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Fotos del lado de afuera de los estadios de Brasil

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas/Acervo IMS

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP, 1941. Foto: Thomas Farkas / Acervo IMS

La foto, tomada hace 73 años, es una predicción retrofuturista que se consuma a partir de hoy. La hizo en el exterior del viejo estadio de São Paulo el gran Thomas Farkas, uno de los mejores fotógrafos de la historia de Brasil, ese país donde durante el próximo mes jugarán al fútbol unas cuantas selecciones nacionales de jugadores tan bien pagados como pobremente conscientes de las realidades de sus países —ahí está nuestra mítica Roja como ejemplo: tanto ji-ji-ji como tiqui-taca pero las boquitas bien cerradas, sin gesto alguno con los pobres diablos que les vitoreamos desde las colas del paro, los ficheros de deshaucios, el sinfuturo, la miseria creciente…—.

La selección que venza en el campeonato se llevará, además de la gloria global y los consiguientes contratos publicitarios personales, 28 millones de euros como premio —el mayor de la historia de los mundiales, cuyo bote total para los patrióticos jugadores ha aumentado esta vez hasta 426 millones de euros, un 37% más que en Sudáfrica—, adjudicado por los organizadores, la FIFA, ese club de yakuzas de la mercadotecnia que reparte dinero incluso entre los peores: 8 millones a cada equipo eliminado en la primera fase (además del millón largo que regalan solo por acudir a la cita).

La imagen de Farkas (el título también es poesía social: «desde el lado de afuera del estadio») engancha en lo puramente formal —los meninos descalzos separados del teatro de los sueños por el hierro forjado,el muro de la vergüenza en cada lugar con la última encuesta publicada en el país sudamericano: menos de la mitad de los brasileños (48%) está a favor del Mundial y el 55% cree que traerá más perjuicios que beneficios. Los porcentajes adquieren un sentido nuevo dada la consideración metarreligiosa del futebol en el país que alguna vez hizo arte con el jogo bonito —nunca más: ahora practican la cultura del jugador entendido como cyborg, desarrollada por grandes filósofos de las faltas técnicas, figura literaria de la patada primordial, como José Mourinho, Diego Simeone y Luiz Felipe Scolari—.

Nacido en Hungría pero criado desde los seis años en Brasil, Farkas murió en 2011, a los 86 años. En Europa no nos enteramos, pero dejó un legado a la humanidad que supera el que heredaremos como seres humanos sensibles y receptivos de 99 de cada 100 jugadores. Le gustaba el fútbol, pero jamás hizo fotos del cesped y las vanidades que acoge: prefería quedarse en la grada y retratar al pueblo llano cuya gloría, antes como ahora, era superar el hierro forjado de cada día.

¿Qué fotos haría Farkas de este Mundial cuyo gasto ha alcanzado la pornográfica cifra de más de 19.000 millones de euros (el presupuesto del país en Educación es de 32,6 millones para este año)?

Imagino al viejo fotógrafo retratando cómo han decidido la clase dirigente brasileña y la FIFA proteger su Mundial: 150.000 policías y militares y 20.000 agentes de seguridad privada vigilarán el evento: uno por cada 50 personas del público previsto en los estadios.

Imagino que piensa, mientras hace las fotos, en el salario mínimo del país (230 euros al mes), la violencia epidémica (10 homicidios por cada 100.000 habitantes, tasa equivalente a que la Comunidad de Madrid registrase 6.500 asesinatos al año), la pobreza (casi el 20% de la población), la necesidad apremiante de viviendas dignas para 7 millones de personas…

Imagino, en fin, que mientras uno cualquiera de esos muchachos de boquitas cosidas con hilo de sutura de oro marca un soberbio gol en el campo, Farkas, que ya ha regresado otra vez, como siempre, al exterior del estadio, mira al cielo y retrata un árbol con los frutos amargos de unos niños que siempre estarán del lado de afuera de los estadios.

Ánxel Grove

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas / Acervo IMS

Do lado de fora do Estádio do Pacaembu. São Paulo, SP. 1941. Foto: Thomaz Farkas / Acervo IMS

Fotos del infierno en la puerta de al lado

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Money Power Respect: Pictures of My Neighborhood (Dinero poder respeto: fotos de mi barrio). Que no haya signo de puntuación alguno entre las tres primeras palabras es una decisión meditada. Esas tres palabras son un único golpe de voz y no debes separar lo que vive enlazado.

El foto ensayo de Brenda Ann Kenneally es una indagación en los infiernos de la puerta de al lado y, pese a que tiene algunos años —la investigación empezó en 1996 y fue publicada en libro en 2005—, mantiene la vigencia, aún arde. Es uno de esos infrecuentes trabajos fotográficos que seguirán latiendo aunque los cuerpos retratados hayan muerto.

