Entradas etiquetadas como ‘violencia’

El ‘escritor más peligroso de los EE UU’ publica una novela con gifs animados

Dennis Cooper

Dennis Cooper

Dicen de Dennis Cooper (Pasadena, 1953) que se trata del «escritor más peligroso de los EE UU«.

La verdad es que lo dijeron hace ya bastante, en concreto en 2000, cuando el naciente siglo de la realidad líquida y los vaivenes emocionales entendidos como forma inteligente de comportamiento buscaban cronistas. Cooper era entonces un escritor que hablaba de chaperos, sadismo y otras confesiones sucias o podridas sobre la violencia, el cuerpo, la represión, la muerte, la degradación, la ternura… Es difícil encontrar temas nuevos.

Una de las opiniones de Cooper, la al parecer tan inmencionable como incorrectísima de considerar al matrimonio homosexual un «fracaso social», ha puesto al escritor en situación de verdadero riesgo, ya que algunos gay intolerantes anuncian que un día de estos matarán al autor, que, por cierto, es gay, como puede comprobarse en algunas de sus novelas más vivenciales, sobre todo Cacheo, la crónica de un joven fascinado con el asesinato, y la muy explícita Chaperos,  sobre el encuentro entre un joven escort y un cliente con el que desarrolla una metaficción marcada por la pornografía, las mentiras, las medias verdades y la mitomanía.

Lee el resto de la entrada »

Pistolas para bebés, ‘barbies’ viudas de guerra y otros juguetes distópicos

'Barbie War Widow' ('Barbie viuda de guerra') - Peter Adamyan

‘Barbie War Widow’ (‘Barbie viuda de guerra’) – Peter Adamyan

«En la mayoría del mundo de hoy, la violencia es mucho más real, y considerada como una dura realidad en el día a día de los niños. Para el mundo occidental sin embargo, es algo menos tangible, algo que vemos sólo en televisiones y videojuegos. ¿Por qué entonces cala en nuestra cultura de una manera tan extendida?».

Peter Adamyan (1987) intenta descifrar la fórmula del éxito de la violencia en las sociedades acomodadas, se empeña en buscar la explicación en un posible «fomento del imperialismo», la «validación» de la violencia «en los textos religiosos» o la certeza de que lo llevamos «en nuestro ADN». El artista estadounidense pinta sobre lienzo y madera, crea instalaciones y modifica juguetes originales con la mirada puesta en la histórica crueldad del ser humano. Las creaciones son tétricas y burlonas, el estilo es pretendidamente descuidado y pop.

'Cobra Hates Your Freedom' - Peter Adamyan

‘Cobra Hates Your Freedom’ – Peter Adamyan

Dystopia Toyland (Distopía Juguetelandia) es su última colección de balas envenenadas, obras que aluden a las consecuencias de la guerra sobre la población civil, a los abusos sobre los trabajadores o a matanzas y genocidios del pasado. También hay lugar para el cada vez más frecuente caso, como repetido en un funesto bucle, del bebé que dispara el arma y mata a otro niño o a un familiar adulto en alguna remota población estadounidense, uno de esos lugares de los que sólo se hablará de pasada para recordar el desgraciado suceso.

'Babys First Homicide' - Peter Adamyan

‘Babys First Homicide’ – Peter Adamyan

Introduciéndose en el universo de los juguetes busca los «momentos formativos de nuestra juventud en los que por primera vez conocemos la violencia verdadera, el momento en que somos más susceptibles y nuestras psiques están todavía en desarrollo». Adamyan se toma al pie de la letra que el juguete es una herramienta para que el niño reproduzca escenarios de la realidad adulta: un G.I. Joe veterano de guerra mendiga junto a un cubo de basura, dos muñecas Bratz ejercen la prostitución en las calles, una bolsa de celofán transparente contiene figuras humanas derretidas y grisáceas que resultan ser «víctimas del napalm».

En un mundo en que, para muchos, es más ofensiva la imagen de un cuerpo humano desnudo que de un cuerpo sin vida, el artista señala que la violencia ya no está «tan aceptada como lo estuvo a lo largo de la historia», pero matiza que nos las seguimos ingeniando par «aceptarla» como inevitable a la naturaleza humana. Sus obras no deben ser confundidas con un gamberrismo tontorrón, sino como una llamada de atención al fatalismo con que aceptamos que un niño «acepte la violencia como parte de la edad adulta».

Helena Celdrán

Instalación creada por Adamyan con trabajos de la serie 'Dystopia Toyland'

Instalación creada por Adamyan con trabajos de la serie ‘Dystopia Toyland’

'Workers Comp Daydreams' - Peter Adamyan

‘Workers Comp Daydreams’ – Peter Adamyan

'Freight Train Fuhrer' - Peter Adamyan

‘Freight Train Fuhrer’ – Peter Adamyan

'The Unfriendly Gost' - Peter Adamyan

‘The Unfriendly Gost’ – Peter Adamyan

Fotos del lado de afuera de los estadios de Brasil

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas/Acervo IMS

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP, 1941. Foto: Thomas Farkas / Acervo IMS

La foto, tomada hace 73 años, es una predicción retrofuturista que se consuma a partir de hoy. La hizo en el exterior del viejo estadio de São Paulo el gran Thomas Farkas, uno de los mejores fotógrafos de la historia de Brasil, ese país donde durante el próximo mes jugarán al fútbol unas cuantas selecciones nacionales de jugadores tan bien pagados como pobremente conscientes de las realidades de sus países —ahí está nuestra mítica Roja como ejemplo: tanto ji-ji-ji como tiqui-taca pero las boquitas bien cerradas, sin gesto alguno con los pobres diablos que les vitoreamos desde las colas del paro, los ficheros de deshaucios, el sinfuturo, la miseria creciente…—.

La selección que venza en el campeonato se llevará, además de la gloria global y los consiguientes contratos publicitarios personales, 28 millones de euros como premio —el mayor de la historia de los mundiales, cuyo bote total para los patrióticos jugadores ha aumentado esta vez hasta 426 millones de euros, un 37% más que en Sudáfrica—, adjudicado por los organizadores, la FIFA, ese club de yakuzas de la mercadotecnia que reparte dinero incluso entre los peores: 8 millones a cada equipo eliminado en la primera fase (además del millón largo que regalan solo por acudir a la cita).

La imagen de Farkas (el título también es poesía social: «desde el lado de afuera del estadio») engancha en lo puramente formal —los meninos descalzos separados del teatro de los sueños por el hierro forjado,el muro de la vergüenza en cada lugar con la última encuesta publicada en el país sudamericano: menos de la mitad de los brasileños (48%) está a favor del Mundial y el 55% cree que traerá más perjuicios que beneficios. Los porcentajes adquieren un sentido nuevo dada la consideración metarreligiosa del futebol en el país que alguna vez hizo arte con el jogo bonito —nunca más: ahora practican la cultura del jugador entendido como cyborg, desarrollada por grandes filósofos de las faltas técnicas, figura literaria de la patada primordial, como José Mourinho, Diego Simeone y Luiz Felipe Scolari—.

