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VENAS AL FRENTE, FESTINES DE SANGRE Y MAL GUSTO de Lester Bangs (Libros del Kultrum, 2023)

Estamos ante una recopilación salvaje y pura, tóxica y capital, textos escritos con la electricidad y el ritmo de una sección acompasada y psicótica. Lester Bangs estaba en el centro del rock cuando el rock era contracultura y ruptura. No. Miento. Cuando el rock comenzaba a perder su esencia. Lo mejor de este libro, de este excelente libro, es la sapiencia del periodista, extremo y capital, que se da cuenta de que todo lo que se ha considerado sagrado y con potencial para cambiar al mundo (Los Stones, Lou Reed, Marley… el punk, claro) se acomoda por minutos. El chute y el alcohol, la anfeta y la pintada, todo empieza a valer dinero, a ser mastodóntico, a llenar estadios. Discos de solistas que han escupido a su banda, bandas que hacen fotocopias de canciones antes de que existan las fotocopias, genios del jazz ácido destruidos por la indiferencia y la apatía.

No es solo música este libro. No es solo punk o rock o glam. No son octavas o amplificadores. Hay fanzines, periódicos, revistas de tirada corta y vida efímera. Cuando el papel valía algo, cuando la noche iba muy deprisa, pero la semana era un desierto sin información. Cuando había que esperar. Leer y esperar, esperar para saber, escuchar una y mil veces el mismo disco, como el limón exprimido, como la corteza del arenisco, como el que busca entre las colillas de un cenicero tras una sesión maratoniana, algo que todavía se pueda rescatar, una luz, unas pocas caladas. El último de los licores, la botella que alguien trajo a una fiesta y se quedó sin abrir, el peppermint, el pastis, el oporto. Todo caliente, todo para alimentar un gaznate reseco por una oleada de arena pura del desierto. Eso es lo que le calienta la sangre a Bangs, que escribe, ya digo, no solo de rock, también de vida y de política, de gente y de ciudades. Porque, al fin y al cabo, eso es la canción, la melodía, una manera de atrapar todo lo que nos rodea, haciéndolo bello en la destrucción o terrible en la lejanía del mortal, incapaz de crear algo así, tan aparentemente sencillo, tan inviolable emocionalmente.

 

Viaje a Jamaica, alcohol y chocolate, vinilos, sistemas de sonido en mitad de la jungla, Los Burning Spear. Una entrevista al fantasma de Hendrix. Pensar en CC Rider y el martillo de Thor. La isla de Giliam, una y otra vez. Thor es el hacha mano zurda de Hendrix. Dylan y r´n´b. Composiciones no originales, da igual, Hendrix y Miles, juntan la música y la elevan, construyen y deconstruyen. Volver, ya lo dice Hendrix, más atrás de Muddy Waters, de James Brown, o incluso de Robert Johnson y su guitarra de unos pocos dólares, haciendo pactos con el demonio en una encrucijada. Pronto se irá la muerte y llegará el hip-hop. Lester Bangs se lo hace con Miles Davis y con Hendrix a la vez. Quiere ese ácido puro, el más puro, el de laboratorio, el que sale de la planta. Ya, en 1976, están vendiendo restos de Hendrix, Janis y descartes de sus exabruptos. Estamos en 2024 y siguen saliendo trozos de la tumba, casetes podridas, ¿Cuánto lleva muerto Hendrix?

Notas en Austin. Lester, en la edición del libro, desordena los artículos, saltas de década, pero sabes que hay un momento, a final de los setenta, que se nota en el aire el olor al nuevo queroseno. Que no va a ser lo mismo. Ya viene hablando de la Velvet Underground desde el principio. Fue un visionario en ese aspecto. Antes que nadie. No hablaremos aquí de VU. Pero sí que marca I wanna be your dog y los imitadores de Ian Curtis. Citas a la Náusea de Sartre (luego acabaremos en París), el cartón de las bandas, ¿Qué vale más, la enésima banda de garaje haciendo Louie, Louie o toda la mentira del punk de Malcom? Es cierto que Rotten consiguió la redención con PIL (y le dará vueltas al tema a lo largo del disco).

