Archivo de junio, 2024

Harri Poter de Mainline Magic Orchestra (Primavera Labels &Public Possession,2024)

Ya veníamos preparados para lo nuevo de Mainline Magic Orchestra (editado por Primavera Labels y el sello alemán Public Possesion). Aquí hablamos de su material anterior. He dicho que veníamos preparados pero igual no es del todo cierto. Un catálogo de electrónica, vapeado y multifuncional, desde el baile hasta el susurro, desde el petardo hasta el house finito, con algo de disco y french, con tecnopop en gotas, un viaje entre lisérgico y recetario, de garrafa y entretenimiento, variado, temporalmente abstracto, no euclídeo.

Skateboarding Is Not A Crime se repite como un mantra robótico, como salido de una infernal disco rodante, aumentando sus BPM hasta llevarnos a un éxtasis ajenos, asalvajado, sin futuro ni pasado, todo presente: tenemos ganas de más, de masticar y ejercitar el bruxismo artificial, llevarnos a un baño de sangre vampírica, con P.Vanillaboy, house de factura fina, de oasis orgánico en noches que ya he olvidado, viene, claro How 2 Please Me. Si quieres evitar la monotonía, nada como un sampler de algún largometraje olvidado, un efecto de radio vinílico mientras el emulador de caja de ritmos te hace un scratch de 8 bits, Elektrassu, no llega a tres minutos pero es nutritivo, como unos cereales con leche pasada y buenos grumos de colacao. Escucha, escucha, como se ríe el que parecía ser tu amigo para siempre, el que has conocido esta noche, el que esperas no ver nunca más. Y llegamos a Juicy Romance, vamos al bombo a negras, tengo que contarte algo, pero tengo mucha prisa, me cuesta mantener la calma, sí, mi voz susurra, tiene algo de french touch, pero en inglés, sube el amor, el triángulo, el bizarro, y pido petardo, pido bakala, pero con gusto, siempre. Imagina llegar a Bruce Willis y decidir que lo vas a incluir en la lista de Motel Margot de 2024, imagina que lo pones en un viaje en coche a Santander con tu mujer y tu hijo y ella, que vio a Manta Ray en 1997, te pregunta, ¿De dónde has sacado esto? Y tú piensas en engañarle, decirle que es un sampler de Fairlight CMI de los que tenía Nacho Cano para montar Boy Bands a escondidas de Locomía y Azul y Negro. Me gusta el robot que pide un pitillo, que pide una remezcla de nicotina, ¿tienen abstinencia las inteligencias artificiales? ¿Qué podríamos hacer para ayudarles? Escuchar y escuchar sus burbujeantes peticiones.

Si tuviera el vinilo encima, si lo tuviera debajo, si el tocadiscos se dejara enganchar a una fiesta, llegaría BDSM (BLISS, DREAMS, SOUL, MEMORIES), todo lo que siempre ha querido un buen amante de la pista, del Italo-Disco en mano de un aficionado a los acelerantes. No tengas miedo, The KLF estará siempre de vuestro lado. Me gusta, te gusta, nos gusta. Después del momento acuoso, llega el estadio étnico (digital y cuidado) en El Crit De L_Shrek, fonética animal, como si tuvieras que usar el scratch de un programa de mezclas gratuito como arma de caza. Me imagino en tu casa, repitiendo las piezas, el track, track, arriba y abajo. Y llegas a Arsa. Y no escuchas el tema. Solo esperas el sonido Caño Roto pasado por la mente esquizoide de Charles Oakenfold y llega parcialmente y no te sientes demasiado viejo, y lo eliges como tema favorito del disco, teniendo que sacar a Bruce Willis, porque el sampleado de la percusión, cortado y pegado con una alegría inusual te recuerda a los redobles que florecían (no sé si eso es válido para los hongos) entre los recopilatorios de Latin Groove con la portada de Maradona, esos en los que no sabías si era una muestra gratuita de un sistema operativo o una recopilación de una edición del SONAR que nunca llegó a realizarse. Querías algo de caja de ritmos ochentera para acabar de utilizar todos los sabores de la lengua. Pero cuando estabas en ello se empezó a irse Pretty Otter hacia el Sonido Madchester y, cuando te diste cuenta estás otra vez en el Mar de Dios a punto de escuchar uno de los proyectos paralelos de El Gran Puzzle Cózmico. ¿De dónde salen esos ritmos? ¿Quién está tratando la voz? Pitufos de la risa, obelisco en House Music 2 The World, con una ristra de pronunciación tan macarra que suena a alumno de siete al acabar la EGB. El productor que todo lo puede, me devuelve a la sangre todo lo que dejé el día que me caí rendido al suelo, pedí una más y me pusieron una de The Avalanches. Siempre que quede tiempo para una última pídele a Renton que te pase algo de lo que lleva, desde que Irvine Welsh lo puso a controlar DJ, Amsterdam tiene buenos platos y algunos restos de pote belga entre las guías ciclistas que te puede vender Joop. Cada uno con sus vicios, que se lo digan a Killersito (+18), que me hace volver a creer en el Atari y las raíces más petardas del Instituto Mexicano de Sonido. ¿Era cierto, vuelves a mí? Sí, Octavio. No sabías mucho de electrónica, pero sabes reconocer el buen material, tienes los sentidos aguzados. Has cambiado tres veces de tema favorito. “Te voy a matar” te lo compraba el mejor Fabio para la continuación de Rock Station, y lo sabes. Final caja negra con LVL1 – VIP. Si se te había acabado la efedrina, es un buen momento para conectarte la aguja a la femoral. Pero tranquilo. Es cuestión de esperar dos minutos, dont worry, ha llegado la playa, ha llegado el café, hasta que no nos quitemos las gafas de sol no sabremos si lo que hicimos en los baños nos ha convertido en vampiros.