Nacido en Hungría pero criado desde los seis años en Brasil, Farkas murió en 2011, a los 86 años. En Europa no nos enteramos, pero dejó un legado a la humanidad que supera el que heredaremos como seres humanos sensibles y receptivos de 99 de cada 100 jugadores. Le gustaba el fútbol, pero jamás hizo fotos del cesped y las vanidades que acoge: prefería quedarse en la grada y retratar al pueblo llano cuya gloría, antes como ahora, era superar el hierro forjado de cada día.

¿Qué fotos haría Farkas de este Mundial cuyo gasto ha alcanzado la pornográfica cifra de más de 19.000 millones de euros (el presupuesto del país en Educación es de 32,6 millones para este año)?

Imagino al viejo fotógrafo retratando cómo han decidido la clase dirigente brasileña y la FIFA proteger su Mundial: 150.000 policías y militares y 20.000 agentes de seguridad privada vigilarán el evento: uno por cada 50 personas del público previsto en los estadios.

Imagino que piensa, mientras hace las fotos, en el salario mínimo del país (230 euros al mes), la violencia epidémica (10 homicidios por cada 100.000 habitantes, tasa equivalente a que la Comunidad de Madrid registrase 6.500 asesinatos al año), la pobreza (casi el 20% de la población), la necesidad apremiante de viviendas dignas para 7 millones de personas…

Imagino, en fin, que mientras uno cualquiera de esos muchachos de boquitas cosidas con hilo de sutura de oro marca un soberbio gol en el campo, Farkas, que ya ha regresado otra vez, como siempre, al exterior del estadio, mira al cielo y retrata un árbol con los frutos amargos de unos niños que siempre estarán del lado de afuera de los estadios.

Ánxel Grove

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas / Acervo IMS

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas / Acervo IMS

Autorretratos de los haitianos que siguen viviendo bajo lonas

Hace más de tres años y medio, el 12 de enero de 2010, uno de los terremotos más devastadores de la historia (200.000 edificios destruidos en 60 segundos) dejó a Haití —uno de los países más pobres del mundo— en estado terminal. Las cifras oficiales, que todavía no tienen el carácter de definitivas, hablan de 316.000 personas muertas, 350.000 heridas y más de 1,5 millones sin hogar. La magnitud de los daños fue cuantificada en dinero —el patrón que mueve las conciencias y abre las carteras en un mundo taimado—: unos 7.000 millones de euros.

El desastre y sus consecunecias extendieron el valor de la generosidad como una epidemia y todas las naciones del mundo se comprometieron a soltar dinero y ayuda técnica y humana para reconstruir el país y devolverle al menos una parte de dignidad a sus habitantes. A estas alturas las cuentas no salen: los fondos entraron al país pero en una altísima proporción volvieron a salir de él, embolsados por organizaciones seudohumanitarias o empresas contratistas. En el caso de los EE UU, donde el presidente Obama prometió hacer de Haití una causa personal, el 95% de las ayudas en cooperación han terminado en las cuentas corrientes de las ONG estadounidenses.

En Haití hay en estos momentos 279.000 personas viviendo en las carpas de los campos de desplazados y otros campamentos improvisados, 18.000 niños menores de cinco años en severo estado de desnutrición y 100.000 casos de cólera previstos para 2013, la violencia y el crimen son rampantes…

Las personas retratadas en las fotos de las galerías de esta entrada son parte de ese colectivo de desposeidos que viven bajo las lonas de las carpas montadas por la cooperación internacional o en campamentos ilegales (el término rechina en una situación que debiera ser, según cualquier óptica, ilegal). Las imágenes convierten a los retratados en tangibles, les otorgan la identidad de una sonrisa, la personalidad de una pose, el descorazonador sinsentido de una mirada vacía

No son las primeras de las centenares de miles de fotos que nos han repartido desde Haití las corporaciones mediáticas o los fotoperiodistas por libre, pero éstas tienen un elemento diferencial que las dignifica y convierte en delicadas y, al tiempo, aterradoras: son autorretratos, son los haitianos quienes aprietan el mando a distancia del disparador de la cámara, quienes deciden cómo mirarse. Ante ellos no está un fotógrafo extranjero buscando, en el mejor de los casos, la denuncia y, en el peor, la rentabilidad del retrato. Estos haitianos están ante un espejo, ante sí mismos.

El Haiti Self-Portrait Project (Proyecto de Autorretratos de Haití) fue iniciado por Andy Lin en colaboración con la organización Frakka (siglas en inglés de La Fuerza por la Reflexión y la Acción sobre la Vivienda), que defiende los derechos de los habitantes de los campamentos. Lin había producido desde 2009 más de 300.000 autorretratos con el mismo sistema —una cámara digital con flash, un trípode, un mando a distancia y un espejo tras la cámara para que el retratado pudiese actuar como el verdadero fotógrafo— en eventos, inaguraciones, fiestas y otros saraos frívolos en Nueva York. En 2012 decidió que era hora de cambiar de modelos y se fue a Haití.

Con el equipo a cuestas, Lin ha estado en los principales campamentos donde los desahuciados por el terremoto siguen esperando: Grace Village, City Soleil —uno de los más violentos por los ataques de esbirros de los dueños de las tierras, que pretenden edificar en ellas—, Mozayik —con un asesinato de media al día— y Solino —donde los residentes son presionados por la policía para que se vayan porque afean la zona céntrica de Puerto Príncipe, la capital de Haití—.

El fotógrafo ni siquiera estaba presente cuando las fotos fueron tomadas. Al llegar a cada campamento se reunía con las personas mayores y de más influencia, les contaba la idea y, una vez aceptada por unanimidad del consejo local, instalaba los bártulos y regresaba pasadas unas horas. «No quería intervenir. No quería ser otro fotoperiodista preguntando: ‘¿me dejas hacer una foto de las condiciones miserables en las que vives?’. Tras acabar cada sesión, hacía una copia de cada foto en una impresora portátil y se la dejaba como regalo. Les encantaba verse porque muchos llevaban sin hacerse fotos desde antes del terremoto».

Conviene ver estos autorretratos. Tras la vitalidad y el juego —siempre el mejor de los analgésicos—, son personas desgraciadas por culpa de nuestra falta de palabra, de nuestros compromisos rotos, de nuestra amnesia, de nuestra indiferencia…

Ánxel Grove

Huevos fritos con sangre y otros excesos del punk

Punks en las calles de Londres

Punks en las calles de Londres

Refrescante maldición y última exhalación con forma de ladrido que emergió del cadáver del rock, el punk rebosa suculentas gotas de sangre, vómitos existenciales —y gástricos—, mutilaciones, muerte y maldición.

Tres décadas y media después de God Save the Queen, la gran jugada comercial y sólida descarga sonora de los Sex Pistols, que no inventaron el punk —fecundado en los EE UU unos años antes— pero sí vendieron la marca al resto del mundo, revisar el género más orgullosamente paleto de la historia (con perdón del heavy) puede parecer un ejercicio idiota y fuera de lugar, pero si nadie discute el derecho a reivindicar la desmesura del Marqués de Sade, predicar la violencia necesaria de Jean Genet o añorar el arte de la vida como crónica de excesos de Hunter S. Thompson, también podemos trazar el decorado de vicio hedonista, peligro consumado y ansias suicidas del punk, la última escuela basada en la necesidad de asesinar a los maestros y, de paso, asesinar al maestro que reside en cada ego.

