Un insólito mal se cierne sobre buena parte de nosotros, los melómanos del planeta: oímos más música que nunca, pero la escuchamos menos. La irónica paradoja la explica Internet, ese cajón de sastre que nos ha permitido acceder a una cantidad absurda de discos. Están ahí, al alcance de un clic. Y son más, muchos más de los que nunca hubiéramos soñado poseer. Así, en pocos años, muchos de esos melómanos hemos abarrotado nuestros asépticos e impersonales discos duros de gigas y más gigas de discografías completas que esperan una oportunidad. O varias. Porque los discos verdaderamente interesantes requieren de un número mucho mayor de escuchas para desvelar sus secretos. Y es que hoy a cualquiera le suena de oídas el nombre de un grupo o el título de un disco. Y sin embargo cada vez son menos los que, pacientes en una era en la que la inmediatez marca la pauta, se han tomado la molestia de escuchar.

Ilustración de María Gil.