Scorsese, John Wayne y ‘El pistolero’, de Glendon Swarthout

Fotograma de la película ‘El último pistolero’.

Pasada la ceremonia de los Oscar, recuerdo una de las películas que menos reconocimiento ha tenido en esta edición, El irlandés, de Martin Scorsese. No lo hago para maldecir a la Academia de Hollywood o reclamar justicia para esta gran película (que no me ha resultado de lo mejor del año, ni de lo mejor de su director, aunque sea una gran película, que cualquier filme de Scorsese es mejor que lo mejor del 80% de directores del mundo) sino para recordar uno de los múltiples detalles de ese filme y que, cómo no estando en este blog, nos conecta con un universo literario conocido: el del western.


Como podéis observar en el tuit de arriba -si no os distéis cuenta en el visionado de la película o si no la habéis visto- en un momento de la película, en una marquesina de un cine, se podía ver que estaban proyectando El último pistolero, de Don Siegel, película de 1976 muy interesante con unos crepusculares John Wayne, James Stewart y Lauren Bacall y un jovencísimo Ron Howard. El detalle no era baladí, pues establecía un poderoso paralelismo entre dos ficciones de marcado aire crepuscular y centradas en dos sicarios.

Más allá de las virtudes de la película, la fortuna y el buen hacer de Alfredo Lara, quiso que unos meses antes de la película de Scorsese llegara a las librerías españolas la novela corta en la que se basa la película de Siegel y Wayne: titulada como El pistolero, y junto a otra poderosa novela con adaptación cinematográfica, Llegaron a Cordura (en la estupenda colección Frontera, de Valdemar, con traducción de Marta Lila Murillo). La firma Glendon Swarthout, profesor de Literatura y galardonado autor de western literarios, en cuya breve producción también figura otra novela con memorable adaptación fílmica, The Homesman (si no han visto la película de Tommy Lee Jones, procedan).

El pistolero se centra en las últimas semanas de John Bernard Books, célebre y sanguinario pistolero que llega a El Paso en los primeros años del siglo XX, enfermo de cáncer y buscando una segunda opinión de un médico que conoce y en el que confía. Allí, su enfermedad letal y el poco tiempo de vida que le queda resultan confirmados y la muerte atrae a diversos personajes: la viuda que le hospeda y su hijo; un periodista con ganas de fama; pistoleros y agentes de la ley. Books decide tomar las riendas de la muerte y diseñar sus últimos días para acabar como su vida dicta y no como profetizan los médicos.

Quintaesencia del western crepuscular y amargo, Swarthout disecciona unos personajes llenos de grises y un mundo, el del antiguo Oeste, violento y salvaje, pero a punto de terminar y de ser sustituido por una sociedad teóricamente más civilizada, pero que se intuye igual de cruel. Con un ritmo pausado y una estructura milimétricamente cuidada, el relato va cogiendo velocidad como el tranvía que lleva Books a su último duelo (¡qué imagen tan poderosa y qué bien funciona tanto literariamente como cinematográficamente!) y hacia el fin de una era.

Novela de una fuerza, amargura y violencia pocas veces vista en el género, El pistolero emerge ya no como máximo representante sino casi como definición de western crepuscular: el tiempo de los pistoleros termina, físicamente simbolizado en el cáncer que sufre Books, pero también en esa ciudad de El Paso que abraza el siglo XX y donde los tranvías comienzan a desbancar a los caballos y el alumbrado quita poder a la noche.

Mención aparte merece el tratamiento de la violencia de esta novela, feroz y sin concesiones, brutalmente gráfico, helador, sin ápice para la épica o para la poética: los tiroteos de Swarthout son de una precisión clínica y letales. Por su estilo y temática, tiene algo que apunta directamente a la novela negra.

Como en la película de El irlandés, los hombres que viven de la violencia acaban levantando muros que les impiden recibir y disfrutar ciertos afectos, y como esa, El pistolero supone la oportunidad al lector  de asomarse de forma amarga pero humana, a rincones oscuros del alma. De asistir, en definitiva, a los últimos días de un mito (sangriento y violento, no idealizado) del western. La película de Siegel y Wayne, aunque notable, no lograba trasladar a la pantalla todo lo que Swarthout logró y guardó entre estas páginas.

¡Buenas lecturas!

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