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Universitarios, lo difícil está por llegar

Por Lorena Corona

Universitarios en una clase (Atlas).

Universitarios en una facultad (Atlas).

La parte más difícil para los universitarios no son los exámenes finales o el Trabajo Fin de Grado. En realidad, la parte más difícil viene después de terminar la universidad.

Con el título en mano, lo único que nos queda es sumergirnos al mercado laboral. Para muchos, la búsqueda se nos torna muy complicada.
En los últimos años se ha incrementado el número de graduados que no logramos incorporarnos al mercado laboral. Ante esta situación, muchos acabamos trabajando en grandes multinacionales  a cambio de un sueldo tan pequeño que ni siquiera nos ayuda a cubrir nuestras necesidades básicas. Otros pocos, los que se lo pueden permitir, optan por continuar los estudios de postgrado para así adquirir más conocimientos y ser más competitivos dentro del campo laboral. Porque una carrera ya no es suficiente.

¿Qué hacer cuando nos encontramos en ese limbo que supone no tener la experiencia exigida por las empresas pero tampoco podemos acceder a contratos de prácticas? Conseguir un trabajo en esta época está difícil. Yo creía que con un título universitario sería más fácil trabajar, pero no es así.

¿Y para qué estudiar tanto? ¿Cuántos políticos no tienen carrera ni idiomas?

Por Raquel F.
Selectividad

Selectividad en la Universidad Complutense de Madrid. (JORGE PARÍS)

«¿Y por qué tengo que estudiar tanto?» «¡Y esto no ha hecho más que empezar!» Después de la temida selectividad aún me queda la doble licenciatura, porque una ya no es suficiente, el o los másters y uno no, dos o tres idiomas que controle.

Esto mismo pasa por la cabeza de miles de estudiantes que, como yo, ven que tienen que estudiar y estudiar para conseguir un trabajo. Y si quieres trabajar de lo que te gusta será más fácil si te vas al extranjero.

 La cosa es que los que nos exigen todo esto no lo cumplen. ¿Cuántos políticos no tienen la carrera de lo que están ejerciendo? ¿Cuántos ni siquiera hablan un idioma? La respuesta todos la conocemos. Por eso, antes de exigirnos tantísimo a los jóvenes, deberían aplicarse el cuento y dar ejemplo a las generaciones que llegamos.

No estamos contentos con nuestro trabajo

Por A. Cases Monge

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Grupo de personas en su trabajo (ARCHIVO)

Los jóvenes que estamos en edad de trabajar y tenemos “la suerte” de poderlo hacer, no nos sentimos afortunados ni estamos contentos con nuestros trabajos. La mayoría ocupamos puestos de trabajo por debajo de nuestra formación, cobrando sueldos miserables, ahora el mileurista es el rico de la pandilla. Pero el dinero no es el problema, el problema es el sistema empresarial y cómo se trata al trabajador.

Eres una pieza más del engranaje que en cualquier momento se puede sustituir. Trabajar con esta sensación acaba en desmotivación e indiferencia, ahora se le llama zombificación laboral o despido interior. Huyes del compromiso, pasas por alto la participación, escapas de tu equipo y te resignas a malvivir en un entorno productivo con el cual has construido una relación insatisfactoria, después de una prolongada y variable secuencia de vivencias laborales negativas.
Porque somos jóvenes nacidos a la era digital donde todo se comparte y todo el mundo tiene voz y voto, por eso no podemos encajar en este tipo de empresas. ¿Qué nos queda? Aceptarlo y morir en vida trabajando, ir cambiando de trabajo o intentar cambiarlo desde dentro.
En Barcelona hay una empresa donde no tienen horario ni jerarquías, trabajan por objetivos y la felicidad del trabajador es primordial para la empresa. Los trabajadores se implican y se sienten parte de la empresa. ¿No es mejor tener un empleado que haga 25 horas semanales, cumpla los objetivos y sienta que la empresa en parte también es suya?
Este sistema funciona, está comprobado. Entonces ¿por qué solo hay una empresa en todo el Estado que sea así? ¿Os imagináis qué tipo de sociedad seríamos yendo contentos a trabajar?

El cuento de la generación perdida

Por Nura A. M.

