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Bolsa Amarilla y Piedra Potente de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba (Primavera Labels-Universal Music, 2024)

Es el momento de la vuelta, de seguir construyendo la leyenda, de permanecer o simplemente ser. Así que la banda afina percusiones y guitarras, se abre con el sonido de sangre hirviendo, de las tumbas de la sal con las que las heridas de “Seis pistones” cicatrizan. Efectos y un toque mesiánico en lo más profundo del Desierto de Tabernas. La banda, con “El chinche”, mezcla moto, callejeros, Los Chichos pasados por el filtro de Salvador, el fraseo macarra de Hermética, aceras, intoxicación y arroz con tomate. Todos piensan en GONG y los García-Pelayo, guitarras sureñas, da igual el del continente que elijas. Hombres de las Praderas, acostumbrados a las esquinas turbinas: “Prodigio” suena a los Babasónicos pasados por el Sonido Tartesos o Los Módulos en tramadol. Plazuela y Califato, “Ef Laló”, con sintetizadores abstractos. Cuervos negros que se negaban a volver, hermanos de almanaque de los personajes de Fernando Navarro. Pasamos y seguimos en “Ef Laló”, cánticos sencillos, primarios, más allá de todo está la guitarra de Tomatito el día que le pasó el pedal Antonio Arias para que bebiera del más antiguo de los manantiales. ¿Cuánta sed traías aquellas mañana que no había nadie que te calmara? “Daddy Papi” con una recortada, tienes la sangre del wahwah, en los momentos de calor, el séptimo día, con Carlos Saura, llegó Puerto Hurraco.

Un sencillo como “La fuente” que empieza con pedrá, que ya es un guiño suficiente, pero la inversión rítmica y las guitarras son como respirar el helio de un dirigible (aunque, en la época clásica, la venerable, lo que había dentro era hidrógeno, mucho más explosivo). Con la introducción hipnótica de “Manguara”, como un resto de civilizaciones perdidas, oxígeno de banda sonora de Erich Von Daniken, las llamas azuladas, como una viñeta de Jodorowsky, “Gun gun” devuelve la trepidación, aunque sea medio tiempo, despierta la mañana, hermana pequeña de la madrugada, el aguardiente que encharcaba los pulmones de Ray Heredia, el desierto de guitarra donde conviven Emilio Dueso y Kid Congo Powers. Veníamos de un coliseo y hemos llegado, pesados por toda la historia que carga el burro en sus alforjas, hasta “Pétalos”. Ya avisábamos que Derby Motoreta’s Burrito Kachimba traían canciones intoxicadas de la semilla de la buganvilla y esta es una muestra de ello. Crujidos de radio imposible, en “Manteca” ángeles rubios que te llevan al límite, donde cielo y tierra copulan y un paso más te hace caer en los versos de Pedro Salinas que tan bien regurgitan Les Conches Velasques. Todo arde, en sus ojos, la banda, tiene algo de incendio.

El último corte, “Tierra”, como un sitar enterrado bajo el olivo, momentos de nylon y huerto, mira el almendro y la pimienta, mira cómo la postal tiene todavía algo de carmín. Es una noche de doce canciones, una noche agotada que espera que llegue la primavera, que traiga apetito este abril que se nos ha echado encima, con muerte y calor, con este compendio de rock ibérico, esta muesca de tenebrismo y luciérnaga que es Bolsa Amarilla y Piedra Potente de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba

Sambassassina de Turmell (Repetidor, 2024)

El nuevo trabajo de Turmell es una muestra clara del eclecticismo salvaje y atrevido de la escudería Repetidor. Sambassassina es un repertorio abstracto de cortes que funcionan en distintos estadios de sonido: hermetismo, canción pop, recuerdo de bandas como Primus o Picore, momentos de spoken word de la escuela Enablers y un reguero de cortes, frases, arreglos, que dejan descolocado al oyente a lo largo de los catorce temas del disco.

