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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Tom Kaulitz, de Tokio Hotel, sufre una sobredosis de Viagra

Pretendía montar una mega orgía con sopetecientas fans en un hotel de Taiwan. Y debió pensar: «vale, tengo 20 años, pero esto se me va un poco de las manos. Si quiero dar la talla necesito ayuda externa». Y se puso al lío: «Un vendedor me convenció en un mercadillo nocturno de que comprara las píldoras azules», ha declarado Tom Kaulitz, guitarrista de Tokio Hotel, al diario alemán Bild. No hizo falta que le convenciera mucho: Kaulitz se tomó una en ese mismo instante, y «de vuelta al hotel me tomé otras dos. Seguramente fueron demasiadas», reconoce. «Al día siguiente tenía la cabeza como un bombo y la visión borrosa», relata Kaulitz, que asegura que se resintió durante dos días de los efectos de las píldoras. Resaca y priapismo, todo junto. Su propio hermano, el inclasificable Bill, le recrimina en la misma entrevista que no necesita «esas porquerías». Eso es un hermano como dios manda.

No sé qué es peor, si hacer el capullo de esa forma o tener la poca vista de contarlo luego a un diario con todo lujo de detalles. Eso sí, aquí el que no corre vuela, y ya estamos los medios de todo el planeta recogiendo la noticia cagando leches, al tiempo que sus miles de fans y detractores comentan la chorronoticia sin parar. Así que igual los capullos somos nosotros. Y vosotros. Todos.

Tokio Hotel: no son tan chungos

Hace tiempo, cuando este blog comenzaba su andadura, un amiguete del periódico me dio un consejo: «el día que quieras que las visitas de tu blog se disparen, sólo tienes que escribir sobre Tokio Hotel«. Sabia directriz, vive dios.

Hoy, casi dos años después de aquello, me decido a escribir aquí de los hermanos Kaulitz y compañía. No porque necesite visitas (afortunadamente el blog funciona bastante bien), sino porque creo que el fenómeno ha alcanzado unas proporciones tan absurdas que no me parece lógico obviarlo. Ya sabéis que aquí se habla de casi todo. O se intenta.

Tokio Hotel, Tokio Hotel… Hago un esfuerzo titánico e intento no centrarme en el peinado del cantante, la pose del grupo y lo abofeteable de algunas de sus fans. Al fin y al cabo, el fenómeno no es ni peor ni más vergonzante que el de las boy bands de los 90 tipo Backstreet Boys. Así que procuro centrarme en lo exclusivamente musical y dejar de lado el resto. Me armo de valor, le pido el disco prestado a mi compañera de al lado y lo pongo. Plaf.

Estribillos resultones concebidos para ser coreados por las masas. Arreglos electrónicos un poco pastelosos. Sobreproducción. Riffs con gancho y melodías edulcoradas. Cierto regusto épico en algunos pasajes y un par de baladas así como muy sentidas. Todo es superdigerible en este «Humanoid».

La conclusión es clara: Tokio Hotel no son tan chungos. Musicalmente son más dignos que la mayoría de las bandas que han causado estragos entre las adolescentes en los últimos 20 años: al menos son capaces de coger una guitarra y componer canciones. Canciones blanditas, de las que suenan prefabricadas y rebosantes de hormonas teenager. Incluso un poco grimosas, vale. Pero canciones al fin y al cabo. Pop-rock para todos los públicos. Y con eso es suficiente. Y es que una parte de mí alberga un sentimiento de esperanza por el hecho de que los niños/as de cierta edad escuchen a grupos como Tokio Hotel. Porque de alguna manera me da por pensar que quizá, algún día, les dé por descubrir el rock de verdad. Entonces habrá valido la pena. Al fin y al cabo todos tenemos un pasado: a mí de niño me gustaba la Onda Vaselina.