Algunas palabras sobre Laberintos (III) de Charles Burns (Reservoir Books, 2024)


La tercera parte de esta obra magna del autor norteamericano (aquí revisamos las dos primeras en Motel Margot) ha llegado a los estantes de las librerías españolas. Con su estilo pulp, colorista, de minimalismo pop, recupera el hilo de la historia presentado en los volúmenes anteriores: amor enfermizo, reducción social y un toque de ciencia-ficción hipnótica. Serie Z, cintas caseras, la naturaleza como escenario para la fantasía disfrazada de locura o la sociopatía de introspección. Es difícil distinguir una cosa de la otra.

El choque entre la realidad y el delirio, el sexo intoxicado, los paisajes esquemáticos que son marca de la casa y que dotan a la narración un lustre tan onírico que descartamos lo tangible en todas sus formas. Los colores completos, planos, un escenario donde se repite la espera y la planificación, donde la furgoneta muta en kilómetros de furgoneta. Situado en tiempo de elipsis, los protagonistas deambulan entre el miedo y la monstruosidad, Burns para el relato y nos hace dudar: ¿está detenido en el tiempo lo que leemos? Esta inquietud constante sobre si la historia/realidad lleva parada desde las primeras páginas y lo que leemos es una simulación, una construcción mental del protagonista.

«¿Cómo se puede alcanzar la maestría? Así, como hacer Burns, dejándonos con la duda, ¿estamos adentrándonos en la historia o en la construcción psicótica del protagonista?»

Abiertos a la naturaleza, los personajes esquemáticos solo se desbordan por los sentimientos más primitivos: sexo, salvajismo, alcohol, reacciones violentas… cuchilla que abre las tripas de un pescado. Convertir lo bucólico en una estampa de vísceras. Saber cubrir la soledad con sexo, sexo y sexo. Ruptura e intoxicación. “Laberintos III” de Burns es parte de una trilogía sin sinopsis, no hay respuesta a la pregunta más básica, ¿de qué trata “Laberintos”? Nadie podría hacer un resumen o cada lector podría hacer su propio resume y eso es lo mágico, la maestría de la obra.

La imagen en Super 8, la película sin cortar, deliberadamente brutal, en el silencio que grita de terror, mostrando el impacto entre lo dramático y lo cotidiano. Expulsión y deformación. El monstruo dentro del monstruo. Lógicamente podemos encontrar referencias transitivas a temas como la ciencia-ficción clásica, la de los 50 y 60, la primera versión de “Los ladrones de cuerpos”, las vainas sin sentimientos que sustituyen a los humanos sembrando la felicidad en la ausencia de emociones, pero abruma la imagen de la mórula, como un incentivo para seguir: la oscuridad de la proyección, las manos que se rozan. ¿Hay lugar para la felicidad en la obra de Charles Burns? ¿Es el final de la historia o no hemos salido siquiera del primer acto?

