Algunas palabras sobre Vidas perras. Cuentos musicales del Sofá Sonoro de Alfonso Cardenal (Sílex, Ediciones. 2023)

Una magnífica recopilación de anécdotas, vivencias, discos raros, arte subterráneo, sociología, racismo, intoxicación y talento. Todo mezclado a través de la coctelera de un erudito como Alfonso Cardenal que demuestra ser capaz de pasar de la voz a la pluma con agilidad y buen gusto. Indagar en las historias, aprovechar la enorme biblioteca digital a nuestro servicio, es el complemento perfecto. Pero, claro, la primera pista la da el que sabe. Por eso unos cuentan y otros escuchamos.

En el libro hay mucho blues perdido, espirituales que se pierden dos siglos atrás, los supervivientes de los pactos en las encrucijadas, los que estaban todavía más escondidos que los que fueron copiados por los Stones o Elvis. Abuelas y nietos. Nietos y abuelas. Pero también delirantes proyectos familiares llevados con mano de hierro por padres déspotas, como si fuera una versión primeriza del progenitor que quiere ser rico a través de un hijo influencer. Como no había directos en internet, les obligaban a usar guitarras eléctricas.

También esa aura de fuera de la ley que queda en el que deambula entre los honky tonk de los Estados Unidos: personajes anónimos de Sam Shepard o Barry Gifford que tiran de bourbon barato y alguna centramina. Gente que se hace famosa durante un segundo (no les dan ni un cuarto de hora) en lugares que parecen elegidos al azar, como Suecia. O los momentos anteriores a que David Byrne fundara Luaka Bop y decidiera recuperar el tropicalismo… cuando lo más cerca que estábamos de África era por Paul Simon. Oneyabor, entre Nigeria y Cristo. Funk puro, más puro que la vida. El funk de los Grandes Lagos, el Afrobeat… todavía más atrás que los recogedores de algodón, más allá de Island Records y Lester Bangs emborrachándose por la verdad de la música.

Si eres un melómano de notable, como espero que pueda ser mi caso, conocerás a Tom Wilson por los créditos del disco de Velvet Underground. Descubrir que era un productor de color es un directo en la mandíbula de los prejuicios. Te imaginas a un lacayo de Warhol al borde de un desorden alimenticio, basando su dieta en anfetas y ocasionales incursiones en la heroína. Pero ahí estaba Tom acercándole el enchufe a Bob, Oldmanbob, animando a Al Kooper a tocar ligeramente retrasado del tono general de “Like a rolling stone” para que sonara a HISTORIA. Sí que sabíamos de Betty Davis. Más de Ángela. Pero, al final, la pantera de mi generación fue Grace Jones. Que el Davis fuera de Miles no es baladí. Pero que fuera una mujer que escribiera sus propios temas, anima a buscar las canciones. Porno y Disney en la misma frase. Como la fiebre. La del que escribió la canción. Little Willie John. Un coche, un amigo, una cinta con temas de psicobilly. Pero esta mierda de versión de Elvis, quién la canta… pues los putos Cramps, Sergio, le dije. Soy una de esas personas que escuchó Fever antes en la voz de Lux Interior que en la de Elvis. Y los Beatles grabaron “Leave my kitten” y él decía que su versión era mejor.

«Hablamos de lo más puro, lo que sale del alambique, el licor de patata, el fermento más indigesto. Arthur Alexander, conductor de autobús. También grabaron sus temas los Beatles. Iban cortos de canciones al principio. En Inglaterra, crisol de culturas, está el mejor curry. Eso te lo dirán John Constantine. Un psiquiátrico y un renacer. Por lo menos internet sirve como cueva profunda para que los puristas y los adoradores se reencuentren».

Pasamos de Norteamérica y de África. Y llegamos a Magín Díaz. Colombia. El ritmo, el recuerdo, el anciano, todo va tranquilo. Realismo mágico. El hacedor de canciones. El que las toma del aire, de los antiguos, el que las hace suyas, pero sin registros legales. De Colombia a El emperador de Tremé. Si Sun-Ra ha tenido homenajes, un tipo que escribió Mother en law tiene que dominar el mundo. Esa canción la he pinchado mil veces en el Bacharach, cuando Moreno Campeón se calentaba, cuando los dos nos calentábamos e íbamos a lo básico, a las cintas de casete con buenos temas, mierda de los cincuenta, recopilaciones… de Nueva Orleans al cielo, allí donde las licorerías están abiertas 24/7. El dolor de Sweet Georgia. La alimentación demencial y el hambre, el pollo frito, el hambre, las cocinas, embarazos de adolescencia, casi niñas, la Iglesia, mucha Iglesia pero poca prevención. El diablo entra por la ventana con su piel de gospel, pero, en realidad, es todo blues. Como la historia de Vera Hall: con un sample de Moby en aquel disco de final de siglo.

Un fuera de la ley homosexual. Los machotes del sombrero. Patrick Haggerty. Busco sus canciones. Esa no te la esperabas, chaval. Hace tiempo que no juzgo. Estoy en el lado correcto de la calle. Porque todos son correctos, Como Andre Williams, entre la Motown y ser chulo de calle. Al final el sombrero es el mismo y los horarios parecidos. Tienes el ritmo en el cuerpo. Los Sadies los recuperaron en los noventa. Una vez los vi, a The Sadies, en la sala Oasis de Zaragoza. Tocaron de teloneros de Jayhawks. Y antes Dos Lunas, tengo la entrada por algún sitio. El siglo comenzaba, la cirrosis nunca descansa. Volver a Nashville, como un sitio perdido con Leo Welch y recordar aquella voz del ángel, Tammi Terrell. Y esas canciones que también sonaban en mis sesiones. No sabía que la habían violado con catorce años. No sabía que James Brown le había golpeado absolutamente sacado cuando era su esposa, no sabía que había sido parte de la caravana de sueños con The Supremes o Marthan and the Vandellas. Tammi sobre el escenario, para siempre, inmortal, hada del recuerdo.

Llegando al final, como un vendedor de crecepelos, como un tipo que no hubiera desentonado junto a Ginsberg, Mick Ronson y los coyotes de Dylan en la gira de los ojos pintados de blanco, Abner Jay. Tónicos para ser feliz y discos que ahora cotizan como si los hubiera sellado el demonio. El capítulo final, lo leí mientras vigilaba el ensayo de mis alumnos para el festival de Navidad. Era el 21 de diciembre. No sabía que mi padre había tenido un infarto unas horas antes. Esta es mi historia. Una manera como cualquier otra, de no olvidar este libro.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser tasas

    Este libro es una joya para los amantes de la música y las historias olvidadas. Alfonso Cardenal mezcla anécdotas musicales con momentos históricos de una manera magistral. ¡Una lectura obligatoria para los melómanos!

    01 mayo 2024 | 1:48 pm

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