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Animales con chisteras y monóculos en una época que nunca existió

'Narwhal Rain' - Bill Carman

‘Narwhal Rain’ – Bill Carman

Una época indeterminada en torno a un siglo XIX que no existió, abundancia de monóculos, chisteras y bombines; mecanismos fantásticos, conejos, pulpos, una lluvia de narvalesBill Carman no tiene una historia en mente cuando empieza a dibujar, los trabajos toman vida propia y siguen sus propios derroteros. «Dibujar puede ser una especie de garabateo refinado», confiesa.

Justifica la profusión de sombreros con una broma referida a la forma redonda de su cabeza — «A lo mejor es que trato de compensar que estoy horrible con ellos»— y explica el motivo recurrente del pulpo en sus obras con una anécdota de la infancia: «Estábamos pescando en una bahía cuando algo tiró de mi caña. Estaba tan emocionado que empecé a enrollar el carrete y gritar. (…) Resultó ser una lata. Por supuesto fui blanco de las bromas hasta que unos fluidos y largos brazos salieron de la lata revelando un pulpo (…). Mi madre era coreana y en sus expertas manos un pulpo era un manjar, así que pasé de cero a héroe», declara en una entrevista.

El ilustrador estadounidense suele trabajar con pintura acrílica y sobre paneles de madera, papel y a veces metal. Se considera un «fanático de las superficies (especialmente las desgastadas, como la portada y las páginas de un libro viejo) » y las diferentes texturas contribuyen a la poética de las ilustraciones de colores desvaídos.

Las criaturas que imagina son reservadas y silenciosas, miran al espectador inquisitivas o se dirigen a un lugar mucho más importante, lejos del lienzo. Las chicas pálidas conviven con híbridos de señor encorbatado y animal; las escenas comprarten la incomprensión del surrealismo.

En el acabado tenebroso se vislumbra la alargada sombra de Edward Gorey, una figura que el autor cita como una de sus influencias decisivas en un largo y heterodoxo listado que incluye la ilustración interior del disco doble de los Alman Brothers editado en 1972 Eat a Peach (Cómete un melocotón) y la pintura flamenca de los siglos XVI y XVII.

Helena Celdrán

Bill Carman

catwoman

Bill Carman-dragon

Bill Carman  22

Fredusa - Bill Carman

Bill Carman 23

Huxley, Plath, Woolf y Joyce también escribieron para niños

"The Crows of Pearblossom ", 1944

«The Crows of Pearblossom»

The Crows of Pearblossom, de Aldous Huxley (escrito en 1944, publicado en 1967)

«Un hombre aniñado no es un hombre que haya dejado de crecer. Al contrario, es un hombre que se ha concedido la oportunidad de seguir desarrollándose mientras los demás se refugian en el capullo de los hábitos de la madurez y el convencionalismo«.

La frase es de Aldous Huxley y contiene una llamada a la rebeldía contra el tiempo que me sirve como antesala hablarles de unos cuantos libros infantiles escritos por autores adultos y serios, si es que esas jerarquías de la edad tienen algún sentido, que lo dudo, en el arte de construir buenas historias y saber contarlas del mejor modo.

En 1944, más de una década después de firmar la desoladora Un mundo feliz, una utopía perversa que aventura una sociedad sin dolor, injusticia ni guerra, pero también sin amor, lazos afectivos y curiosidad, Huxley escribió The Crows of Pearlblossom, un cuento que compuso para su sobrina Olivia, de cinco años, con la que daba largos paseos por el desierto de Mojave. El manuscrito desapareció en un incendio, pero los padres de la niña conservaban una copia, que sirvió para la edición de la historia en 1967, cuatro años después de la muerte de Huxley.

La pareja de cuervos protagonista no es capaz de incubar un huevo porque una serpiente de cascabel se los come. Tras 297 huevos, los cuervos se alían con una inteligente lechuza para acabar con la enemiga. No esperen que les cuente el final.

Una adenda que llena de brillo el relato es saber que Olivia sigue viviendo en los desiertos californianos, ha escrito una historia del budismo y tiene un hijo monje en una orden tibetana. En el nirvana que merece, el místico Huxley debe estar sonriendo.

