Archivo de julio, 2023

Algunas palabras sobre Una heroína intergaláctica de Román Piñá (2022)

Román Piñá terminó el año 2022 con una nueva novela, Una heroína intergaláctica, editada por Sloper, una de las últimas independientes, de las últimas editoriales punk, sensibles, poéticas, fanzineras y deslumbrantes. Sloper estaba allí antes y seguirá estando un buen tiempo. Porque los segundos son conceptos flexibles, como la muerte y la vida. Yo leía a Román (mi segundo Román preferido en el mundo) en la edición de El Mundo de Baleares. Era un kamikaze, estaba de humor hasta arriba y, además, declinaba como nadie, como un punteo de guitarra, con magia en sus ojos, un héroe sin torre donde encastillarse. Escribe y escribe. Hoy yo le escribo, hoy yo, como hay confianza, le escribo.

Le escribo porque llevo unas semanas destrozado, casi no puedo teclear, pero sí leer, sí acabar esta novela, sí saber que las décadas son palitos de pescado que se pudren. Han sido apetitosos, pero acaban recordándonos a comida de campamento de verano, sudorosa de grasa, sin fuerza…la década de Román está colocada en el libro de la vida (qué pomposo me ha quedado esto) un poco antes que la mía. Hay referentes compartidos, pero yo, seamos realistas, lo tuve más fácil. Había más equipos de música para grabar casetes y, cuando me quise dar cuenta convivía con los últimos vinilos, las primeras grabadoras de cedés y grapaba fanzines para conseguir chicas. ¿De esto se trata, Octavio? No lo sé, Román. No sé si son las chicas o es el rock o está todo mezclado. Yo pienso que es más la nueva ola, por eso de las playas de Baleares, de Mallorca, como el final de los cuatrocientos golpes. Ray Davies, ese sí que molaba. Pero, como a todo, llegamos tarde. Los Kinks en los ochenta suenan a cubeta de todo a dos euros. Mi hijo juega con barro, se pone perdido. Es un amanuense. Te cito: “el ladrón más hijoputa que hay se llama Tiempo”. El libro es un gran círculo. Tú ya sabes qué ha pasado pero no sabes el porqué. Da igual. Mamá es importante. Mi madre sigue llamando a los Playmobil cliks y yo intento que mi hijo también lo haga. Los Madelman y los Geyperman son la frontera generacional más importante que conozco.



Lennon y Ziggy
. Lennon imitando a Dylan, yo imitando a Piña. Román me deja el sabor agridulce de la coca cola esbafada. Sé que la emoción está ahí, pero se ha marchado, como la tragedia que atrapa al protagonista. Román tu viste el estreno de “La Guerra de las Galaxias” y yo el del “El retorno del Jedi”. Al primer equipo de baloncesto de Zaragoza lo patrocinaba SKOL. Mis muñecos de plástico, los soldaditos, envueltos en sobres de papel reciclado, sin rostro, mal prensados. Había también algunos de colección, ahí sí que se podía disfrutar la vida en detalle. He dicho vida, quería decir muerte. O guerra. Román cómo has dejado tantos jirones en esas páginas. Y si solo yo lo leo,qué haremos. ¿A quién se lo cuento? En mi instituto vienen chicos de un centro de menores. Tú fuiste uno de esos profesores de instituto con plaza que me dio ánimos. Fuiste (eres) un modelo. El segundo Román favorito. Vivimos cerca de la calle Luis Vives en Zaragoza. Mi madre daba clase en el San José de Calasanz. Román, ¿dónde está Tobi? Román, mi amigo Sergio, lo he contado alguna vez, a las semanas de morir, comenzó a visitarme. Me preguntó qué tal, me echaba alguna bronca. Pensar que algunos de tus personajes se ofrecen a decirle al profesor que se meta los deberes por el culo. Cuántos intercambios de opinión desproporcionada se pierden en las aulas.

Tus personajes están en el abismo. Un abismo de hojas secas. Un abismo que, para entenderlo, hay que entender la insularidad, el turismo, el invierno largo en las playas, cuando se llenan de piedras que parecen ceniza después de una explosión nuclear. Y tú solo quieres una piel melocotón y una guitarra. O él. No lo sé. Yo pienso en ti, si no es así, déjame vivir como si no me hubiera convertido en John Deacon. Pasé del colegio público de mi madre al concertado de los Marianistas. Estudiaba y callaba. Matemáticas, pero no latín. Recuerdo la cabellera de Ana Royo en primero de BUP, la primera vez que las chicas se matriculaban en el colegio. Era rubia, tan rubia que no parecía de verdad. Woody Allen en Manhattan dándonos esperanzas a todos. El camión de bomberos de los clics. Mi barco pirata. Terminas la novela con el camión. Como si advirtieras que había algo de incendio en la distancia. Pinchaba en el Bacharach “One way or another”. Era un hit. Veo a Deborah Harry en los telequeños. Me imagino a Raffaella Carrá en Barrio Sésamo

Una muerte por huevos. Una muerte de los años cincuenta, cuando se está construyendo la novela en nuestro país. Los Beatles haciendo versiones de Chuck Berry a los Beatles haciendo I´m the walrus. De la centramina al jaco. Y nosotros pensando que los Beatles eran, poco más o menos, un fenómeno de espacio-tiempo, todo sucediendo a la vez, desde Hamburgo hasta la separación. Román, ¿cómo escribes tan bien los diálogos? Román, algún día me pasarás un papelito donde esté la clave del wifi de la realidad. Siempre acaba resultando forzado y tú, tú te mueves entre la ensoñación fantasmal, la rabia y el amor puro.

Gabi, Gabi es de verdad. Es piedra, papel y tijera. Cada una en su momento. Tú eras parte de “El rollo” de las islas. Tú me abres la cabeza con una casette, cinco duros para el Arkanoid y Roger Daltrey. Pillamos a Roger cuando quería ser actor. Robert Plant y Roger Daltrey. Me acerco al Mediterráneo y busco tebeos de Gabi en Iberlibro. Sé que desde Londres a Barcelona está Max y Nazario, que también está Gallardo y Ramón de España. Cómo trasegabais el Larios con cocacola mientras sonañábais con montar una revista ander. Ander de anderground. Te estás yendo de la novela. Pero es que la novela es bella. Y duele. Duele como duele la muerte. Y la vida. Según quién muere y según cómo hay que vivir. Eso lo reflejas perfectamente, Román. ¿Dónde estabas tú el día que mataron a Lennon? ¿Y tú el que mataron a Cobain? Es que ni era fan. Me gustaba Lennon con el chicle en la boca y con ganas de darle al jaco. Un poquito solo. Nueva York. Sabes qué me gustaba mucho, Román, Watching the wheels.