Naces, creces, vas al parvulario, al colegio, al instituto, te cuentan el cuento titulado “La universidad”, “El mundo a tus pies con una titulación universitaria”,  y “Nunca te faltará de nada con una formación universitaria”. Con dieciocho primaveras, cómo no maravillarse ante aquellas frases escupidas por bocas de quienes, entonces para ti, eran tus figuras a seguir.

No escoger el camino marcado hacia el ámbito universitario era ser públicamente un kamikaze. Dos titulaciones universitarias, una primera experiencia profesional en calidad de – como el ahora hipstermente llamado – freelance y dos idiomas de dominio aceptable más tarde, os escribe desde el paro una veinticincoañera con el ánimo de expresar el sentir de miles y miles de personas que, como la que suscribe, se encuentran en esta misma triste y desagradable situación.

Pues bien, cuando tu empleo actual es el de aspirar a encontrar un empleo y cada día transcurre delante de una pantalla de ordenador que arroja esperanzas contradictorias —el mercado de trabajo se divide entre ofertas de empleo cuyo requisitos son los de experiencia en el puesto ofertado de 3-5 años, o en el otro extremo que uno curse el último año de su carrera universitaria, sin experiencia alguna, con el fin de poder firmar un contrato en prácticas—, uno ha de hacer un gran esfuerzo por no decaer en el intento.

Foto de una joven buscando empleo. (ARCHIVO)

Foto de una joven buscando empleo. (ARCHIVO)

Ni falta hace que digamos cuantísimos jóvenes podemos encontrarnos en ese gran espacio que abarcan ambos requisitos. ¿Qué nos queda a la acertadamente llamada generación perdida? ¿Seguir intentándolo? ¿Esperar a dar el ‘braguetazo laboral’ con el llamado enchufismo? ¿Estudiar un máster cuyo precio de inscripción en su mayoría se dispara hasta el punto de tener que acudir a la financiación privada para muchos de nosotros?

Él ya es feliz porque puede llevar a su novia al cine

Por Bartolomé Florido Luque

He saludado a un exalumno que vivía en mi misma urbanización. Ha superado la treintena, está licenciado y doctorado en historia con varios másters hechos en el exterior de España, habla inglés; francés, castellano y ‘andalú’. Menos mal que estos años de estudio le han servido para encontrar un empleo homólogo a su sacrificio. Trabaja en una gran superficie en Benalmádena media jornada partida por dos turnos como guardia jurado vigilante. Se mostraba feliz porque tiene para llevar a la novia al cine.

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Reflexiones sobre la reforma universitaria 3+2

Por Amal Meddane

Quiero estudiar, no hipotecarme

"Habemus tasas" (ARCHIVO)

«Habemus tasas» (ARCHIVO)

Somos muchos los que hemos oído hablar sobre la aprobación por decreto de la nueva reforma del sistema universitario, pero no somos tantos los que sabemos que se esconde detrás de esta. De entrada, el denominado 3+2 pretende ofertar grados más cortos de tres años con la necesidad de un máster, usando como pretexto la homogeneización de los estudios españoles con el Espacio Europeo. A pesar de todo, algunos grados permanecerán sujetos a las condiciones actuales, así que esto ocasionará la mezcla de varios planes de formación distintos en España. Cabe hacer hincapié en que todo esto se pretende realizar cuando todavía no ha acabado la adaptación al proceso Bolonia.

Por otra parte, tres años de estudios universitarios no serán valorados en el mercado laboral. Además, muchos no podemos abonar el elevado gasto que supone hacer un máster, el cual casi carece de beca y que ahora no será de un año, sino de dos. En vista de las declaraciones de Gomendio, secretaria de Estado de Educación, Formación Profesional y Universidades, el ministerio no tiene intención de reducir el importe de sus matrículas.

Pues bien, he aquí la profunda reforma “urgente” que anunció Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte, en 2012; una reforma que hará que menos españoles de clase trabajadora tengamos la oportunidad de formarnos y que, a fin de cuentas, la educación sea solo accesible a aquellos que se la puedan costear.

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Por Andrea Peral

Educación: ¿derecho o privilegio?

Por todos es sabido que la educación de hoy día en España es de todo menos económica. Y no hace falta hablar de las universidades, con esos precios tan desorbitados que sólo unos pocos pueden llegar a costearse.