Lo que sigue es un conjunto de excesos y absurdos, un ramo de flores podridas por voluntaria desatención, una enumeración  —tomada en buena parte del libro no traducido al español The Official Punk Rock Book of Lists, una colección de eructos que pueden leerse como versículos de un poema diabólico— que quizá parezca remota pero que otorga un sentido de proclama tosca y coherente a un movimiento que nació para morir de prisa y ejercer, en tanto durase la vida, la zafiedad más cafre. Bienvenidos al mundo bárbaro del punk rock y sus momentos más cerriles, es decir, más lúcidos.

Sid Vicious, 1978 (Foto: Bob Gruen)

Sid Vicious, 1978 (Foto: Bob Gruen)

Huevos fritos con sangre

El fotógrafo Bob Gruen —el mismo que había firmado la foto-póster de John Lennon con la camiseta de New York City dos tallas más pequeña de lo que demandaba el buen gusto— estaba presente y lo ha contado.

Noche en un bar de carretera de las malas tierras del Midwest. El autobús de los Sex Pistols, que están de gira por los EE UU, se detiene para que los músicos y su cohorte coman algo. Sid Vicious pide un bistec y un par de huevos fritos. Un cliente redneck —gorra de marca de tractores, camisa vaquera— se acerca:

— Eres Vicious, ¿verdad? Vas de duro, veamos si eres capaz de hacer esto, dice antes de apagar contra la palma de la mano un cigarrillo encendido.

El bajista no parece impresionado.

— ¿Hacerme daño? ¡Claro!, dice.

Con el cuchillo de carne, el músico se da un tremendo tajo en la palma de la mano y sigue comiendo. La sangre gotea sobre los huevos fritos.

Sid no deja una miga en el plato. Moja pan en la mezcla.

Wendy O. Williams

Wendy O. Williams

 Un disparo de escopeta ante las ardillas

Wendy O. Williams, que se lubricaba el cuerpo para salir a escena casi desnuda al frente de su grupo, The Plasmatics, tenía una imagen feroz y fue detenida varias veces por obscenidad.

Cuando decidió morir, en 1998, unas semanas antes de cumplir 49 años, eligió darse un tiro de escopeta en la cabeza.

Fue un suicidio meditado —dejó cartas, regalos, una declaración para ser ayudada a morir en caso de que fallase en el intento y resultase herida y un mapa para que encontrasen el cuerpo— y anunciado: lo había intentado dos veces antes con barbitúricos.

En la nota final escribió: «El acto de quitarme la vida no es algo que haga sin meditarlo mucho. No creo que la gente deba matarse sin una reflexión profunda y durante un período considerable de tiempo. Creo firmemente, sin embargo, que el derecho de hacerlo es uno de los fundamentales que cualquier persona en una sociedad libre debería tener. Para mí la mayor parte del mundo no tiene sentido, pero mis sentimientos sobre lo que estoy haciendo suenan alto y claro en mi oído interno, en un lugar donde no hay ego, sólo calma. Siempre con amor, Wendy».

Vegetariana, entregada al cuidado de los animales y retirada desde 1991 en una casa en los bosques de Connecticut, la radical plasmática (que se definía como anarquista violenta), fue al encuentro de la muerte con una bolsa de nueces para, como hacía todos los días, dar de comer a las ardillas. Luego apretó el gatillo.

Carpeta de un single pirata de los Sex Pistols con "Belsen Was a Gas"

Carpeta de un single pirata de los Sex Pistols con «Belsen Was a Gas»

Galería de ofensas

Ni el sexo que emanaba de las caderas de Elvis Presley, ni las letras para asustar a mamá de los Rolling Stones. Ningún género de música pop ha sido tan incorrecto y ofensivo como el punk. Los trolls del ultraje y los meapilas de moral delicada sin un ápice de sentido del humor tienen en el punk un vastísimo campo de lapidación. Unas cuantas ofensas:

Beat on the Brat – Ramones. Joey Ramone compuso la canción (Golpea al mocoso / Con un bate de beísbol) cuando un crío con berrinches y mamitis le estropeó la placidez de una tarde de playa. Fue la primera de una larga serie de viñetas paródicas del inolvidable cuarteto-caterpillar: en Blitzkrieg Bop convierten en ritmo las guerras relámpago nazis, en Now I Wanna Sniff Some Glue proponen combatir el aburrimiento de la clase media esnifando pegamento y en Carbona Not Glue recomiendan sustituir el pegamento por los productos abrasivos de una conocida marca de artículos de limpieza.

Belsen Was a Gas – Sex Pistols. [El campo de concentración] de Belsen era guay / Lo escuché el otro día / En las tumbas abiertas / Donde estaban los judíos. Los Sex Pistols juegan con el holocausto, calificando al campo de la muerte de Bergen-Belsen como un gas (de gasear, pero también de lugar divertido).

Little Bit of Whore – Johnny Thunders. Lo peor es que el zopenco Thunders, que tenía bastante mal amueblada la sesera pese a su instinto asesino como guitarrista, creía lo que decía en este vil retrato de las mujeres (hay un poco de puta / en cada chica). Tuvieron que llegar las formas más groseras del rap para decirlo peor.

Darby Crash

Darby Crash

En busca de la anestesia

Darby Crash, cantante del grupo de hardcore punk The Germs, había anunciado tantas veces que se suicidaría que nadie le tomaba en serio. Cosas del loco Darby, pensaban.

Hijo de una familia disfuncional —padre ausente, madre abusadora y hermano muerto con la jeringa clavada en la vena—, Crash tenía un coeficiente intelectual muy alto y había estado matriculado en una universidad relacionada con la Iglesia de la Cienciología.

Entró en la élite del punk californiano cuando las bravas actuaciones de su grupo aparecieron en el documental The Decline of Western Civilization (Penelope Spheeris, 1981), donde se le puede ver declarando que necesitaba drogarse en el escenario para anestesiarse contra el dolor de los impactos de los objetos —botellas, latas y lo que estuviese a mano— que lanzaban sus fans.

En un viaje al Reino Unido probó la heroína y se dejó llevar por la aterida pasividad del más potente de los anestésicos.

El 7 de diciembre de 1980, en una pensión de mala muerte, ejecutó su promesa y se inyectó una dosis que sabía de antemano que le conduciría a la muerte. Tenía 22 años.

En los últimos instantes de vida logró garabatear una nota en la que dejaba su cazadora de cuero al bajista de la banda.

En 2007 hicieron un biopic horrible sobre su vida, What We Do Is Secret.