Watching the wheels y las mujeres mayores. La mujer de tu amigo, la maestra con olor intenso de todo el día en clase. Haber estado a la vez que tu personaje subiendo y bajando las escaleras de Galerías Primero. Que Raffaella fuera comunista y yo no. Que sus piernas fueran como las de Jane Fonda en Barbarella. Las piernas de las comunistas de salón son lo mejor que hay. No como la pobre Rosa León, que pasó de Aute a Ángel Guinda para acabar cantando ripios para niños. ¿Por aué morirse? Es Peter Pan. Nadie nos dijo que en un lustro llegaría la película aquella de los vampiros, “Lost boys”, con su tienda de tebeos y los chupasangres que no querían crecer. Nadie nos dijo que el Capitán Garfio era, en realidad, una versión suavizada de la leyenda urbana de Candyman. Pensar en Roy Orbison y pensar en Clive Barker.

«En mi casa sigue prohibida la canción de los dibujos animados de Marco. Es la canción más triste del mundo. De los Apeninos a los Andes. Marco y el mono Amelio. La maestra de Román (del primer Román) hizo amago de enseñársela. Me puse serio».

Querido Román, me gusta tu ironía con el mallorquín y el castellano, me gustan los expositores pop que hay en los kioskos, las cintas, el bajo de segunda mano, el bajo tocado con una guitarra española sin todas las cuerdas. Me gusta que no hables de scouts. Me gusta pensar en ti como un joven castor. Familia, pesetas, escaleras mecánicas, sí, otra vez. Borrachera, alcohol de viejos, el que más emborracha, los abuelos, la abuela, el hada madrina que tenía jerséis para todos. EGB, soledad, adolescencia… adolescencia y decencia juegan en la misma liga. Pienso en Daniela, unos años más mayor, con unos zapatos de tacón de aguja prestados, tocando el bajo con ellos. Me puse a correr, presa de la muerte, de su muerte, la cuesta, el psicokiller, echaste de menos tu camión de bomberos de los clics, lamentaste tener una edad en la que te tocaba subirte a motos de desconocidos.

Robar guitarras es como robar besos. Nunca sale bien. Asesinato, muerte, vidrio, vidrio de cerveza, el corte brusco de una vida (perdón por lo del corte). Hace décadas que todo terminó y no podemos olvidarlo. Gracias, amigo.

Algunas palabras sobre Ángeles Fósiles de Alan Moore

Editado por La Felguera, el libro de Alan Moore, “Ángeles Fósiles” es como volver a finales de los setenta, sentarte junto a tu padre, que está leyendo un reluciente ejemplar de “Más allá” o ver los seductores volúmenes de la colección de “Otros mundos” de Plaza y Janés. En todos aparecía la cita Paul Éluard “Existen otros mundos, pero están en este”. Todos con títulos que te atraían, todos con propuestas que acabarían siendo dementes, magufos, mezcla de ciencia y magia, folklore forzado, imaginería que se sostenía solamente sobre el papel. Pero, ¿Y Alan Moore? Él ha definido el inconsciente colectivo de un alto porcentaje de creadores europeos desde La Cosa del Pantano o Watchmen hasta su última obra maestra, Providence. Todos entendemos que existe una cadena de horror social y meta realidad en la que Moore es uno de los sacerdotes principales, como antes lo fue H.P. Lovecraft

Para empezar Moore utiliza el método científico. Enuncia: “La magia era la ciencia del todo”. La paz está en las matemáticas y las matemáticas tienen los números reales. Para entender eso tienes que usar el infinito, las sucesiones convergentes o la pirámide de Teilhard de Chardin. Duchamp y su juego con los vidrios es la encarnación del Arte. El Arte es la Alquimia. Lo demás son hebras de sueños o pesadillas que apenas atrapamos al despertar. Las ilustraciones que acompañan los textos son tan evocadoras que te da la sensación de llevar toda la vida en un lugar, en una zona de percepción simplista. Bucear en los números de Promethea o de Miracle Man (la obra donde las realidades entre el pulp y la vida sin posthumanos incorpora una tercera, la de la existencia con superhéroes “de verdad”, UNA GENIALIDAD que además se adereza con el laberinto legal, elemento prosaico pero que introduce al mejor de los aprendices, al señor Gaiman, en esta ecuación desbocada). La doctrina secreta, lo que había tras las cortinas rojas en la mente de David Lynch, las representaciones de “El árbol de la vida” de la cábala las puedes encontrar en los circuitos básicos de los primeros modelos de la Máquina Universal de Alan Turing o los esquemas con los que Jonathan Hickman construyó su historia-río en Marvel, desde los Cuatro Fantásticos en 2009 hasta las segundas Guerras Secretas. Círculos y líneas que los unen.

«Mi mujer y su cuerpo es arte. El poder del arte frente a la magia. Demonios de Goya y los ángeles de Dante Rossetti. No tenga miedo, le dice la baronesa a Francisco de Goya, yo también los veo, pero intento no hacerles caso. Arte lleva luz a millones de personas y aniquila millones de individuos».

Durante mucho tiempo creí que Alan Moore adoraba a una deidad celta, de la época artúrica, donde se mezclaba paganismo y rebeldía, luego, en vista de que la muerte de Leopoldo María Panero (otro sacerdote, listo él, con dinero suficiente en el banco, a cinco euros el poema, diez si lo escribe él solo) nos demuestra que la religión se combate con psicoanálisis, descubro que para Moore: “La figura de Jesucristo es tan real, simbólicamente poderosa como otras deidades con las que tengo una experiencia limitada”. Así que aquí entra Glycon, conjurado con un libro de Jung -volvemos al inconsciente colectivo anterior.

La magia, la tierra calcinada, los brotes verdad: insectos voraces que salen del cascarón y atraen a los depredadores, es una lucha sin sentido, el darwinismo más básico que existe. Las doctrinas endebles se enfrentan al depredador. Lees magia y piensas en darle tres estrellas. Moore sigue. Moore estuvo allí antes que Arturo, dogmas ancianos y mastodónticos, aquellos que se caían por su propio peso, que dejaban a la carroña, a las moscas, al hueso. Es momento de recordar los demonios que se encontraba La cosa del pantano en su avance hacia el infierno.

En los ochenta existía un magma de caos. Del magma natural del volcán se podía pasar al artificial de la bomba nuclear. ¿Es eso el Doctor Manhattan? ¿Así olvidamos el divismo de los años 50? Desde Inglaterra eran capaces de ver el terror de Vietnam, sencillo, inmediato, nada escapaba a aquella década. Todo se consigue. ¿Qué hubiera pasado si los asesinos en serie y los poetas hubieran tenido un trabajo alimenticio? No hubieran tenido que invocar dioses paganos, hubieran podido dedicarse, como Austin Osman Spare, miembro de la Orden Hermética de la Aurora Dorada, que podría ser inspiración para un spin off de Hellboy con detectives victorianos (ya lo sé, ya sé que ya existen, pero igual tú no, querido lector).