Excedentes de la rica escena underground catalana, David Berenguer (U-Tòpics, Princess Plan) y David Comas (Quòniams) se juntan con Albert Puig (Taknata, U-Tòpics) y ofertan surcos para paladares exquisitos y atrevidos: Tori abre con una voz extraída del corazón, artificial en lo orgánico, para adentrarse en territorios de compases disonantes, como el brío casi escatalítico de Strangulator o la presunción hipnótica de All i ceba. No llegan da dos minutos hasta que alcanzamos Arreveure, con una repetitiva estructura pop que converge a una disonancia de sortilegio, algo distante… no hay opción a lo ambiental, el ritmo del corazón funciona con vaivenes desconocidos: llegamos a Rius de riure y en noventa segundos amenazamos con Talking Heads para acabar la electricidad saturada, como si no hubiera colores suficientemente intensos en la paleta. Más armonía inicial en el juego de El conserge de Valls, un camino lleno de rítmicas desconocidas y punteos demacrados, en la onda del primer Invisible o el progresivo español, que, antes de cerrar la primera cara del vinilo, se convierte en una llamada extraterrestre en Bellprat, con sonidos que exhalan suspiros sintéticos en la onda de aquellos impresionantes soundtracks apócrifos de Angelo Baladamenti.

Marc Vila

La cara B se abre con Pesebre Mort, donde se produce una confrontación en la sección rítmica, una ida y venida como revotando contra las paredes del local de ensayo, la voz humana de Anar de vint-i-un botó, en un recitado que recuerda a los momentos más luminosos de Mäo Morta, no wave para el joven Jesús, u Oriol Solé, como ustedes quieran. Y llegamos a Entre pitos i flautes, distorsión melosa que se apoya en un saxofón esquizofrénico, un saxo clónico, un saxo Les Rauchen Verboten… no es Justo, es Ricard Morros. El final se concentra en Dimecres, con un punto más ácido, saboteando la melodía a través del algoritmo infinito de la guitarra, que nos deja en Vacaburra, con la presunción de inocencia del vacío, el violín de un cuarteto de cuerda como aquellos que capitaneaba el Doctor Liborio, en manos de Pep Massana. El final, Millor demà, son dos minutos de ofrenda para el creyente. La demolición estructural de la canción, la plegaria instrumental, la complicidad de la banda con sus seguidores, con sus descubridores, con los que nos acercamos a su obra por primera vez.

LO QUE ME MATÓ de Fresquito&Mango (Sonido Muchacho/BMG,2024)

Llegan desde Zaragoza, Fresquito&Mango con Lo que me mató, editado por Sonido Muchacho, con un sonido de punk urbano, con electrónica chirriante, en una verbalización de los que lleva prometiendo la vida moderna desde el comienzo, desde la intro. No piden mucho más que un poco de ritmo, “Creo que algo está a punto de pasar”, entre la noche y la habitación hay un disco de Carolina Durante y otro de Los Nikis. Es un poco de anuncio de refresco de los noventa, cuando pensábamos que el azúcar con gas era lo único que nos despertaría, llega un poco de electropop de cacharrismo rítmico y un buen efecto de voz en “Cuerpo y sangre”, lujuria, perversión, final del amor en tiempos de Wallapop. Es un tiempo en el que uno se siente descolocado, pero también algo de autotune romántico llega en “Nube gris”, que podría funcionar como una versión 3.0 de los Duncan Dhu más melancólicos, aunque con ritmos latinos en mixtura macarra.

