Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Erasmus no existe, son (algunos) padres

Erasmus es un rito de paso europeo refinado y paternofilial. El estadio favorable de un continente bañado por la paz. Antes los padres destinaban a sus muchos hijos a combatir en el Milanesado, ahora (cada vez con más esfuerzo) les pagan el avión para que hagan su vida en un campus universitario. Se llama proceso de civilización, y sería injusto añorar otra cosa.

Las autoridades se deberían encargar de apoyar esta emancipación temporal por la vía burocráticamente menos engorrosa y económicamente más generosa. Nada más, pero tampoco menos. Hasta ahora lo han hecho así, y los padres y los hijos de eso que se denominaba con alegría clase media han podido disfrutar —guardando un poquito de aquí y sacando otro poquito de allá— de los beneficios de la democratización del Grand Tour.

erasmusssss

Quien no ha estado alguna vez de Erasmus conoce a alguien que sí lo estuvo, y esto hace complicado reflexionar sin abandonarse a la engañosa evidencia de la experiencia propia. La sobreabundancia de ejemplos también explica que la muy indecente supresión de esta ayuda suscite un rechazo tan universal —cuesta imaginarse titulares a cinco columnas alertando de los recortes en becas de más enjundia académica, como la Ramón y Cajal— seguido de veloces rectificaciones  gatopardianas.

Yo no fui erasmus, pero muchos buenos amigos míos sí (otros tuvieron que resignarse al sedentarismo: sus familias no podían permitírselo). Como debe ser, todos vinieron encantados. Con un idioma nuevo bajo un brazo y con tanto recorrido vital bajo el otro como para escribirse de un tirón un par de bildungsroman.

Los lugares comunes son también a veces —pocas veces— lugares de sentido común: Erasmus ha ayudado a construir Europa, y además ha servido para que los jóvenes se trabajen una biografía íntima (no cambiamos el mundo, pero nos cambiamos a nosotros mismos, que dicen los mejores supervivientes sesentayochistas).

La prensa se ha llenado estos días de relatos en primera persona. Los he analizado como si fueran comentarios de texto. Afortunadamente, no hay rastro en ellos del pringoso mito erasmus. Hay, sí, inteligentes lecciones sobre cómo superar el provincianismo futbolero y aceptar la diversidad cultural. Erasmus es, sobre todo, una conversación. Y no debe ser interrumpida.