«Una de las frases que mejor ejemplarizan la mezcla entre ocultismo clásico y actitud punk gamberra de Alan Moore es “Un matón a sueldo representa una opción mucho más ética que usar ángeles caídos para que te hagan el trabajo sucio”

Aleister Crowley, un personaje más en las desviaciones originales de la obra magna de Moore (su última gran obra, en mi opinión), “League of Extraordinary Gentlemen” , hace su aparición bajo el heterónimo de Oliver Haddo en la tercera parte de la saga, Century (en la de 1910, mi favorita, aunque si lees 1969 y 2009 no te dejarán mal sabor de boca, eso sí, lleva papel y lápiz para poder seguir la trama y los personajes). En esa saga, por cierto, se incorpora a la Liga Thomas Carnacki, detective de lo sobrenatural creado en 1910 por el británico William Hope Hodgson. Si no lo han leído, se lo recomiendo. La traducción puede ser un poco densa, pero los textos son magníficos y las historias muy curiosas. Me he ido de Crowley, siempre Crowley, el icono pop del mal junto a Manson. Te sale en una serie dedicada a Alfred, el mayordomo de Batman o en la portada de un disco de los Beatles o susurrando letras a Robert Plant y Jimmy Page.

El fascismo está siempre ahí. Moore es un trufero del fascismo. Lo entiende como inherente a la existencia humana. Pero no acabo de entender cómo es capaz de separarlo de la magia. La magia es aleatoria, caprichosa y persigue el control barato… quizá está tan cercana a la religión que se mezcla. Y todos sabemos que de los arquetipos religiosos surgen los mejores dictadores. ¿Es la magia más natural que la anarquía? ¿son conceptos comparables?

Una lucha de gigantes: Ballard caza a Kingsley Amis, Cocteau gana a D.W. Griffith y Hermes Trismegistos se oculta en Zaragoza con su amigo y amante, experto en la cábala Abraham Abulafia. En la Plaza Santa Cruz de Zaragoza, junto al arco del Deán, cerca de donde ponen los puestos del rastro los domingos (allí me amigo Javier Aquilué se hizo con una rana humanoide, una estatua fabricada en G’ll-Hoo, cerca de Surtsey, en la costa de Islandia). El Gólem es el que consigue siempre los mejores precios de los tebeos. Libros de Borges. Las Ficciones de Borges consiguen que la magia se imponga, es la mejor literatura, por encima de cualquier grimorio. O en Escher, y sus juegos matemáticos, el álgebra de dimensiones que no son racionales -y cuando digo racionales hablo de cociente entre números enteros, no de que escapen al conocimiento sensible habitual-. Escucho a Captain Beefheart y alguno de los proyectos paralelos de los miembros de Bauhaus.

Ciencia frente a magia. Aquí nos pilla Moore. Acabo de terminar de leer NOSOTROS de Yevgueni Zamiatin. Es la ciencia euclídea la que lleva a las distopías profundas. Pero en la matemática no euclídea, la que usa sucesiones convergentes de Cauchy para definir los números reales, hay suficiente magia como para convocar a los miembros de la banda punk de John Constantine.

La ciencia tiene a la electricidad devota, mientras que la magia apura sus propios planes.

Algunas palabras sobre La infancia del mundo de Michel Nieva

Una distopía cercana y paranoica, entre el Chaco y el conurbano bonaerense, ahí donde triunfa Mairal y Rodrigo Fresán no se atreve a entrar. Eso es La infancia del mundo, editado por Anagrama. Directo y salvaje, con mapas explicativos, como esas antiguas revistas de videojuegos a casete. Guía hacia George Langelaan y otras Historias del Antimundo. Es eso, el Cronenberg austral: las Malvinas sumergidas han dejado de importarnos, ahora el mundo es un compendio de simulaciones truchas que uno puede comprarse en un tianguis por un puñado de patacones.

El tiempo detenido en un espacio sensitivo y artificial. Michael Nieva juega con los años y la sangre. Y el hambre: los alimentos prefabricados, la comida chatarra, las conservas con química, los excitantes saborizantes. El aceite usado callejero como potaje esencial donde se mezcla un mundo de coimas, desesperanza y maternidad disfuncional (social y biológica). Entre la incontrolable utopía de privilegio que presentaba George A. Romero en Land of the dead (sin producción no hay sentido para el dinero, solo vale el canje en un mundo de muertos vivientes) y las pasiones entomólogas del siempre tóxico William S. Burroughs.

Esas sensaciones pulp, básicas y airadas, con la muerte como una planta que crece desmesuradamente, sacada de la más evidente El mundo sumergido de J. G. Ballard pero yo sintiéndome más atraído por la ensoñación capitalista de Compañía de sueños ilimitada. Así que es posible elegir. Aquí sabemos dónde empieza la Antártida, lo tocaba al piano John Cale.

Nieva nos presenta en la parte final de la novela la otra Tierra, alejada, la Tierra que quema, la que se cubre de podredumbre orgánica. Desde la opción de un Xanadú extraterrestre, allí donde la simulación hija de Philip K. Dick no llegue, lo harán los otros zombis, los de Bonezzi, en una gran broma final. ¿Quién quiere vivir así? El que quiera, simplemente, vivir.

¿Es la infancia del mundo un libro sobre la maternidad? ¿O lo es sobre la lucha de clases? Huevos frente a mamíferos, la Avispa que se inventó Mark Millar en The Ultimates o aquel libro de relatos cortos El tercer mundo después del sol (Minotauro-Laberinto, 2022), donde encontramos las huellas a seguir, el camino de la nueva ciencia-ficción anticipatoria. Latinoamérica es el foco de todas las fantasías perniciosas, la modernidad truncada, la Gran Serpiente.

El nuevo Panteón es el de los dioses antiguos y, por eso, escondido en una copia trucha de un videojuego, en el cartucho que agarras en un tianguis, están los dioses primigenios, los de Lovecraft, los que adora Alan Moore, los que han evolucionado de la magia a la ciencia. Comprarlo trucho en la feria de Victoria. Vidas, discos, libros de magia, fotocopiados, todos está a la venta, hasta esta Tierra, ¡Vieja de mierda! (“Las personas con guita abandonan de una buena vez, para siempre, esta puerca anciana”).

La infancia del mundo tiene algo de sexo disforme, mutaciones no binarias, ficción ralentizada por una tecnología mal copiada, la vida como ingeniería inversa, torsiones temporales que hacen que las cajas dejen de encajar dentro de otras cajas. ¿Qué será lo siguiente? Nos estamos ahogando. Pero yo estoy vivo y ustedes están muertos. O no.

Algunas palabras sobre Iluminaciones de Alan Moore

El maestro y la serpiente, la imaginación el hombre que construyó sobre Lovecraft y el liberalismo de Reagan la nueva cultura pop. Iluminaciones es una recopilación de relatos, textos de Alan Moore editados con gusto exquisito por Nocturna ediciones, alimentando el eclecticismo absoluto: abre con “El lagarto hipotético” donde el exotismo y la ciencia se mezclan en un juego de espejos en mitad de un mundo detenidos. Las raíces y la lubricidad deslumbran las palabras, ¿el jardín de los senderos que se bifurcan? ¿cirujía para el alma, nada de metáforas, solo una transformación fría? Hay países imposibles donde el pelo es la misma raíz de la personalidad humana. Digo que es atrevido porque los ecos de Jorge Luis Borges son claros y el cuento exigente para el lector. Pero estamos con Moore, con el mago, el hombre que maneja con sus teclas el destino del planeta, situando el centro donde el lo considera conveniente.