GG Allin

GG Allin

Con los calzoncillos puestos

Es discutible que GG Allin pueda ser considerado algo más que un palurdo exhibicionista, pero tiene derecho a figurar en el panteón del punk con grado de almirante: desde su nombre bautismal, Jesus Christ Allin —el padre juraba que Dios le había visitado para anunciarle que el niño sería un nuevo mesías—, hasta la estupidez extrema que ejerció con pasión le convierten en una referencia obligada.

Violento —estuvo en la cárcel por intento de homicidio—, patán, fascistoide y de gustos singulares —se peleaba a trompadas sangrientas con sus fans, defecaba en los conciertos y se untaba con sus deposiciones, que también entregaba en comunión al público—, Allin fue llamado payaso, imbécil y también «el mayor degenerado de la historia del rock».

No dejó nada reseñable musicalmente, sus canciones eran meras ceremonias de griterío y pavoneo grotesco, pero fue el más punk de todos en arrebatos y cochinadas.

Durante años anunció que se suicidaría en directo durante un concierto en la noche de Halloween, pero nunca tuvo las agallas para hacerlo. El 27 de julio de 1993, tras una actuación en un garito de Manhattan en el que apenas cantó un par de canciones y compartió varias docenas de guantazos con el público antes de que se fuera la luz y llegara la policía, se largo de farra vestido con un taparrabos y cubierto de mierda —hay vídeos de su paseo por las calles neoyorquinas con una tropa de fans—.

Allin acabó en un apartamento donde esnifó mucha heroína y se quedó frito. Los asistentes a la fiesta se chotearon de la escasa resistencia del más killer de los punks y se hicieron fotos al lado del cuerpo inerte. Varias horas después, cuando se hizo de día, alguien no demasiado colocado se dió cuenta de que el cantante era un cadáver. Murió con los calzoncillos (sucios) puestos.

Joey Ramone

Joey Ramone

Ángeles en el lecho de muerte

Un contrapunto de ternura para endulzar el agrio spleen del punk, el género musical donde la señal más apasionada de respeto por parte del público era escupir al ídolo.

Algunos de los intérpretes más ariscos se transmutaban en ángeles cuando el final era inminente.

Kurt Cobain —uno de los hijos putativos con más renombre del punk— eligió como banda sonora para su escenografía suicida un disco de REM, Automatic for the People, que puso en el reproductor mientras preparaba la escopeta.

El cantante de bubblegum-punk más adorable de la historia, Joey Ramone, intentó combatir los dolores finales causados por el linfoma con una pastoral de U2, In a Little While.

Ánxel Grove

Edward Gorey, el amante de los gatos que pensaba en blanco y negro

Edward Gorey

Edward Gorey

«Pienso en mis libros como en novelas victorianas hechas un burruño«. Edward Gorey (1925-2000) escribía e ilustraba historias de presencias oscuras, niños que morían, mansiones decadentes y almas solitarias, pero de algún modo conseguía que hasta lo más tenebroso tuviera un lado entre surrealista y cómico que lo hacía tierno.

Clasificaba su trabajo como «literary nonsense» («Absurdo literario»), le molestaba socializarse, no le interesaban la promoción, la riqueza ni la fama. Disfrutaba del privilegio de tener la nariz metida en un libro todo el tiempo que fuera necesario.

Tal vez esa mezcla de circunstancias sea la razón de su estatus como autor de culto. Desde su debut en los años cincuenta, siempre fue conocido y admirado por unos pocos, nunca un superventas, pero es muy probable que cualquiera que lo descubra se quede boquiabierto no solo por la singularidad del universo afilado y elegante del autor: la obra de Gorey desenmascara también la supuesta originalidad de algunos héroes pop como Tim Burton.

'Donald imaginaba cosas'

‘Donald imaginaba cosas’

En breves narraciones ilustradas (a veces sólo una frase acompaña a cada dibujo), Gorey recrea la incomodidad que provoca un invitado convertido en intruso, se divierte con el sinsentido de un accidente doméstico, caricaturiza una despedida amarga. Los personajes, larguiruchos y pálidos, se someten a las historias con caras serias, como si tuvieran la certeza de que nada pueden hacer contra la locura de quien los maneja.

En la sección Cotilleando a… de esta semana repasamos la figura de Edward Gorey en una decena de puntos que descubren cómo lo inusual de su caracter se mezclaba con la capacidad creativa.

1. La infancia. Por su aficción al estilo victoriano y eduardiano, la aparente incoherencia de su humor y lo refinado del vocabulario, era frecuente la suposición de que Gorey era inglés.

En realidad había nacido en Chicago (EE UU) y, a pesar de las especulaciones de todo el que se acerca a su trabajo, no creció en un entorno difícil ni tuvo una infancia traumática. Creció en los suburbios de la ciudad, su padre era periodista y la familia se mudaba con frecuencia por razones que el artista nunca supo.

'The gashlycrumb tinies'

‘The gashlycrumb tinies’

Cuando tenía año y medio hizo el primer dibujo, los trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos. «Eran extrañas y pequeñas salchichas que pretendían ser vagones», recordó después en varias entrevistas. Aprendió a leer sin la ayuda de nadie a los tres años y medio. Era un niño brillante al que avanzaron de curso en dos ocasiones. Leer y jugar al Monopoly eran sus actividades preferidas.

La normalidad con la que habla de la niñez contrasta con la oscuridad de sus personajes infantiles, desdichados y maltratados, que protagonizan obras famosas de Gorey como The Gashlycrumb Tinies (1963) (gash significa corte, tajo y crumb, mequetrefe), un abecedario con nombres de niños que sufren accidentes o enfermedades: «A de Amy, que se cayó por las escaleras; B de Basil, atacado por los osos; C de Clara, que se consumió…». Cada ilustración en tinta sobre papel muestra sin miramientos el momento que rodea a la desgracia, en blanco y negro, como una pesadilla poética.

Una de las escenas de ballet de Gorey

Una de las escenas de ballet de Gorey

2. Ballet. No se perdía ni una representación del New York City Ballet. Tras servir en tareas administrativas al ejército de EE UU (sin salir del país) en la II Guerra Mundial y después licenciarse en Francés por la universidad de Harvard, Gorey se instaló en Nueva York en 1953.

Comenzó acudiendo de vez en cuando al ballet y tres años después era un adicto. Cautivado por el trabajo del célebre coreógrafo ruso George Balanchine (1904-1983), que dirigía a la compañía entonces, Gorey era capaz de distinguir los pequeños matices de una representación a otra, la evolución de las destrezas de los bailarines.

Muchos conocían al artista de haberlo visto en las representaciones y no por su obra, e incluso lo abordaban por la calle para preguntarle por uno u otro show. Cuando Balanchine murió en 1983, Gorey se mudó de la Gran Manzana a su residencia en Cape Cod (Massachusetts), en una casa atestada de libros en la que campaban a sus anchas cinco o seis gatos.

No se ponía elegante para el ballet, vestía como solía ir: con vaqueros y zapatillas deportivas, anillos dorados en casi todos los dedos de las manos y un abrigo de piel; un estilo que Stephen Schiff (periodista de la revista New Yorker que entrevistó a Gorey en 1992) describía como «una mezcla de beatnik aficionado a tocar los bongos y dandi de fin de siglo».

