Hay épocas en las que no encuentras cosas interesantes que ver. O, sencillamente, lo que hay no te apetece demasiado. A veces me ocurre que, tras una gran serie, me cuesta volver a centrar mi atención y necesito un periodo de vacíacocos para relajarme sin pensar. Esto es lo que me ha sucedido tras ver la excelente Gomorra. No encontraba nada que se le pudiera comparar (no, ni tan siquiera Transparent), y me he dado de lleno al drama familiar de Parenthood. Cinco temporadas (no es broma, amigos) me he tragado de la familia Braverman hasta llegar a amarla-odiarla como si fuera la mía.
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Indigestión de Bravermans y otra oportunidad a Homeland
Gomorra, cuando el entretenimiento se convierte en máximo placer
Gomorra-La Serie es sobresaliente. Si no queréis seguir leyendo con esto os basta para empezar a verla ya. Yo he tardado demasiado. En verano tengo el cerebro reblandecido y prefería ver a los mafiosos de la Camorra con mantita otoñal. Pero estaba equivocada. Tenía que haberla visto en cuanto me la recomendaron. Me he bebido los doce capítulos de su primera temporada en tres días. Y podría haberlo hecho en menos si no tuviera un hijo y un marido que atender.
Gomorra es excelente en todos sus aspectos. Como siempre sucede con las obras que sobresalen, posee un guión sorprendente, repleto de adrenalina y sucesos inesperados, y personajes trabajados al detalle, carismáticos, interpretados por enormes actores. Lo que hay que dejar claro es que Gomorra no es una serie pausada sobre mafiosos con glamour. No. Muestra la rancia verdad de la violencia sin escrúpulos, separándose de la imagen idealizada del gánster que ofrece el cine (El Padrino, Uno de los nuestros) y aproximándose a la nueva estética de vulgaridad en chándal que ha construido la televisión, gracias sobre todo a series como Los Soprano.