ILustración de Barbara Cooney para la primera edición de "The Crows of Pearblossom "

ILustración de Barbara Cooney para la primera edición de «The Crows of Pearblossom «

"The Bed Book", 1959

«The Bed Book»

The Bed Book, de Sylvia Plath (escrito en 1959, publicado en 1976)

La Lady Lázaro de la poesía en inglés, la sucinta y dolorida Sylvia Plath (1932-1963) metió la cabeza en el horno de la cocina para morir gaseada. Previamente había dejado sendos vasos de leche caliente junto a la cama de sus hijos, Frieda (casi 3 años) y Nicholas (2), y sellado la puerta del cuarto desdede fuera con esparadrapo y toallas para que los críos no corrieran peligro.

En 1959, la muchacha que deseaba ser «horizontal» porque no encontraba vinculación con la tierra, escribió un delicioso libro para niños, The Bed Book, que concluyó en un arrebato liberador de un sólo día. El comienzo alerta:

La mayor parte de las camas son camas
para dormir o descansar
pero las mejores camas
son mucho más interesantes

El libro es un catálogo poético de camas: para gatos, para acróbatas, para ver pájaros, submarinas, camas-cohete, para llevar en el bolsillo, para elefantes, para el Polo Norte…

El tomo no se publicó hasta 1976, aprovechando el tirón comercial de la mitomanía que rodea a Plath. Las ilustraciones de Quentin Blake son tan divertidas como los textos.

ILustraciones de Quentin Blake para "The Bed Book"

Ilustraciones de Quentin Blake para «The Bed Book»

"The Widow and the Parrot"

«The Widow and the Parrot»

The Widow and the Parrot, de Virginia Woolf (escrito en  1923, publicado en 1982)

Dos sobrinos de Virginia Woolf, Julian (15 años) y Quentin Bell (13) solicitaron a su tía una colaboración para una publicación familiar, The Charleston Bulletin.

La escritora, que ya era un activa intelectual y estaba a dos años de publicar una primera gran novela, La señora. Dalloway (1925), les remitió la  fábula moral The Widow and the Parrot, escrita de manera bastante descuidada y basada en el amor a los animales.

El cuentecillo permaneció inédito hasta 1982, cuando se celebró el centenario del nacimiento de Woolf.

Cuando se conoció el manuscrito fue posible comprobar que Wolf había entregado la historia con ilustraciones pintadas por ella misma.

Los editores prefirieron encargar el trabajo para la primera edición a Julian Bell, hijo de Quentin y bautizado en honor a su tío, que murió combatiendo con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española.

Ilustración de Julian Bell para "The Widow and the Parrot"

Ilustración de Julian Bell para «The Widow and the Parrot»

"The Cat and the Devil"

«The Cat and the Devil»

The Cat and the Devil, de James Joyce (basado en una carta de 1936, editado en 1957)

Joyce comenzaba así una carta a su nieto Stevie en 1936: «Te envié hace días un gato relleno de golosinas, pero quizá no conozcas la historia del gato de Beaugency». A partir de ahí desarrollaba una historia delirante y con guiños al folklore de Francia e Irlanda sobre pactos con el diablo y puentes mágicos que requerían la entrega de un tributo por quien deseara cruzarlo.

El libro ha sido editado en numereosas ocasiones y con ilustraciones espléndidas como las del británico Gerald Rose o el francés Blanchon.

Mucho más tarde fue descubierta otra narración enviada por Joyce al nieto, The Cats of Copenhagen. «Esta vez no puedo mandarte un gato, porque en Copenhahagen no hay gatos», comenzaba la carta.

Existe una edición con dibujos del gran Edward Gorey, pero es aún mejor la ilustrada por Casey Sorrow.

Ilustración de Casey Sorrow para "The Cats of Copenhagen"

Ilustración de Casey Sorrow para «The Cats of Copenhagen»

Se habrán percatado de que ninguno de los cuatro cuentos infantiles que menciono en esta entrada fueron publicados durante la vida de los autores, lo cual viene a demostrar, como sospechaba Huxley, que en este mundo somos inmensamente graves, primamos lo serio y tendemos a anular como grotesco o naíf todo esfuerzo de un adulto por volver a ser niño.