Demuestra la obsesión por el ballet en varios libros, en especial en The Lavender Leotard (La malla lavanda, 1973), una detallada caricatura del New York City Ballet en el que recrea la atmósfera, las grandes figuras de cada espectáculo, los acontecimientos y pequeños detalles cotidianos de un lugar que casi era una segunda casa.

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

3. Gatos. «Llevan esas vidas misteriosas, que sólo estan medio conectadas a la tuya. (…) Es interesante compartir la casa con un grupo de gente que obviamente ve, escucha y piensa de un modo infinitamente diferente a ti». Gorey asemejaba los movimientos felinos al ballet y siempre tuvo varios e intentó capturar su gracilidad sobre el papel: «Se mueven en el instante en que decido hacer un boceto, incluso cuando previamente han pasado horas en estado comatoso». El autor los consideraba «el amor de su vida». En el testamento, legó la gestión de su obra a una fundación dedicada a la defensa de los perros y los gatos.

Dancing Cats and Neglected Murderesses  (Gatos danzantes y asesinas olvidadas, 1980) es una muestra más de la devoción del autor por los felinos domésticos, de los que decía que eran el amor de su vida. La colección de ilustraciones individuales con texto muestra a gatos en actividades extravagantes que se entrelazan de modo sorprendente con oscuros retratos femeninos.

'Esperar la llegada del otoño'

‘Esperar la llegada del otoño’

4. Viajes. A pesar de la curiosidad innata con la que abordaba cualquier manifestación artística y literaria, recorrer mundo no le interesaba. Sólo salió una vez de Estados Unidos, para hacer un viaje a las islas Hébridas, en Escocia.

En una entrevista previa a esa única excursión habló de su aversión por los paisajes extraños: «No. Nunca he estado en Inglaterra. Nunca he salido del país. Todo viene de los libros. Leo sobre todo literatura inglesa. Siempre me gustaron las novelas victorianas. No me gusta viajar ¿Quién cuidaría de mis gatos? Seguramente les daría un ataque de nervios… Excepto en el caso de que ni se dieran cuenta de que me he ido. Soy una persona rutinaria. No quiero trastornos en la barriga, sonidos extraños en mis oídos, ni dormir en camas extrañas»

Dos ilustraciones de 'The dubious guest'

‘The doubtful guest’ (‘El invitado dudoso’)

5. Violencia. En los dibujos sugiere la amenaza en lugar de mostrarla. Gorey odiaba que le definieran como macabro, porque aborda el miedo con absoluta frialdad. Los personajes caen en desgracia y la vida continúa, el momento en que sucede el desastre casi nunca se ilustra, pero la frase que acompaña al dibujo no deja duda del cruel desenlace.

Las estrategias del autor para hacer sentir incómodo al lector no se reducen al miedo a la muerte. Gorey es capaz de crear situaciones aparentemente cómicas que resultan en amenazantes, como sucede en The Doubtful Guest  (El invitado dudoso, 1957), una narración ilustrada sobre un extraño ser —parecido a un pingüino— que se instala en la mansión victoriana de una familia adinerada. Sin intención de marcharse y perturbando el día a día de los distinguidos y algo decadentes seres humanos de la casa, la presencia pasa de ser curiosa a desasosegante y después desesperante para el lector, a pesar de la impavidez de los que sufren al invitado.

6. De la alta cultura a Las chicas de oro. La atemporalidad de los dibujos, las numerosas referencias literarias de sus obras y la precisión con que emplea las palabras son sólo una vaga muestra de la erudición del autor, recolector de influencias que van del surrealismo pionero de Lewis Carroll y la observación aguda de Jane Austen a «la captura del momento congelado» que admiraba en pintores como Piero della Francesca, Georges de la Tour, Vermeer y (por supuesto) Francis Bacon.

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

Tenía una pequeña colección de arte, reunía postales decimonónicas de bebés muertos («siempre me dicen que no lo mencione», apuntaba en una entrevista) y compraba libros de manera compulsiva. Aunque tuviera un volumen repetido cinco veces, no se podía desprender de ningun ejemplar. De Murasaki Shibiku (escritora japonesa del siglo X), al novelista victoriano Anthony Trollope, pasando por Borges, Gorey leía y releía incluso lo que detestaba (como era el caso de las novelas de Henry James).

Junto a esa vena erudita, convivía la atracción por los culebrones baratos y las series de televisión que nadie sospecharía que fueran de su gusto. Las chicas de Oro y Buffy Cazavampiros («la recomiendo sin ninguna reserva») fueron algunos de sus fetiches. Salvando las distancias, al final de su vida, quedó prendado de Expediente X. «Vivo para ver la última temporada», dijo en 1998.

Ilustraciones y texto para 'The curious sofa'

Dibujos y texto para ‘The curious sofa’

7. Asexual. Nunca se casó ni se le conocieron romances. Su apariencia extravagante se complementaba con una voz algo nasal y una expresión corporal amanerada; pero nunca afirmó ni desmintió su posible homosexualidad: «No soy ni una cosa ni la otra (…). Soy una persona antes que todo eso«. Algunos críticos detectan en el trabajo del artista una sexualidad reprimida. Él respondía con indiferencia a ese análisis: «No lo sé, yo no sé de lo que escribo. Nunca me he sentado a averiguarlo».

The Curious Sofa (El curioso sofá) es tal vez su obra más cercana al erotismo, clasificada por su autor como «pornográfica», el lenguaje rebuscado y las ilustraciones cuidadosamente planeadas evitan cualquier referencia al sexo mientras queda patente que no se habla precisamente de un sofá. Gorey recuerda con ironía haber recibido cartas de padres que destacaban lo mucho que sus hijos pequeños habían disfrutado con la historia.

Ilustración de 'Drácula'

Ilustración de ‘Drácula’

8. Dibujante aficionado. Sus estudios artísticos se reducían a un semestre en el Instituto de Arte de Chicago.  Se sentía inseguro en cuanto a la calidad de sus dibujos y le gustaba pensar en sí mismo como escritor («mis ideas tienden a ser primero literarias en lugar de visuales»).

Declaraba que nunca había hecho una ilustración que no fuera para un libro, que nunca sabía cómo iba a ser el dibujo hasta que no estaba hecho: «Cuando trato de visualizarlo antes( …) me paralizo y el resultado suele ser terrible«.

Muy de vez en cuando se atrevía a colorear con acuarelas el mundo en blanco y negro que albergaba casi siempre a sus personajes. Gorey estaba acostumbrado a que sus libros fueran publicados en editoriales modestas que no iban a permitirse el lujo de publicar nada a color. «He terminado pensando en blanco y negro«, sentenciaba.

Diseños para el vestuario de 'Mikado'

Diseños para el vestuario de ‘Mikado’

9. Teatro. «Pienso al estilo de las películas de cine mudo», decía cuando le preguntaban por la influencia cinematográfica en sus trabajos. La obra de Gorey es teatral, cada escena es un momento congelado que bien podría ser un fotograma. No es casualidad que se encargara del diseño en 1977 del vestuario y la escenografía de una adaptación del Drácula de Bram Stocker, primero representada en Nantucket (Massachusets) y luego en Broadway.

