(Atención, SPOILERS) Con una apoteósica recta final de tres episodios magistrales y una última escena que nos dibujó un rictus de estupefacción en el rostro, ha concluido la quinta temporada de ‘Game of Thrones’ dejándonos, ante todo, una cosa clara: el invierno ha llegado para quedarse. La revelación de la fuerza devastadora del ejército blanco —que nos sumió en un estado de estupefacción durante el octavo episodio con una sorprendente ruptura de la tradición—, ha evidenciado la nimiedad de las reyertas en Poniente, configurando un nuevo tablero de juego donde la unión de los reinos será la única posibilidad de combatir al enemigo más allá del Muro.
La secuencia de la batalla, que concluyó con el rey blanco alzando sus manos para revivir a los caídos, reveló que los dragones por sí solos no serán suficientes para enfrentar a las fuerzas del mal. Hará falta valor, inteligencia, unión y, especialmente, sabiduría en artes mágicas. La historia, que en los libros se diversifica de una manera casi extenuante, en la serie comienza a enfilar la resolución final. El esperado encuentro entre Tyrion y Daenerys ya se ha producido y, aunque los dothraki hayan entrado en escena, sabemos que la madre de dragones regresará a Meereen, que ha quedado en manos del último resquicio moral de Desembarco del Rey: Tyrion y Varys.
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