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Foo Fighters: dignificar el rock de estadio

Hace años, leí una curiosa encuesta en una revista de rock en la que se preguntaba a los lectores con qué músico ser irían de cañas. Dave Grohl ganó por goleada. El ex batería de Nirvana es, además de un gran músico, un tipo carismático, majete, triunfador y molón. Y sin embargo, ante una audiencia masiva como la que ayer llenó el Palacio de los Deportes de Madrid, todo ello se quedaría en nada si no contara con un repertorio solvente. Foo Fighters lo tienen.

«Después de esta noche, nos convertiremos en la mejor banda de rock que haya tocado nunca en España», anunció Grohl. Quizá no fue para tanto, aunque sí para dejar al público más que satisfecho. Arrancaron con su nuevo material (Bridge Burning y Rope, consecutivamente), para seguir con la infalible The Pretender y dar rienda suelta a su lado más mesiánico con My Hero, en la que Grohl hizo uso de la larga pasarela que cruzaba la práctica totalidad de la pista. Brillaron las nuevas White Limo, Arlandria, y Dear Rosemary, sobresalieron las ya clásicas Monkey Wrench o Breakout y, como no podía ser de otra manera, desataron el delirio las efectistas Best of you y All my life. Tras ellas, unos bises marcados por la interpretación de Wheels en solitario a cargo de Grohl («yo soy como vosotros, un fan», dijo, al tiempo que se ponía una gorra que le había llovido del público), Times Like These, dos versiones (Young Man Blues, de Mose Allison y Tie Your Mother Down de Queen) y el cierre con la sobrecogedora Everlong. En total, casi tres horas de puro espectáculo con mucho de teatro, posturitas y todos y cada uno de los clichés del rock. Pero qué bien le quedan al jodío.

Y es que Foo Fighters es, probablemente, la última gran banda de rock de estadio. La que mejor ha sabido en los últimos tiempos combinar melodías, contundencia y pasión y llevarlas a un público masivo sin perder autenticidad por el camino. Un grupo que no necesita de grandes artificios (la puesta en escena estuvo marcada por la sobriedad: ni siquiera hubo pantallas), y que sabe manejar hábilmente un repertorio que también tiene momentos flojos, tanto en directo ( Long Road to Ruin o Let it Die bajaron el listón) como en disco (varios de ellos se quedan en aprobado raspado). Una banda formada por grandes músicos como Chris Shiflett -el único, además de Grohl, que pisó la pasarela-, el histórico Pat Smear o la apisonadora rítmica Taylor Hawkins que, sin embargo, no dudan en ceder todo protagonismo a un frontman que sabe bien cómo hacer entonar sus estribillos a 20.000 gargantas, desatar un aplauso cerrado con sólo tirarse un eructo o ganarse con una canción el perdón del público por haber dejado pasar casi diez años desde su última visita.

Ayer, muchos sintieron que el rock de toda la vida, el de los riffs poderosos y las canciones directas, sigue vivo. Al menos, mientras los Foo Fighters sigan en buena forma.