Ánxel Grove

Edward Gorey, el amante de los gatos que pensaba en blanco y negro

Edward Gorey

Edward Gorey

«Pienso en mis libros como en novelas victorianas hechas un burruño«. Edward Gorey (1925-2000) escribía e ilustraba historias de presencias oscuras, niños que morían, mansiones decadentes y almas solitarias, pero de algún modo conseguía que hasta lo más tenebroso tuviera un lado entre surrealista y cómico que lo hacía tierno.

Clasificaba su trabajo como «literary nonsense» («Absurdo literario»), le molestaba socializarse, no le interesaban la promoción, la riqueza ni la fama. Disfrutaba del privilegio de tener la nariz metida en un libro todo el tiempo que fuera necesario.

Tal vez esa mezcla de circunstancias sea la razón de su estatus como autor de culto. Desde su debut en los años cincuenta, siempre fue conocido y admirado por unos pocos, nunca un superventas, pero es muy probable que cualquiera que lo descubra se quede boquiabierto no solo por la singularidad del universo afilado y elegante del autor: la obra de Gorey desenmascara también la supuesta originalidad de algunos héroes pop como Tim Burton.

'Donald imaginaba cosas'

‘Donald imaginaba cosas’

En breves narraciones ilustradas (a veces sólo una frase acompaña a cada dibujo), Gorey recrea la incomodidad que provoca un invitado convertido en intruso, se divierte con el sinsentido de un accidente doméstico, caricaturiza una despedida amarga. Los personajes, larguiruchos y pálidos, se someten a las historias con caras serias, como si tuvieran la certeza de que nada pueden hacer contra la locura de quien los maneja.

En la sección Cotilleando a… de esta semana repasamos la figura de Edward Gorey en una decena de puntos que descubren cómo lo inusual de su caracter se mezclaba con la capacidad creativa.

1. La infancia. Por su aficción al estilo victoriano y eduardiano, la aparente incoherencia de su humor y lo refinado del vocabulario, era frecuente la suposición de que Gorey era inglés.

En realidad había nacido en Chicago (EE UU) y, a pesar de las especulaciones de todo el que se acerca a su trabajo, no creció en un entorno difícil ni tuvo una infancia traumática. Creció en los suburbios de la ciudad, su padre era periodista y la familia se mudaba con frecuencia por razones que el artista nunca supo.

'The gashlycrumb tinies'

‘The gashlycrumb tinies’

Cuando tenía año y medio hizo el primer dibujo, los trenes que pasaban frente a la casa de sus abuelos. «Eran extrañas y pequeñas salchichas que pretendían ser vagones», recordó después en varias entrevistas. Aprendió a leer sin la ayuda de nadie a los tres años y medio. Era un niño brillante al que avanzaron de curso en dos ocasiones. Leer y jugar al Monopoly eran sus actividades preferidas.

La normalidad con la que habla de la niñez contrasta con la oscuridad de sus personajes infantiles, desdichados y maltratados, que protagonizan obras famosas de Gorey como The Gashlycrumb Tinies (1963) (gash significa corte, tajo y crumb, mequetrefe), un abecedario con nombres de niños que sufren accidentes o enfermedades: «A de Amy, que se cayó por las escaleras; B de Basil, atacado por los osos; C de Clara, que se consumió…». Cada ilustración en tinta sobre papel muestra sin miramientos el momento que rodea a la desgracia, en blanco y negro, como una pesadilla poética.

Una de las escenas de ballet de Gorey

Una de las escenas de ballet de Gorey

2. Ballet. No se perdía ni una representación del New York City Ballet. Tras servir en tareas administrativas al ejército de EE UU (sin salir del país) en la II Guerra Mundial y después licenciarse en Francés por la universidad de Harvard, Gorey se instaló en Nueva York en 1953.

Comenzó acudiendo de vez en cuando al ballet y tres años después era un adicto. Cautivado por el trabajo del célebre coreógrafo ruso George Balanchine (1904-1983), que dirigía a la compañía entonces, Gorey era capaz de distinguir los pequeños matices de una representación a otra, la evolución de las destrezas de los bailarines.

