Massimiliano Colombo: «Al escribir batallas me pregunto cuánta fuerza psicológica se necesita para luchar con un arma blanca»

Massimiliano Colombo (Bérgamo, Italia, 1966) se ha abierto un camino entre los aficionados españoles a las novelas bélicas ambientadas en la antigua Roma. La legión de los inmortales o El estandarte púrpura (sus cinco novelas en español, hasta el día de hoy, las ha publicado Ediciones B), son buenas pruebas de su estilo: cuidadas batallas, épica, camaradería militar y personajes masculinos fuertes (los femeninos son más bien inexistentes), donde el autor, y eso se nota, derrocha pasión. Colombo, exparacaídista del ejército italiano, ha vuelto a las estanterías con Devotio, una novela sobre soldados, honor y ambientada en las guerras samnitas, en la época en la que la incipiente República Romana comenzaba a expandirse por la península itálica.

Con Devotio viaja al momento más antiguo de la historia de Roma que ha narrado en sus novelas, el siglo III a.C., ¿qué diferencias ha encontrado en lo histórico y en lo militar?

Para cada libro que he escrito, he estudiado a conciencia el período histórico, y debo decir que el de los inicios de la República ha resultado el más fascinante de todos. La historia transcurre en el 295 a.C. y esta primera fase de la República es maravillosa. En esta época, el ciudadano romano había dejado atrás la monarquía y vive para ampliar la fama de su familia, que ya no es noble por herencia, pero sí porque alguno de los componentes de su familia ha ocupado cargos en la magistratura superior. El romano vive para la ciudad, frecuenta sus lugares, se reúne para el censo y mantiene relaciones constantes con sus conciudadanos, trabaja, crea riqueza, se alista y combate por la libertad. La República plasma un modelo de hombre político único en el mundo que hace del honor su cultura. Todo esto desaparecerá cuando las fronteras se alejen y los emperadores transformen a los ciudadanos libres en súbditos. Las legiones profesionales asegurarán la protección de la ciudad, llenándose de soldados griegos, germanos y galos. El Campo de Marte no volverá a ver a los ciudadanos reunirse para votar, las estaciones no traerán más la alternancia entre el trabajo, la familia y la guerra. El romano ya no volverá a ser un soldado, no volverá a ser un ciudadano; vivirá en África o en Britania como mero espectador de la potencia del Imperio.

Sobre esta época de Roma hay menos documentación que sobre otras como los últimos años de la República o el Imperio, ¿es una oportunidad para la imaginación del lector?

Hay bastante documentación para crear una historia que es increíble. Piensa que el autor que más nos dejó sobre las guerras samnitas fue Tito Livio. De los 142 libros que componían la monumental “Ab Urbe Condita” sobre la historia de Roma desde sus orígenes, solo han sobrevivido 35, y el libro X trata sobre los años que llevaron a la batalla de Sentino que yo describo en mi novela. Hay que pensar, sin embargo, que Tito Livio comenzó a escribir su obra en el 27 a.C., doscientos cincuenta años después de los hechos y, como ciudadano privado, no tenía acceso a los archivos oficiales. Por lo tanto, tuvo que recurrir a las fuentes secundarias, recuperando material ya elaborado por otros historiadores. Se cree que el autor había informado en sus trabajos de las versiones procedentes de fuentes confiables junto a otras que rozaban el mito. Él mismo, en el prefacio, afirma no dar por ciertos algunos hechos ni tampoco desmentirlos, porque “…su encanto se debe más a la imaginación del poeta que a la veracidad de la información”, dejando a discreción de lector la decisión sobre cuál era la más probable. Yo me he atenido a lo escrito por el historiador romano y, a menudo, en las páginas de Devotio, sus palabras componen los diálogos de los personajes que acompañan la historia. La misma fórmula de la devotio, recitada por los componentes de la familia de los Decio, está tomada íntegramente de los escritos de Livio, lo que nos hace comprender el momento de grandeza espiritual que la República estaba viviendo.