“Como un cartel de abierto en la calle” pitufa la oscuridad, la caída del sol, es un resumen con bombo a negras y sampleos de ladridos, que define las cosas que están sucediendo fuera de nuestra vida de reseñistas de discos cuarentones. El fraseo de “No estaba bien” me hace sentir que el amor que se vive en las calles de mi ciudad (digo mi ciudad sin vivir en Zaragoza ni saber si ellos están por allí, ámbar y Bebeto mediante) con un cántico de estribillo que se queda un poco alejado del más exigente juego de armonías vocales. Hacerse el valiente, ser un tipo solitario con la luz encendida, el amor en tiempo del teléfono roto y las historias de IG. Un pitillo y un poco más de rítmica sencilla, con ese punto de cumbia, de bailanta, en “Cara de lunes”. No hay códigos postales, hay cajas de ritmo que emulan lo que era y lo que quiere ser ahora. Un breve ejercicio de “Jazz de medianoche”; metales mediante, como si el chasquido fuera una máquina del tiempo, dándole al LP la perspectiva de cohesión interna, unos segundos y volvemos a los grupos de punk pop, a las máquinas bien entendidas, al sonido de teclado modular, piano de tecnopop y voces que uno duda de su cuestión de replicantes o de realidad, escuchas “Aire” y pasas a “Otro barrio”, donde lo que fueron Hombres G (y sí, hay que decirlo más), como esa actualización de los grandes de las que hablábamos antes. Quizá me perdí una promoción entre medio, a los chicos de Mediapunta, Ginebras y Las Odio, pero esa mezcla de guitarras y programaciones al filo del trap, o un piano afterpunk de “Ratas”, que nos dejan en la orilla lo que hacían Vetusta Morla o Love of Lesbian en los tiempo de los nuevos salvadores del pop español.

Es un disco desconcertante, con el desamor o la ausencia de compañía, un disco de rítmica desquiciada, un disco que ofrece, que pide, que regala compañía y pide varias escuchas porque el que diga que canciones como “Aunque ya no me beses” tiene un sentido de búsqueda de hit inmediato está confundido. Hay que darle una vuelta al pop, quizá el camino sea el correcto, pero yo, yo creo que me he perdido. Pero, al menos, me ha dejado sorprendido.

Dupla de TWIN (Primavera Labels/Hidden Tracks/Pértiga, 2024)

Cuando la electrónica te hace vibrar, cuando el pop es susurro y noche, te llegan discos como este de TWIN: abre Dupla con “Duna”, no hay mejor atmósfera que una trepidación desconsolada, con programaciones industriales y una voz cálida, la de la artista valenciana, nos lleva lejos y nos lleva rápido, para descender las revoluciones, más acuosa, en “Me da igual”, belleza en el espejo de Cocteau Twins, enérgicos beats en la noche futurista de FT*, acelerando en busca del bombo a negras perdido, con suficiente gusto como para pedir más: producido junto a Emili Bosch (b1n0) y Aaron Rux, ¿Dónde estabas cuando te busqué? Recuerda al principio de siglo, cuando subían las revoluciones del narcótico trip-hop. Guitarras pasadas por sintetizadores y el momento entre robótico y tropical de “Flor seca”, donde la voz se impone a las bases, demostrando la parte más pop de esta propuesta, delicada, como canela y amapola.

Le damos la vuelta al vinilo y abre con “Cuando te acercas”, de nuevo melodías de fraseo cantábrico, reparte el aire entre los mares, se aleja por el Atlántico y nos abre los ojos al Mediterráneo. Es un barco que busca puerto, que no se decide entre los faros de todas las opciones que se le abren. Abre orgánico y cierra en distorsión binaria, maravilloso. Pequeños aparatos rítmicos, luces que son notas, la colaboración con Sandra Monfort en res ès real recuerdan a la parte más ceniza de Pastora, cuando todos pensábamos que las calles de Barcelona ocultaban las últimas colonias de sirenas. Aquellos tiempos de Ms. Dynamite y de Thievery Corporation vuelven a nosotros con la mezcla de loops y voces de “Standby” con un cierto regusto patrio que siempre da una nota de color imprescindible, como aquel disco de Lliso, sí, el cielo y el mar se juntan para terminar en “Nada más”, agónico y deslumbrante punto y seguido de este primer largo de TWIN, un ejercicio de estilo que va más allá de la imitación, con una paleta variada, letras donde la fonética se mezcla con la semántica y las bases de electrónica profunda que remiten a la parte más orgánica de los estadios neuronales.