Así que “Ni siquiera leyenda” nos adentra en la manera de dejar pasar al terror en el instante más vulgar y cotidiano de la realidad. Al modo de Stephen King (sí, uso a King, sin miedo porque es el mejor y aquí Moore no se esconde, ya llegarán tiempos más complejos), describe los personajes con pinceladas cuidadas, desmotivados, atrapados en la rutina que la lluvia envilece: un grupo de devotos de las revistas de misterio, creyentes (I want to believe), sentados en círculo, como un extraño grupo de autoayuda que en vez de alcohol se alimenta del Chupacabras y los círculos de las cosechas. Entre medio, un nuevo folklore, Albión escupe nuevas razas de las que no has oído hablar nunca. Monstruos que siempre han estado allí o solo en la mente del maestro. Pete. Pete. Pete.

Y ahora sí, ahora el apocalipsis se fuma bajo el número nueve, hay bandas de punk llenas de gelatina, una mujer, una EVA al revés, series de televisión y San Juan disparado de metanfetamina. Jesucristo lo quiere llevar todo por lo legal, hacer factura de cada una de sus acciones. Killing Eve y “El cuento de la criada”. Pensamos en los Primigenios, en los Grandes Antiguos desde Providence y descubrimos que ya estaba todo en el último libro del Nuevo Testamento. Lo divino arooja también interpretaciones ciclópeas y el cristianismo (católico o anglicano) nos escupe, en las puertas del Edén, canciones de Bob Dylan, frases de románticos disléxicos y, si no fuera un hortera, aquel grito de Morrissey: “England is mine”. El cuento, por cierto, se llama “Ubicación, ubicación, ubicación”.

La improbable complejidad del estado de alta energía. La poesía primaria. La elucubración poética sobre la miniatura perfecta que surge de los elementos más básicos de los charcos, ahí donde los bosones cobran vida, donde el positrón es un es un habitante de la aldea que se oculta, ajena a lo universal, en el interior del átomo. Cuando acercas el microscopio las cataratas de Heisenberg más locura que paradoja, te impide ver, te impide estar, no avanzar más. Como un saxofón desafinado que toca Daniel J: cerrar tiempo y espacio en unas pocas dimensiones es como atrapar el agua con las manos, enfrentarse matemáticamente al número de granos de arena que hay en una playa. Todos tendemos, finalmente, al estado de menor energía (I hear only silencie now). Sed de cinética (juventud) y potencia (madurez), tiene que llegar a cero, un intercambio que nos lleva a la muerte, todo el camino previo se ha transformado, como la misma energía.

Quizá el más bello e imprudentemente onírico de los relatos del libro es el que le da título, Iluminaciones: famosos que no asumen su condición, todas las cuerdas que le ataban a la realidad están segadas, reventadas, solo les queda un recuerdo de nylon fino. Moore escucha una versión gótica de Coney Island Baby de Lou Reed mezclada con Big de Tom Hanks, una deforme máquina echadora de cartas, come , muerde, y, finalmente, se deja llevar por la excitación alcóholica. Esperando la aparición de un envidado de Midian (si no me siguen, busquen a Clive Barker y sus libros ensangrentados). Así que Moore te explica que, si el dolor es demasiado fuerte, si la solución es imposible, es mejor detener el tiempo, volver atrás, cuando el dolor ni siquiera existía. Pero no te asegura que puedas volver de nuevo al punto de partida. No serás más que unos restos de vidrio vacío en un bungalow prefabricado.

Y de pronto te golpea “Lo que podemos saber del hombre trueno”. Un ejercicio de estilo. Más que un ejercicio, un curso. Un cuento largo, una novela corta, una reflexión en tiempo real sobre la realidad y la ficción con el mundo de los tebeos de fondo. Con la industria de los tebeos, en realidad. Moore teclea con rabia. Moore teclea juguetón. Los capítulos se acumulan. Uno sobre otro. Todo unido a través de una mitología pop que no existe, pero que nos resulta terriblemente familiar. Agosto de 2015. Comida de guionistas. Gula. La gula no tiene nada que ver con la pasión. Los guionistas de tebeos, como usted y como yo, consideran su trabajo, trabajo.

Edades de oro, plata y bronce. Los escritores son humanos. Los que no lo son son los persojes. Intercambian sus vidas mediocres por anécdotas y un poco más de salsa. Una proposición imposible. Un origen y un destino de nitrato y compostaje. Rey Abeja, hipsters, beatniks, hippies, nerds, glam y punk. El rayo azul. Crear un mundo mejor que en el que vive uno. Eso son los tebeos. Y ese mundo podría ser nuestro mundo si estás leyendo esto. Lemuria y Wakanda. Ciudad Central. Bruno Díaz. Acabará facturando millones de dólares en películas mientras las grapas se desprenden.

Salto a 1959. La cocacola lleva cafeína y azúcar. Los tebeos se pagan en centavos. Los padres beben. Las madres fuman y toman centraminas para estar más delgadas. Si te pierdes solo debes seguir el olor a cerveza agria y cigarrillo barato del aliento de tu padre divorciado. Antes de la sofisticación de las librerías especializadas estaban los ultramarinos, los kioskos, los estancos, los lugares de intercambio, las portadas muy tocadas, sobiqueo del sudor del desconocido. Portadas satinadas que resisten, que contienen la magia en el interior. Cubetas a un euro, a un dólar, a un duro. Escapismo por unos pocos peniques. Alan Moore en Estados Unidos. Alan Moore soñando USA desde Northampton. Seriales en la radio. BUM. Onomatopeyas. Como nadie le ve el Hombre Trueno lleva una botella de whisky en la mano y antes de la siguiente escena se echa un trago al coleto.

Te hiciste mayor, volviste a 2015, conservaste tu colección de tebeos. Tenías más años y, entonces, compraste más tebeos. Unos años de interludio en los que te pusiste lentillas y le diste a los destilados y las sustancias y pensaste que eso te acercaría más a las chicas, pero no fue así. Conociste a una chica mediocre pero mucho menos mediocre de lo que eras tú. Tres años. Risas. Final de los noventa. Llegaron Liefeld y Lee, llegaron Warren Ellis y Gaiman. Y te diste cuenda que debías volver allí, al lugar donde nunca te debiste haber marchado. Pero ahora que tenías dinero no tenías sitio. Para compensar imaginas que tu vida es una película donde dos tipos guardan un muerto en el asiento trasero de su coche. Pero el muerto es una colección de tebeos y el guardia que te para es fan. Y le das una mordida, para que te perdone y todo está bien, el Rey Abeja, el Zumbido, el Hombre trueno.


Y el manejo de Moore es el de la literatura pura, puede grabar mensajes, recibir casetes de un loquero, identificarse con valores que no llevan a ningún sitio, realizar una proyección de los randes momentos del S. XX y S.XXI. Muerte, el hombre, el editor, la pornografía, el erotismo, la masturbación. El apocalipsis emocional, el espacio y el tiempo contínuo, cajas de clínex​​ con semilla seca. En el S. XX los nazis son gente expulsada, asustan a los beatniks y ante los planteamientos sencillos usan los tebeos para provocar a la gente en los recuerdos. O la convención, las publicaciones, los fanzines, la verdadera contracultura. El cine de ensayo, el olor a cerrado, las seriales de televisión de bajo presupuesto. Antes de las masas, antes del negocio. Amor puro por las historias planas. Worsley y Moskowitz aman al Hombre Trueno. Y su letra infantil. Porque la industria del cómic es, en cierto sentido, un microcosmos metafórico de la sociedad. Elijo creer.

