1917, Dominique Manotti y la importancia de la ficción histórica en la memoria del pasado: ¿un «cáncer» o una oportunidad?

Fotograma de la película 1917

Este fin de semanas dos grandes creadores me hicieron pensar en la importancia que la ficción tiene en la memoria histórica de la sociedad. El viernes fui al cine a ver 1917, la espléndida película de Sam Mendes sobre la Primera Guerra Mundial. No habría hablado de esa película en XX Siglos, que para eso están los compañeros de Cinemanía, si no hubiera sido por la dedicatoria final del filme. Decía, aproximadamente: «Para el cabo Mendes, por contarnos las historias».  Efectivamente, la película parece que reinterpreta libremente una historia contada por el abuelo del director, que efectivamente llevaba mensajes por la línea de frente.

La película es una brutal y lograda recreación de lo que debió ser la guerra de trincheras en aquel conflicto. Contada con nervio y con un talento visual fuera de lo común, ofrece, como ya lo hizo Dunkerque, de Nolan, una auténtica experiencia sensorial al espectador. También hay quienes han destacado sus licencias y fallos históricos: la aparición de soldados negros e indios en unidades compuestas por blancos, entre otras, también su cierto maniqueísmo. Elementos que está bien señalar, pero que para el que escribe no invalidan la propuesta de Mendes, porque, en el fondo, sigue siendo ficción. Sigue siendo la mirada de un nieto admirado por los cuentos de la guerra de su abuelo.

Y eso es precisamente por lo que cuando hablamos de ficción histórica (tanto cinematográfica, como literaria) debemos de tener presente que tiene más que ver con la memoria histórica que con la propia Historia académica. Porque como la memoria, la ficción recupera el pasado de forma personal, manipulada y deformada. Así es el juego desde los tiempos de Homero, y exigir otros niveles es no comprenderlo.

Me lleva esa idea al segundo creador que me hizo reflexionar sobre este asunto. Se trata de la escritora de Polar (novela negra francesa) Dominique Manotti (París, 1942) en su entrevista con Carles Geli  del pasado día 9 en El País, que yo leí este fin de semana, con motivo de su última novela en España Oro Negro.

Manotti -que, por cierto, tiene un espléndido thriller histórico (de los de verdad) ambientado en el París previo a la retirada de los nazis titulado El cuerpo negro, que editó en España Tropismos en 2006- dice cosas ciertamente interesantes sobre la literatura, la historia y la novela histórica. Dice Manotti:

La Historia, como ciencia, es larga y pesada, y se dirige a la razón de la gente; la literatura negra se puede dirigir más al corazón y a las emociones, al hombre y su entorno; quien habla a la sociedad son los escritores, los historiadores sólo establecen hechos; y luego está la importancia del imaginario para recrear y crear la posibilidad de explicar aquello que nadie se atrevería a decir, a veces porque no se tiene el cien por cien de los datos… En cualquier caso, son los Víctor Hugo los que quedan en la mente de la gente; los historiadores se olvidan.

Y lo dice sobre el género negro, pero creo que es igualmente aplicable a la histórica. Porque la ficción establece, como la memoria, unas conexiones emocionales con el pasado que son imposibles o muy difíciles para la mera divulgación o la historia académica (con excepciones notables, como siempre). Además, la fuerza de los novelistas es la de aportar imaginario y explicar y ahondar en donde la historia no puede ir por falta de certezas. Y esa fuerza (que les hace llegar a más lectores) da pervivencia a lo ficticio en la memoria histórica. Tiene su peligro, obviamente, pero su poder es indudable.

Lo decía el historiador y novelista Harry Siddebottom hace unos meses en XX Siglos: «Los novelistas históricos somos los guardianes de la historia. Nos leen más personas que a los historiadores». Por eso me da tanta pena ver cómo todavía hay un sector de los historiadores que miran con desdén y burla a los novelistas y cineastas cuando tratan la historia en sus ficciones. Creo que deberían verlos como oportunidades y que se deberían establecer mejores sinergias entre ellos. El conflicto es, en este caso, estúpido.

En cualquier caso, Manotti también tiene una imagen sumamente crítica de la novela histórica, y asegura que…

La novela histórica toma una parte de la Historia y la reinventa, se construye una mitología de la Historia que es pura invención; al menos, en Francia es utilizada por la política… La novela histórica es una enfermedad, un cáncer en ese sentido; estuve recientemente en un congreso sobre la batalla de Poitiers y no se han encontrado huellas claras y fidedignas de ella y, en cambio, se vende como el gran momento que frenó el avance del imperio musulmán en Europa y eso se ha convertido en símbolo del discurso nacional de si Francia salvó la cristiandad y del chauvinismo

Y está claro que la novela histórica puede ser utilizada por la política (obviamente, lo es, quien lo niega engaña o se autoengaña, porque hasta la propia Manotti lo hace, ¿o no?), pero también la negra y cualquier otra ficción. Y entendiendo el riesgo del que alerta Manotti (como decía antes, el riesgo existe, el de confundir ficción con pasado), aunque creo que en su exposición la autora gala patina: no se puede atacar la novela histórica y ejemplificarlo con un congreso sobre la Batalla de Poitiers (¿o era solo de novela?). No se puede atacar generalizando sobre todo un género y decir ella misma, al hablar de las conexiones de la historia real y su novela negra ambientada en 1973, que todo «está en los libros de Historia contemporánea; nada de lo que hay en mi libro está inventado; no escribo ciencia-ficción». Está claro que que todo se reduce a la mirada que lleve la novela y con que concuerde con los ideales y posiciones que defiende cada uno: Manotti seguramente aceptaría una novela sobre Poitiers que, en vez de una mirada épica y complacida con el mito francés de aquella batalla, ofreciera más dudas y un punto de vista más crítico.

En cualquier caso, Manotti es una gran autora y alguien a la que hay que leer y reflexionar, sin duda.

Al final Mendes y Manotti nos señalan el camino de la importancia de la novela histórica: su fuerza y poder, su capacidad para influir en el imaginario social, pero también sus riesgos y limitaciones.

Y vosotros, ¿qué pensáis?

¡Buenas lecturas!

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