Chris Lloyd: «No podemos evitar sentir una fascinación morbosa por los peores actos de la naturaleza humana»

Chris Lloyd (cedida por Principal de Libros).

El mismo día en que los nazis entran en París, un grupo de refugiados polacos aparecen gaseados en un vagón de tren y otro se suicida con su hijo. Un policía parisino, Eddie Giral, un traumatizado veterano de la Primera Guerra Mundial con oscuros secretos del pasado se hace cargo del caso. Giral comenzará un viaje por esos extraños y violentos primeros pasos de la ocupación en pos de una verdad que a nadie parece interesar. En su camino se cruzará con distintos órganos y grupos del ejército invasor, con elementos de su propia policía, refugiados, periodistas, espías y secretos del pasado.

Ese es el punto de partida de Los olvidados (traducción de Iris Mogollón, Principal de Libros, 2021), de Chris Lloyd, una mezcla entre hard-boiled en el París nazi y novela de espías que recuerda poderosamente a las novelas de Bernie Gunther, pero que posee una oscuridad más terrible. Lloyd, graduado en Estudios Hispánicos y Franceses, y buen conocedor de ambos países, en los que ha residido, se presta a hacer de guía tras los pasos del sabueso Eddie Giral.

¿Por qué situó una novela policiaca en la París recién ocupada?

He leído muchas novelas situadas durante la época de la ocupación alemana, pero no había encontrado ninguna que tratara esas primeras horas y días del evento. Siempre me he preguntado como habrían sido esos primeros momentos: ver a soldados de otro país en tus calles mientras toman todas las instituciones que conoces poco a poco. El temor y la incertidumbre. La idea de que el orden conocido se vea interrumpido de forma tan repentina y brutal por unas fuerzas externas antes de que nadie pueda reaccionar me fascina y me horroriza al mismo tiempo.

Además, desde una perspectiva moderna, supongo que no puedo evitar preguntarme cómo habría reaccionado yo ante tal agitación, y cómo respondería la sociedad actual. Es fácil imaginarnos mostrando resistencia, pero no podemos saber si lo habríamos hecho de verdad. La gran mayoría de la gente de la época simplemente intentó sobrevivir, pues ya era bastante desafío. También me impresiona esta idea de resistencia y colaboración. ¿Qué constituye cada una? Las fina línea que separa la una y la otra —y donde me situaría yo al respecto— me intriga lo suficiente para explorarlas.

¿Cómo reconstruyeron París los nazis que la ocuparon? ¿En qué se centró para preparar la novela?

Hubo varios episodios durante la ocupación de la ciudad y estos cambiaron a medida que la suerte en la guerra alternaba entre los alemanes y los Aliados.

Al principio, se les dijo a los soldados alemanes que se comportaran lo mejor posible. Hitler veía París como la segunda ciudad del Reich, por lo que, de primeras, no se llevaron a cabo los atroces excesos que se habían visto en otros lugares, como en Polonia. Los alemanes consideraban París como un destino seguro, y los nazis incluso les recompensaban con una vacaciones en la ciudad y elaboraban un mapa turístico. Hitler tenía planes grandiosos para la arquitectura, y los eventos culturales y sociales, como la ópera, el teatro, las carreras de caballos o la publicación de libros se retomaron. Sin embargo, la mayoría de los parisinos, no se beneficiaron de nada de esto. En su lugar, sufrieron penurias y hambre desde el principio. Debió de ser una época tremendamente inquietante y surrealista. Esta relación cambió a gran velocidad, y la luna de miel —por llamarlo de algún modo— pasó pronto, pues los primeros brotes de resistencia se toparon con las primeras muestras de brutalidad y represión.

Mientras investigaba para escribir la novela, me centré en dos aspectos principales: la historia política de la actitud de los nazis ante la ocupación, las normas que establecieron (como los toques de queda, el racionamiento o los tipos de cambio) y las leyes que aprobaron para mantener al pueblo a raya. También presté especial atención a la historia desde el punto de vista social: lo más útil fueron los diarios y relatos personales de la época para descubrir cómo este nuevo orden afectaba a los parisinos de a pie.

