Algunas palabras sobre Señalado por la muerte de Irvine Welsh (Anagrama, 2023)

El fin de gira ha llegado. Después de Trainspotting (1993) y Porno (2002) llega el cierre de la saga de Renton, Spud, Sick Boy y Begbie. El final que, como siempre con Welsh, es un caramelo para volverte a enganchar y recuperar la precuela Skagboys (2014), que narra los orígenes de la panda de Leith, incluyendo, por cierto, fragmentos e ideas que servirían de sustrato a la narrativa completa de la cinematografía de Trainspotting. Podríamos dedicar una entrada completa en Motel Margot a esta tetralogía. Cada uno de los libros (y las dos entregas en cine) son, en sí, obras maestras que definen décadas y sociedades. Derecho al estómago, con Iggy Pop y George Best, con la música y los narcóticos, con la juventud perdida… pero esto ya no son los noventa, ni siquiera es el cambio de siglo. Estamos en 2023 y los chicos quieren un último bis.

Pero Señalado por la muerte no es la sucesión conformista de grandes éxitos que uno hubiera esperado. No es Oasis, no es Liam Gallagher haciendo recitales aniversario de Definitely Maybe sin su hermano, no. Más bien es Damon Albarn mezclando dup, pop, músicas del mundo, electrónica y arte contemporáneo. Señalado por la muerte podría ser la novela para leer mientras escuchas Cracker Island de Gorillaz, pero las risas que te provoca cada capítulo haría que no oyeras bien las canciones. Eso sí, todos los personajes podrían pasar por dibujos animados. Agridulces, intoxicados, doloridos, desgarbados. Pero bellos a su manera, incestuosamente sinceros en sus relaciones, apocados en su manera de ver el mundo

Y es que todos siguen siendo pueblerinos. Sin que eso sea ofensivo. Da igual que Renton se dedique a la música electrónica como mánager de pinchadiscos y viva en un jetlag constante agarrado a su bote de zolpidem para poder levantarse cada mañana. No importa que Sick Boy comience a tener entradas, sigue manejando a las mujeres con mano déspota, conservando todo lo que lo hacía odioso, pero brutalmente sincero. Se esfuerza por mantener una relación con su hijo mientras mantiene otra todavía más intensa con la cocaína y es capaz de gestionar su servicio de “compañía” de alto nivel mientras le da vueltas a las posibilidades de una expansión a través del franquiciado. Spud es el desecho definitivo. Superviviente de una Europa que se cae a pedazos, ahogado en la pobreza, saltimbanqui de la química, desaliñado heredero de la working class hero de la que se alimentó la cultura británica de finales de los setenta, desde The Clash hasta el BritPop, desde los mineros en huelga hasta las camisas de Jarvis Cocker. Pero Spud, Spud solo tiene un perrito, un cazo para pedir limosa y un montón de adicciones mal curadas. Si no has leído “El artista de la cuchilla” no sabrás que Franco, que Begbie, se ha convertido en artista conceptual. Sí, el viejo psicópata que lanzaba jarras de cerveza desde la altura de un pub solo por empezar una pelea. Ahora vive en Los Ángeles

Pero todos hemos vivido con el recuerdo de Renton huyendo con la pasta. Su cuerpo delgado, el pelo rapado, caminando hacia el futuro. Con el dinero de sus amigos. Les dio el palo y, aunque en “Porno” las cosas se suavizaron con Sick Boy, el problema con Franco sigue ahí. Un encuentro, un choque, huesos rotos. De Amsterdam a Los Ángeles y, en mitad del vuelo, Mark y Begbie cara a cara. Pero el viejo Franco tiene dos hijas y una mujer fantástica, rubia y escultural. Sigue siendo peligroso. Más que antes. Porque ahora ya no lo parece. Uno de los mejores fragmentos del libro es la subtrama noir que mantiene el reconvertido artista con el ex-marido de su esposa, policía, más bien huelebraguetas. Ahí el mago Welsh saca lo mejor de su olivetti.

Y es que son entrañables en el patetismo, la toxicidad, la amistad del barrio. Dan miedo, dan pena, pero son ellos, nuestros chicos, los de los noventa, los de “Elige una vida”, los de “Lust for life” e Iggy Pop. Y, claro, Irvine Welsh que es capaz de usar sus distintas voces en cada capítulo, con maestría de clásico de la literatura, siendo pop sin canciones, cotidiano con tarjetas de crédito manchadas de farlopa y saunas con cámaras que graban para el chantaje. Vemos las escenas en nuestra cabeza, unas veces muy aceleradas por el speed y otras detenidas por el vino barato de la Navidad. Pero están allí. Y sonreímos. Y volvemos a sentirnos acompañados. Desde la final de la copa de la liga escocesa de 2015-16 hasta un festival en Berlín, con un Uber, un cargado de Mac y un trasplante de riñón utilizando tutoriales de youtube, da igual, son ellos, están por encima de la realidad y, a la vez, son parte de ella.

He vuelto a recordar qué era lo que me emocionaba hace treinta años. Yo nunca estuve delgado ni fui guapo, nada de droga por vena, fui a la universidad, acabé como un triste funcionario público, pero ellos, en su desastre, han sido iconos de la cultura occidental, están tan cerca que siguen provocando empatía. Quizá porque Sick Boy y yo cumpliremos el medio siglo con unos meses de diferencia. Y eso, al final, marca. Claro que marca.

Lo mejor que se puede decir de Señalado por la muerte de Irvine Welsh es que te deja con ganas de más. Te da pena que la historia de los chicos termine. Pero te anima a ir hacia atrás, no conformarse con las películas, ampliar la historia, el bagaje, leer las novelas, los libros de cuentos, indagar en los otros personajes que se cruzan, los que tienen sus propios ciclos literarios y vitales. Lo mejor que se puede decir de este libro es que me ha hecho reír y ser feliz durante los días que lo estuve leyendo. Y, aquí en Motel Margot, donde la lectura es una manera como cualquier otra de vivir, son palabras mayores. Libro del año. Sin duda. Aquí, ahora, lo firmo, con sangre. Gracias por todo, señor Welsh.

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