Volverme a enamorar de Russian Red (Sonido Muchacho, 2024)

Más allá del inglés, de los karaokes, las versiones, la untuosidad del disco en ropa interior, del corazón como una fruta madura y cercenada en mil trozos, más allá de la empatía que cualquier persona con alma lanzó hacia Lourdes después de la bravuconada del vendedor de pescado pasado, el ya viejo Nachín Vegas, fuera de todo aquello, de Jeanette, de La Bien Querida, de las nuevas compositoras llegadas de México o Argentina, ella ha estado aquí desde hace décadas. Sí, décadas ya. Y hoy, mañana, pasado, diremos que estuvimos el día que regresó, sin maquillaje, con una guitarra, con dos voces, las mismas, con coristas como hacía Leonard Cohen, con callos por su labor de baterista en directo. Es Russian Red y entrega un nuevo LP. En vinilo, retractilado, con canciones en español, editado por Sonido Muchacho.

Abre con «Me gustan todos los chicos», con una bossa nova de toques lounge, el mito de la devoradora de hombres, pero eso es sensual, no te quedas ahí: escucha la percusión, los efectos de las voces, la belleza del roce de los dedos sobre el nylon y los trastes, las fotos de Astrud Gilberto en los pósters de los chicos de su habitación. Como Cyndi Lauper quitándose los abalorios porque parecía un murmuro de gente al grabar. Ritmo engalanado, los coros que crecen, sabíamos que Sergio Pángaro había vendido su alma a todas las mujeres del mundo. En el crowdfunding Lourdes se llevó una parte. Llegamos las burbujas de «No entiendo nada», con coros inversos, entre Perla Batalla y Leonard Cohen, ahora es el turno de ella, con el frío… la electricidad va tan cara que habrá que meter los dedos en el enchufe mientras se jadea. Melón o sandía, en las guitarras acústicas de «Intelectual sexual» se mezcla el recuerdo de la siempre recordada Rosario Blefari con el aislamiento en la era de TikTok o IG. Era Carla Bruni pidiéndole derechos de autor a la última mujer de Gainsbourg, es Teresa Iturrioz dando tiempo a sus músicos para sacar los temas que les ha tarareado.

Conocíamos «This is un volcan», construida fonéticamente a lo Bigott, con esquematismo melódico y salseo de amor y silbidos. Llegó en un momento en el que el olvido estaba más cerca que el recuerdo y hoy, como una maqueta convertida en canción lustrosa, es parte del nuevo material. Tiene esa paleta entre bossa nova y nana que rodea al disco completo… pero más compacta, aunque sea por longitud. Mientras recita bajo el auspicio de las enviadas de las tabernas más profundas de Centroamérica, llega, como una Paquita la del Barrio postmoderna, para, en menos de dos minutos y con sinuosos teclados, percusiones y voces cruzadas, entregar «Una fresca». Un poco de electricidad rebosante, grillos y boleros, Gloria Lasso y todas aquellas minifaldas que se combinaban con chaquetas vaqueras, por si acaso refresca, en la noche de cualquier verano: las guitarras de «La última vez» son nutricias, el fraseo, con esa técnica que sobrevuela toda la grabación, con la multiplicación casi divina, de la voz de Lourdes, convirtiéndola en una banda angelical, siempre con un poco de maldad. Estamos hablando de Naivë, de Siesta, de todo el catálogo de canciones de la historia que han usado del Shalalal para marcar el paso del tiempo, para ponerle letra, sonidos más bien, al paso del tiempo. Más agreste es «Tus putos labios», se nota en la manera de masticar los versos, cierto punto macarra, que no resulta impostado, y esa música de ascensores convertida en no-wave hasta que entra estribillo y, entonces, es más tropicalismo, jazz ácido de aquellos tiempos donde lo más cool era Miss Moneypenny. El eco es lúcido y lúbrico a la vez (perdón por el uso del diccionario, pero a veces funciona). Terminar con «Yo me lo invento» en los tiempos en los que hemos recordado que Juan Antonio Bayona juntó a Tulsa y Jeanette en un videoclip de Bunbury puede que no tenga mucho sentido o conecte contigo, lector, pero, hazme caso… había mucho en aquella Jeanette, rabia y furia, amores asalvajados. Por eso este el nuevo comienzo, un corazón hinchado, a punto de reventar

