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Entradas etiquetadas como ‘licenciatura’

Él ya es feliz porque puede llevar a su novia al cine

Por Bartolomé Florido Luque

He saludado a un exalumno que vivía en mi misma urbanización. Ha superado la treintena, está licenciado y doctorado en historia con varios másters hechos en el exterior de España, habla inglés; francés, castellano y ‘andalú’. Menos mal que estos años de estudio le han servido para encontrar un empleo homólogo a su sacrificio. Trabaja en una gran superficie en Benalmádena media jornada partida por dos turnos como guardia jurado vigilante. Se mostraba feliz porque tiene para llevar a la novia al cine.

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Rebajas en la Universidad, ¿empobrecimiento social?

Por Alejandro P.

Carreras universitarias que hasta hace poco tiempo duraban cinco años, ahora podrán finalizarse en tres cursos. ¡Qué chollo, rebajas de hasta un 40%!

Una de las bibliotecas de la Universidad Autónoma de Madrid. (JORGE PARÍS)A

Una de las bibliotecas de la Universidad Autónoma de Madrid. (JORGE PARÍS)

Sin embargo, hay ciudadanos que, sin ser expertos en enseñanza, tenemos serias reservas respecto a los conocimientos adquiridos al reducir en dos años el tiempo de formación y, por tanto, también en cuanto a la validez del esfuerzo social y personal empleado en proyectos de dudosa eficacia.

Otra cuestión que contribuye y añade algo más de desconcierto es que la misma carrera pueda tener mayor o menor duración y contenido en función de la universidad, pues, parece que ésta será una cuestión a decidir por los centros.

La realidad señala que quienes se quedan con la titulación pelada lo tienen más crudo a la hora de acceder al mercado laboral, aspecto que obliga a las familias a llevar a cabo un desembolso superior (el precio medio del crédito del máster es sustancialmente superior al del grado) si desean que sus hijos obtengan una mayor preparación y que, lamentablemente, impide que jóvenes con capacidad y ganas de aprender cumplan sus expectativas.

¿Empobrecimiento social?

El amor al arte es otra cosa

Por Rebeca López

El otro día escuché a Eva Hache explicar en un monólogo lo que era la vocación. “Es una excusa de la patronal para pagarte una mierda por tu trabajo (…), no sé en qué momento de la negociación entre empresarios y sindicatos se confundió la vocación con vacación… ¡y así estamos!”, decía. Pues bien, en clave cómica se refería a una situación que preocupa enormemente a los jóvenes, que aunque algunos se empeñen en decir que estamos dormidos, estamos aquí bien despiertos, luchando por lo que es nuestro y por nuestro futuro, que a día de hoy se presenta más que negro.

La gran mayoría de esta generación, que no olvidemos es la más preparada de la historia, no estudiamos por amor al arte, no hemos dedicado los últimos diez años de nuestra vida a licenciarnos, postgraduarnos, hablar idiomas, volver a estudiar para equiparar nuestro título al nuevo espacio de educación europea, con el gasto económico que eso supone, para trabajar ahora por amor al arte, por vocación.  Porque después de este esfuerzo nos parece que nos escupen en la cara cuando nos proponen un sueldo irrisorio por un trabajo para el que necesitamos un máster e idiomas.

No se equivoquen los señores empresarios: el amor al arte es otra cosa. No es que esta generación no tenga capacidad de esfuerzo, no.  Es que la paciencia se nos está acabando. Nos hemos pasado estudiando cerca de 20 años porque nuestros padres, que querían un futuro mejor para nosotros, nos decían que si queríamos trabajar teníamos que estudiar y esforzarnos mucho. Y no nos decían, “si quieres vivir como un rey, por encima de tus posibilidades, estudia”; no. Nos  decían: “si quieres trabajar”.

