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La migración: una lucha por sobrevivir

Por Aina Valldaura de la Fundación Vicente Ferrer.

El mes de mayo es uno de los más calurosos en el distrito de Anantapur (India) con temperaturas que alcanzan los 45 y 46 grados. Se trata del mes previo al monzón y de vital importancia para el cultivo de las cosechas, al menos así era antes de la sequía severa que desde hace tres años afectara la región. En el último año prácticamente no ha caído ni una gota durante la temporada del monzón, las cosechas se han perdido y en su lugar, la migración se ha impuesto como una necesidad.

Cuando llegamos al pueblo de Pillagundla, en la región de Madakasira, uno de las zonas más afectadas por la sequía por su carácter eminentemente rural, un grupo de mujeres mayores, niños y niñas nos estaban esperando. Nuestro objetivo era hablar con una familia en la que algunos de sus miembros hubieran migrado debido a la sequía, dejando atrás a la gente mayor y a los hijos de menor edad. Lo que no nos esperábamos era descubrir que el pueblo entero cumplía con ese perfil.

Mucho se ha escrito sobre el fenómeno migratorio: su impacto, las condiciones en las que viajan los migrantes, los motivos por los que se van y los abusos que a menudo les esperan cuando llegan a su destino. Pero, ¿qué pasa con los que se quedan? ¿Qué pasa con aquellos y aquellas que viven día a día con esa ausencia?

En el distrito de Anantapur en los últimos años han migrado 480.000 personas, lo que equivale al 10% de la población. Después de años de sequía y la pérdida del 90% de las cosechas, las opciones en las áreas rurales se reducen a dos: sentarse y esperar que llegue el monzón o migrar.

De las poco más de 70 familias que viven en la aldea de Pillagundla todas han asumido la migración como una necesidad. En todas ellas como mínimo uno de sus miembros ha migrado en busca de un futuro mejor, mientras que cinco ya han abandonado el pueblo de forma permanente.  Menores y ancianos son los únicos testimonios de este cambio en la realidad social del pueblo. Son muchos los ejemplos que podríamos enumerar, y Pillagundla, es una aldea más de esta lista, pero sus habitantes tienen mucho que decirnos.

“Mi marido y yo tenemos dos acres  (0.8 hectáreas) de tierra, pero ¿qué hacemos con ella si no llueve?”, cuenta Pushpa, una joven de 30 años y madre de dos hijos en la entrada de su casa ahora cerrada con candado. Hace cinco años tuvo que migrar de Pillagundla en busca de un futuro mejor. Ser propietario de tierras de cultivo ya no es suficiente para poder llevar una vida digna.

Los hijos de Pushpa ahora viven con su abuela Anjinamma de 65 años, quien se hace cargo de dos nietos más. Los cinco conviven en una casa de una sola habitación. Anjinamma hace años que ha asumido el rol de madre, padre y abuela, así como la responsabilidad y cuidado de los pequeños. “Cuidar de ellos es mi trabajo, lo he hecho toda mi vida, y además ahora mis vecinos me ayudan. Somos muchas las que estamos en una situación parecida”, añade la anciana.

Pushpa espera con ansia el día uno de cada mes, cuando puede ir al pueblo a visitar a sus pequeños y recoger los alimentos subvencionados que les otorga el Gobierno. Cuenta con tristeza el trabajo que tiene en la ciudad: hacer ladrillos. Trabaja 12 horas días, los siete días de la semana, por poco más de 7.000 rupias al mes (96 euros). Su marido, por el simple hecho de ser hombre, cobra 9.800  (135 euros).

Le cambia el tono de voz cuando le preguntamos por el futuro de sus hijos. Quiere que estudien, encuentren un buen trabajo y, al contrario que ella, no tengan que depender nunca de la lluvia para poder comer. “Quiero que sean doctores”. Pushpa dejó la escuela con solo 10 años y quiere evitar por todos los medios que a sus hijos les pase lo miso. Aunque el precio sea, estar lejos de ellos.

  • Todas las imágenes son de Constanza González/Fundación Vicente Ferrer.

3 comentarios

  1. Dice ser Joana

    Que no hubieran tenido tantos hijos. Lo único que me interesa es que no vengan a «luchar por sobrevivir», en los territorios de los aborígenes europeos. Que se busquen la vida en su casa y se las apañen como pueden. A ver si el «luchar por sobrevivir», implica la muerte y el genocidio de los europeos. Ah, que es eso. Y a ti te gusta. Idiota, tú también vas a morir.

    21 junio 2017 | 07:51

  2. Dice ser Una

    «Pushpa espera con ansia el día uno de cada mes, cuando puede ir al pueblo a visitar a sus pequeños y recoger los alimentos subvencionados».

    Me da la impresión que la prioridad del viaje mensual de Pushpa al pueblo es la recogida de alimentos subvencionados, que lo de visitar a sus hijos es secundario y circunstancial.

    Opino que con lo que cobran muchas ONG por cada ilegal que introducen en Europa podrían comer mucha más gente, la verdad. Yo creo que con 3.000 euros mandas muchas cubas de agua.

    22 junio 2017 | 23:43

  3. Dice ser Ignotis parentibus

    sobrevivir? nO CREO QUE TODOS LOS QUE MIGRAN LO HAGAN PARA SOBREVIVIR YA Q EN ESE CASO MÁS DE MEDIA EUROPA DEBERÍA EMIGRAR A NO SE DONDE PARA SOBREVIVIR.

    24 junio 2017 | 21:05

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