Vida extra de Airbag (Sonido Muchacho, 2024)

Puede haber algo más nutritivo que un sencillo en vinilo, con su cara A, con sus dos caras B. Yo creo que no. Por eso cuando pones el tocadiscos, vuelves a los setenta, con esa robustez alemana de la aguja y el brazo y pones los temas del nuevo material de los malagueños Airbag, algo te inunda, una especie de ola, de aire fresco, de power pop, de punk rock, de siempre ha estado y siempre estará: abrir con Vida extra, como una máquina de millón, como un verano que no termina nunca, que se queda atrapado entre los acordes de una canción, es una satisfacción, una píldora sin receta, un sidral antiguo, de guitarras y armonías vocales.

Le doy la vuelta al disco, al single, al EP, no sé, quizá me digas, quizá no. Y encuentro “Cementerio de parejas”, un poco más 091 de primera época, algo más oscuro, sin pasarse, pero jugando con lo cotidiano, lo mínimo mágico que se abre entre los jirones de los días salidos de una fotocopiadora estropeada. Calaveras en una historia, con una letra evocadora, siempre con el sello cáustico de los estribillos perfectos, elevados con voces, con la herencia que va entre Doctor Explosión, los Brincos y los momentos más luminosos de Patrullero Mancuso. Estamos en el final, acelerados, con el flequillo sobre la frente (gracias por el pelo, señor de los destinos y la modernidad) y llegamos a un momento trepidante, “La piedra del rayo”, con un cierto aire twang, como si estuviera a punto de caer una tormenta de jinetes, un confeti de caballos fantasmales que recorrían el cielo mientras el puente del hammond aguante. Sería muy fácil ir hacia Los Shadows, pero quizá Guadalupe Plata son demasiado tóxicos, no sé, elijan ustedes (y cuando digo que elijan es que compren el disco o, al menos, le den la escucha que merece en alguna de esas plataformas digitales). Gracias al tiempo pasado, al vinilo y el diamante, gracias a AIRBAG y Sonido Muchacho por regalarnos estas golosinas.

Algunas palabras sobre El amor, la vida y tú de Magdalena Lasala (Olifante, 2024)

Un nuevo libro de Magdalena Lasala El amor, la vida y tú llega de la mano de la editorial Olifante. Su siempre necesaria poesía vuelve para servir de guía nutricia a los que disfrutamos de su literatura. Un poemario de amor, pero de un amor no canónico, un amor que se desclasifica en cada verso hasta convertirse en el amor fundamental, el de la pareja eterna, el compendio completo de los amores no filiales. Amantes que se confunden y en la confusión se encuentran, en el final, en el lugar donde ya no queda nada, solo ellos, donde se confunde el mundo vacío y el mundo lo que los olvida y ellos se muestran cada vez más ignorantes de lo que los rodea. Magdalena Lasala, con un poemario rítmico y salvaje, de sensualidad completa, siempre libre, ofreciendo un libro de últimos y de despedidas.

“Iremos juntos a decir adiós, esa casa que nos supo dejará de ser para siempre nuestra casa”. La poeta no precisa de las formas, porque ha demostrado su habilidad tantas veces, que sus lectores fieles encontrarán una enorme y oscura melena suelta, como un vestido de verano, desbordante secreto rodeado de luz: “Quemaremos su hojarasca, los pétalos finales, sus pinos de aguja/ y nos cubrirá la humareda antes de elevarse a ese que cielo que no nos verá más”. Magdalena Lasala se transmuta, fundada como el metal más ardiente, construyendo una aleación definitiva con su amor-amante, personaje principal de estos textos desaforados, con la puntuación de la respiración agitada, de presencias abrumadoras: “Calmé al gigante con mi voz, quería marcharse en tu busca. El desierto de rocas acabó y presentí el azul”.

