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Hungría: el fascismo que hubo y el que viene

En una cándida página oficial dedicada a explicar la UE a los niños, se dice que Hungría es uno de los mejores lugares del mundo para observar las aves. También se explica qué es el gulasch y que Houdini y el cubo de Rubik son tan húngaros como el Danubio. Está muy bien, tampoco es necesario asustar a la infancia con el auge de la extrema derecha, el rebrote de antisemitismo y el cercenamiento de la libertad de prensa. Pero como este blog lo leen –¡si lo leen! – personas adultas, voy a encararme un poco con todo aquello.

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Miembros de la Guardia Húngara en una manifestación en marzo pasado (The Orange Files)

Se habla poco de Hungría. Tras las elecciones al Parlamento Europeo –en las que hubo casi un 80% de abstención y Jobbik se constituyó en la segunda fuerza política (ver este gran análisis en el blog Crónicas húngaras)– no he leído en los grandes medios muchas menciones a este país que, como Polonia, hace diez años que se incorporó en calidad de Estado miembro, pero cuya deriva populista, liberticida y desafiante con las normas básicas de la Unión, trae de cabeza a Bruselas. Como lo rebautizara hace un año El País en un ejemplar reportaje: Hungría, el hijo díscolo de la UE.

En los comienzos de este blog os referí, de pasada, la biografía de uno de los líderes de Jobbik, también denominado Movimiento por una Hungría mejor. Un partido racista, antisemita, cuya cabeza visible, Gábor Vona, es un joven atildado, instruido y provocador. Por aquel entonces, octubre de 2013, se cumplían diez años de la fundación del partido, que tiene a bien ensalzar sin pudor la obra de Miklós Horty, el militar que gobernó al modo fascista el país hasta casi el final de la Segunda Guerra Mundial.

En Hungría no gobierna Jobbik…. aunque casi no le hace falta. Lo hace un sucedáneo de partido de derechas nacionalista, el Fidesz. El primer ministro Viktor Orbán, un tipo popular, sofisticado, culto y que no tiene remilgos a la hora de desafiar los preceptos de la UE en temas tan sensibles como la libertad de prensa (en 2011 su Ejecutivo aprobó una ley mordaza bajo la mirada casi complaciente de Van Rompuy). Una ley mordaza que muchos, entre otros Reporteros sin Fronteras, denunciaron de forma vehemente, aunque sin demasiado éxito.

Pero tras las elecciones europeas, y ya antes, la situación política en el país está empeorando de forma imparable. Nuevos impuestos a la publicidad, destinados a asfixiar a los medios de comunicación, sobre todo a los críticos; sentencias difícilmente comprensibles, como el fallo de la Corte Suprema que da la razón a Jobbik: ya nadie podrá llamarles partido de extrema derecha; o nuevas leyes que impiden tomar fotografías a nadie sin consentimiento previo expreso.

Estas medidas no constituyen una política aislada, sino que forman parte de un todo –como el recorte de poderes al Tribunal Constitucional– destinado, en opinión de muchos observadores de la vida diaria del país, a socavar los principios de libertad así como a crear el caldo de cultivo apropiado para la emergencia de chivos expiatorios, como los gitanos o los judíos, dos de las minorías amenazadas por la retórica neofascista en un país cuya historia debería de servir como repelente de los odios presentes.

Queridos negacionistas, no os esforcéis más: el Holocausto sí que tuvo lugar

No os conozco personalmente, queridos negacionistas, pero observo con fastidio creciente que cada vez que publico un artículo sobre algún asunto espinoso relacionado con el nazismo, la extrema derecha o el Holocausto estáis prestos al quite con comentarios que en algún que otro país europeo rozarían, siendo magnánimos, el delito.

Internet es un nicho ideal para vosotros, negacionistas. No lo digo yo, que solo puedo afirmarlo —poca cosa— por la experiencia, sino un estudio reciente de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales. Aquí está el estudio. Es extenso, no os va a convencer de nada, pero bueno, yo os lo enlazo. ¡Por datos que no sea!