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Pombero de Marina Closs (Páginas de Espuma, 2023)

Los cuentos de Pombero de Marina Closs son intrigantes, mágicos, distantes. Historias de mujeres mágicas, de terruños alejados del mar, ahogados en lágrimas y tiempo. Los dos primeros cuentos son muy potentes, Si yo fuera alguien (Pombero) es un disparo al corazón del folklore, una mentira de sangre, una niñez de árbol, las marejadas que traen las pesadillas, el buen ladrón, el monstruo amable. ¿Quién es el que trae el terror? ¿El cazador o el cazado? Y el segundo No sería (Dunka), produce un estremecimiento, un extrañismo, algo para lo que no estás preparado. Una entidad, femenina y descubierta, que es un demiurgo entre la infancia fallida y la acelerante adolescencia, sacada a la fuerza, con la gasolina del placer, hacia un camino misterioso, donde la tradición es sexo y mestizaje.

En Esto (jabalís) los animales, los ñandús se reproducen sin almanaque y somos depositarios de una historia negra, leyenda mestiza, blancos y peste, desde Salta. La estrella azul, hacia el interior: frío y calor, fiebre y viruela. No vengan al hospital sin zapatos, les piden. Simplicidad neurótica de un adanismos que se aplana. El Evangelio como una tormenta sin ángeles, luz contra la penicilina, luna y entres diía solo quedará tierra, piedras y muerte. Di que sí, di que la misión anglicana será la solución. Ministerio del indio. Yo te bendigo. Nunca y tampoco (María das Luzes) marcha hacia Brasil donde le poder del cuerpo es más potente que cualquier campo magnético, donde la obsolescencia de la aguja hace que no se distinga con facilidad el Polo Norte del Polo Sur. Casarse. Pero antes, maestra. Y sí, un desliz más de la simiente. La docencia, los niños que se confunden en un sexo que es inocente pero sigue siendo sexo. Es una semilla que se pudre, una fertilidad antigua y promiscua. Un pelo de bruja delicado y ausente. Solo se salvará con la Macumba. Olvida los antibióticos o la psicología. Ni apretando con la bat macumba, con el tropicalismo, se podrá sujetar lo que mancha, no ha nacido otro muchacho que aquel que es ajeno.

Lo otro (Rosita uñas negras): la cara y el maquillaje, la máscara: «Dormir da la sensación de que se van a morir». Escribo con el corazón delicado de mi padre, que todo lo sobrevuela, a veces me salto páginas que pienso van a detener el tiempo, escribo dudando sobre cuándo va a llegar el momento. Los días los paso en su casa, las noches más bien, me levanto y escucho su respiración y duermo. Olvido mi muerte como si la enfermedad fuera detrás del olor más apetitoso. Mate, aspirina y tabaco. Mi padre pedía agua de colonia en la cama del hospital para peinarse los pocos cabellos que le quedan. Cáncer y tabaco. Que la muerte te sorprenda sola, que lo haga acompañado, voces y recuerdos, las miserias del descanso. Bajar los puentes, desciende la guardia, ella y su cuerpo. Si la muerte llegara: ¿sería con un disfraz o con la luz más intensa? Le pregunta a la madre. ¿Qué es lo que no hiciste? ¿Qué deudas estoy pagando ahora? El hombre que es mujer necesita comprar cabello y la muerte acecha, manda cáncer y manda cocheros a por pelucas. Mi Paquita. (Hacerle la peluca a un cáncer) Es muy poco narrativo: los asuntos se repiten, suceden en bloque, un mundo de trascendencia y olvidos, demasiadas cosas que solo se suponen. La familia, una vecina, un perro, leer a Jorge Edwards. Ese saber de tiempo detenido tan propio de Latinoamérica. ¿Por qué de Alfonso no te quedaste Alfonsina? Que cuando estaba acostada con otro varón en la cama se escuchaban, solapados, dos furiosos aullidos de hombres. Una se puede morir con la cabeza calva y se puede morir con pelucas, con los cigarrillos intactos o partidos uno a uno. Nada importa si, al final, acabas por morirte.

Quizá mejor (Suzumushi): salones vacíos, sabores de flores, fuera y dentro, la masajista japonesa perdida en mitad de insectos y plantas, como una amanuense de las amapolas y madrevíboras. El pasado es un sueño. Japón llega con su padre y su abuela. Cuando las agujas son sangre y son roce, acaba llegando la mano hasta el sexo y todo se mezcla. La soledad y el sueño. Un jardín, un chófer, una adivinanza, ¿Qué país es este? Casi nadie (La bella Marioka): la abuela, otra abuela, la soledad, la pared, todo se apaga, lo más básico de ser humano, la rueda, la abuela mide la belleza y la oculta, como si fuera un peligro o una mentira. Como en uno de esos cuentos del principio la autora captura el amor como si fuera un animal salvaje. Por sorpresa. Joven o viudo. ¿Qué importa? Vendrá el Rey de Polonia como en un cuento e, hipnotizado, se dejará llevar por la magia tras las vendas.