Una constante en sus obras son las fuertes amistades masculinas, el espíritu de camaradería… ¿Basa esos sentimientos, esas experiencias en su pasado militar?

Mi experiencia en la Brigada Folgore como comandante de fusileros paracaidistas me ayuda seguramente a la hora de describir la fraternidad entre hombres de armas. En otras de mis novelas, este sentimiento de camaradería se amplifica porque imagino lo que podría significar pasar largos períodos de tiempo conviviendo y compartiendo el peligro, la vida y la muerte. En Devotio, se explica en detalle el alistamiento de las legiones de Polibiane y de la Legión Linteata de los samnitas, las dedicadas a la muerte, cuyo juramento he tomado directamente de Tito Livio. De hecho, me pareció irresistible dar un rostro a los antagonistas de Roma que condujeron a la batalla de Sentino, una auténtica encrucijada de la historia que transformó a Roma en una superpotencia.

 Otra de sus constantes es la atención que presta a las batallas y lo bélico, ¿cómo trabaja este aspecto?

He leído novelas donde el choque en la batalla se experimenta sin el menor temor, como si fuera una rutina normal. Es cierto que se dice que los romanos afrontaban el entrenamiento como si fuera una batalla y la batalla como si fuera un entrenamiento, pero, en mi imaginación, siempre me he preguntado qué fuerza psicológica se necesita para enfrentarse en un campo de batalla con arma blanca. En mis trabajos, describiendo los momentos, trato de representarlos de la manera más realista posible. De esta manera, veo la batalla a un paso de distancia e intento entender qué cosas podría intentar. Creo que son emociones tan fuertes que nos resultan desconocidas, pero igualmente trato de dibujar la cruel realidad de la experiencia de un soldado en la refriega; su dolor, el miedo, el terror, la angustia, la agitación, el altruismo, el coraje. Me imagino el choque de miles de hombres armados con lanza, espada y escudo que se enfrentan gritándose, mirándose a los ojos. Imagino el calor o el frío, la fatiga, la sed, la fortaleza de ánimo y el miedo a morir, y solo puedo sentir admiración por el coraje de aquellos que han vivido una experiencia tan terrible. No, no puede ser una rutina, ni siquiera en la centésima batalla.

Hace unas semanas, algunos historiadores y escritores españoles han propuesto celebrar cada 4 de septiembre el Día de la Romanidad para celebrar nuestra herencia romana. ¿Seguimos siendo romanos?

Sería maravilloso, en este momento más que nunca hay una necesidad de recuperar una identidad perdida. De hecho, la Romanidad no solo debe representar un momento histórico, sino sobre todo un mensaje espiritual que difunde los valores de una civilización de la que somos descendientes. Sería una exhortación a estar orgullosos de esta herencia, tal como lo fueron nuestros antepasados de su ciudad. Me gustaría saludaros con un fragmento de Devotio que describe perfectamente este concepto de Romanidad:

«La virtud se encuentra muy arriba, pero es accesible si uno quiere y, por suerte, en la multitud, algunos hombres consiguen hacer su vida ejemplar y alcanzan el cielo irguiéndose como dioses. Su ejemplo de vida se convierte en herencia de muchos porque su existencia ha mejorado la de los demás. Lo que han hecho en vida sobrevive a la muerte, haciéndolos eternos. Tenemos el deber moral de ampliar el patrimonio recibido de estos hombres para pasar su herencia a los venideros. Estos hombres deben ser respetados y venerados como dioses. Estos hombres no pueden morir por segunda vez. Sus estatuas deben adornar las calles como estímulo moral, y el aniversario de su nacimiento debe ser celebrado con solemnidad. Dentro de dos mil años se recordará a Publio Decio Mure y el significado de ser un cónsul electo por el pueblo romano. Ante hombres como él, vueltos inmortales por la misma muerte, descubrámonos la cabeza, porque mientras en el Campo de Marte continúen reuniéndose hombres libres, su sacrificio no habrá sido en vano. El hombre ha muerto, lo que ha hecho debe permanecer eternamente y la humanidad debe tomar ejemplo.»

¡Buenas lecturas!

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