En Luz americana Moore crea una falsa tesina, un momento de elucubración teórica sobre la Generación Beat. Con su maestría para crear un panteón completo, con sus conexiones con la realidad, mezcladas hasta hacer imposible distinguir la real de lo ficticio. Imaginen una biblioteca de Necromicones (perdonen la vulgaridad, pero cualquier lector de la obra de Moore, sobre todo cuando trabaja sobre la herencia Lovecraft sabe que la influencia de los beatniks en la transmisión del mal antiguo está muy presente, tanto como Borges o Lennon). Entre las décadas de los sesenta y setenta, en el Frisco mítico de luces doradas, los dioses egipcios hacen su aparición, Horus, Seth, Atem, con un guiño a Mignola y sus también iluminadas sociedades secretas de la época victoriana.

De Londres a San Francisco, una especie de paganismo o religión son donde la sodomía tiene el aplauso de Osiris e Iris y la decimocuarta parte del Dios, un pene errante. En hoteles y en vino barato, en centraminas y marihuana, Sal y Jack, los tóxicos beats frente a los aburridos hippies. Leo a Diane di Prima y en sus notas a pie de página aparece Lenny Bruce, con las marcas de jeringuillas en los brazos (Lenny y Diane y Bob ya han aparecido en este Motel). Busco al emperador de América, Norton, que nos recuerda aquellos reyes de Nueva York con los que pasaba el tiempo Muerte, la hermana de Morfeo (no olvidemos que su símbolo es el Anj egipcio).

Repasamos las conexiones con Michael McClure y su obra “The Beard” y, durante un instante, realizo dos viajes en tiempo, el primero a casa de mis padres, el pasillo donde estaba la colección Otros mundo, el volumen de EL ORO DE RENNES escrito por GERARD DE SEDE. Le pido a mi madre que me mande una foto. Luego un segundo, diez o quince años más adelante, escuchando de madrugada a Iker Jiménez, con las historias de Berenger Saunière, de noche, en la fábrica, de noche, con una mujer que no es mi mujer, una mujer que ahora no puedo recordar.

En otro libro, en el que acompaña a este texto, “Ángeles fósiles”, todo el mundo reclama a Moloch. Hablas del chicho de Hibbring, de Bob Dylan. Mi época favorita, con Mick Ronson, una araña de Marte al servicio de Rolling Thunder Revue, con Allen Ginsberg en los coros y las barbas y los bongos y las panderetas. Los dos visitando la tumba de Kerouac. Kerouac en la ultraderecha, como el cantante de Los Ramones y el líder de Albión en V de Vendetta. Al menos Bob Dylan conducía la furgoneta de sus músicos en aquellos días o, al menos, lo grabaron haciéndolo para el documental.

Hay un cierre, pero es un cierre de sombras y niebla, de Ricardo Corazón de León, de almas perdidas en busca de respuesta, sombra de Unamuno, no sabemos si son muertos o personajes en busca de autor. Todo es una elipsis temporal, una sucesión de cateterismo emocional, un camino insondable en el que Alan Moore, una vez más, nos lleva de la mano para soltarnos en lo más profundo de nuestros miedos.

De ahí salen las mejores historias. Cultura pop en vena.

Algunas palabras sobre Viva el Rollo de Edi Clavo

Una crónica del Rock&Rollo de la España de 1975 por Edi Clavo, edita Sílex y edita con gusto, como siempre. Desde la portada con un Bob Dylan anfetamínico buscando bajo la minifalda de Françoise Hardy lo que no encontraba en el cuerpo de Joan Báez, el Alcázar con la noticia del Dictador Muerto. Edi Clavo va fuerte. Iba fuerte. Le gustaba la gasolina. Iba con gente auténtica. La gente de antes de la movida (la pongo en minúscula porque en minúscula debería estar), la gente que estuvo en la contracultura, en el Rollo (dos l pero podríamos poner todas las eles que quisiéramos) son los auténticos villanos de esta historia sin héroes.

Enumerar de memoria es lo mejor. Enumero y eso no asegura que salga en el libro de Clavo: Alberto García-Álix, los poemas y las reseñas de Haro-Ibars, el Drugstore al que iban los poetas ricos a pillar chapas (acabarían siendo VIP´s en Princesa, como el que cantaba Moris, escapando de López Rega y cía), Villena y Panero. No hay más Punk que Nazario y Jaime Gil de Biedma. Gil de Biedma es más punk que Nazario. Decidido. Leo una biografía sobre La Banda Trapera del Río. Entre Madrid y Barcelona. Entre Antonio, Pepe y Johny. Like a shot. Como un disparo. Entonces no había chupitos. O se bebía o no se bebía. Sol y sombra. Ocaña. No el ciclista. El sol Ocaña. Federico. Sí, Federico. Onliyú, Ramón de España y el larios con coca cola de Vila-Matas.

Solo por el concierto de Robert Fripp y Brian Eno valdría la pena haber vivido en 1975. El año que se casaron mis padres. Las cintas de Eno, antes de U2 y de fliparse con Berlín. Mucho mejor Sevilla con Silvio y el alcohol de quemar. En la mesilla la corbata, la Virgen de Triana y Adriano Celentano. El sitar de Gualberto. La belleza lorquiana de Lole. Y los García-Pelayo soñando con el Gong. Gong y más Gong. El hijo de William Burroughs y su jamón de Kentucky, la gasolina de Corso, los libros del opio de Jesús Ferrero. Malditos de verdad. Vida de un crítico de rock. Oriol Llopis. En Zaragoza teníamos a Uribe y alguno más. Mi padre estuvo en Luesia antes que Guinda. Esa historia no me la quita nadie.

Es el tercer cuarto en el que hablo de la visita de Dylan y Ginsberg a la tumba de Kerouac. Pero seguiré contándolo. Hace unas semanas estuvo en un garito de Zaragoza Scarlet Rivera, la violinista de la banda. No se acaba nunca. Tenemos coyotes y crecepelos para todos. La naranja mecánica enseñaba a mezclar las anfetas con la leche y Blow Up nos enseñaba que las tetas pequeñas eran Arte y ensayo. Los que crecimos en los noventa leímos el cuento de Cortázar después de ver la película y no entendimos nada. Dejamos el progresivo, queríamos cosas más cortas, más sencillas. El Easy rider de Cooper tuvo que llegar un poco tarde. Pero bueno. No pasaba nada.