Muchos conocían al artista de haberlo visto en las representaciones y no por su obra, e incluso lo abordaban por la calle para preguntarle por uno u otro show. Cuando Balanchine murió en 1983, Gorey se mudó de la Gran Manzana a su residencia en Cape Cod (Massachusetts), en una casa atestada de libros en la que campaban a sus anchas cinco o seis gatos.

No se ponía elegante para el ballet, vestía como solía ir: con vaqueros y zapatillas deportivas, anillos dorados en casi todos los dedos de las manos y un abrigo de piel; un estilo que Stephen Schiff (periodista de la revista New Yorker que entrevistó a Gorey en 1992) describía como «una mezcla de beatnik aficionado a tocar los bongos y dandi de fin de siglo».

Demuestra la obsesión por el ballet en varios libros, en especial en The Lavender Leotard (La malla lavanda, 1973), una detallada caricatura del New York City Ballet en el que recrea la atmósfera, las grandes figuras de cada espectáculo, los acontecimientos y pequeños detalles cotidianos de un lugar que casi era una segunda casa.

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

Autorretrato de Gorey con sus amados gatos

3. Gatos. «Llevan esas vidas misteriosas, que sólo estan medio conectadas a la tuya. (…) Es interesante compartir la casa con un grupo de gente que obviamente ve, escucha y piensa de un modo infinitamente diferente a ti». Gorey asemejaba los movimientos felinos al ballet y siempre tuvo varios e intentó capturar su gracilidad sobre el papel: «Se mueven en el instante en que decido hacer un boceto, incluso cuando previamente han pasado horas en estado comatoso». El autor los consideraba «el amor de su vida». En el testamento, legó la gestión de su obra a una fundación dedicada a la defensa de los perros y los gatos.

Dancing Cats and Neglected Murderesses  (Gatos danzantes y asesinas olvidadas, 1980) es una muestra más de la devoción del autor por los felinos domésticos, de los que decía que eran el amor de su vida. La colección de ilustraciones individuales con texto muestra a gatos en actividades extravagantes que se entrelazan de modo sorprendente con oscuros retratos femeninos.

'Esperar la llegada del otoño'

‘Esperar la llegada del otoño’

4. Viajes. A pesar de la curiosidad innata con la que abordaba cualquier manifestación artística y literaria, recorrer mundo no le interesaba. Sólo salió una vez de Estados Unidos, para hacer un viaje a las islas Hébridas, en Escocia.

En una entrevista previa a esa única excursión habló de su aversión por los paisajes extraños: «No. Nunca he estado en Inglaterra. Nunca he salido del país. Todo viene de los libros. Leo sobre todo literatura inglesa. Siempre me gustaron las novelas victorianas. No me gusta viajar ¿Quién cuidaría de mis gatos? Seguramente les daría un ataque de nervios… Excepto en el caso de que ni se dieran cuenta de que me he ido. Soy una persona rutinaria. No quiero trastornos en la barriga, sonidos extraños en mis oídos, ni dormir en camas extrañas»

Dos ilustraciones de 'The dubious guest'

‘The doubtful guest’ (‘El invitado dudoso’)

5. Violencia. En los dibujos sugiere la amenaza en lugar de mostrarla. Gorey odiaba que le definieran como macabro, porque aborda el miedo con absoluta frialdad. Los personajes caen en desgracia y la vida continúa, el momento en que sucede el desastre casi nunca se ilustra, pero la frase que acompaña al dibujo no deja duda del cruel desenlace.

Las estrategias del autor para hacer sentir incómodo al lector no se reducen al miedo a la muerte. Gorey es capaz de crear situaciones aparentemente cómicas que resultan en amenazantes, como sucede en The Doubtful Guest  (El invitado dudoso, 1957), una narración ilustrada sobre un extraño ser —parecido a un pingüino— que se instala en la mansión victoriana de una familia adinerada. Sin intención de marcharse y perturbando el día a día de los distinguidos y algo decadentes seres humanos de la casa, la presencia pasa de ser curiosa a desasosegante y después desesperante para el lector, a pesar de la impavidez de los que sufren al invitado.

6. De la alta cultura a Las chicas de oro. La atemporalidad de los dibujos, las numerosas referencias literarias de sus obras y la precisión con que emplea las palabras son sólo una vaga muestra de la erudición del autor, recolector de influencias que van del surrealismo pionero de Lewis Carroll y la observación aguda de Jane Austen a «la captura del momento congelado» que admiraba en pintores como Piero della Francesca, Georges de la Tour, Vermeer y (por supuesto) Francis Bacon.