Algunas palabras sobre Arrowsmith de Kurt Busiek y Carlos Pacheco (DOLMEN, 2023)

La edición de la obra cumbre de la dupla Busiek&Pacheco por parte de DOLMEN es un tributo a la belleza, una deuda saldada con uno de los ilustradores de nuestra vida, el tristemente desaparecido Carlos Pacheco. DOLMEN nos ofrece, en dos entregas, los volúmenes I (“Tan elegantes con sus bonitos uniformes”) y el II (“Tras las líneas enemigas”) de una de las distopías más hermosas e intrigantes de la cultura pop occidental.

DOLMEN nos regala una historia que parte de un punto de ruptura curioso: la Paz de Carlomagno, donde las fuerzas mágicas del mundo se hacen presentes y se integran, en mayor o menor medida, en las distintas sociedades y naciones de la Tierra. A partir de ahí, la divergencia con nuestra línea temporal aumenta con las décadas, con guiños perennes, con recordatorios de los potenciales What if? Y, aunque solo sea por Pacheco, unas atractivas miguitas sobre la naturaleza de la ordenación política en la Península Ibérica. Decir que el mapa que aparece en las primeras páginas de los dos volúmenes podría ser el potencial queroseno de miles de elucubraciones es quedarse corto… Albión y Columbia, Imperios que van y vienen… todo allí, todo perdido, todo detenido en el tiempo tras el fallecimiento de Carlos Pacheco.

Belleza artúrica (nunca es casualidad que uno esté leyendo los últimos tomos del Hellboy de Mignola estos días), el Cáliz Sagrado (que abunda por nuestra geografía, cada uno más falso que el anterior), Columbia y una historia de amor entre el soldado y la enfermera, en la mejor tradición de la narrativa de mediados del siglo pasado. El tebeo nos coloca en un tiempo y un lugar concreto: lo que sería la I Guerra Mundial en nuestra línea temporal, pero aquí, ambos bandos están apoyados por distintas razas y fuerzas de carácter sobrenatural. Recorrer el mapa con el dedo, la valija de piedras preciosas, los materiales que hacen fluir las energías, conocer una precuela, imaginar la penicilina enfrentada a la magia¿Qué lugar ocupa el cristianismo en este mundo donde lo pagano se ha hecho verdaderamente carne? Todo es parte de este enfrentamiento, grises por doquier, fuerzas aéreas, vampirismo, licantropía, tabernas, el punto infernal (y vuelvo a Mignola) que siempre se le añade a los ejércitos de Prusia, de la gran Alemania, ¿y Hitler?

No parece casualidad que se elija ese momento para comenzar la narración: es inevitable volver a Tolkien, soldado y escritor, que construyó su Universo personal tras haber pasado en el 11.º Batallón de Servicio de los Fusileros de Lancashire donde sirvió como oficial de comunicaciones en la batalla del Somme en Francia en 1916 con la Fuerza Expedicionaria Británica. Tolkien soñó con elfos y enanos, Tolkien creó la versión contemporánea de los dragones mientras superaba la “Fiebre de las trincheras”. Y todos nosotros, todos los que nos acercamos a Arrowsmith, venimos con Tolkien bien leído.

Leo la historia y pienso en la última reinterpretación de la I Guerra Mundial en la película SOLO, ambientada en el universo de la Guerra de las Galaxias. Sí, allí el Imperio Galáctico se enfanga (nunca mejor dicho) en una batalla en el planeta Mimban contra los insurgentes locales y el mítico Han Solo acude, como soldado raso, a combatir en una lucha de trincheras que, si uno recupera el arte de la película, verá cómo se construye a partir de un mundo donde la más alta tecnología se junta con el barro y los vapores tóxicos.

«Es fundamental para entender el libro (sobre todo la segunda parte) el concepto las líneas magnéticas que recorren el mundo, el folklore convertido en energía mágica, el dolor cuando uno es apartado de su lugar… es bello y es intenso. Es sumergirse en un estadio ajeno de belicismo, de sociedad… porque uno de los temas fundamentales de Arrowsmith es el racismo. Sí, no solo en la parte de los distintos colores de piel entre los humanos, no: Busiek y Pacheco aumentaron todas las opciones de odio al introducir nuevas razas en la ecuación».