Ahí perdimos, ahí perdieron más bien, la opción de usar la bandera española con orgullo. Como hacían los motoristas de la peli o los punkies prefabricados de Malcom McLaren con la Union Jack. Ahora escondemos la grifa y la bandera española. La rojigualda está más proscrita que el perico. Me estoy yendo, perdón. Hace mil años vi imágenes del Toronto Festival, la parte de Jerry Lee Lewis (porque yo y los de mi quinta llegamos al Killer por la película de Quaid, menos mal que la cinta con la banda sonora era canelica pura). La parte de Jerry Lee, con un jersey de cuello alto muy ajustado y tocando temas clásicos que no eran suyos. Jerry Lee tocando la guitarra eléctrica en vez del piano. Sí, tíos. De ese material estamos hablando. Y el chicle de Lennon para poder contener el eufórico castañeteo de la farlopa.

El Rrollo enmascarado con Mariscal y Nazario. Nazario dando clases en el cinturón industrial de Barcelona. Ahí había más quinquis que independentistas. Que pague Pujol. Ceesepe y El Hortelano. Y bien de sustancias. Y si no vinazo y si no lo que sea. Bajemos a Sevilla o a Cádiz, Tetuán o lo que sea, ahí donde esté la mejor resina. La revista STAR se vende en tomos encuadernados por los distribuidores. Ahí puedes bucear hasta que te das cuenta de que todo era muy sencillo: Bowie, Lou Reed y sucedáneos, Iggy, Nico, algo de progresivo, los hombres de las praderas. Nadie avisó a Edi Clavo de que Dylan se iba a hacer cristiano sin permiso. Ahora los ricos funcionarios compramos reediciones de los cromos de Roger Crumb, y de su mujer, y de los Freak Brothers… y pensamos que Mr Jones es una canción de Charly García, el único rock que compuso con Sui Generis.

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Lo que pensé que era el amor de Julia Amor (2023)

Editado por Primavera Labels, Julia Amor juega con la efectividad del dreampop para convertir el mundo en una habitación enamorada que se conecta con una playa artificial, una simulación vital donde el algoritmo siempre esté dispuesto a mostrar una pista de baile al aire libre, con la luna de pinchadiscos. En la onda de la primera Bien Querida, Juniper Moon o Slowdive, belleza encapsulada en vinilo.

Escuchar “Sombra a tu lado”, con el que se abre el disco, es una declaración de intenciones, la máxima de lo electrónico llega al corazón. Cajas de ritmo y bajos mancuanianos para acelerar la niebla sobre un jardín imposible sobre el que gotean los días, con nombre de copla y bombo a negras suena “A tu vera”. “Heridas” había sido el sencillo de lanzamiento, un juego donde los sonidos de finales de los noventa, donde la suavidad brasileña se mezclaba con el tecnopop perezoso encontraban su punto álgido. Como cuando Ana D. se pasaba a la rumba lorquiana con guitarras narcóticas o Teresa Iturrioz mezcla hace arreglos sobre películas de Truffaut. Luz que atrapa el amor y se queda recorriendo un pasillo para siempre, escucha el juego de espejos que es “El reflejo”. Un punto más macarra en los sintetizadores de “lo que pensé que era amor”, más mercurial -por la parte de los planetas perdidos en el sistema solar-, allí donde los sentimientos se filtran en la sangre hasta cambiar su composición. El final, con “Ya no lo siento”, con esa voz evocadora que nos recuerda a Juleel Cruise, con las programaciones de Franco Battiato -qué moderno era hace ya treinta años-, el cierre perfecto para un disco de sabor a bruma y metal tibio.

Algunas palabras sobre Vampiros y alienígenas de Javier Tomeo (2023)

Nos sorprende la siempre exquisita editorial Alpha Decay con una recopilación de cuentos del oscenses Javier Tomeo, en el décimo aniversario de su fallecimiento: inéditos que juegan con la cultura pulp de mediados del siglo pasado. Vampiros, mutantes y paranoia extraterrestre.

El libro de Tomeo funciona como una ametralladora de clichés, de situaciones cotidianas rasgadas por momentos de delirio fantástico, pero introducidos de manera tan natural que no provocan el pánico. Es como si todo estuviera normalizado en este mundo postmoderno. Tomeo se transmuta en observador solitario, siempre ausente, donde la ficción se mezcla en su máquina de escribir con el uso del estilo. Estilo, el fantástico y el de ciencia ficción que Tomeo toca de oído.

El vampirismo, con todos sus tópicos y antitópicos (el ajo, donde la ciencia se enfrenta al folklore de manera absoluta, desmontando cualquier mito posible), es la primera pata de este compendio. Personajes que pivotan entre el patetismo y la soledad, personajes faltos de credibilidad, con su apetito fruto de la inestabilidad mental, de la ilusión emanada por el inconsciente colectivo o, simplemente, ancianos que trastabillan con ropas remendadas y lugares comunes.

Inciso: Javier Tomeo vuelca en los personajes humanos su mejor narrativa, singulares y huraños, afrontan el delirio de lo fantástico con desdén o, directamente, dejándose llevar por la demencia, buscando aprovecharse de los resquicios fantásticos que se cuelan en la sociedad monótona.

Del mismo modo la parte alienígena. Sobre todo centrada en la presencia de extraterrestres entre nosotros. Acaban de estrenar “Invasión secreta” de Marvel, con cambiaformas vengativos que, como lluvia fina, han calado en la sociedad. Es un juego de paranoia y espejos, tan típico de los años cincuenta. Tomeo es patológicamente subversivo y deja siempre abierta la posibilidad de que todo sea producto de una mente enferma, necesitada de tratamiento.

Kafka y sus insectos, mutaciones, Pirineos, hoteles en temporada baja, comida casera, tabernas cubiertas de suciedad, barcos, montañas, fantasmas… el bosque de Tomeo, repleto de especies y mutantes, donde te adentras esperando una respuesta: ¿quién es el loco, quién el monstruo? No hay respuesta. Eso es la vida, eso es la literatura.

Algunas palabras sobre Matrioskas de Marta Carnicero Hernanz

¿Dónde queda la belleza en mitad del infierno? ¿en una flor que se corta y desprecia? ¿en la esperanza que se apaga bajo la lluvia pesada del azufre y el esperma? Marta Carnicero entrega Matrioskas, editado por Libros Acantilado, una novela que provoca estremecimiento y ternura a parte desiguales, que rechaza con luz de linterna la maldad sombría de un Dios que no ampara. Uno se sumerge en la lectura y comienza a sentir fiereza vital, deseos de sobrevivir, impúdico odio hacia sí mismo como persona… una amalgama de emociones que no espera, ajeno al escenario planteado, pero que hace de la historia un bucle literario de primer orden.

¿Qué es Matrioskas? Primero qué no es, no es una novela de tragedia manida, no es una reflexión sobre la culpabilidad del ser humano, no es una historia con final feliz de adopciones y estructuras familiares que se adaptan a los tiempos, no. Es un relato, es un crudo relato en paralelo, con saltos temporales, de dos almas que se mueven parejas, como líneas no euclídeas, rectas que no respetan los axiomas, en tres lustros de vida. Una guerra, una guerra sin nombre, porque el nombre no es lo que importa. El salvajismo y la vergüenza, el hombre cuando deja de ser hombre, el miedo cuando es la única guía. Un día damos clase, con las manos manchadas de tiza y, al día siguiente, portamos un arma automática, gritamos para que no se nos note el miedo, babeamos sobre una mujer que quizá, solo quizá, también sostenía unas horas antes una tiza. ¿Y dónde está el límite social en una guerra civil? El “algo habrá hecho”, el “A ellos no les hicieron nada”, el “En todos los lados se cometieron atrocidades”, como si fuera una inmunda carrera de sacos de la atrocidad.