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

En su casa llena de libros y con sus inseparables gatos

Tenía una pequeña colección de arte, reunía postales decimonónicas de bebés muertos («siempre me dicen que no lo mencione», apuntaba en una entrevista) y compraba libros de manera compulsiva. Aunque tuviera un volumen repetido cinco veces, no se podía desprender de ningun ejemplar. De Murasaki Shibiku (escritora japonesa del siglo X), al novelista victoriano Anthony Trollope, pasando por Borges, Gorey leía y releía incluso lo que detestaba (como era el caso de las novelas de Henry James).

Junto a esa vena erudita, convivía la atracción por los culebrones baratos y las series de televisión que nadie sospecharía que fueran de su gusto. Las chicas de Oro y Buffy Cazavampiros («la recomiendo sin ninguna reserva») fueron algunos de sus fetiches. Salvando las distancias, al final de su vida, quedó prendado de Expediente X. «Vivo para ver la última temporada», dijo en 1998.

Ilustraciones y texto para 'The curious sofa'

Dibujos y texto para ‘The curious sofa’

7. Asexual. Nunca se casó ni se le conocieron romances. Su apariencia extravagante se complementaba con una voz algo nasal y una expresión corporal amanerada; pero nunca afirmó ni desmintió su posible homosexualidad: «No soy ni una cosa ni la otra (…). Soy una persona antes que todo eso«. Algunos críticos detectan en el trabajo del artista una sexualidad reprimida. Él respondía con indiferencia a ese análisis: «No lo sé, yo no sé de lo que escribo. Nunca me he sentado a averiguarlo».

The Curious Sofa (El curioso sofá) es tal vez su obra más cercana al erotismo, clasificada por su autor como «pornográfica», el lenguaje rebuscado y las ilustraciones cuidadosamente planeadas evitan cualquier referencia al sexo mientras queda patente que no se habla precisamente de un sofá. Gorey recuerda con ironía haber recibido cartas de padres que destacaban lo mucho que sus hijos pequeños habían disfrutado con la historia.

Ilustración de 'Drácula'

Ilustración de ‘Drácula’

8. Dibujante aficionado. Sus estudios artísticos se reducían a un semestre en el Instituto de Arte de Chicago.  Se sentía inseguro en cuanto a la calidad de sus dibujos y le gustaba pensar en sí mismo como escritor («mis ideas tienden a ser primero literarias en lugar de visuales»).

Declaraba que nunca había hecho una ilustración que no fuera para un libro, que nunca sabía cómo iba a ser el dibujo hasta que no estaba hecho: «Cuando trato de visualizarlo antes( …) me paralizo y el resultado suele ser terrible«.

Muy de vez en cuando se atrevía a colorear con acuarelas el mundo en blanco y negro que albergaba casi siempre a sus personajes. Gorey estaba acostumbrado a que sus libros fueran publicados en editoriales modestas que no iban a permitirse el lujo de publicar nada a color. «He terminado pensando en blanco y negro«, sentenciaba.

Diseños para el vestuario de 'Mikado'

Diseños para el vestuario de ‘Mikado’

9. Teatro. «Pienso al estilo de las películas de cine mudo», decía cuando le preguntaban por la influencia cinematográfica en sus trabajos. La obra de Gorey es teatral, cada escena es un momento congelado que bien podría ser un fotograma. No es casualidad que se encargara del diseño en 1977 del vestuario y la escenografía de una adaptación del Drácula de Bram Stocker, primero representada en Nantucket (Massachusets) y luego en Broadway.

Los sets, en blanco y negro y en dos dimensiones, marcaron tanto la adaptación que pronto se terminó conociendo como «la versión de Drácula de Edward Gorey». Ganó el premio Tony al mejor vestuario y, por supuesto, no fue a recogerlo. En 2007 se editó un hermoso libro desplegable que recreaba los escenarios y los personajes de la novela de Stocker imaginados por Gorey.