El final del segundo tomo nos deja con la miel en los labios. La muerte de Carlos Pacheco, el mito que alimentó a los jóvenes lectores de Fórum en los años ochenta, dejó la historia inconclusa. Yo, personalmente, prefiero pensar que dejó un mundo abierto para que cada uno construyera su final o diera forma a nuevas historias con las viejas reglas. Son postales pintadas con los mismos colores que se usan para los sueños. Pacheco y su obra, inmortal, alcanza un estadio superior en estos dos tomos.

Al final, cuando cierras la última página, contemplas el penúltimo boceto, piensas en aquellas grapas de Clásicos Marvel, portadas a 150 pesetas o en la edición de “Siempre Vengadores” y no puedes evitar emocionarte.

Porque uno puede asumir el paso del tiempo, saber que la magia se esfuma y acaba, pero a uno siempre le gustaría que genios como Pacheco nos siguieran acompañando en el viaje, que mantuvieran la llama de la ilusión encendida. Bello y más bello. Nutritivo y pasional. No se puede pedir más. Bueno, sí, que DOLMEN ha editado una imprescindible recopilación de esos años de Carlos Pacheco en Fórum y que si tienes como yo los años suficientes para haber vibrado con Italia 90 y la saga Inferno, te encantará.

Canciones de amor de Isasa (Repetidor, 2023)

Solo un sello como Repetidor se atrevería a un gesto de belleza pura, una grabación de guitarra, de nylon destilado. Escapando al sistema decimal, nueve canciones, abriendo con Aigua, descarado arpegio en un tiempo controlado. Música ambiental y orgánica, música de calefacción y carbón pobre, intenso, casi nutricio en «Berenjenas rellenas», voces ausentes, como raspadas contra el suelo y que se congelan por cinco duros ganados a unos críos al gilé, nada más en «De Lajares a Coferte«, tema dedicado a su compañero de discográfica, Fajardo. Como si el verdadero nombre se ausentara en la grabación, como si las guitarras superpuestas vinieran traídas por un viento benigno, hay más de siete minutos en «Carta a mi joven yo» que, muda melodía, es como una playa en el invierno austral, acelerada por un niño que no sabe que existe Luis Alberto Spinetta, pero lo intuye, un Nick Drake de ojos bizqueantes, que no quiere mirar al sol, solo disfrutarlo. Es de un minimalismo nada forzado, como el sabor del agua fresca tomada directamente de la piedra, del comienzo de todo, como un confeti de estrellas que en cada acorde de «Firmamento», auscultan el pecho del gigante sobre el que vivimos, uno que duerme bajo la nana del metal, la máquina, la música. Es el único instante en el que la distorsión aleja la pureza, donde las cuerdas tañen como en una percusión improvisada, en un eco.

Hablé con el productor de las legañas, el hombre con cara de sueño, no hablé, solo le escribí para darle la enhorabuena, no contestó, da igual, estamos en esto por el sueño perfecto que nos ofrece «Nana alicantina», con unos susurros que parecen humanos durante un instante. ¿Quién ofrece sus oídos para recibirlos? Había algo, lo encontré entre la letra pequeña: autoarpa de Lorena Álvarez, la voz de Trice, los sintetizadores y el piano del productor Carasueño. La cáscara es el recuerdo de la semilla, así el «Pistachito» tiene un fulgor eléctrico, casi un destape sucinto, un fundido a gris contra la pared de la colmena, como un esbozo de banda sonora que discurre, ciega, camino de una vida dócil, una ciudad minada a la espera del «Primer amor», como esos primeros acordes que no distinguen de afinación o apasionamiento. La luz es el principio del fuego y la edad, un ábaco para asegurar la llegada del olvido: un disco evocador que termina con menos de tres minutos de «Zoe», un disco que es como la noche, que acumula todo lo que miras, todo lo escuchas, hasta hacer que se construya el horizonte.

Algunas palabras sobre LOS RODRÍGUEZ Sin documentos de FOUCE, HÉCTOR / DEL VAL, FERNÁN (Sílex Ediciones,2023)-segunda parte-

aquí la primera parte

Seguimos en el camino, seguimos escuchando, saboreando, encontrando las claves básicas y las menos conocidas de la grabación de Sin documentos y el excelente libro que Sílex ha publicado sobre la obra, escrito por Héctor Fouce y Fernán del Val el año pasado. Dejamos en la primera parte a una banda acabando las canciones, una banda que tenía el éxito en varios temas y la eternidad en otros. Pero también una banda que se deshacía con el dinero y la fama golpeando en la puerta. Sigamos el camino. De Madrid a Buenos Aires y vuelta otra vez.