«Y la familia, la que va para salvar y salvarse, para escapar de la tristeza de la soledad en un abismo de sangre y desgracia. El silencio que trae un llanto ajeno. Criar. Distinguir el amor de piel y genética del amor de día a día, de carteras con almuerzo, de cumpleaños, de primera regla, de amores que se deshacen como azucarillos. ¿Hay justicia? ¿hay que elegir bando?»

La maestría literaria de Marta Carnicero está fuera de cualquier duda y, como he comentado al principio, emociona hasta el más desviado y fanático lector pop, un tipo que, como yo, solo se emociona con la contracultura y la poesía de gasolina y sustancias. No hay canciones de nadie, no hay electricidad, solo distancia, documentales, una Barcelona que se nos escapa entre las manos, una promesa, cartas quemadas, como si se pudiera reducir a cenizas el recuerdo más profundo de un alma. Un libro que no necesita un final, porque el libro, la novela, es el tránsito y de ello nos alimentamos. Un libro magnífico.

Bajo la luna de Maganto (2022)


Dicen que sobre el pop ya está todo escrito, por eso un buen EP nos alimenta mejor, es más nutritivo, es una trilogía que tiene algo de santidad, de ágape nutritivo: abren con «Sobre la luna«, electricidad acelerada, con ese regusto clásico, de cambio de siglo en la música independiente española, de abulia primaveral constante. Maganto, Marcos Martínez, dobla guitarra y voces para dar un momento de descanso en una miniatura llamada interludio, para volver a más de seis minutos de charanga nocturna, de viaje al final de la noche, «Dejaste entrar» con sus bajos postpunk, el teclado unidireccional en la melodía, parece sed de vampiro que ha perdido la memoria. Aullidos famélicos que tienen algo de llamada lupina en versión andrógina, autopista hacia el lugar que separa el cielo del infierno, crece y decrece como la onda/corpúsculo que no se puede detener con una mano.

El final, con una guitarra épica de palo, con un acorde abierto y una dicción al norte del norte, se llama París-Texas. Recuerda que las arrugas de Nastassja Kinski son como estrellas en el cielo en pleno desierto. Todo será narcótico, entre Monegros y Mojave, cada mota de arena en un desierto es un amor que no funcionó, cada canción que recibe una descarga eléctrica es una oportunidad para volver a empezar. Marcos Martínez había militado en Qualude y FlyingPigMatanza y ahora nos presenta cuatro canciones, un EP delicado, de desarrollos circulares, de mantras poéticos, con la sencillez por bandera y la intensidad como secreto. Largo llanto para estas canciones y sus amanuenses. Edita, claro, Repetidor.

Algunas palabras sobre La soledad de Perico de Ainara Hernando Nieva (2ºparte)

Uno puede construir su existencia a través de los momentos en los que Perico lo acompañó. Esos instantes no tienen un orden cronológico, son chispas en una especie de continuo espacio-tiempo que vuelven una y otra vez. Este libro, La soledad de Perico, escrito por el campeón segoviano junto a Ainara Hernando Nieva me ha descubierto datos, sensaciones, pasajes, que desconocía. Y eso, para un verdadero obseso como yo, tiene un mérito enorme. Esta es la segunda parte. La primera parte en la entrada anterior.

¿Qué decir de 1989? Decir que Perico está en la mejor forma de su vida. Pero el mito empieza en la Paris-Niza de aquel año. Es la primera gran victoria de Miguel Indurain. A Miguel se le atraganta todavía la montaña. Pero allí está Perico (y Jesús Rodríguez-Magro) para guiarle hacia la victoria. En la Paris-Niza de ese año uno se dio cuenta de que Perico iba a liarla. Pero bien.

El 20 de marzo comenzaba la Semana Catalana, con todos los grandes equipos españoles de la época en la línea de salida, el Reynolds con Perico Delgado como líder absoluto. Y Perico iba a por la Semana Catalana. Fue una carrera que siempre le atrajo: ganó una etapa en 1990 y otra, además de la clasificación general en 1993, en la que fue su última gran victoria como profesional, y en esa edición de 1989 iba a demostrar que tenía piernas para dominar la primavera antes del parón previo al Tour de Francia.

Aquella edición tuvo dos etapas clave, seguidas ambas, la primera fue la llegada a Andorra-ciudad-tras una subida a pocos kilómetros de meta, en la que atacó Delgado y se llevó con él a los Tekas Peter Hilse y Raimund Dietzen, además del colombiano del Kelme Pedro Saúl Morales. Perico siempre fue un negado para el sprint y después de que Dietzen tuviera un problema mecánico que prácticamente le dejaba el triunfo en bandeja, se dejó ganar cuando ya levantaba los brazos por el colombiano pisando la línea de meta. Dietzen se ponía de líder y al día siguiente se llegaba al Santuario de Berga, allí de nuevo lo intentó Perico, pagando el esfuerzo en los kilómetros finales, dejando de nuevo el triunfo en bandeja para el colombiano del Kelme y permitiendo asegurar la victoria a Dietzen que entró segundo en meta. Perico hacía segundo en la clasificación final dejando claro que este año su forma física era envidiable y, como vigente campeón de la ronda gala, era el máximo favorito a repetir victoria.

Pero antes había que correr la Vuelta y probarse por vez primera en las Ardenas. Atentos a la grabación de la Lieja de 1989.

Perico en 1989 la lía en la Lieja. Hace cuarto. Da igual. Un problema con el cambio para que se la lleve Kelly. Estuve años buscando la grabación de aquella prueba, el momento exacto en el que Perico saltaba y cogía unos metros. Tenía que habérsela llevado. Busqué la grabación, contacté con un holandés que me la quiso vender. Estuve a punto de comprársela. Al final ha aparecido y se puede ver sin problemas por la red. Pero es que esa hubiera sido LA VICTORIA.

Y llega la Vuelta a España. Perico parece sobrado. Gana en Cerler. Gana al sprint. Sí, al sprint. Gana la cronoescalada a Valdezcaray. Y en el puerto de Alisas, con ese sabor setentero a lo Luis Ocaña, se viste de líder en Santoña, después de que Martín Farfán se líe en el descenso. Ya sabemos que en Lagos de Covadonga, Perico reina o Perico sufre. Toca sufrir.


Pero esta vez salva el golpe y, al día siguiente en Brañilín (el puerto de los mil nombres, Valgrande-Pajares, Cuitu Negro, en la Vuelta de 2005, el día que los Liberty de Scarponi, Beloki y Vicioso se la liaron a Menchov para que Roberto Heras se llevara la Vuelta, en la de 2012 con Purito picándole segundos a Contador que había intentado irse toda la subida, el día de antes de Fuente Dé, en 1997, en el 88 con Pino de ganador) con Ivan Ivanov de ganador, Perico hace segundo bajo la lluvia.