Viajes seleníticos, desiertos últimos de sueños, donde el final es el objetivo: “Más allá del mar me aguarda contigo el otro lado del cielo que debía cruzar”. Sobre lo mismo, sobre lo semejante: “Como si no hubieran sido años y ciudades, está tu olor entre mis dientes, en lo que respiro y respira mi deseo”. Cuando no es que se cruzan los caminos, es que el amor es un cruce de la vida, de las vidas. Difícil distinguir en las palabras el comienzo del uno y el final del otro. “Buscar palabras que se parezcan a tus silencios” o “Que sea otra vez el silencio y la hoja, nada más importa”. Mezcla, mixtura, silencio que sirve de pañuelo para las palabras empapadas. “La esencia, escuchar mi nombre en su voz sin miedo mordido por una sonrisa de su boca a la mía, sin miedo a que pase la vida como pasa en silencio la vida de verdad”. Aquel amor pasado, aquel tiempo antiguo, entrenamiento y definición, los cuerpos en el cubil del alfarero, moviéndose y alcanzando la perfección, el bronce pulido, la luz del deseo, amor cicatrizado que se queda para siempre como recuerdo.

En la parte llamada “VIDA” encontramos una transformación completa: “Travesías por ti, fui nota en partitura” o “Tejedor nigromante”; el camino, el tesoro, las ruinas inhóspitas que hacen todavía más preciado al amante, fruto final de cualquier movimiento. Vivir y morir, reina en su reino, no conforme, venera y busca: “Si corriera esa calle que yo sólo sé” o “Si supiera colarme en tu risa/y soñar en tu sueño con las palabras que todavía no has dicho”. La sed del ahora es una sed de sangre y carne, alimento y sensación caníbal.

«Con la llegada del crepúsculo, en la tarde, la poeta pide y ofrece: “La vida se va sin nosotros, la vida se va/con cada estación que no despertamos juntos”. Tiempo y espacio: un poco más, con el resto de la vida, los besos, repiten circunstancias y paisajes, cobran colores nuevos, no se desgastan. El poema expresa esa sensación, se agrieta lo que lo rodea: “Aquellas manos largas y fuertes”, como cultivadas para contener».

Cuarenta minutos: “Te desnudas, te miro sin ropa, sin la ropa del miedo, la ropa del peligro/ o lo prudente” Piel y corazón, los ojos del amante lo amenazan todo, los amantes son mitades, son una moneda partida, metal que encaja y alcanza su mayor valor con la rúbrica del tiempo: “Por dormir algo y soñar que dormimos juntos”. En la distancia no existe la distancia, el mar es infinito, pero el amor sobrepasas la distancia del mar y así: “Del mismo atardecer que veo en el espejo del tuyo/donde miras la primera voz del crepúsculo” Mirarse en el espejo de lo callado: “Te amo en tu amarte sin una palabra más que otra”.

Y llegamos a la parte “Tú” con una perfecta cita de Manual Francisco Reina. La idea de dos contra el mundo. “A solas dos extraños negando el óvalo que nos acoge. Somos dos extraños antes el mundo y sus preguntas”. El tiempo es constructor y destructor del amor. El amor es un viaje con paradas súbitas y hoteles baratos. El amor es “Historia de este viaje por el túnel que ha de parirnos al mundo, pero otro”. Extraños como esta canción. Juntos como esta otra.

 

Hay un comienzo y un término: “El cortinaje negro delata el fin del viaje, amo, era esta nuestra meta, llegar juntos, nacemos en el túnel negro, su laberinto es oscuro”. Vientre y música, los amantes que son dos antes de penetrar en el interior de los cuerpos para, salir, fundidos, simbiontes, convertidos en un solo: “Los pasos han ido acompañándome”

Es el amor el tema de estos versos, de este libro, amor al cubo, amor que mezcla el tiempo, la piel, amor en forma alícuota, pedernal y viajero, en un fogoso bosque de grietas y peligros. “Momento infinito, único inmortal secreto que es nuestro comienzo, gemelos eternos”.

Algunas palabras sobre La vida por delante de Magalí Etchebarne (Páginas de Espuma, 2024)

Este libro de la argentina Magalí Etchebarne, editado por la sobresaliente labor de la editorial Páginas de Espuma, se alzó con la última edición del premio Ribera del Duero de narrativa breve. Páginas de Espuma está realizando, más bien continuando, con su magnífico proyecto para devolver al cuento, al relato corto, a su lugar dentro de la literatura. Un esfuerzo mayúsculo que está arrojando frutos realmente nutritivos. En Motel Margot hemos disfrutado de varios de ellos. Aquí, aquí o aquí (hay muchos más).