El negacionismo es una malformación propiamente europea. El residuo intelectual de una civilización que ha pulido sus valores de forma obsesiva. Tanto deseo de perfección moral deja esquirlas: aquellos que, contra la razón, el sentido común y el principio de realidad, se empeñan en sostener públicamente mentiras refutadas.

Todo lo anterior tampoco lo afirmo yo solo —ya véis que no soy nada original—, sino que es moneda frecuente entre historiadores. ¿Cuáles, os preguntaréis? Pues, en principio, los mejores. Tony Judt, Mark Mazower, Alan Bullock, Daniel Goldhagen. Y más. Y no solo los historiadores, también los testigos (autores de eso que se llama literatura concentracionaria): Elie Wiessel, Primo Levi, Jorge Semprún…

Pero la cuestión, diréis, no son los nombres, sino los hechos. Y en eso sí que os doy la razón. Así que, vayamos a los hechos. En un post reciente alguien que decía ser María dejó un comentario con una serie de preguntas, aparentemente contundentes, que vendrían a poner en aprietos la «versión oficial» del Holocausto. Estas preguntas, dirigidas a los «creeyentes», conminaban a mostrar pruebas de las órdenes de exterminio o de la existencia de los hornos de Auschwitz.

Presos en Buchenwald (WIKIPEDIA)

Presos en Buchenwald (WIKIPEDIA)

Es una forma de proceder clásica de los negacionistas. Tratar de poner en aprietos a los historiadores académicos usando argumentos circulares, como en este caso, proporcionando citas falsas o descontextualizadas y haciendo un uso espurio de los documentos. En esta ocasión, la comentarista del blog lo que hizo fue reproducir sin más algunas de las preguntas clásicas de los negacionistas más famosos, como el condenado David Irving o Paul Rassinier, considerado el primer negacionista, cuya biografía es muy curiosa: pasó del comunismo al socialismo, estuvo preso en Buchenwald (como Semprún, por cierto) y luego se alió con la extrema derecha tras la Segunda Guerra Mundial.

No voy a dedicarme aquí a refutar uno por uno cada argumento negacionista. Es un trabajo ingente, necesario aún hoy, pero del que ya se encargan con sobrado celo y precisión los profesionales. Alguien dirá: ¡Ajá! ¡Como no ofrece argumentos ni respuestas a los planteamientos concretos de los negacionistas, será porque estos tienen razón! Pues no, no la tienen. Y antes de nada por lo siguiente: la carga de la prueba, como en cualquier conspiración (11-S, la muerte de Kennedy, 11-M) está del lado de aquellos que se amparan en hechos extraordionarios… que como nos enseñó Carl Sagan, requieren de pruebas igual de extraordinarias.

El negacionismo es una boyante industria cultural. Trata de vestirse con los ropajes de la ciencia (vocabulario científico, profusión de notas al pie, uso de herramientas históricas) y sus partidarios se ven a sí mismos como quijotes que luchan por lograr que aflore una verdad presuntamente hurtada a la sociedad por el establishment académico. Ideológicamente suelen estar muy a la derecha del espectro político, pero no siempre. El historiador Vidal Naquet, cuyos padres fueron asesinados en Auschwitz, escribió en un famoso libro que «el negacionismo se haya en la encrucijada de ideologías muy diversas y a veces contradictorias».

Por mi experiencia en este blog, la mayoría de los negacionistas que depositan sus en él sus disparates parecen provenir de la extrema derecha, pero también me he encontrado con algún comentario negacionista desde posiciones ideológicas  de ultraizquierda (antiimperialistas, principalmente). Qué le vamos  hacer. Por mi experiencia también sé que este post, tristemente, no servirá de nada, que muy posiblemente los negacionistas, mis queridos negacionistas, redoblarán sus esfuerzos —como en la famosa definición de fanático que dio George Santayana— aunque hayan perdido de vista hace mucho su objetivo.