Nunca se vio mejor el maillot amarillo en aquel chaparrón de agua y niebla. Y en Valladolid gana la crono llana. Perico, ¿cómo vas a liarla? Pues como la tiene que liar Perico, claro.

En la etapa Collado Villalba-Palazuelos de Eresma (Destilerías Dyc), la que llega a su casa, la que usa Perico para entrenar, ataque combinado de los Kelme. Y yo mordiéndome las uñas. Perico, qué haces… menos mal que Ivanov se convierte en un mito, un mito oscuro, solo para fans salvajes del Periquismo. La i del diccionario Perico.

«Antes de comenzar el curso he aprovechado el verano para volver al pueblo de mis abuelos paternos, Nava de la Asunción. La Nava está en la provincia de Segovia, muy cerca de Cuéllar y de la Granja de San Ildefonso. Descendimos por el puerto de Navacerrada hasta llegar al Parador Nacional. Las curvas cerradas obligaban a llevar el coche en tercera y segunda. Pasamos un poco de miedo y yo solo pensaba en la Vuelta a España de 1989 cuando Fabio Parra intentó desbancar a Perico Delgado de amarillo en esas mismas carreteras. Callaba porque era Ana la que iba al volante. A mitad de descenso nos detuvimos en un descanso lateral de la carretera para dejar pasar a la caravana de veteranos usuarios de la zona. La Vuelta 1989 es, como otros acontecimientos deportivos, recuerdos míticos que se han convertido en realidad con la llegada de la red, con la posibilidad de acceder a las grabaciones de los usuarios que las suben a las distintas plataformas para que todos puedan disfrutar de ellas. Los recuerdos no tienen mucho parecido con la realidad. Se pierde mucha magia, como con Kevin Magee en la final de la Copa del Rey de 1984. No hace tan buen partido. A los pocos días de volver a Ateca me subí a la bicicleta estática y seleccioné de entre las grabaciones de mi disco duro una de las etapas de la edición de 1988 de la Vuelta, la que ganó el líder de las chapas, Sean Kelly. En esa ocasión nadie se movió y el descenso de Navacerrada no parecía tan peligroso como lo habíamos catado aquel día. Me pasó algo parecido cuando Ana y yo viajamos a Valonia y acabamos en Huy, donde termina la Flecha Valona. El famoso muro de Huy es como la cuesta de los militares en el Parque Grande de Zaragoza cuando no hay miles de espectadores en los aledaños de la cuesta».


Y llega el Tour de 1989. Y llega Luxemburgo. Y yo escribo un cuento. Y lo junto con otros cuentos y me dan un premio.

«Fernando Arrabal lleva a mi hijo a una habitación con un único mueble: una mesa baja con una vieja televisión con antena que proyecta electrones contra la pantalla hasta que el UHF se convierte en una visión espectral. Hay dioses, semidioses y presencias. Puedes elegir. Fernando Arrabal pone el dedo sobre la máquina y se reproduce en bucle el prólogo del Tour de Francia de 1989, el que salía de Luxemburgo. Perico Delgado es el máximo favorito pero llega tarde a la salida y pierde dos minutos y cuarenta segundos. Ciento sesenta segundos, calcula rápido mi hijo, por si tiene alguna importancia. Eres bueno con las matemáticas. Pero fíjate, le dice Arrabal a mi hijo: en este televisor la etapa es ligeramente distinta, en este televisor Perico llega a tiempo al prólogo y hace octavo. Queda por delante de Fignon y pierde apenas cuatro segundos con Greg Lemond. Nada más llegar Perico la etapa vuelve a empezar. Dura un poco más de diez minutos y vuelve otra vez a empezar. Mi hijo está hipnotizado y Fernando Arrabal sabe que si no lo saca a la fuerza nunca podrá abandonar esa habitación. Mi hijo duda. Quizá no todo lo que ha sucedido en la vida sea lo correcto. La caída de Luis Ocaña, la llegada tardía de Perico, la muerte de F. o de S., todas las muertes que nos rodean».

Y después la crono de Dinard-Rennes, 73 kilómetros. No se andaban con tonterías por entonces. Perico sale el último. Y les va metiendo a todos los corredores siete, ocho… hasta diez minutos. Estoy viéndolo en Salou, en un bar al lado del Tirol, donde siempre vamos a cenar. De pronto llega Greg Lemond, el hombre con balas en el cuerpo y mejora el tiempo de Perico. Rabio. Mi padre dice que es muy difícil todo. Da igual. El día de Cauterets, el primero de montaña en los Pirineos. Indurain va por delante. Miguel había ganado París-Niza y Criterium Internacional y se le veía corte de estrella. Todo el mundo esperando que salte Perico. Pero Perico no salta. Solo al final, limando unos pocos segundos. Decepción.

Al día siguiente, 11 de julio, llegada Superbagneres, donde en 1986 Lemond destrozó a Hinault. Más bien donde el Tour de Francia destrozó a Hinault. Cuando llegamos de la playa mi abuelo está frente a la televisión del cuarto de estar. Todo está medio a oscuras, las persianas bajadas. Hace mucho calor. Mi abuelo me dice que Perico está escapado. Que la puede liar. No usa el verbo liar, pero nos entendemos. Va con Mottet y con Millar. Sí, con Millar otra vez. Llevan mucha ventaja. Perico vuelve a la pomada. Perico se saca la cola y orina. Una generación entera que no ha olvidado el día que Perico se la sacó en directo y echó una meada. Por lo menos iba bien hidratado, está claro.

Menú habitual, pero de ese que nunca cansa. Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Y la subida a Superbagneres. Mottet se queda, Perico parece que deja también a Robert Millar pero el escocés se recupera y se lleva la etapa. Qué rabia. Por detrás ataca Fignon y responde Lemond. Pero es un espejismo, porque se queda clavado. No había visto nunca a nadie quedarse clavado así. Fignon se viste de amarillo. Está claro que va a ser el mejor Tour de Francia de la historia. Y Perico lo tiene que ganar.

Pero no. Las etapas siguientes muestran a Perico poco a poco desfondado. No mejora el tiempo de Rooks en la cronoescalada a Orcières-Merlette y el día clave, el último día de alta montaña de verdad, con la llegada al Alpe d’Huez, con el trabajo de Abelardo Rondón, la victoria para Thenuisse. Ataca Fignon que va más fuerte en montaña. Perico aguanta y se coloca entre los tres primeros, pero ya no hay más gasolina.

Las dos etapas siguientes son preciosas, bellas para todos los aficionados, Le Bourg d’Oisans-Villard de Lans, 90 kilómetros de nada, con Fignon en campeón. Nadie podía con él. Y la del día siguiente Villard de Lans-Aix les Bains, llegando los cinco primeros clasificados en grupo, con Lemond, el más rápido. Pero Perico, Perico tendría que haber ganado aquel Tour. Este no es un artículo sobre los ocho segundos.



Es un artículo sobre Perico. Pero aquel Tour fue mágico: en el podium tres ganadores de Tour, el ganador del Giro, de la Vuelta y del Campeonato del Mundo de aquel año.


Sí, aquel año, bajo la lluvia, en Chambery.

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