‘Las cuatro plumas’: una atípica novela de aventuras coloniales convertida en clásico inesperado

Wes Bentley en Las cuatro plumas (2002)

Wes Bentley en Las cuatro plumas (Paramount, 2002)

Vivimos en una indudable época de nostalgias varias. Que estén justificadas o no, que sean positivas o no, es algo muy discutible. Pero, a veces, esa moda nostálgica tiene algún efecto positivo como la recuperación de obras antiguas, rarezas antaño populares o clásicos. En ello están, con gusto y dedicación, la colección Frontera (en Valdemar, con novelas western), la colección de Aventuras Históricas (en Diábolo, ambas dirigidas con mano maestra por Alfredo Lara) o algunas ediciones en Reino de Cordelia (su última recuperación ha sido Las minas del rey Salomón), entre otras. Y a ellas se ha sumado, este mismo año, la colección Zenda Edhasa, que como ya os conté está recuperando grandes títulos del género de aventuras de la mano de Arturo Pérez-Reverte, el pintor Augusto Ferrer-Dalmau, el portal Zenda y la venerable editorial Edhasa.

Su primera entrega fue Las cuatro plumas, del británico Alfred E.W. Mason (con traducción de Guillermo López Hipkis), la mítica historia de valor, cobardía y aventuras coloniales en la Guerra del Sudán que se publicó por entregas en 1902. Con gran éxito en su momento, mantenido por las seis o siete adaptaciones audiovisuales que tuvo, la última en 2002 y protagonizada por el desaparecido Heath Ledger.

Tengo la impresión de que su autor estaría muy sorprendido de que su novela, más de un siglo después, haya obtenido un reconocimiento y una fama universales, cuando es una obra escrita y concebida con un sentido muy británico del mundo, de la época y, se nota, escrita muy para el público inglés.

La historia de Harry Feversham, ese ‘cobarde’ entre muchas comillas, que temeroso de no dar la talla y no poder disfrutar de su enamorada abandona el ejército cuando está a punto de ser desplegado en zona de combate es hija de su mundo y su tiempo. Es una mirada a un tiempo donde los conceptos caducos del honor, el valor, el militarismo, la hombría mal entendida y la supremacía racial y cultural lo impregnan todo en esa sociedad victoriana. Y esta novela en ningún caso propone una mirada crítica o desafiante a todo eso, sino que lo abraza. Es, pues una ficción, hija de su tiempo. Un tiempo que hace entendible que Ethne, la prometida, se una al juego de las plumas y deje al fiel Harry que lo deja todo por ella, aunque a nosotros, desde nuestro hoy, nos horrorice su actitud. O que sus amigos y compañeros humillen a Harry, en una práctica de bullying y acoso decimonónica.

Parecería extraño que, con todo, esta novela hubiera pervivido. Pero quizá la respuesta está en el desarrollo atípico de esta novela. Vendida siempre como una novela bélica de aventuras lo cierto es que esa definición tiene muchos matices. Lo primero, es la sorprendente escasez de acción y peripecias -aunque haberlas haylas- y la prominencia de espacios británicos frente al exótico Sudán y Egipto. Frente a las adaptaciones cinematográficas, la novela de Las cuatro plumas es una novela de personajes, que narra como mejor tino y mirada el drama de los que se quedan y los que vuelven, que el de los que luchan.

Y es ahí, en la construcción y caracterización de los personajes donde la novela emerge como una obra universal. Porque todos podemos empatizar con ese Harry temeroso de no cumplir las expectativas, de renunciar al amor, de fallar. Y todos, nos podemos alegrar de que triunfe y realice una extraño y suicida plan para restablecer su honor. Porque aunque en la novela todos los valores victorianos y coloniales están presentes, el mensaje que subyace -al menos desde nuestro siglo XXI- es que la cobardía y el valor son, cuanto menos, relativos y circunstanciales.

Todos podemos vibrar con los secundarios, aunque sintamos antipatía por Ethne y por los compañeros de armas, como Abu Fatma (del que siempre se habla) y, para mí, sobre todo, Jack Durrance, el amigo no demasiado inteligente, pero con una conexión especial con África y sus gentes, el verdadero enamorado de la novela, el capaz de sacrificarse por un sentido de la lealtad inquebrantable a amigos y amada.

Donde la novela de Mason brilla no es en los escasos momentos de acción o peripecia. En absoluto. Las cuatro plumas impresiona con un brillante arranque, asfixiante y aparentemente banal, como esa reunión de viejos camaradas de armas de la guerra de Crimea a través de los ojos de un joven destinado a la guerra. Al describir el retorno a casa y los miedos de Durrance, ciego tras su experiencia sudanesa. Al adentrarnos en su experiencia vital.

Al lector que llegue de nuevas hay que advertirle que, Mason, como decía, escribe para su contemporáneos y compatriotas. Así que no estaría de más que, antes o en paralelo, el lector leyera algo sobre la Guerra de Sudán, sobre Jartum y el general Gordon (hay dos podcast de The Rest is History, con Tom Holland, estupendos sobre este personaje, los capítulos 141 y 142), para disfrutar y entender de las referencias históricas y de contexto que el autor no explica ni en las que pretende profundizar en demasía.

Con todas estas advertencias… Entre en esta atípica novela de aventuras, en este clásico inesperado, y descubra que todos somos, en verdad, cobardes y con motivo. Y que sigamos siéndolo.

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1 comentario

  1. Dice ser emigrante

    No hace tanto cualquiera podía leer a Salgari, a Cervantes o a César y entenderlo sin demasiado esfuerzo. Ahora hay que andar explicando a cada párrafo una novela de hace poco más de cien años, y que hace veinte todavía se podía filmar, que es que es de otra época. Tanta corrección política nos ha convertido en extraños de nuestra propia cultura.

    29 abril 2022 | 14:36

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