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Kenneally, madre y vecina de Brooklyn (Nueva York), un distrito-municipalidad que contiene mundos opuestos (riqueza-miseria, belleza-fealdad, atención-miseria, tiendas chic y dispensarios de crack a cielo abierto), se empeñó en revelar la faceta menos agraciada del barrio. Creía que era necesario y, lo que es más importante, sentía como un deber moral mostrar lo que casi nadie deseaba ver. La constancia de su valentía, el compromiso con los que nada tienen excepto dolor, hacen que Money Power Respect merezca ser revisitado.

El proyecto documental, un arañazo al cuerpo social, un golpe en el plexo solar de la conciencia colectiva, ha sido premiado una y otra vez: el Premio W. Eugene Smith de Fotografía Humanista, el de Mother Jones, una beca Soros… El extraordinario montaje multimedia que Kenneally tiene en su web ganó en 2006 el premio a la mejor iniciativa de uso de Internet de la National Press Photographers Association.

Brenda Ann Kenneally

Brenda Ann Kenneally

Pese a la intimidad y la cercanía, a la convivencia, las fotos no son invasivas ni fueron realizadas bajo el paraguas de un protectorado (¡tanto reportero con credencial al cuello y permiso de la autoridad!). Kenneally no entró en las casas, los patios, las salas de maternidad de los hospitales de beneficiencia, de la mano de un asistente social. Llegó y se quedó por su condición de vecina.

Esta fotógrafa que no confunde la casta con la indecencia, es autora de otro foto-ensayo multimedia, Big Trigg (Gran gatillo), que funciona como complemento del anterior. Es una indagación en el rap de aficionados del mismo barrio, la única música posible para el infierno.

Ánxel Grove

Chester: 300 crímenes sin resolver y un fotógrafo con vergüenza

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #1
Doretha Washington, a la izquierda, llora sobre el ataúd la muerte de su hermana menor, Kathy Ann Stewart (49 años, madre de tres hijos), cuyo cadáver aparece a la derecha. Kathy Ann fue alcanzada por una bala perdida mientras estaba en cama, descansando tras cuidar a su madre, enferma de cáncer. Horas después del crimen, un grupo reza ante la casa de Stewart, situada en las viviendas sociales William Penn, una de las zonas más violentas de la ciudad. 

Usted no querría vivir en Chester, condado de Delaware, estado de Pennsylvania, Estados Unidos. Usted no podría vivir en Chester. A usted también le alcanzarían las balas perdidas. Si, por ser negro o pobre o haber nacido con la marca de Caín de la desgracia o todo a la vez, usted se viese obligado a vivir en Chester, olerían su culo débil a millas de distancia. Usted se iría a cama y escucharía los tiros. Usted declararía una mentira: «No vi nada, estaba durmiendo». Al agente de Policía, que sabe que usted miente, le importa un carajo que mienta. En la comisaría de Chester hay 300 expedientes de asesinatos sin resolver cometidos desde mediados de los años noventa. Gracias a su ayuda y el nulo interés del agente, serán 301.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #2
Una niñita en pañales espera en la puerta de la casa de su tío. La madre de la cría ha ido a todo correr al badulaque de la esquina. Una prima juega en el suelo con un ordenador. En la casa viven 12 personas. Algunos duermen sobre el suelo del comedor y el salón.

Usted sería otro paria en Chester. Ganaría, según los ingresos medios de la ciudad, 6.000 euros al año. Seis veces menos que un estadounidense-tipo, tres veces menos que un españolito-tipo. Tendría la sensación de que vive en el pecho de un cadáver. Entre 1960 y hoy Chester ha perdido la mitad de su población, de 60.000 a 30.000 habitantes. No, no me venga con la teoría ultrasur-cospedal de la mano blanda: el porcentaje de población negra es el mismo que entonces (un 75 por ciento). Usted sería negro en Chester. Se acostaría sobre el suelo a esperar. En el pecho del cadáver.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #3
Después de ver la tele hasta medianoche, los niños duermen en casa de un amigo de la familia. Los padres tenían fiesta y no querían a los críos cerca.

Sus hijos, que también serían tan negros como usted y su amantísima esposa, no tendrían colegio decente, pero sí mucha escuela de calle y esquina (y una de las tasas de mortalidad infantil más altas del país). Un buen laboratorio a su entera disposición de la aplicación práctica de la teoría de las expectativas racionales de Reagan, Bush, Aznar, Zapatero, Merkel, Blair y todos esos tiguerasos por los que usted votó cuando era blanco, antes de ser negro. No tema. Obama está tranquilo: «vivimos en la era post-racial». Obama compra la comida en Whole Foods el supermercado nerd que te permite acceder a hortalizas y nectarinas orgánicas (cultivadas en China), dulces como sueños de una noche de verano. No hay sucursal en Chester, tierra de badulaques.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #4
Joven en su casa. Noche.