En este caso, el libro La vida por delante, que al lector español lo lleva, irremediablemente, al poema de Jaime Gil de Biedma, y al latinoamericano lo reporta hacia la dinámica de la existencia, contiene cuatro cuentos, dos de ellos con una hilazón común, un espacio narrativo que aparece como historia-río y que da una sensación de unidad al escenario presentado por la autora. “Piedras que usan las mujeres” abre el volumen, con una historia de hijas, mujeres y maridos. Y otras especies más o menos jóvenes. El aroma de clase media-alta, crecida por los noventa argentinos, hace que la familia tradicional comparta espacio con la convertibilidad de Ménem en una historia en dos estadios temporales: la definición de una ruptura y el eterno retorno de la memoria dañada. Con un gusto insuperable la autora amasa la percepción hasta que el lector se sumerge en una arcilla de personajes, tiempos y situaciones que empasta a la perfección. La relación de la protagonista con sus progenitores, la semblanza de la mujer, madre, esposa abnegada “Y hasta habían puesto lavadoras para que sus maridos se llevaran la ropa limpia cuando se divorciaban”. Una evocación de la belleza fiera de Nina Simone, un pasado reciente que se mueve sin una velocidad definida, un solo presente, narrado en varios tiempos, hoy, el olvido, la enfermedad, ¿Quién eres? Es la pregunta de la madre enferma a la protagonista, que no sabe muy bien qué contestar.

El presente es el pasado: “Hoy ¿quién piensa que sos? Veremos cuando se despierte, toda la semana fui mi tía Nely”. Hablamos de los noventa, de viajes a Madrid, de pijamas celestes con rayitas blancas, de telas suave y pesada, el invierno (nuestro verano, y viceversa, como hablaremos luego) en el Corte Inglés. 1994. Otros tiempos. La amante que acaricia el pelo de su padre: “De una forma en la que nunca antes se lo habían tocado”, el cáncer, la enfermedad, el dolor doble tras el abandono. Un salto hacia delante, las dietas, los vídeos, los antidepresivos. Una piedra obsidiana que recorre el libro. Un río argentino, un mar argentino, agua argentina, personaje básico de la narrativa actual. Hay humor negro, hay un salto todavía más profundo, de una madre que tuvo un padre que fue abuelo, un gallego, un español, de Sevilla y atacado por buñuelescas hormigas. Pelas por el desahucio vital, contra todo y todos: “Ahora ella se duerme. Desde acá puedo ver a su madre en la cocina. No sé dónde habrá quedado la mía”.

El segundo relato, que lleva por título “Un amor como el nuestro”, nos traslada -otra vez agua-, hasta las cataratas de Iguazú. Turismo de plástico y un encuentro entre dos desconocidas, amigas digitales, relaciones que violentan a los modosos. Leslie, autora de novela erótica, ejemplo de unifamiliar yanqui con jardín y tarta de manzana, se encuentra con su traductora argentina. Un momento para descubrir el mundo de la edición como la parte más prosaica y gris de la literatura, sobre todo si se refiere a las editoriales grandes, frías y asépticas como una industria pesada, procesada, chatarrera. La otra protagonista, que sale de Buenos Aires, y llega a Iguazú, perdida y acalorada, bicho-bola, animal que ante la luz y el encuentro cálido se inclina hacia el encierro. Los viajes nunca nos hacen otros, no nos quedan bien los trajes que nos ponemos: nos van estrechos o nos hacen sudar.

Muestran las miseras que el día a día, mediocre, pero pacífico, nos permite ocultar. Un conductor con vitilingo (Ismael o Charly) permite, por un instante, mostrar una holgada apatía hacia lo porteño: Buenos Aires como la parada final del viaje Iguazú-Patagonia, viaje de novios, tango de plástico, nada de Resero en el Abasto, ni ansia en Plaza Francia “Adiós Sui Generis” en el Luna Park. Remisero, con canciones de Los Charros. Todo en Iguazú, con sus tres fronteras, tiene algo de trucho, de mercadería falsificada. Época de suicidios como luego será de cenizas. Escritores de plástico a los que le gusta lo artificial y que acaban encontrando, veintiún sombras después, un reality en pandemia, sosteniendo armas y perdiendo peso para luego recuperarlo. El dolor reaparece, como reaparecen los noventa. Por segunda vez en el libro es 1994. Esta vez en Villa Gesel, esta vez con el rock sónico de Los Brujos, San Martín Vampire y los primeros Babasónicos, los que hicieron de teloneros de Soda Stereo en la gira de Dynamo.

