Herminia Luque: «A Isabel II se la injurió hasta lo indecible»

La escritora Herminia Luque (FOTO: EDHASA)

Herminia Luque leyó las dos biografías que Isabel Burdiel dedicó a Isabel II y sintió «perplejidad». Una sensación que solo pudo «resolver escribiendo». Y no fue mal camino. De ese escribir nació La reina del exilio (Edhasa, 2020) que ha llevado a esta escritora y profesora granadina a ganar el premio de Narrativas Históricas Edhasa de este año.

Con esta novela, una historia de amor con toques de humor ambientada en 1882, en el exilio parisino de la mencionada reina, Luque -que ya había ganado el premio Málaga de novela- se convierte en la primera autora en ganar este galardón que cuenta hasta la fecha con tres ediciones.

Charlo con ella sobre la novela, la mala fama de Isabel II, la necesidad de rescatar a las mujeres en el relato historiográfico y literario del pasado y sobre las dificultades de narrar el siglo XIX español («¡Está tan bien contado en Galdós y en la Pardo Bazán!», exclama) entre otros asuntos.

¿Cómo nació la idea de La reina del exilio?

Surgió tras la lectura de las dos biografías que Isabel Burdiel le dedicó a Isabel II. La perplejidad que sentí ante ese personaje (una reina de trece años, convertida luego en una mujer que no entiende casi nada pero sobre cuyos hombros recaen responsabilidades de un mundo en tránsito desde el Antiguo Régimen a un sistema liberal) solo la pude resolver escribiendo.

¿Por qué eligió el exilio parisino de Isabel II para esta novela?

Me daba la oportunidad de que los propios personajes diesen cuenta de sus propios actos. La reina Isabel tiene todo su pasado ante sí, habla de él a su antojo (aunque a veces sus reflexiones son un poco mostrencas…). Sus interlocutores la ven ya un poco como nosotros: como un relicto de tiempos pretéritos, como algo que, por suerte, no volverá…

Isabel II tiene bastante mala fama, ¿es merecida?

Tiene la espantosa fama que le dieron los calumniadores más recalcitrantes (por no decir palabrotas) que hubo. Se la injurió hasta lo indecible. Cuando era una virginal reinecita era encantadora; cuando tuvo amantes tras un matrimonio con un homosexual declarado, era lo peor de lo peor… El moderantismo liberal la utilizó a su antojo, y cuando el segmento oligárquico que sustentaba ese moderantismo decidió que ya no le servía, no la apoyó ante la revolución, la de 1868, que la envió al exilio. Ciertamente no poseía una decidida ambición política ni siquiera tal vez la capacidad necesaria para gobernar. Pero, ante todo, tuvo una educación muy deficiente que le impidió estar formada de un modo adecuado para tomar importantes decisiones.

Cuando se mete una autora a retratar, a reconstruir, un personaje tan controvertido como esa monarca, ¿qué problemas tiene? ¿Sintió algún vértigo?

No. La novela, aunque sujeta a convenciones, es el reino de la libertad. Ahí la reina Isabel es mi personaje, mi particular interpretación, no la reina que fue.

Pero, en realidad, la reina exiliada no es lo fundamental de esta novela…

Es un personaje esencial dentro de las dos líneas narrativas que hay. En la otra, una joven huérfana busca sobrevivir en la áspera vida de mediados del siglo XIX. Sobre todo si eres mujer, careces de familia y de bienes de fortuna, la tríada de la desgracia social. Esa joven, Teresa, resiste, toma conciencia de sí y de lo que representa ser mujer en su tiempo, se enamora…

En su historia podemos ver humor, amor, intriga… ¿la gran oportunidad del género histórico es que da la posibilidad de conjuntar todo?

La novela, en general, puede con todo; lo admite todo. Siempre que respete al lector y no lo tome por tonto, que es lo que hacen algunos escritores.

¿Cuánto tiempo tardó en construir esta novela? ¿Qué fue lo más difícil?

Tardé casi tres años, aunque con algunas interrupciones y variaciones importantes en el plan inicial. Lo más difícil fue renunciar a una extensión mayor. Yo quería una novela de mil páginas; un novelón que explicase el XIX español a un lector del XXI. Y le contase, además, algo de la cultura coreana, de crónicas del siglo XV, de libros que no existieron jamás…

En los últimos dos o tres años parece que ha cambiado, ¿pero por qué el siglo XIX español ha sido un momento tan poco tratado en nuestra narrativa?

Es que ¡está tan bien contado en Galdós y en la Pardo Bazán! Apenas dejaron resquicios para contarlo de otra manera. De todos modos, para no enfadar a doña Emilia, la incluyo como personaje en la novela. Y también está citado don Benito. (Yo, de mayor, también quiero ser personaje literario…).

Con su anterior novela, Amar tanta belleza, sobre María de Zayas y Ana Caro de Mallén, y esta, se antoja un cierto interés por contar el pasado desde el punto de vista de las mujeres que la protagonizaron, ¿la historia y la narrativa histórica estaban pidiendo tener una mirada más centrada en lo femenino?

A gritos. Lo estaban pidiendo a gritos. Imagínate contar la historia de tu familia sin tu madre, tus abuelas, tus hermanas, tu compañera, tus hijas…¿Sería una historia o una espantosa mutilación? Eso ha pasado con el relato historiográfico y con la narrativa histórica de igual modo: las mujeres no aparecen; las han hecho desaparecer. Lo cual es una suerte de crimen contra la verdad, la histórica y la literaria. ¿Las mujeres no tienen nada que contar, no son dignas de ser contadas más que por y para los hombres? Son interrogaciones retóricas, claro.

Es la primera, de tres ediciones, ganadora del premio de Narrativas Históricas Edhasa, ¿este es un género en el cuesta que se reconozca a las autoras?

Cuesta mucho que se reconozca a las autoras en todos los ámbitos; lo afirmo y no solo por las estadísticas. Lo hecho por mujeres parece que es solo para las mujeres y lo hecho por los hombres es lo universal; eso es así todavía. Hace falta que nos conozcan y nos reconozcan.

Y tras ganar un exitoso galardón de este género, ¿cuáles cree que son las fortalezas y las debilidades de la novela histórica hoy?

Las fortalezas radican en su perenne renovación, en su carácter híbrido y abierto al futuro. No hay más que pensar lo que era la novela en el siglo XIX y lo que es ahora: un género que parte de las preocupaciones del presente para decirle a las generaciones venideras (como a nosotros nos lo dicen las del pasado) que ellos son nuestro futuro; que elijan bien su forma de narrarnos porque estarán definiendo lo que son y lo que quieren ser. Eso son las novelas históricas: nuestra visión del futuro. De ahí su vigencia, su valor, su vocación de durar.

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