Cal viva de Sr. Chinarro (Eclipse Mélodies,2024)

Hablamos de violines, más violines, de disparos eléctricos, de Burt Bacharach y Sergio Pángaro, Antonio, estás aquí, cerca de mí, ¿todo de su gusto? Sí del mío, no sé si le importará, Exvoto. Valentín, déjame así. Se acabó la onda fría y The Cure. ¿Y qué importa? Tenemos edad para pedir metales y cuerdas. Lo que no sé si tenemos dinero. Y ahora, en el segundo paso, “V de Victoria”. Me pregunto si el Chinarro de comienzos de siglo hubiera hecho una broma con Diana, los reptiles, las gominolas con forma de gusano. Pero lo cierto es que entra con un bajo a lo Peter Hook que ya parecía ser más bien de la familia Stone. Ácido y acelerado, con pedales sueltos, de guitarra y bicicleta. Como vuelvas a hablar de surrealismo te diré que te montes en una máquina del tiempo estropeada y no regreses. Es bello, es cera derretida, es luminosidad con una sección rítmica sacada de ese tiempo, entre el Bowie, Duque Blanco y funk y cuando anunciaban los ochenta en la Motown. Antes de lo hortera está lo elegante. Y Chinarro sabe qué cuento contar. Llevo dos temas y un párrafo largo. Pero es que la variedad tiene el gusto, imagina ahora “Fliper”, como un cantautor de final de década al que le han dejado tener una producción Costa Fleming. Y hablas de delfines. No sé si es una metáfora sobre la libertad o un momento detenido en el tiempo, pero los arreglos sin absolutamente evocadores.

Los agentes buscan al Antonio Luque monótono. Su cadáver está en el fondo de un punto limpio, bajo los recopilatorios de rockdelux que los cuarentones hemos tirado porque no caben en casa: son los Superthings o los cedés. Te va el rollo “Bufón”, con ese comienzo afónico, con un momento en el que volvemos a envasar al vacío las melodías que soñamos. Una trompeta que se eleva como si fuera un angelito que vigila los accidentes y las ejecuciones. Me voy a dormir. Pero qué metal, qué arreglo, escribes ETA y escribes como si fueras William Burroughs, recortando y pegando. Anda, vente conmigo, te enseñaré cómo escribo poesía con mis alumnos de matemáticas. ¿Y por qué iba a hacer eso, Octavio? Tienes razón, seguimos: estamos en “El muelle 1”, no es ni la mitad del disco y ahora me recuerdas a Pablo Und Destruktion haciendo Gijón, en vez de Málaga, en vez de Amsterdam de Brel (o de Scott Walker). Quizá más bien Pablo quiera ser como tú. Recuerdo a Isabel Bono soñándome, a mí, a mi mujer y mi hijo, contándonos la historia de “La decoración”. Caída mucha agua el día que llegué a Málaga. Fue un aviso. En el Monkey Week hay conciertos y una vez también estuvo Bunbury (él hubiera hecho algún arreglo parecido en un momento oscuro de su carrera) y Annie B. Sweet. A veces las confundo, a ella, a Russian Red, alguna más. Espero no sonar machirulo. No tengo el vinilo, me dejo llevar por mi instinto de ingeniero y asumo que si es el sexto tema de doce, estamos a punto de darle la vuelta al vinilo. Una de esas canciones perezosas de la escuela Chinarro: “El alto mando”. Sergio Algora me hablaba de los náuticos de Antonio Luque. Se la sudaba todo entre 2005 hasta 2008. Yo me ponía los pikis de mi padre. Como Julio Iglesias y mi abuela. Los cuatro llevábamos. Rima en consonante y le damos la vuelta, pequeño revolucionario sin amigos con ganas de juerga.

