El alma de Simón de Montfort: novelar la cruzada de los cátaros como nunca antes

Vista acual de Béziers FOTO: Omnidom 999~commonswiki

Vuelve Sebastián Roa a las librerías y eso, en esta casa llamada XX Siglos, es motivo de dicha. Dice Santiago Posteguillo que este escritor aragonés es el mejor escritor de novela histórica del siglo XXI, y yo no sé si el mejor, pero tengo claro que está entre ellos. Ahora, tras unas vacaciones de dos novelas en la antigua Grecia, regresa a la Edad Media que lo consagró. Y lo hace con una historia sobre la cruzada contra los cátaros o albigenses. Se titula Sin alma (HarperCollins Ibérica) y tiene como protagonista al siempre señalado y vilipendiado Simón de Montfort.

Recuerdo que hace quince o veinte años hubo saturación de cátaros y templarios en la literatura general y en la histórica en particular. Para muchos aficionados al género, como era mi caso, y a pesar de haber disfrutado, por ejemplo, con el ciclo de los Hijos del Grial de Peter Berling, se les señalaba un libro sobre cátaros o templarios y agitaban la mano como espantando moscas. Quizá, la saturación no venía tanto por el tema, sino por el enfoque, siempre parecido, empujado quizá por el indudable éxito de los thrillers esotéricos estilo Dan Brown, tras El código Da Vinci. Espiritualidad new age, una historia de blancos y negros, de buenos y malos, etc. se daban siempre en aquellas obras.

Con alma de dinamitero (o quizá más propio, de hereje) llega Roa y nos planta una novela sobre aquella cruzada donde no se dice la palabra cátaros, donde apenas se ven (¿herejes, qué herejes? ¿dónde están? repiten varios personajes en la novela) y narrada desde el punto de vista de uno de los comandantes de aquella cruzada, Simón de Monfort. Y resulta que lejos de creencias deformadas, de pasajes reinventados por nacionalismos o de una historia de santos y monstruos, aquella historia, en sus manos, cambia. Y mucho.

Esta novela de personajes que arranca con un episodio brutal en Siria digno de aquellas películas sobre Vietnam -pienso, por ejemplo, en El cazador– se erige pronto como una de las obras más oscuras de su autor. Hay en sus páginas una densidad espiritual y psicológica, una tensión política, que arrulla y se entreteje en una trama poderosa y emocional, llena de batallas y traiciones. El Simón de Monfort no es ese gran villano de la Historia que salía en algunos libros de divulgación hace tiempo, sino un auténtico y realista caballero medieval, con sus problemas y sus comportamientos. Un hombre de guerra y de fe, con todo lo que ello implica.

Roa dibuja una cruzada llena de intereses políticos y económicos, donde la religión queda en un muy segundo plano, en donde es imposible encontrar buenos malos y donde cambiar de bando es la norma. Donde lo más importante es la construcción de relatos propagandísticos que se crean. Además, lejos de idealizar la guerra medieval, el novelista relata una brutal campaña de terror que recuerda a algunas guerras de insurgencia que hemos visto en tiempos recientes.

Y en ese marco tempestuoso, Roa coloca a un protagonista que no es un monstruo, sino un hombre traumado y con la firma intención de redención, de hacer lo que es justo y honesto, al que los acontecimientos le empujan al horror. Además, lo sabe rodear de una galería de personajes llenos de matices que aportan: Alix, su esposa; Azalaís, la amante y enemigo; el venerable y terrible Arnaldo; el rey Pedro de Aragón; el conde de Tolosa; el Grajo… Las dos primeras mujeres, especialmente, brillan de manera especial y parecen reclamar aún más espacio en la novela.

Roa moldea tiempo, lugares y personajes históricos para reconstruirlos de una manera narrativa, libre y naturalmente narrativa. Defensor a ultranza de una novela histórica que sea primordialmente literaria y alejada de las meras crónicas noveladas, Roa vuelve a poner otra muesca en su ideario con esta, paradójicamente y, probablemente, también en la opinión del autor, su ficción histórica más canónica. Aún así logra erigir una obra radical, que desafía las visiones anteriores sobre los cátaros y aquella cruzada (atentos, sin ir más lejos, al famoso «matadlos a todos, que Dios ya distinguirá a los suyos» de Béziers), y despliega, con la dificultad que supone, una verdadera novela de personaje sobre ello.

Pocos autores actuales logran ofrecernos viajes por el tiempo tan palpables, que lleguen hondo, que provoquen preguntas y reflexiones.

Con todos esos ingredientes y con el estilo eléctrico, profundo o contundente cuando debe al que el autor ya nos ha acostumbrado a lo largo de nueve novelas, Roa vuelve a triunfar con una novela que entra sin dudas entre lo mejor del año. No les cuento más, descúbranlo; lo agradecerán.

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