El tercer fragmento, “Temporada de cenizas” es mi favorito. El invierno argentino es nuestro verano y viceversa. Concierto de Fito Páez en pleno diciembre, con todo el mundo al aire libre, exhalando tumbas de la gloria. El único hotel en la playa. Esa localización que nos seduce, cada vez más, después de habernos acompañado en algunos de los mejores libros del último lustro. Fuera de Buenos Aires, del Gran Buenos Aires, fuera del interior, en las zonas en las que el frío se avisa por el color del cielo, oscuro, por el verde intenso de las aguas, hoteles de verano, hoteles de invierno, dos caras de la misma moneda, rodeados de arenas pedregosas. Encajada la historia-río, la madre, ausente en espíritu, el cuerpo también se ha terminado, padre de la hija, la novia, la novia de la novia, la tercera. El amor transitivo, que no familiar, como mucho contacto… un cierto costumbrismo vital, acomodaticio, que la autora enuncia con gusto.

En un mundo hostil el sufrimiento compartido crea lazos. Aventura en la hora de la despedida. Es el momento álgido del libro, esa manera en la que la autora nos describe la imposibilidad de ser felices de sus protagonistas. Nunca completa la vida, nunca termina la partida, siempre queda un poco en el fondo de la botella, un sorbo que se estropea, como el resto de comida en un tupper de la nevera (heladera) que se acaba pudriendo. La vida no es satisfactoria, si te descuidas aparece moho o las ventanas de del cuerpo no cierran bien, se atascan. Playa fría, playa de pescadores, cuento de arena incómoda en la ropa, de trago de fernet tibio que calienta pero no alegra. Una madre que ya no es madre. Una madre que es polvo, más bien el cuerpo de una madre que es ceniza. El resumen, las pústulas, a pesar de los cuidados no secan. Sus heridas, compartidas, no cicatrizan. Como una vida convertida en una sucesión de supurantes aperturas que acaban vaciando el interior. A pesar de esta sucesión de tristeza, la vida es una historia que merece ser vivida (y leída, y narrada). Apunto: “El frío húmedo nos moja las manos y nos infla el pelo”. Sumo y Jim Morrison. Por acá le decimos temporada de cenizas como antes lo fue de suicidios. Al terminar, vuelve la obsidiana, se escucha cómo rebota desde el primer cuento.

Y terminamos con “Casi siempre desesperados”. La pareja en la soledad de una casa ajena, como el último cuento de Mariana Enríquez o los protagonistas de “El fuego” de Daniela Krien. Encontrarse en una caída de la tarde continuada. La autora nos muestra a los artistas, a los creadores, como vampiros sedientos y egoístas. Quizá, más suavemente, metabolizadores de las vidas ajenas, las vidas como obras. La narración de un paréntesis en la relación. Porque es eso, en una relación tóxica, los vaivenes son cíclicos, puede transmitir desesperación, pero es la descripción pura, sacada de un alambique, del conformismo ante la imposibilidad de encontrar algo mejor, algo más satisfactorio. Envidias, dejadez, recuperar la diversión, la monotonía de lo propio y de lo ajeno, los amagos de infidelidad, Pinamar (otra vez el agua, el mar, la paz, el río, la soledad, la arena en temporada baja de felicidad programada y artificial). Norah Jones, médiums y energías por IG. “Es la muerte de la clase media”. El vacío de la clase media, más bien, sin suspicacias, sin preocupaciones: funcionarios de la vida que, básicamente, sufren por los “Problemas del primer mundo”. Pero son los nuestros.