Los sets, en blanco y negro y en dos dimensiones, marcaron tanto la adaptación que pronto se terminó conociendo como «la versión de Drácula de Edward Gorey». Ganó el premio Tony al mejor vestuario y, por supuesto, no fue a recogerlo. En 2007 se editó un hermoso libro desplegable que recreaba los escenarios y los personajes de la novela de Stocker imaginados por Gorey.

The Mikado (1983) fue su otra gran aportación al teatro. La ópera cómica escrita por W.S.Gilbert (1836-1911) y Arthur Sullivan (1842-1900) satiriza en dos actos la Inglaterra del siglo XIX con la seguridad que proporcionaba entonces hablar de un país tan lejano como Japón. En un estilo luminoso y colorista, poco habitual en él, Gorey —gran admirador de la cultura japonesa— diseñó también la escenografía y el vestuario de la adaptación.

Ilustración de Gorey para 'The Disrespectful Summons' ('Las citaciones irrespetuosas')

Ilustración de Gorey para ‘The Disrespectful Summons’ (‘Las citaciones irrespetuosas’)

10. Asocial. A pesar de que a veces se le asocia por error con la literatura infantil, no tenía intención de acercarse a ese público. Su relación con los niños fue nula y declaraba no sentirse cómodo con ellos alrededor, pero tampoco los adultos eran fáciles.

«Eventos sociales… ¡Buf! Ya sabes». Gorey se recluía con agrado en su casa de Cape Cod, llena de pilas de papeles y libros, descuidada hasta el punto de que en una ocasión un trozo de techo se derrumbó.

Con frecuencia Gorey se escudaba en una sordera para justificar su vida monacal. «Soy ligeramente sordo… más que ligeramente. Durante años lo he pasado mal en los intermedios y en las reuniones. Estoy allí de pie, sonriendo dulcemente y preguntándome de qué habla todo el mundo porque no llego ni a oir una de cada diez palabras (…). Muchas ocasiones sociales me dejan menos que entusiasmado», decía en 1992.

Pasó los últimos años de su vida sin dejar de dibujar, pero en ese silencio social que no le molestaba en absoluto, en el micromundo de libros, pinturas y películas almacenados sobre los que dormían sus gatos. En abril del año 2000 murió de un ataque al corazón.

Helena Celdrán

Boogie, fotógrafo del Belgrado en todas partes

Belgrado (Boogie, 2008)

Belgrado (Boogie, 2008)

Vladimir Milivojevich nació en 1969 en Belgrado, que entonces era parte de Yugoslavia y ahora es la capital de Serbia. El lugar convulso y el tiempo transcurrido desde entonces hacen innecesarios los detalles: el desmenbramiento de la antigua república, las guerras étnicas, las matanzas, la extrema pobreza, la heroína como único Prozac…

En los años noventa Belgrado era un infierno poblado por desquiciados e inocentes también desquiciados y Vladimir Milivojevich empezó a hacer fotos para mantener la cordura. Con una vieja cámara que le regaló su padre, un pintor de iconos ortodoxos, atravesaba la ciudad en raids frenéticos. Los amigos empezaron a llamarle Boogie por el aterrador Bogeyman de tantos cuentos y cómics de pesadillas.

Muchacho gitano posando con pesas de cemento en Belgrado (Boogie, 1996)

Muchacho gitano posando con pesas de cemento en Belgrado (Boogie, 1996)

Boogie, que surcó las venas abiertas de Belgrado sin perder la razón, es ahora uno de los fotógrafos más cotizados del mundo en ese género que llaman urbano y que en realidad debería llamarse espejo. Vive en Nueva York, es un habitual de las campañas publicitarias de Nike y ya no necesita las fotos para evitar la locura. Cultiva tomates en el huerto, tiene una hija, se permite elegir los trabajos que desea y no desea hacer y por primera vez ha comenzado a usar el color.

Llegó a la capital del imperio por una lotería. Textualmente: en 1997 él y varios amigos presentaron solicitudes para el sorteo de visados que organizan de cuando en vez los EE UU para demostrar que al paraíso también puedes acceder como si estuvieses ante una tragaperras de Las Vegas.

Salvador de Bahía, Brasil (Boogie, 2004)

Salvador de Bahía, Brasil (Boogie, 2004)

Boggie ganó la visa y se largó de Serbia, pero Serbia no dejó que se fuera su alma. El fotógrafo sigue viviendo en un Belgrado mental y, allá donde vaya, lleva encima los espectros de la ciudad infernal, protonazi y abandonada por Occidente de los años noventa.

Incluso desde su condición de residente legal (por gracia de la lotería) en el territorio del sueño americano, Boogie ha reencontrado las pesadillas de Serbia. En una entrevista de hace un año las enumeraba: la desigualdad, la creencia de que las soluciones meramente económicas son válidas todavía, el ahogo de la clase media, la sensación de que un «nuevo feudalismo» llama a la puerta

Las fotos de Boogie son prolongaciones de una angustia universal, huelen a la carne quemada que abunda como plato único.

Un pandillero y su hermana pequeña. Brooklyn (Boogie, 2003)

Un pandillero y su hermana pequeña. Brooklyn (Boogie, 2003)

En los últimos años, con una furia rayana con lo obsesivo, ha retratado callejones peligrosos, pandilleros armados, perros de presa entrenados para matar, jeringuillas y cruces gamadas clavadas en la piel, mujeres que venden sexo, jóvenes de México, Brasil, Brooklyn o Estambul con un futuro que se limita a la próxima hora…

Pese a la contradicción de que el fotógrafo aplique la misma mirada turbia en sus fotos millonarias para Nike —¿quien está libre de pecado en la lucha por subsistir a la que nos condenan?—, conviene visitar el Belgrado global de Boogie. Es la ciudad que nos espera en la lotería.

Ánxel Grove

Anciana cortando carne en el parque. Belgrado (Boogie, 1993)

Anciana cortando carne en el parque. Belgrado (Boogie, 1993)

Una pareja juega al dominó en La Habana durante un corte de luz (Boogie, 2003)

Una pareja juega al dominó en La Habana durante un corte de luz (Boogie, 2003)

Williamsburg, Brooklyn (Boogie, 2005)

Williamsburg, Brooklyn (Boogie, 2005)

Sonia esperando al camello de crack. Brooklyn (Boogie, 2005)

Sonia esperando al camello de crack. Brooklyn (Boogie, 2005)

Skinhead (Boogie)

Skinhead (Boogie)

Tokyo (Boogie)

Tokyo (Boogie)

Una señal de aviso para los soplones colocada por los Latin Kings en Brooklyn (Boogie, 2005)

Una señal de aviso para los soplones colocada por los Latin Kings en Brooklyn (Boogie, 2005)

Gitano, Belgrado (Boogie, 1997)

Gitano, Belgrado (Boogie, 1997)

Leonard Freed: retratos de la sangre de aquí mismo

Leonard Freed - "Police Work", 1975

Leonard Freed - "Police Work", 1975

La página de la agencia Magnum dedicada a Leonard Freed (1929-2006) recoge esta cita: «En ultima instancia la fotografía versa sobre quién eres. Es la búsqueda de la verdad en relación contigo y esa búsqueda se convierte en un hábito».

