Con un episodio final que no ha sido completamente de mi gusto, pero con un último tramo que he disfrutado mucho y que nos ha dejado algunas escenas memorables, nos despedimos de ‘Mad Men’, una serie única y original, una joya televisiva que cierra la etapa de la edad de oro de la televisión aportando una nueva forma de concebir el medio: con inteligencia, elegancia, clase, respeto por el espectador y una escritura sutil capaz de revelar el alma humana de una forma que pocas series han conseguido.
En una serie como ‘Mad Men’, tan rica en significados, si hay un tema que ha sobrevolado por encima del resto ha sido el del sentido de la vida. ¿Qué es lo que necesitamos para ser feliz? ¿Qué puede garantizarnos serlo? En una entrevista en ‘America in Primetime’ Jon Hamm, que ha tenido una infancia casi tan desgraciada como la de su alter ego Don Draper, afirmaba: «Necesitas implicarte hasta el fondo con las personas que amas». Tanto Don como Peggy, los grandes protagonistas de la serie debido al paralelismo de sus existencias, han intentado a toda costa alcanzar una felicidad que siempre se les escapaba de las manos. Su ambición, la anteposición del trabajo y una forma de ser en la que primaba escapar de los problemas en vez de hacerles frente, los conducía una y otra vez a la infelicidad. (Atención, SPOILERS)
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