En las dedicatorias Miguel Abuelo. Miguel Ángel Peralta. Y Albert King. Y el primer Bob Dylan, el Dylan que comenzaba a fluir entre la juventud española, impregnando los libros… y también Guille Martín, el primer bajista, que se acabaría convirtiendo en la diestra de Andrés en sus años solistas (además del resto de bajistas: Daniel Zamora y Candy Caramelo). Y Alfonso Pérez, el tipo que fue capaz de darlo todo por ellos.

Después del lanzamiento: las reseñas

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Algunas palabras sobre LOS RODRÍGUEZ Sin documentos de FOUCE, HÉCTOR / DEL VAL, FERNÁN (Sílex Ediciones,2023)-primera parte-

Desde Sílex ediciones se lanzan a la aventura arqueológica, pop, necesaria, de recuperar la historia detrás (y delante y, sobre todo, dentro) del capital disco Sin Documentos de Los Rodríguez. Con la mano exquisita de Héctor Fouce y Fernán del Val, se analiza la situación histórica que provocó que la banda hispano-argentina redefiniera un cambio de siglo a base de multitud de electricidad especiada. Desde otra mirada, desde los ojos subjetivos de los distintos huéspedes del Motel Margot vamos a recordar qué pasaba en la piel, los pulmones, el corazón y, a veces, la nariz, de los duendes que poblaron el alma de aquellos genios y cómo influyó en su carrera posterior, tanto grupal como solista. Vengan con nosotros en este viaje, en este recuerdo.

Con un Calamaro dispuesto a volver a la Argentina. Con unas maquetas en cintas TDK. El horno todavía está caliente en Buenos Aires y, además, los tiempos de los apagones en los estudios Panda parecen haber terminado, Alfonsín ha sido sustituido por Ménem (una pequeña errata en el libro sitúa la fecha en 1999, cuando, evidentemente, son diez años antes) y estamos en los años de la paridad, la falsa sensación de euforia. Fito Páez, el tecladista de Charly, con una irregular carrera solista como la de Andrés ha vendido millones de discos con “El amor después del amor”. Andrés graba su parte vocal en “La rueda mágica”, con García al lado. Se da cuenta de que los solistas funcionaban, el Plan Austral moría, los dólares, las pesetas, el peso. Fito y Cecilia se gastaban cien mil pesetas en una tarde comprando ropa sin salir del hotel.

A Calamaro, tras los años en el rancho de Ariel en el mejor barrio de Madrid, comiendo pasta, ligando con muchachas de Malasaña, ejerciendo de Peter Pan castizos, le empezaba a cansar. Se daba cuenta de que en España no había estrellato. No había estrellas del rock. Y él quería trajes de Armani y quería Nueva York y Miami. Quería el sushi y el champán con el que calentaban Cerati y compañía antes de ponerse duros con la Merluza. En la valija, acabada la relación con Pasión (discográfica de la que hemos hablado mucho en Motel Margot, por su magnífico catálogo, desde Más Birras hasta Antonio Vega y con el olfato de publicar el primer LP de la banda, “Buena suerte”) buscan su sitio.

Como confiesa Andrés a Nathy Peluso: “Éramos demasiado viejos y demasiado yonquis” y ella se ríe, a lo que Calamaro añade la coda: “Cosa que era formalmente cierta”. En Pasión las adicciones estaban presentes, pero los noventa no entendía de confrontación puritana. Pero Alfonso Pérez, que había vendido DRO a Warner, pero seguía siendo el tipo que levantó GASA, que le hizo el aguante a Corcobado, que escribió letras para su mujer en Esclarecidos, que tenía a un miembro de Alphaville sentado junto a él en el despacho, recibe la cinta del mánager el día de antes de Navidad (ojo al guiño con la canción “Parte del aire” incluida en el disco “La, la, la” que grabaron conjuntamente Luis Alberto Spinetta y Fito Páez en 1986).

Todos conocen la historia, de Alfonso Pérez, la cinta, las compras, el contrato, el cara a cara con Warner, de aquí no me bajo. La mañana del 24 de diciembre. La valija de Andrés, Aerolíneas argentinas. La maqueta, la maqueta de “Algo se está rompiendo”. Una demo que ya suena a canción. Las Grabaciones Encontradas, el Hornero Amable. Y toda la mitología del disco, de la historia, tiene su momento cumbre en el encuentro de Ariel, Andrés y Alfonso en Café Gijón, donde Francisco Umbral protegía su perennemente irritada garganta mientras atravesaba Madrid, hambriento de cuchillo, manzanas y leche. Un disco gestado en el Café Gijón, un disco robado a Buenos Aires.

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