De nuevo el violín, de nuevo la paz, “Altavoz Bluetooth”, sobre las cuerdas de un cuarteto de uno (como una orgía que tiene más de masturbatorio que de percusión sexual). Y esos ritmos de bossa psicótica, ese amigo tropical, demonio y carne. Escucho “Carlos Haya”, con una guitarra inicial, con una sección rítmica sencilla, un cuentito corto, una biografía inventada, o no… ¿Lo busco en Google, no sé, dejemos la idea para los demás? Entra el estribillo y la pandereta y las voces de acompañamiento son buenos para los que extrañan a los desaparecidos. Tenías un poco de color sepia en el iris, en la córnea, donde guardes los recuerdos, Ramón Gómez de la Serna, el momento de ayer para volver a hoy, qué guapas eran todas y qué poco caso mi hicieron, “Comunión”. Si todo fuera verdad, si fuera mentira, qué importa. ¿De verdad has conseguido ponerle música a unos pedazos del pasado? Tiene algo de saudade… nadies esperaba esto de ti. Las guapas. Los solos. No los de guitarra, los abandonados. Subimos las revoluciones con “Una escena”, las guitarras cortan, buenas cuchillas en el momento previo al previo del final. Es una realidad, es una canción, es Antonio Luque más perezoso que enfadado, es difícil decirlo. Un Aute pasado de vueltas, con la camisa cerrada, con los botones adecuados… turismo en sus historias, quién te lo iba a decir. Antonio Luque, Sr. Chinarro, volviendo una y otra vez atrás. Qué es verdad, qué es mentira, ¿acaso importa? Mira yo escucho “La excursión” y nadie frasea como el Chinarro del último lustro. Así de claro. Sí, el Chinarro que no se entendía, el que nos hacía flipar, ahora baja la base y dice: “Aquí estoy yo”, entre París y Londres. Doce canciones como los discos de verdad. Lo demás son EP´s o recopilaciones de maquetas. No puedes hacer tantas buenas del tirón. Se llama “Me acaricio” y hay un poco de guitarra Gram Parsons, narcótica, como Fernando Navarro en “Malaventura”, como los desiertos de Almería, como esos vaqueros de película falsos haciendo versiones de Desire. Dímelo, me lo merezco: ¿versiones? ¿Es que no has aprendido nada? Tú hablas del negro de Bañolas y yo me atrevo a casi todo, con la chulería del que tiene los discos originales desde los tiempos de la brumosidad. Han caído los dos y solo te has levantado tú, Antonio.

Canciones de amor de Isasa (Repetidor, 2023)

Solo un sello como Repetidor se atrevería a un gesto de belleza pura, una grabación de guitarra, de nylon destilado. Escapando al sistema decimal, nueve canciones, abriendo con Aigua, descarado arpegio en un tiempo controlado. Música ambiental y orgánica, música de calefacción y carbón pobre, intenso, casi nutricio en «Berenjenas rellenas», voces ausentes, como raspadas contra el suelo y que se congelan por cinco duros ganados a unos críos al gilé, nada más en «De Lajares a Coferte«, tema dedicado a su compañero de discográfica, Fajardo. Como si el verdadero nombre se ausentara en la grabación, como si las guitarras superpuestas vinieran traídas por un viento benigno, hay más de siete minutos en «Carta a mi joven yo» que, muda melodía, es como una playa en el invierno austral, acelerada por un niño que no sabe que existe Luis Alberto Spinetta, pero lo intuye, un Nick Drake de ojos bizqueantes, que no quiere mirar al sol, solo disfrutarlo. Es de un minimalismo nada forzado, como el sabor del agua fresca tomada directamente de la piedra, del comienzo de todo, como un confeti de estrellas que en cada acorde de «Firmamento», auscultan el pecho del gigante sobre el que vivimos, uno que duerme bajo la nana del metal, la máquina, la música. Es el único instante en el que la distorsión aleja la pureza, donde las cuerdas tañen como en una percusión improvisada, en un eco.

