La semana pasada hacía mención a lo que había calado en la audiencia el Universo Friends. Tanto es así que hay poquísimas series que sean tan identificables y que hayan logrado crear con tanto acierto un happy place: esto es, un lugar idílico al que siempre queremos regresar, que nos transmite buenas vibraciones y que conocemos como la palma de nuestra mano. En ‘Friends’, los sets, que son parte fundamental de la atmósfera charming, funcionan a la perfección. La casa de Monica (o la casa de las chicas) está decorada como un enorme muffin de colores. Sus paredes moradas llenas de carteles, los cojines, la cocina con las estanterías a la vista llenas de productos y cacharros, las lámparas, el marco dorado que rodea la mirilla tras la puerta de entrada y otros mil detalles de atrezzo hablan de la persona que lo habita. De su forma de ser un poco cursi, organizada y perfeccionista.
La casa de Monica, un piso de renta antigua heredado de su abuela, es el centro de reunión de los seis amigos. Un lugar donde las puertas siempre están abiertas (literalmente) y dispuesto para recibir a los demás. El set, con su peculiar decoración y la gran cristalera que da al balconcito de difícil acceso, está vinculado a las tramas y gags con enorme acierto: la visión del feo hombre desnudo, cuyo apartamento posteriormente ocupará Ross y desde donde verá a Monica y Chandler en pleno arrebato pasional; los momentos románticos en el balcón de Rachel con sus ligues mientras Ross entra inesperadamente; las charlas de confesión en la cocina frente a la puerta que se abre de repente; las reuniones alrededor de la tele tras las comilonas de Acción de Gracias o abriendo los regalos en Navidad donde se recuerdan historias del pasado…