The Mikado (1983) fue su otra gran aportación al teatro. La ópera cómica escrita por W.S.Gilbert (1836-1911) y Arthur Sullivan (1842-1900) satiriza en dos actos la Inglaterra del siglo XIX con la seguridad que proporcionaba entonces hablar de un país tan lejano como Japón. En un estilo luminoso y colorista, poco habitual en él, Gorey —gran admirador de la cultura japonesa— diseñó también la escenografía y el vestuario de la adaptación.

Ilustración de Gorey para 'The Disrespectful Summons' ('Las citaciones irrespetuosas')

Ilustración de Gorey para ‘The Disrespectful Summons’ (‘Las citaciones irrespetuosas’)

10. Asocial. A pesar de que a veces se le asocia por error con la literatura infantil, no tenía intención de acercarse a ese público. Su relación con los niños fue nula y declaraba no sentirse cómodo con ellos alrededor, pero tampoco los adultos eran fáciles.

«Eventos sociales… ¡Buf! Ya sabes». Gorey se recluía con agrado en su casa de Cape Cod, llena de pilas de papeles y libros, descuidada hasta el punto de que en una ocasión un trozo de techo se derrumbó.

Con frecuencia Gorey se escudaba en una sordera para justificar su vida monacal. «Soy ligeramente sordo… más que ligeramente. Durante años lo he pasado mal en los intermedios y en las reuniones. Estoy allí de pie, sonriendo dulcemente y preguntándome de qué habla todo el mundo porque no llego ni a oir una de cada diez palabras (…). Muchas ocasiones sociales me dejan menos que entusiasmado», decía en 1992.

Pasó los últimos años de su vida sin dejar de dibujar, pero en ese silencio social que no le molestaba en absoluto, en el micromundo de libros, pinturas y películas almacenados sobre los que dormían sus gatos. En abril del año 2000 murió de un ataque al corazón.

Helena Celdrán

Los monstruos que viven en los papelitos amarillos

Personas pequeñas a las que no parece preocupar vivir a merced de unos monstruos gigantes. Microhistorias de una escena con trazos que apenas dejan un espacio vacío en el papel. John Kenn (Dinamarca, 1978) pilló lo primero que tenía a mano, unos pósit, para dibujar sus curiosos bichos. Las limitaciones de tamaño, textura o color no son un problema cuando tienes la necesidad imperiosa de contar algo.

John Kenn

John Kenn

Escribe y dirige shows de televisión para niños en su país natal, es padre de gemelos y dice no tener demasiado tiempo para nada.

Pero disponer siempre de un bloc de papelitos amarillos en su escritorio le permite «abrir la ventana a un mundo diferente».

En su blog los pone todos, como si fueran trofeos cazados al vuelo.

Son notitas que cuentan historias de barqueros rodeados por fantasmas, un monstruo de siete ojos observando escondido a un niño que coge setas en un monte, casas encantadas, castillos, bosques…

Algunos lo han comparado con Tim Burton,  con el truculento y exquisito dibujante Edward Gorey o con las criaturas de Maurice Sendak. Él menciona a  dos escritores: Stephen King -su mayor inspiración- seguido de H.P.Lovecraft.

John Kenn

John Kenn

En la oscuridad de los paisajes, las narices largas, las filas de dientes desordenados, los tentáculos y las babas hay, además de un claro aire infantil, un afán por despertar el miedo más primario, el que nos acecha de niños.

Todos tuvimos en nuestra infancia miedo a una imagen: un cuadro o un adorno ante el que no podíamos quedarnos a oscuras, de los que desviábamos la mirada. Hagan memoria. A mí me vienen a la mente la talla de un demonio en un armario estilo castellano y el souvenir horrendo de un trol noruego. Algunos de los monstruos de John Kenn me producen cierto desasosiego que me hace recordar lo que es tener miedo de los monstruos.

John Kenn

John Kenn

No ando desencaminada en mis sensaciones. Kenn confiesa que a veces se basa en pesadillas infantiles y se siente un poquito orgulloso de poder asustar a alguien, aunque sea por un segundo, sólo con un pósit. Por cierto, ya sé que la palabra castellanizada queda marciana, pero es así como figura en el diccionario de la Real Academia. Ya saben cómo se las gastan estos provocadores.

Helena Celdrán