En los agradecimientos cuenta que una placa localizada en el barrio Pletzel de París, en la que aparecen los nombres y las edades de los niños que no regresaron, le mostró la historia de París con respeto y sinceridad… ¿Es la novela negra un idioma más para recrear el pasado de la forma más fiel posible?

La novela negra como género literario es una forma extremadamente efectiva para explorar la condición humana. Se centra en los peores excesos del comportamiento humano e intenta hallar tanto un motivo como una solución a los mismos que rara vez son tan sencillos en la vida real.

Ambientar una novela negra en esta época, en la que se produjeron los momentos más crueles del siglo xx, creo que es una forma de intentar comprender y explicar esta era: al convertir la historia global en una historia individual se vuelve más manejable, más sencilla de contar y quizá también de comprender.

Creo que uno de mis deberes a la hora de escribir sobre este periodo es respetar la época, su historia y a su gente; es explorarla de la forma más honesta posible desde la distancia y asegurarme que su historia sea escuchada. La placa dedicada a los niños del barrio de Pletzel hizo que me detuviera en seco: me hizo comprender que debemos mantener su historia viva si queremos honrar su memoria y si deseamos aprender del pasado.

¿Cómo se establece el equilibrio entre el suspense y la historia en una novela como esta?

Es uno de los elementos más difíciles que equilibrar. Estoy escribiendo esta historia, y los lectores la están leyendo, con la retrospectiva de la historia. Somos conscientes de los horrores que se produjeron, pero Eddie y los personajes de la novela no los saben todavía. La cuestión radica en mostrarles cómo se percatan por primera vez de algo que las generaciones posteriores ya conocen y en tratar de explorar la reacción de Eddie ante lo que poco a poco va descubriendo o sospechando. Este es el motivo por el que creo que se tiene que reducir a una historia personal —algo que afecta de cerca al protagonista—, para mostrar el efecto de estos actos y eventos conocidos en todo el mundo en una escala más personal. Esto significa a menudo que el lector ya conoce la historia, lo que reduce el suspense, pero lo estamos viviendo por primera vez a través de los ojos de Eddie. Asimismo, al centrarme en un aspecto menos conocido de una historia mucha más extensa —que también debe tenerse en cuenta—, puedo contar algo que el lector quizá desconozca, así que eso también le añade un poco de suspense.

El título, Los olvidados, hace referencia a los refugiados a quienes nadie presta atención y se interesa por ellos. ¿Es una referencia más contemporánea de lo que parece?

Cuando escribes ficción histórica es difícil no encontrar paralelismo con el presente. O, al menos, acciones, actitudes y eventos que resuenan aún hoy. La reacción hacia las crisis de los refugiados por parte de los países desarrollados —y nuestro papel en su aparición— no es algo de lo que deberíamos sentirnos orgullosos. La búsqueda de chivos expiatorios y la demonización de los refugiados por parte de los políticos y los medios populistas, y la falta de empatía hacia esas personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares —lo que supone un enorme acto de valor— es algo que debería preocuparnos y enfurecernos. Y no importa la época de la que hables. Si se echa un vistazo al periodo histórico sobre el que escribo, se verán los mismos patrones polarizados de comportamiento hacia los refugiados de la actualidad. En los años treinta y cuarenta, cuando había refugiados que huían de la ocupación nazi de países de toda Europa, había políticos y periódicos —y gente de a pie—, que no se sentían obligados a ayudarles o acogerles y felizmente les daban la espalda. Al ver que los mismos patrones se producen ochenta años después es profundamente angustioso y un ejemplo más de nuestra incapacidad para aprender de la historia.

Se dice que las novelas históricas siempre hablan del presente desde el pasado. ¿Es este el caso de Los olvidados?