Algunas palabras sobre El designio de Laura Pérez Vernetti y Javier Pérez Andújar (Autsaider comics,2024)

Barcelona después de todo. El autor Javier Pérez Andújar, con Laura Pérez a los lápices, publica El designio en Autsaider Cómics, una historia donde se mezcla el ocultismo, el urbanismo y el rock ácido, Buenos Aires-Barcelona-R’lyeh

Catalanes todos, más allá de la distopía, El designio profundiza en el pasado y en el futuro ácido de la Ciudad Condal. Como la nieve gris del comienzo de El Eternauta, volviendo a las catacumbas de BCN: Ocaña y Nazario, los tebeos de Sabino Méndez, Enrique Vila-Matas en las historias de Ramón de España. La avenida de la luz (volveremos a ello, claro, y a Federico, a Jiménez Losantos). Unas ginebras, el Barrio Chino, el Maki, se nos lo llevaron por delante, creyeron que lo habían derruido, aplastado… y ahora, al ritmo del Gato Pérez haciendo La Balsa por rumba, se eleva, como un monstruo de Lovecraft, expandiendo sus ventosas desde la calle La Cera.

El Designio es tóxico, es blanco y negro, es trashumante, entre este mundo y el otro, cualquier otro, en realidad. Los zombis, los muertos vivientes, se convocan con el single de “El muerto vivo” de Peret. Reproducido al revés. Y dos escenas, la primera el guiño a El exorcista (eso sí, pasado por Flandes y el Políptico de Gante) y la otra, volver a “Línea mortal”, 1990, con todos los jóvenes que ya no lo son, yendo y viniendo de la muerte como si fuera un paseo de adrenalina y sopor.

Aunque el diseño chino de la máquina del más allá me recuerde a Philip K. Dick, la presencia de jazz y Argentina es un rescoldo de la presencia de los Makaroff (en especial, claro, Sergio) como el Tarot y el paganismo, la contracultura en manos de un sacerdote, es un barrio obrero con espiritistas, como lo único salvable de la serie “El otro lado”, con Berto Romero, barcelonés de adopción, un poco charnego. Maravilllas la presencia/ausencia de la historia, con sus chutas de insulina, sus farmacias, su tristeza, el amor por “El largo”, porteño y músico, mientras escucha el “Out of time” de REM y suena la mandolina de “Losing my religion”.

Encontrarse al espíritu de Copito de Nieve en el zoo, con su cuerpo devorado por los cocodrilos, unos versos de Alejandra Pizarnik (emparentada en la vida/muerte con Maravillas por su sección de suicidio y barbitúricos) o el afiche del Omega de Enrique Morente&Lagartija Nick (eligiendo en la máquina de jukebox la versión de “Priests”, lógicamente). Más portadas de vinilos: “Wish you were here” de Pink Floyd y la canción de los Zombies, “Groenlandia”. Bonezzi como alto sacerdote de Ngwame’Ngaa (volvemos al principio)

La idea de muerte y vida, de la semántica básica: ¿Vuelvo o no vuelvo? Como una canción de The Clash. El sacerdote, la culpa, la distopía, el charnego, el sol y sombra, las cabezas de toros, madre e hijo monstruosos y venéreos, tóxicos ahogados entre las hierbas oscuras de Barcelona. Si piensas en Casandra yo pienso en la peña flamenca, donde se hace una versión de Charly García, de “El tuerto y los ciegos”, Casandra Lange. La muerte y los tebeos de Hazañas Bélicas que me guardó durante décadas mi padre. La guerra mundial, la guerra de Corea. La Lanza de Longinos, Federico en Barcelona, el año del mundial de Naranjito, la Rendición de Breda convertida en un videojuego de mundo abierto, un sandbox pesadillesco. Todos los gatos de Don Gato, todas las máquinas de Miqui Puig, los aullidos en el garaje. En el diario de Maravillas, susurro de Neil Gaiman, los dioses españoles que se ocultan en Barcelona son transfusiones de sangre, flamenco, Europa después de la lluvia deja a un montón de vampiros con sed. Lo mejor es la sangre de toro, Palomo Linares y un minotauro alcoholizado.

Volvemos a la Avenida de la Luz, donde se ocultan todos los restos de Barcelona. Incluyendo a un baturro, cantando una jota, frente a la tienda donde se dispensa chocolate (el dulce y la resina). Y, de fondo, suena la guitarra de Robert Fripp entrecruzada con la de Adrian Belew.

Un tebeo poliédrico, psicótico, epatante, un tebeo donde sumergirte, en cada uno de sus calles, espacios vitales, sustancias y canciones. Ya no se hacen tebeos así. Maravilloso. Para entrar en sus páginas y no volver a salir. Palabra de Onlyou (hágase la noche y la oscuridad)