El Museo de la Ciudad de Nueva York expone desde hace unos días Police Work 1972-1979 (Trabajo policial 1972-1979), una selección de las tremendas fotos que Freed hizo a lo largo de los años setenta, cuando trabajó como reportero siguiendo a los agentes de la Policía de Nueva York, que entonces era una ciudad violenta y más quebrada socialmente que ahora, lo que ya es decir.

El aserto del fotógrafo sobre la búsqueda de la verdad personal como hábito se hace carne en la colección. A diferencia de otros reporteros de sucesos a los que sólo interesa el teatro del drama y la sangre (Weegee  sería el ejemplo más claro), Freed indaga en el decorado para buscar las grietas por las que acaso pueda entrar un rayo de luz y redención.

Leonard Freed - "Police Work", 1978

Leonard Freed - "Police Work", 1978

Preocupado por todo tipo de cicatrices -también por las derivadas de su privilegiada condición de observador consentido de los manejos policiales-, cada imagen de la espectacular y dramática serie pone en duda los criterios de justicia, orden, violencia, moralidad y libertad y la forma en que son aplicados por el sistema.

No es casualidad que Freed haya titulado la primera exposición pública de la colección (en Londres, en 1973) El espectro de la violencia y que obligase al público a atravesar unas densas cortinas negras antes de entrar en la primera sala. Algunos viajes empiezan y acaban en la oscuridad.

Leonard Freed - "Police Work", 1978

Leonard Freed - "Police Work", 1978

¿Serían posibles hoy estas fotos? Es decir, ¿podría un fotógrafo de un país occidental y aparentemente civilizado retratar lo que sucede en los patios de atrás de las modernas babilonias y la forma en que los uniformados se mueven y conducen?

Me permito opinar que no, que el tiempo de la búsqueda se ha terminado para siempre en este campo, porque ahora son algunos policias (los agentes multimedia) quienes manejan las cámaras y hacen las fotos que desean repartir a la prensa: imágenes convenientemente seleccionadas y con los rostros ocultos y pixelados en un cínico intento de proteger la intimidad de aquellos a quienes reprime la Policía y condenamos todos.

En nuestro mundo los cadáveres y la verdad del escenario se han acabado. Nunca los vemos.

Queda la posibilidad, siempre sustancial, siempre dada a ser gestionada con el tutelaje de una beca de una fundación financiera (otra forma de criminalidad), de retratar la violencia entre los pobres, los parias de la miseria africana, asiática, centroamericana…

Es correcto y benéfico que muestren las vísceras de los pobres, pero personalmente añoro saber de la sangre de las ciudades en las que vivo.

Ánxel Grove

¿Impedir la bofetada o hacer la foto?

"Living with the enemy" (Donna Ferrato, 2005)

"Living with the Enemy" (Donna Ferrato, 1991)

Living with the Enemy es uno de los libros de fotografía documental más conocidos y aplaudidos de los últimos veinte años. Acaban de reeditarlo.

Su autora, Donna Ferrato, pasó más de seis mil horas con unidades policiales dedicadas a casos de violencia y maltratos contra mujeres. Retrató el lado pavoroso de la intimidad enferma, de la dominación silenciosa: acuchillamientos, moratones, miedo, apaleamientos, hogares convertidos en tumbas, escenarios de sucesos, prólogos de partes de defunción…

El libro es una de las escasas publicaciones fotográficas que ha conseguido algo más que la notoriedad artística o formal para su autora y el aplauso de la crítica y las ventas: ha alcanzado el grado de manual de ayuda y bandera de una causa, la lucha contra la pesadilla de la violencia machista.

La organización Abuse Aware recomienda Living with the Enemy como lectura obligada y Ferrato organiza talleres para formar a nuevos reporteros que se mantengan ojo avizor contra el maltrato y los maltratadores.

Donna Ferrato

Donna Ferrato

El libro, la necesidad imperiosa de afrontar y enfrentar un camino azaroso, complejo y peligroso, nació de una bofetada, de una agresión. También de una inicial cobardía, de la respuesta a la pregunta que todo reportero debe hacerse en algún momento: ¿hago la foto o detengo, o al menos intento detener, la barbarie de la que estoy siendo testigo, es decir, cómplice por omisión?

Ferrato, acaso por miedo, acaso por la certeza de que se trataba de una de esas fotos que justifican toda una obra, acaso porque con una cámara en la mano dejamos de ser humanos, permitió que el hombre golpeara a su pareja.

El espejo muestra al agresor, a la agredida y también a la fotógrafa, testigo que admite el mal menor de los golpes para poder documentar el instante irrepetible de la barbarie.

Donna Ferrato

Donna Ferrato

Las fotos no son una simulación. El suceso ocurrió en el cuarto de baño de una mansión de Nueva Jersey (EE UU) y los protagonistas se llaman Garth y Lisa. La fotógrafa los seguía porque estaba trabajando en un reportaje sobre el mundo del intercambio de parejas que rodeaba a finales de los años setenta y principios de los ochenta al templo neoyorquino del swinging, el club Plato’s Retreat.

En una entrevista publicada ayer por Lens, el excelente blog de fotografía del New York Times, Ferrato dice que hizo el par de fotos («cerré los ojos», suelta en una pobre justificación; «era muy joven», añade en otra) y luego intentó detener la agresión: «Le dije: ‘¿Qué estás haciendo? Vas a hacerle daño’. Él me apartó y respondió: ‘No voy a hacerle daño, es mi esposa. Conozco el límite de mi fuerza y tengo que enseñarle que no puede mentirme».

Donna Ferrato

Donna Ferrato

Las fotos cambiaron la vida de la reportera, que se consagró en cuerpo y alma a ayudar, educar y convivir con las mujeres maltratadas. A la primera, Lisa, no fue capaz de ayudarla.

Sin poner en duda el compromiso manifiesto de Ferrato, la pregunta sigue siendo la misma: ¿debió la fotógrafa hacer las fotos o intentar desde el primer momento enfrentarse al maltratador?

El dilema es moral, personal y, sólo en último término, fotográfico. Se han enfrentado a él, casi siempre en décimas de segundo y en un ambiente cargado de adrenalina, los reporteros de guerra. ¿Consentir el balazo en la sien o bajar la cámara y tratar, de cualquier modo, de ayudar a la víctima?

No deseo verme nunca en la necesidad de responder. Temo mi respuesta más que la pregunta.

Ánxel Grove

Chester: 300 crímenes sin resolver y un fotógrafo con vergüenza

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #1
Doretha Washington, a la izquierda, llora sobre el ataúd la muerte de su hermana menor, Kathy Ann Stewart (49 años, madre de tres hijos), cuyo cadáver aparece a la derecha. Kathy Ann fue alcanzada por una bala perdida mientras estaba en cama, descansando tras cuidar a su madre, enferma de cáncer. Horas después del crimen, un grupo reza ante la casa de Stewart, situada en las viviendas sociales William Penn, una de las zonas más violentas de la ciudad. 