Necesitamos un cambio más que urgente, ya que la educación un derecho humano fundamental y ahora se ha convertido en un lujo. Y lejos de mejorar, ahora nuestro ministro de Educación, el señor José Ignacio Wert, se las ha ingeniado para hacer la vida aún más fácil a nuestros universitarios. Estos se van a “ahorrar” todo un año de carrera, para posteriormente verse obligados a cursar, y pagar, un máster de dos años.

Aquí vemos varios problemas: al acortar el grado no se dará margen a una correcta formación y esa deberá ser complementada con un máster para ser “valida”. Y, por otro lado, existe el problema económico, ya que el precio de los grados seguirá siendo igual de elevado y el de los másteres incrementará. Hay que mencionar que actualmente, en el mejor de los casos, estos últimos duplican el precio de un año de grado.

En pocas palabras, los padres se endeudarán para el resto de sus días con tal de dar a sus hijos el privilegio de poder estudiar.

Rebajas en la Universidad, ¿empobrecimiento social?

Por Alejandro P.

Carreras universitarias que hasta hace poco tiempo duraban cinco años, ahora podrán finalizarse en tres cursos. ¡Qué chollo, rebajas de hasta un 40%!

Una de las bibliotecas de la Universidad Autónoma de Madrid. (JORGE PARÍS)A

Una de las bibliotecas de la Universidad Autónoma de Madrid. (JORGE PARÍS)

Sin embargo, hay ciudadanos que, sin ser expertos en enseñanza, tenemos serias reservas respecto a los conocimientos adquiridos al reducir en dos años el tiempo de formación y, por tanto, también en cuanto a la validez del esfuerzo social y personal empleado en proyectos de dudosa eficacia.

Otra cuestión que contribuye y añade algo más de desconcierto es que la misma carrera pueda tener mayor o menor duración y contenido en función de la universidad, pues, parece que ésta será una cuestión a decidir por los centros.

La realidad señala que quienes se quedan con la titulación pelada lo tienen más crudo a la hora de acceder al mercado laboral, aspecto que obliga a las familias a llevar a cabo un desembolso superior (el precio medio del crédito del máster es sustancialmente superior al del grado) si desean que sus hijos obtengan una mayor preparación y que, lamentablemente, impide que jóvenes con capacidad y ganas de aprender cumplan sus expectativas.

¿Empobrecimiento social?

No me digáis que me vaya al extranjero

Jóvenes universitarios. (ARCHIVO)

Jóvenes universitarios. (ARCHIVO)

Por Carlota Poveda,

No es ninguna novedad que muchos jóvenes tengan que marcharse al extranjero en busca de oportunidades que aquí son inexistentes.

También somos conocedores de la situación actual, tanto laboral como económica, en nuestro país. De las cifras de desempleo, de los sueldos base y de los recortes en educación.

Aún así, no puedo quejarme. Actualmente tengo trabajo como becaria en una importante empresa. Allí estoy aprendiendo y ganando una experiencia única para mejorar mi formación. Además, ¡cobro! Algo insólito en el mundo de los becarios.

Por otro lado, trabajo de camarera los fines de semana para, con ambos sueldos, poder pagarme los estudios. Aún así, cruzo los dedos deseando que al terminar mis prácticas, pueda quedarme en la empresa en la que estoy. Me da miedo encontrarme con una mano delate y otra detrás. Con un grado, un máster y un par de títulos de inglés pero con una mano delante y otra detrás.

Muchos me dicen que no me preocupe. Que si me quedo sin trabajo puedo aprovechar para irme al extranjero a aprender algún idioma o en busca de oportunidades.

Me insisten en que no deje escapar la oportunidad y me aseguran que si no lo hago, me arrepentiré. Y yo les pregunto, ¿me pagáis la aventura?, ¿Realmente creéis que, en el contexto actual, el mejor consejo que le podéis dar a un joven es que se vaya a otro país?

Profesores, amigos, conocidos, familiares… No me lo digáis más. Por supuesto que quiero, pero dejemos de creer que es algo asumible para todos.

 

 

Mi preparación, mi futuro: pronto cumpliré 24 años y ya tengo miedo de cumplir 25

Por Marta Pizarro

En unos días cumpliré 24 años, es una cifra que me aterra y, lejos de lo que podáis creer, mis motivos no se basan en si ya empezaran a salirme arrugas o si me tengo que comenzar a cuidar. Me aterra porque tengo 24 años y no he pisado un lugar de trabajo acorde con lo que estoy preparada. El pasado año me licencié en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad de Granada. Durante mis cinco años de carrera los tres últimos estuve apuntada al portal de prácticas Icaro, del cual únicamente recibí una llamada para una entrevista de trabajo en junio del último año; afortunadamente conseguí el trabajo, pero esa llamada llegó demasiado tarde, ya tenía decido pasar un año en extranjero.

