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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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Rock a 35º

Terminado el Summercase, toca evaluar lo que ha sido un fin de semana de intenso y caluroso festival que ha dejado algunos momentos memorables y otros simplemente correctos. Tal y como comentaba en el post anterior, fue imposible verlo todo, así que resumo a grandes rasgos algunos de los más destacados momentos de la tercera edición del festival en Madrid. Lo hago por categorías y con un grupo por día en cada una de ellas, que la clásica crónica está un poco sobada…

Los más divertidos

Por segundo año consecutivo, la organización apostó por Kaiser Chiefs. No es raro, pues cuesta imaginar a un grupo más apropiado para animar un festival. Parece fácil cuando se tiene una colección de canciones plagadas de estribillos coreables, «oooohs» y «na na nas» a pares y un frontman solvente e inquieto como Ricky Wilson. Celebradísimos los singles Oh my god, Everyday I love you less an less, I predict a riot o Ruby , y un poco a medio gas en los temas que pretenden ser más maduros. El grupo presentó además varias canciones de su tercer disco (que parecen ir en buena dirección), y dejó al personal satisfecho. Un acierto.

El sábado, si hubiera que otorgarle dicho galardón a una banda, creo que sería merecido dárselo a Maxïmo Park. Los de Newcastle han sabido recuperar el legado post punk más vitalista y asequible para todos los públicos. Tienen algunas melodías brillantes, saben hacer de su directo una fiesta y Paul Smith se deja en el escenario los cuernos. Y lo que haga falta para que todo el mundo vaya a ver el siguiente concierto con una sonrisa de oreja a oreja.

Los más intensos

El viernes, los escoceses Mogwai demostraron con creces por qué son una de las bandas más respetadas del panorama post-rock actual. La suya no es una propuesta fresca ni fácil. Ni está de moda. Y sin embargo saben como pocos llevar al oyente a lugares desconocidos, transmitir emociones indescriptibles a través de su propuesta instrumental y crear texturas sonoras inigualables. Únicos en su especie.

Un día después, las miradas de muchos estaban puestas en el australiano Nick Cave. Con Grinderman, su nueva banda, el viejo Cave supo dar una lección de macarrismo con estilo. Rock poderoso, blues cavernícola, espíritu punk y peligrosidad, esa que nunca debió perder el rock y que hace de cada concierto de Cave un derroche de impredecible violencia sonora. Brutales. Y necesarios.

El duelo de dinosaurios

Nadie puede negarlo. Muchos de los que estábamos allí teníamos ganas de ver a los Sex Pistols. Incluso los que nos habíamos mostrado escépticos ante su regreso a los escenarios. Toda duda se despejó en pocos minutos. Nada queda ya de aquella banda de finales de los 70 más allá de las canciones. Pese a que se ha ganado el respeto más que de sobra a lo largo de los años, John Lydon es una caricatura de sí mismo. A medio camino entre lo patético y entrañable, el vocalista de los Sex Pistols se movía torpemente en el escenario, hacía gárgaras con bourbon (para escupirlo después) y se sacaba los mocos al final de cada canción tapándose un orificio de la nariz primero y otro después. Cantó bien, eso sí. El sonido fue más que decente y los temas funcionan por sí solos. Pero el resto resultó un poco lamentable. Al menos han tenido la decencia de reconocer que siguen en la brecha por la pasta. El resto de los integrantes originales (con ese Glen Matlock que parecía el vecino pijo del cuarto que acaba de aparcar su BMW) se limitaron a cumplir. El que mejor, Paul Cook, batería, que le arreó duro pese a que los años no pasan en balde.

En el otro extremo del ring estaba Blondie. Abanderados por excelencia de la new wave neoyorquina, los miembros del grupo liderado por la carismática Deborah Harris actuaron en un escenario más pequeño que el de los Sex Pistols, lo que a la postre resultó un punto a favor. Harris, que se conserva mejor que bien, fue el contrapunto a Rotten por su dignidad sobre el escenario, su presencia y esa sensación de estar disfrutando de sus viejas canciones, algo perfectamente percibible por el público. Coincidiendo con el 30 aniversario del imprescindible Parallel Lines, Blondie cuajó con estilo una actuación para el recuerdo de todos los que no vivimos aquella época de efervescencia creativa.

Mención especial merece la actuación de The Breeders. La banda de la (hoy oronda) Kim Deal funcionó por el mismo motivo que lo hacen los Pixies a pesar de sus diferencias internas: tienen canciones. Pero su concierto pecó de aburrido y falto de chicha. Una pena, aunque me gustó verles en directo.

Ni fu ni fa…

Los jóvenes de Nashville Kings of Leon, menos barbudos que cuando lanzaron aquel prometedor debut llamado Youth and Young Manhood, fueron una de las propuestas más flojas del viernes. Les faltó pasión y emoción, desparpajo y garra. Y eso que tienen canciones para sacar todo eso y mucho más. De nada sirvió que buena parte del público, algunos incluso con pancarte incluída, pidiera a gritos uno de sus temas más bellos y que más recuerda a la Creedence, el casi perfecto California Waiting. No sonó. Pero aunque lo hubiera hecho no hubiera servido para salvar una actuación insulsa y por momentos soporífera.

Algo relativamente similar le ocurrió a Interpol el sábado. Lo que ocurre es que en el caso de los neoyorquinos nadie espera ninguna fiesta. Son planos e inexpresivos, al contrario que sus canciones, llenas de oscura emotividad y un buen número de melodías para enmarcar. A Paul Banks se le perdona su timidez, pero al grupo en su conjunto se le debe exigir algo más que una pose hierática y la pura ejecución de sus temas, que dicho sea de paso no es gran cosa, aunque saben sacarle partido a lo que pueden dar de sí. Los enigmáticos visuales fueron de lo más acertado.

La organización

Un sonido aún mejor que el de años anteriores, colas aceptables para pedir la bebida y una ingeniosa idea para mantener el suelo limpio -consistente en vasos de plástico duro con una argolla para adosar al cinturón al precio de un euro reembolsable -, fueron algunos de los puntos fuertes de la organización del festival. Ello hace que se perdone el incómodo recinto, en el que, como en las dos anteriores ediciones, faltaron zonas de descanso. El sofocante calor del día dio lugar a una noche de temperatura perfecta. Como otros años, hubo quejas por lo incómodo del transporte (el metro estaba lejos y muchos no conocían el funcionamiento ni la frecuencia de paso de los autobuses nocturnos). Pero en líneas generales, parece evidente que se han subsanado errores y ahondado en los aciertos de un evento que ya se ha consolidado entre la incesante avalancha de festivales veraniegos.