría este blog y a quien escribe, pero sí os dejo unas cuantas, las más corrosivas, para que vosotros mismos las respondáis… o planteéis nuevas.

  1. ¿Es capaz de descifrar acrónimos como BCE, FEEF, MEDE, ABE o FMI? SI | NO

  2. ¿Conocía la Comisión Europea el significado de la palabra ‘subsidiariedad’? Y si es así, ¿lo ha olvidado? SI | NO

  3. ¿Existe una Europa más allá de las instituciones de la UE y de sus 40.000 funcionarios? SI | NO

  4. ¿Les corresponde a estas personas decidir quién debe ser considerado ‘antieuropeo’? SI | NO

  5. ¿No demuestra China que se puede prescindir de ella [de la democracia] y convertirse en una potencia mundial en la era de la globalización? SI | NO

PD: En este mismo periódico, en otro blog, escribí un día una entrada sobre su poesía, citando la ‘Defensa de los lobos contra los corderos’, uno de sus poemas favoritos para mí («y encomendáis a los lobos la función de pensar«), traducido al español por Heberto Padilla, nada menos.

Albert Camus: el mejor hombre de Europa

Puede que el siglo XX fuera de Sartre, pero la posteridad es para Camus. Lo que queda de la clase intelectual está de celebración: hoy se conmemora el centenario del nacimiento del mejor hombre de Francia. Todos, los honestos (aquí) y los menos honestos (allá) han pergeñado ya su artículo glosando la figura del intello parisino por excelencia, un faro moral en esta época de tribulaciones, una figura que se agiganta al tiempo que se empequeñecen todas sus contemporáneas.

camusA uno, pues, no le queda modestamente casi nada que añadir, salvo quizá una pequeña nota europea al pie. Mi Camus preferido es el de la clandestina revista Combat, el de los años heroicos —en él sí lo fueron— de la resistencia, el de los artículos afilados como alfanjes y escritos «en una ciudad privada de todo, sin luz y sin fuego, hambrienta». Este Camus, afortundamente lejos aún de los abigarrados jardines filosóficos en los que luego fue metiéndose, es además el Camus más europeo de todos.

Donde con más belleza y vehemencia expuso su idea del continente fue en Cartas a un amigo alemán (Tusquets, 2007), unas serie de misivas redactadas en el París ocupado a un destinatario inventado, pero enemigo en la contienda mundial. En esas cuatro cartas, el periodista Camus, obsesionado con el espíritu de justicia y con la verdad, se refiere a Europa como la «patria mayor» y defiende con palabras precisas y elevadas la recuperación «del sentido de Europa que los nazis han usurpado».

Camus no habla de reconciliación, sino de derrota. «Nuestra Europa no es la de ustedes», escribe a su amigo germano, que está a puntito de morder el polvo. Y por eso mismo, por su radical antagonismo hacia todo lo que representa en esos momentos Alemania, Camus le recuerda que hay un término que las personas buenas como él ya no usan. No quieren más ser europeos, porque es una palabra que el Ejército alemán les ha usurpado a traición y con violencia.

Camus fue para Europa el «testigo más noble de una era más bien innoble», como dijera de él un crítico francés del que no recuerdo el nombre. Ahí, en ese destello de ética solitaria —porque Camus fue un solitario, y los que le seguían fueron a su vez un «puñado de solitarios»— es donde debemos volver la mirada. Creo que nadie mejor que Tony Judt, otro heterodoxo ( y una presencia fija en este blog), tasó su trascendencia para nosotros:

En una era de intelectuales mediáticos que buscan autoengrandecerse, pavoneándose indiferentes ante el espejo admirativo de sus audiencias electrónicas, la patente honestidad de Camus, lo que su antiguo maestro llamaba <<ta pudeur instinctive>>, tiene el atractivo de lo auténtico, una obra maestra hecha a mano en un mundo de reproducciones de plástico.