Me encantaría deciros que la Universidad de Cambridge me ofreció una beca de estudios o que me fui a estudiar un Máster de Relaciones Internacionales. Pero no, lamentablemente ese tipo de opciones no son posibles para una persona que es normal, que tiene una familia de ingresos normales y con un expediente académico normal. Me fui a trabajar de ‘aupair’ para aprender inglés, pensado que así sería más competitiva en el mercado laboral español.

Estando en Londres, envié cerca de 100 currículum para hacer prácticas en Inglaterra, pero solo recibí cartas de no sigues en los procesos, a veces ni respuestas; una vez me llamaron y a los dos minutos de conversación, con tono burlón, me dijeron que mi idioma no era suficiente. Conseguí una entrevista de trabajo en otra empresa pero competir con candidatos nativos fue, por supuesto, una batalla perdida desde el principio.

Así que tomé la opción de intentarlo de nuevo en España, al menos el año de Inglaterra ha supuesto conseguir un nivel de inglés elevado debido a que he estado estudiando concienzudamente en academias y haciendo exámenes de inglés oficiales. Comencé siendo estricta y buscando en aquellos puesto que realmente me gustaban, y recibí una llamada casi inesperada, una buena empresa en Madrid se había fijado en mí; tras una entrevista telefónica me aseguraron que se pondrían en contacto conmigo para concretar la personal. Ilusa de mí, nunca me llamaron, demasiado bonito para ser real, pensé; supongo que la idea de que estuviese en Londres pareció demasiado complicada a pesar de mi insistencia en que podría estar en Madrid al día siguiente.

¿Y sabéis qué es lo que me encuentro?:Biblioteca

– Curriculos y cartas de recomendación sin respuesta.

– Páginas corporativas de empresas multinacionales con programas para recién licenciados pero sin un botón donde ponga “solicitar”; a veces los hay pero casualmente todos dan error o están fuera de servicio temporalmente o no funcionan con Google Chrome.

– En páginas de búsqueda de empleo veo cómo mis candidaturas se rechazan continuamente sin ni siquiera haber leído mi curriculum cumpliendo con los requisitos de la oferta.

– Anuncios en la sección de “no experiencia” y cuando lees los requerimientos básicos te piden de seis [meses] a un año de prácticas.

Empresas donde lo único que les importa es el número que está al final de tu expediente.

– Ofertas de recién licenciados donde exigen un Máster en algo. Máster, otro gran dilema: ¿tengo que estudiar un Máster? Sé que lo tengo que hacer si quiero competir en este mercado laboral, de otra manera me volveré obsoleta, pero en qué, si no he trabajado nunca no sé qué es lo que me gusta realmente, y ¿cómo? ¿Con qué dinero lo pago? No puedo hacerles soportar a mis padres un pago mensual de 700 euros. La opción más razonable sería trabajar, por supuesto, -camarera, limpiadora, si los hay-, ahorrar durante un año, otro año más estudiando, dos, y me pondría en 26 años, licenciada con inglés y con un Máster de 7.000 euros, que puede servir o no, pero sin haber pisado una oficina en mi vida.

Esta es mi situación, y lamentablemente la de la mayoría de los jóvenes españoles. Y detrás de esos números y estadísticas existen personas que no pueden continuar con sus vidas, que nos tenemos que resignar a vivir con nuestros padres y a pedirles los viernes 20 euros para tomarnos una coca-cola con nuestros amigos.

Yo hay días que me levanto ilusionada y otros que no paro de llorar porque no sé qué voy hacer, esta situación me está consumiendo y sé que no es mi culpa, que nos ha tocado vivir un tiempo difícil, que no es que no valga o que no sirva para trabajar en lo que me gusta, pero no puedo evitar cargar con ella, y constantemente me cuestiono cada una de las decisiones que tomé y por qué  estoy en este punto donde no hay retorno y donde no hay futuro. En unos días tendré 24 años y tengo miedo a cumplir 25 y encontrarme en la misma situación.