Y eso es precisamente lo que queremos. Trabajar. Trabajar en lo que hemos estudiado, en lo que es nuestra vocación; que no es otra cosa, según la RAE, que la inclinación a cualquier estado, profesión o carrera. Y para eso hemos estudiado, para poder elegir en qué trabajar. Trabajar para vivir, para vivir bien y en la medida de nuestras posibilidades. Porque no se nos caen los anillos por doblar camisetas, cocinar hamburguesas, cuidar niños en vacaciones o servir copas…. pero para eso no nos hacían falta tantos años de estudio, tanto máster, tanto inglés, ni tanto dinero invertido que va a parar a unas Universidades incapaces de hacer valer todo el talento que sale de sus aulas.

¿Y qué pasa con la siguiente generación? Esa que llamamos “ninis”. Es evidente que tienen el futuro igual o más negro que nosotros. Pero, ¿quién les propone una alternativa mejor? Ni estudian ni trabajan. Dada la situación actual, quizás haya muchos de ellos que aunque quieran estudiar no puedan. Uno de los progenitores en paro, una hipoteca, la subida de las tasas en la Universidad, la dificultad de conseguir una beca… todo eso influye para que no estudien aunque quieran estudiar. ¿Y lo de trabajar? Pues sin haber estudiado, porque no hayan podido o porque no hayan querido, pueden dedicarse a algún trabajo de los arriba propuestos, pero están todos ocupados por la generación anterior a la suya.  Seguro que todos tienen alguna vocación, pero el amor al arte no da de comer.

La expectativa frustrada

Por Ángeles Antón

Nací en la década de los 50, concretamente un año más tarde de que desapareciera la cartilla de racionamiento en España. Entre 1953 y 1959, cuando empecé a tener uso de razón, no recuerdo que en mi familia se diera una especial necesidad, mi padre tenía trabajo y, dentro de un orden, todo era más o menos normal de acuerdo con la época, excepto la falta de libertad. Crecí en un seno familiar cuyos miembros, padres, hermanas, cuñados, etc. eran mucho más mayores que yo, que nací con mucha distancia de años de ellos. Era la pequeña de ocho hermanas y la mayor de las que vivían entonces, tenía 25 años y la más pequeña, inmediatamente anterior a mí, 16.

Siempre escuché de todos ellos la importancia del trabajo para cotizar a la Seguridad Social y asegurar una jubilación.  Según esa tesis, el trabajo nos permitiría vivir entonces y después, cuando ya alcanzáramos la edad del retiro y nuestras aportaciones nos permitieran seguir viviendo dignamente, sin preocupaciones económicas importantes. Hoy, los que no tenemos trabajo, a partir de los 45 o 50 años nos vemos abocados a la máxima exclusión social y al más indigno olvido de nuestros años de trabajo y de luchas por mejorar las condiciones sociales de este nuestro país: España.

Los que nacimos en esa generación, y en gran mayoría tuvimos hijos a los que, en buen número, incitamos a ser estudiosos, poseer una licenciatura que les permitirá ser buenos profesionales, alcanzando buenos empleos adaptados a sus estudios, ciudadanos cualificados, sin problemas para vivir cómodamente, hemos vivido durante años instalados en unas expectativas que eran falsas. Para nosotros y para nuestros hijos.

¿Quiénes han frustrado estas legítimas aspiraciones? ¿Quiénes han reventado nuestras vidas y nos mantienen en una incertidumbre asfixiante que a los mayores nos destierran del derecho a seguir trabajando y a los jóvenes, los que aún tienen oportunidad de encontrar un empleo, éste nada tiene que ver con su sacrificio por el estudio, con su confianza en lo que sus padres les contaron que iba a pasar, si se esforzaban por ser “alguien”? Todo ha sido falso, porque hemos interpretado que “alguien” era quien poseía una carrera y una posición, y en definitiva alguien es una persona, formada en buenos valores de educación, generosidad, solidaridad, libertad y respeto al ser humano, independientemente de sus características.

Muchos millones de personas somos alguien, y quienes nos acosan y desprecian con sus farsas y manipulaciones no son más que títeres que hoy manejan nuestras vidas pero mañana no serán más que un mal recuerdo en la historia de la humanidad.