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Tres clérigos europeos ‘insiders’ atípicos

Tres europeos. Tres clérigos de Benda franceses. Los tres insiders de la cultura y la política de su tiempo. Pero los tres, a su vez, atípicos librepensadores en un mundo de compromisos ideológicos fanáticos e inquebrantables. El último libro de Tony Judt publicado en español –nunca una muerte prematura nos ha proporcionado momentos librescos tan gozosos– es un homenaje a una terna de intelectuales que «vivieron a contracorriente de épocas de irresponsabilidad».

El peso de la responsabilidad (Taurus, 2014) es un ensayo magnífico al tiempo que despiadado por lo que insinúa o calla. Quizá a aquellos que acostumbran a citar a Judt un tanto a la ligera les sorprenda su defensa intelectual y moral de Raymond Aron (no tanto la de Léon Blum o Albert Camus, figuras recordadas hoy con mucha más benevolencia), pensador instrumentaliazado en régimen de monopolio por la derecha, como sucedió también con Karl Popper y, salvando las distancias patrias, Ortega y Gasset.

Cubierta del nuevo libro de Tony Judt (N.S.)

Cubierta del nuevo libro de Tony Judt (N.S.)

Esto no pretende ser una reseña convencional del libro de Judt, que entre otras muchas virtudes era un especialista enamorado amargamente de la historia intelectual de la Francia del siglo XX. Si no una reflexión llena de virutas nostálgicas. Por mucho que se empeñara él y por mucho que nosotros tratemos de convencernos de que su magisterio sirve para iluminarnos en tiempos oscuros, ni Camus ni Blum ni Aron le dicen nada a nuestros días. Sus virtudes morales de espectadores comprometidos con la verdad se ha extinguido para siempre.

El presente es de los convencidos, de los fanáticos, de los duros. No hay tiempo para los argumentos reposados ni para las fértiles zonas grises. Así en el mundo como en Europa. Y más en esta última, donde la falta de conocimiento sobre una realidad compleja se suple con voces altivas y llamativas consignas. La era de los intelectuales como Camus, Blum y Aron, incluso el mismo Judt –que con tanta admiración e inteligencia escribe sobre ellos, y que también se contempló a sí mismo como un heterodoxo outsider– es una era periclitada.

Hay quien piensa que esta democratización de la opinión pública europea es una buena noticia (todo eso del procomún, la inteligencia colectiva y demás chorradas místicas, qué pereza). Pero creo que hoy, en medio de la tiranía de lo social, el espacio para el pensamiento libre y el desarrollo de la ética de la responsabilidad –entre tanto apologeta sin cabeza de la ética de la convicción– es más necesario que nunca.

Albert Camus: el mejor hombre de Europa

Puede que el siglo XX fuera de Sartre, pero la posteridad es para Camus. Lo que queda de la clase intelectual está de celebración: hoy se conmemora el centenario del nacimiento del mejor hombre de Francia. Todos, los honestos (aquí) y los menos honestos (allá) han pergeñado ya su artículo glosando la figura del intello parisino por excelencia, un faro moral en esta época de tribulaciones, una figura que se agiganta al tiempo que se empequeñecen todas sus contemporáneas.

camusA uno, pues, no le queda modestamente casi nada que añadir, salvo quizá una pequeña nota europea al pie. Mi Camus preferido es el de la clandestina revista Combat, el de los años heroicos —en él sí lo fueron— de la resistencia, el de los artículos afilados como alfanjes y escritos «en una ciudad privada de todo, sin luz y sin fuego, hambrienta». Este Camus, afortundamente lejos aún de los abigarrados jardines filosóficos en los que luego fue metiéndose, es además el Camus más europeo de todos.

Donde con más belleza y vehemencia expuso su idea del continente fue en Cartas a un amigo alemán (Tusquets, 2007), unas serie de misivas redactadas en el París ocupado a un destinatario inventado, pero enemigo en la contienda mundial. En esas cuatro cartas, el periodista Camus, obsesionado con el espíritu de justicia y con la verdad, se refiere a Europa como la «patria mayor» y defiende con palabras precisas y elevadas la recuperación «del sentido de Europa que los nazis han usurpado».

Camus no habla de reconciliación, sino de derrota. «Nuestra Europa no es la de ustedes», escribe a su amigo germano, que está a puntito de morder el polvo. Y por eso mismo, por su radical antagonismo hacia todo lo que representa en esos momentos Alemania, Camus le recuerda que hay un término que las personas buenas como él ya no usan. No quieren más ser europeos, porque es una palabra que el Ejército alemán les ha usurpado a traición y con violencia.

Camus fue para Europa el «testigo más noble de una era más bien innoble», como dijera de él un crítico francés del que no recuerdo el nombre. Ahí, en ese destello de ética solitaria —porque Camus fue un solitario, y los que le seguían fueron a su vez un «puñado de solitarios»— es donde debemos volver la mirada. Creo que nadie mejor que Tony Judt, otro heterodoxo ( y una presencia fija en este blog), tasó su trascendencia para nosotros:

En una era de intelectuales mediáticos que buscan autoengrandecerse, pavoneándose indiferentes ante el espejo admirativo de sus audiencias electrónicas, la patente honestidad de Camus, lo que su antiguo maestro llamaba <<ta pudeur instinctive>>, tiene el atractivo de lo auténtico, una obra maestra hecha a mano en un mundo de reproducciones de plástico.