¿Juegan en Chester? ¿Alzan los brazos, como en un movimiento de un tai-chi funerario, y los elevan, inspirando con languidez, hasta parecer cristos crucificados con una sonrisa que en la noche es una mueca grotesca? ¿Hay reglas sociales en Chester, un municipio cuyo alcalde, desde una pulcra página web, se vanagloria de que no hayan subido los impuestos locales durante «dieciseis años consecutivos», pero no menciona la criminalidad, el desplome, la osadía de la maldad en los corazones, el índice de cáncer y asma por las emisiones de la industria pesada instalada en las orillas del río Delaware? Si usted no fuese el negro que es, ¿qué razón le conduciría a Chester, donde cuatro de cada diez menores de 18 años son pobres de solemnidad, dos de cada cuatro viviendas están abandonadas, tres de cada diez cabezas de familia son mujeres solas, los índices de polución industrial son los más altos del país y las Glock circulan con cristiana solidaridad de mano en mano, repartiendo mútuamente la paz eterna de la pólvora? ¿Iría usted a Chester para visitar el viejo Seminario de Teología Crozer, donde Martin Luther King Jr. terminó en 1951 un bachillerato en Divinidad (lo juro, existe)? ¿Tuvo usted alguna vez un sueño? ¿Le hizo falta soñar ante de ser el negro de badulaque que es ahora?

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #5
Latasha Bacon (21 años) fuma un cigarrillo. Está en arresto domiciliario tras un mes en la cárcel por una pelea doméstica con el padre de sus hijos.

Entre 2007 y 2009 en Chester asesinaron a 58 personas (ocho veces más que la media de crímenes mortales de EE UU según la incidencia porcentual sobre la población). Si la ciudad de Madrid fuese Chester habría 1.700 cadáveres al año por disparos (la navaja ya no se lleva). Madrid-Chester tendría anualmente 1.852 violaciones, 21.271 robos y 62.121 asaltos con violencia. ¿Qué dirían los ultrasur-cospedal, la chulapa de hierro Aguirre, el tirillas Gallardón?  ¿»No vi nada, estaba durmiendo»? Es probable: también serían negros.

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

De la serie "When the Spirit Moves"- Justin Maxon

Foto #6
Personas a pie y en bicicleta durante una tormenta invernal con un metro de nieve. La pobreza impide a casi todos los vecinos tener vehículos propios. A la izquierda, un chico posa como si disparase una pistola, un gesto común entre los niños de Chester.

El autor de estas seis fotos se llama Justin Maxon. Nació en 1983. Lo traigo hoy a Xpo porque, a diferencia de los ególatras del objetivo, Maxon siente vergüenza por hacer tan buenas fotos.

Desde hace tres años está embarcado en el proyecto When the Spirit Moves (Cuando el espíritu se moviliza), una crónica fotográfica desoladora y valiente de lo que sucede en Chester. Suyos son también los textos en cursiva que explican cada imágen. Hay más fotos en esta pieza de la revista Burn.

Maxon ha escrito:

«En estos tres años he aprendido que Chester es un lugar donde, por un efecto dominó de problemas socio económicos, agravados por una larga historia de corrupción administrativa, la comunidad se ha revelado como un microcosmos de las heridas del racismo (…) He sido testigo de una cantidad enorme de tragedias y me he comportado a menudo como un espectador desamparado con una cámara. Nunca he visto que mi trabajo haya beneficiado de manera tangible a la comunidad. Siento que muchos fotógrafos, yo incluido, no utilizamos nuestro trabajo en pro de aquellos que retratamos. Las fotos acaban en una web o, como mucho, publicadas por una revista o un diario, lugares donde el fotógrafo no tiene control sobre el dialogo que resulta de las images. Las lanzamos a los abismos de la imagineria, esperando de forma idealista que pase algo. Casi nunca pasa nada. La gente pasa la página».

El fotógrafo que tiene vergüenza de ser fotografo está buscando fondos para que sus fotos no sean tristes como un recorte. Quiere emplear el dinero en un proyecto comunitario contra la violencia en Chester. Como primer paso, hará fotos de gran formato de los familiares de los 300 muertos en asesinatos sin resolver y organizará una manifestación. Es un fotógrafo que desea regresar a la escena del crimen. No declarará: «No vi nada, estaba haciendo fotos».

Ánxel Grove