Hablé con el productor de las legañas, el hombre con cara de sueño, no hablé, solo le escribí para darle la enhorabuena, no contestó, da igual, estamos en esto por el sueño perfecto que nos ofrece «Nana alicantina», con unos susurros que parecen humanos durante un instante. ¿Quién ofrece sus oídos para recibirlos? Había algo, lo encontré entre la letra pequeña: autoarpa de Lorena Álvarez, la voz de Trice, los sintetizadores y el piano del productor Carasueño. La cáscara es el recuerdo de la semilla, así el «Pistachito» tiene un fulgor eléctrico, casi un destape sucinto, un fundido a gris contra la pared de la colmena, como un esbozo de banda sonora que discurre, ciega, camino de una vida dócil, una ciudad minada a la espera del «Primer amor», como esos primeros acordes que no distinguen de afinación o apasionamiento. La luz es el principio del fuego y la edad, un ábaco para asegurar la llegada del olvido: un disco evocador que termina con menos de tres minutos de «Zoe», un disco que es como la noche, que acumula todo lo que miras, todo lo escuchas, hasta hacer que se construya el horizonte.

SUAVE BRUTA de ËDA DÍAZ (Airfono, 2024)

La música sin fronteras es uno de los últimos elementos nutritivos que queda en este mundo. No es globalización, son fotocopias y aburrimientos, demasiada velocidad pero sin tiempo para paladear la belleza. Por eso hay que saber tomar un momento de respiro. Escuchar a Ëda Díaz, con todos sus matices y ritmos, es uno de esos compromisos, del oyente con el artista, del artista con su público.

El disco se abre con “Nenita”, puro folk, con esa mirada al cielo de Violeta, a la electrónica de raíz, a escritoras de belleza narrativa como Marina Closs o Liliana Colanzi. Y utilizo páginas y cuentos, porque el animismo en el sur se mezcla con una melodía que mezcla tradición y modernidad. En ese amasijo de belleza, la candidez acústica nos asalta con guitarra criolla y caja de ritmos retro en “Lo dudo”, más un piano y unos dedos, percusión orgánica de club de jazz. Veneno y ron. Y el bombo de “Por si las moscas” va acompañado con notas de zumbidos sintéticos, como un canto de trepidación que se vuelve aséptico en “Olvidemos mañana”, menos de dos minutos, gemidos de garganta y, de nuevo, la percusión que sale desde el mismo corazón de la Tierra. En “Tiemblas” hay baile y hay recitado, sin contradicción. Estamos en el territorio de la cumbia, que puede ser hipnótica y con mensaje. Se acabaron el encajonamiento de otros tiempos.

Es que hay trap, es que no tengo lugares comunes para el vallenato, para el dance… y en “Dulce de mar” viene la parte de Nina Simone, el bolero que agrieta almas, donde acabamos todos por volver, contrabajo de alegría bajo la lluvia, como Andrea Echeverri, que es un río del que todos deberíamos beber al menos una vez en la vida. En lo profundo de lo urbano llega “Sabana y banano”, macarra y juguetona, de pereza lúbrica, bases sobre las que bailar despacio, cosquillas en zonas que se esconden como el jaguar en la jungla. La delicadeza minimalista de “Brisa” recuerda a lo más calmado de Silvana Estrada, donde la rítmica de orfidal y lágrimas mastica las palabras, como si se escurrieran hacia “Al pelo”, electrónica cochambrosa, un poco de Bomba Estéreo mezclada con los mejores momentos de aquel proyecto maravilloso que fue Pastora. Se acerca el final, suben las revoluciones, avisa el bombo a negras y llega Tutandé, como el momento de Marisa Monte cuando estaba en Tribalistas y las voces sintéticas sueñan con pistas de baile virtuales. El final Déjà vu, un poco de sabor, de sintonías abstractas… la señora, la señorita, vuelve a la Bruni o, más bien, a Jane Birkin, nos ofrece un poco del Barrio Latino pasado por los platos de un sound system averiado bajo los plataneros de un bosque que duerme.