Usted no querría vivir en Chester, condado de Delaware, estado de Pennsylvania, Estados Unidos. Usted no podría vivir en Chester. A usted también le alcanzarían las balas perdidas. Si, por ser negro o pobre o haber nacido con la marca de Caín de la desgracia o todo a la vez, usted se viese obligado a vivir en Chester, olerían su culo débil a millas de distancia. Usted se iría a cama y escucharía los tiros. Usted declararía una mentira: «No vi nada, estaba durmiendo». Al agente de Policía, que sabe que usted miente, le importa un carajo que mienta. En la comisaría de Chester hay 300 expedientes de asesinatos sin resolver cometidos desde mediados de los años noventa. Gracias a su ayuda y el nulo interés del agente, serán 301.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #2
Una niñita en pañales espera en la puerta de la casa de su tío. La madre de la cría ha ido a todo correr al badulaque de la esquina. Una prima juega en el suelo con un ordenador. En la casa viven 12 personas. Algunos duermen sobre el suelo del comedor y el salón.

Usted sería otro paria en Chester. Ganaría, según los ingresos medios de la ciudad, 6.000 euros al año. Seis veces menos que un estadounidense-tipo, tres veces menos que un españolito-tipo. Tendría la sensación de que vive en el pecho de un cadáver. Entre 1960 y hoy Chester ha perdido la mitad de su población, de 60.000 a 30.000 habitantes. No, no me venga con la teoría ultrasur-cospedal de la mano blanda: el porcentaje de población negra es el mismo que entonces (un 75 por ciento). Usted sería negro en Chester. Se acostaría sobre el suelo a esperar. En el pecho del cadáver.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #3
Después de ver la tele hasta medianoche, los niños duermen en casa de un amigo de la familia. Los padres tenían fiesta y no querían a los críos cerca.

Sus hijos, que también serían tan negros como usted y su amantísima esposa, no tendrían colegio decente, pero sí mucha escuela de calle y esquina (y una de las tasas de mortalidad infantil más altas del país). Un buen laboratorio a su entera disposición de la aplicación práctica de la teoría de las expectativas racionales de Reagan, Bush, Aznar, Zapatero, Merkel, Blair y todos esos tiguerasos por los que usted votó cuando era blanco, antes de ser negro. No tema. Obama está tranquilo: «vivimos en la era post-racial». Obama compra la comida en Whole Foods el supermercado nerd que te permite acceder a hortalizas y nectarinas orgánicas (cultivadas en China), dulces como sueños de una noche de verano. No hay sucursal en Chester, tierra de badulaques.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #4
Joven en su casa. Noche.

¿Juegan en Chester? ¿Alzan los brazos, como en un movimiento de un tai-chi funerario, y los elevan, inspirando con languidez, hasta parecer cristos crucificados con una sonrisa que en la noche es una mueca grotesca? ¿Hay reglas sociales en Chester, un municipio cuyo alcalde, desde una pulcra página web, se vanagloria de que no hayan subido los impuestos locales durante «dieciseis años consecutivos», pero no menciona la criminalidad, el desplome, la osadía de la maldad en los corazones, el índice de cáncer y asma por las emisiones de la industria pesada instalada en las orillas del río Delaware? Si usted no fuese el negro que es, ¿qué razón le conduciría a Chester, donde cuatro de cada diez menores de 18 años son pobres de solemnidad, dos de cada cuatro viviendas están abandonadas, tres de cada diez cabezas de familia son mujeres solas, los índices de polución industrial son los más altos del país y las Glock circulan con cristiana solidaridad de mano en mano, repartiendo mútuamente la paz eterna de la pólvora? ¿Iría usted a Chester para visitar el viejo Seminario de Teología Crozer, donde Martin Luther King Jr. terminó en 1951 un bachillerato en Divinidad (lo juro, existe)? ¿Tuvo usted alguna vez un sueño? ¿Le hizo falta soñar ante de ser el negro de badulaque que es ahora?

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #5
Latasha Bacon (21 años) fuma un cigarrillo. Está en arresto domiciliario tras un mes en la cárcel por una pelea doméstica con el padre de sus hijos.

Entre 2007 y 2009 en Chester asesinaron a 58 personas (ocho veces más que la media de crímenes mortales de EE UU según la incidencia porcentual sobre la población). Si la ciudad de Madrid fuese Chester habría 1.700 cadáveres al año por disparos (la navaja ya no se lleva). Madrid-Chester tendría anualmente 1.852 violaciones, 21.271 robos y 62.121 asaltos con violencia. ¿Qué dirían los ultrasur-cospedal, la chulapa de hierro Aguirre, el tirillas Gallardón?  ¿»No vi nada, estaba durmiendo»? Es probable: también serían negros.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #6
Personas a pie y en bicicleta durante una tormenta invernal con un metro de nieve. La pobreza impide a casi todos los vecinos tener vehículos propios. A la izquierda, un chico posa como si disparase una pistola, un gesto común entre los niños de Chester.

El autor de estas seis fotos se llama Justin Maxon. Nació en 1983. Lo traigo hoy a Xpo porque, a diferencia de los ególatras del objetivo, Maxon siente vergüenza por hacer tan buenas fotos.

Desde hace tres años está embarcado en el proyecto When the Spirit Moves (Cuando el espíritu se moviliza), una crónica fotográfica desoladora y valiente de lo que sucede en Chester. Suyos son también los textos en cursiva que explican cada imágen. Hay más fotos en esta pieza de la revista Burn.

Maxon ha escrito:

«En estos tres años he aprendido que Chester es un lugar donde, por un efecto dominó de problemas socio económicos, agravados por una larga historia de corrupción administrativa, la comunidad se ha revelado como un microcosmos de las heridas del racismo (…) He sido testigo de una cantidad enorme de tragedias y me he comportado a menudo como un espectador desamparado con una cámara. Nunca he visto que mi trabajo haya beneficiado de manera tangible a la comunidad. Siento que muchos fotógrafos, yo incluido, no utilizamos nuestro trabajo en pro de aquellos que retratamos. Las fotos acaban en una web o, como mucho, publicadas por una revista o un diario, lugares donde el fotógrafo no tiene control sobre el dialogo que resulta de las images. Las lanzamos a los abismos de la imagineria, esperando de forma idealista que pase algo. Casi nunca pasa nada. La gente pasa la página».

El fotógrafo que tiene vergüenza de ser fotografo está buscando fondos para que sus fotos no sean tristes como un recorte. Quiere emplear el dinero en un proyecto comunitario contra la violencia en Chester. Como primer paso, hará fotos de gran formato de los familiares de los 300 muertos en asesinatos sin resolver y organizará una manifestación. Es un fotógrafo que desea regresar a la escena del crimen. No declarará: «No vi nada, estaba haciendo fotos».

Ánxel Grove