Como he mencionado, siempre hay paralelismo entre el pasado y el presente, sobre todo porque, como especie, parecemos estar condenados a no aprender las lecciones del pasado—, pero también hay particularidades del pasado que deben reconocerse y respetarse. Es muy tentador comentar los problemas actuales desde un punto de vista del pasado —una a la que no puedo evitar sucumbir en ocasiones—, pues es una buena referencia con la que comparar nuestra forma de comportamiento, de hablar, de actuar y de pensar en la actualidad. Y una parte de eso se encuentra en Los olvidados, sobre todo cuando aparecen comportamientos de aquel entonces que siguen presentes en la actualidad —o incluso están en auge—. Los escritores empleamos el pasado como un espejo en el que reflejar los problemas actuales que nos preocupan o perturban, pero creo que llega un punto en el que se debe ser consciente de cuando trazar la línea y ser cauteloso en la búsqueda de paralelismos. En última instancia, debemos recordar que estamos escribiendo sobre el pasado. Es muy sencillo aplicar los valores actuales a personajes históricos para hacerlos aceptables ante el lector actual, por lo que hay que encontrar un equilibrio entre mantenerse fiel a la historia de la época sobre la que escribe y respetar los valores de los lectores de hoy.

¿Cómo se crea a un personaje como Eddie Giral?

El punto de partida para el personaje de Eddie fue mi fascinación por la ocupación y la fina línea que separa la resistencia de la colaboración. Eso me llevó a poner a prueba y cuestionar cómo alguien podría seguir con su vida sin problema bajo un sistema como el fascismo y cómo habría afectado a su estado mental. Esto, a su vez, me llevó a tratar de imaginar cómo un detective de la policía vería su trabajo bajo el nuevo orden —cómo podría hacer su trabajo bajo el escrutinio de los nazis y cómo se centraría en el crimen cotidiano cuando hay muerte y destrucción allá donde vaya—. Eddie fue el fruto de eso en mi mente. Alguien que ha sufrido los efectos de la última guerra y ha tenido que enfrentarse a otra además de a las cargas que se le imponen como individuo y como agente de policía. Esa fue mi base para crear al personaje.

Cuando pudimos viajar de nuevo, paseé por las calles de París por las que Eddie habría caminado y lo visualicé allí —en una ciudad ocupada mientras intentaba mantenerse fiel a algún tipo de moral—. Esa exploración cada vez más profunda de los problemas y dilemas a partir de una pequeña semilla es, en mi opinión, me ayudaron a crear a Eddie y acceder a su cabeza.

¿Por qué son tan fascinantes las novelas policíacas ambientadas en el nazismo y en la Segunda Guerra Mundial?

Creo que no podemos evitar sentir una fascinación morbosa por los peores actos de la naturaleza humana, siempre que sea de forma vicaria; el género negro se nutre de esto, mientras que la Segunda Guerra Mundial y el nazismo proporcionan un mundo ya preparado. Fue una época en la que se llegó a las profundidades de la inhumanidad, una en la que el populismo desenfrenado, el odio y la discriminación se impusieron a la lógica, la empatía y la bondad; se produjo el acto de maldad más atroz de la historia reciente. Las condiciones que lo originaron siempre están ahí, por lo que nos gusta recordarlo desde la relativa seguridad de la perspectiva actual. Sin embargo, también debe haber esperanza —en la vida y en la ficción—, y este periodo también la ofrece. Sabemos cómo terminó: al final, al menos en teoría, el bien triunfó sobre el mal. Y eso, creo, es lo que buscamos en la ficción: la historia perfecta, el mal derrotado por el bien. Con todos los matices que eso implica.

Usted ha vivido y trabajado en España, en el País Vasco y en Madrid, y en la novela hay una referencia a la España de la época, a Franco… ¿Se sentiría capaz de escribir una novela así sobre el pasado de nuestro país?

Es una pregunta muy interesante. Viví en España durante mucho tiempo —en muchos sentidos, me formó como adulto— y todavía siento un fuerte vínculo. Por eso, creo que mi historia con el país es profundamente personal, así que más que escribir una historia amplia, me gustaría crear una historia «más pequeña», más personal. Quizá sobre un individuo en un momento muy breve y concreto de la historia. En este sentido, me fascina la Transición, o la Semana Trágica, periodos que tal vez no son tan conocidos en mi país. Un libro como L’Angelo della Storia, de Bruno Arpaia, una hermosa e inquietante novela sobre los últimos días de Walter Benjamin en Portbou, me inspira en este sentido. Es una historia muy personal en un momento muy específico de la vida tanto de ese individuo como de la sociedad en la que se desarrolla la novela —entrelazada con otra historia, inventada, de otro personaje—, que cuenta una historia universal. Lo ideal sería escribir una historia sobre un momento del pasado de España que recogiera esa misma esencia.

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