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LO QUE ME MATÓ de Fresquito&Mango (Sonido Muchacho/BMG,2024)

Llegan desde Zaragoza, Fresquito&Mango con Lo que me mató, editado por Sonido Muchacho, con un sonido de punk urbano, con electrónica chirriante, en una verbalización de los que lleva prometiendo la vida moderna desde el comienzo, desde la intro. No piden mucho más que un poco de ritmo, “Creo que algo está a punto de pasar”, entre la noche y la habitación hay un disco de Carolina Durante y otro de Los Nikis. Es un poco de anuncio de refresco de los noventa, cuando pensábamos que el azúcar con gas era lo único que nos despertaría, llega un poco de electropop de cacharrismo rítmico y un buen efecto de voz en “Cuerpo y sangre”, lujuria, perversión, final del amor en tiempos de Wallapop. Es un tiempo en el que uno se siente descolocado, pero también algo de autotune romántico llega en “Nube gris”, que podría funcionar como una versión 3.0 de los Duncan Dhu más melancólicos, aunque con ritmos latinos en mixtura macarra.

“Como un cartel de abierto en la calle” pitufa la oscuridad, la caída del sol, es un resumen con bombo a negras y sampleos de ladridos, que define las cosas que están sucediendo fuera de nuestra vida de reseñistas de discos cuarentones. El fraseo de “No estaba bien” me hace sentir que el amor que se vive en las calles de mi ciudad (digo mi ciudad sin vivir en Zaragoza ni saber si ellos están por allí, ámbar y Bebeto mediante) con un cántico de estribillo que se queda un poco alejado del más exigente juego de armonías vocales. Hacerse el valiente, ser un tipo solitario con la luz encendida, el amor en tiempo del teléfono roto y las historias de IG. Un pitillo y un poco más de rítmica sencilla, con ese punto de cumbia, de bailanta, en “Cara de lunes”. No hay códigos postales, hay cajas de ritmo que emulan lo que era y lo que quiere ser ahora. Un breve ejercicio de “Jazz de medianoche”; metales mediante, como si el chasquido fuera una máquina del tiempo, dándole al LP la perspectiva de cohesión interna, unos segundos y volvemos a los grupos de punk pop, a las máquinas bien entendidas, al sonido de teclado modular, piano de tecnopop y voces que uno duda de su cuestión de replicantes o de realidad, escuchas “Aire” y pasas a “Otro barrio”, donde lo que fueron Hombres G (y sí, hay que decirlo más), como esa actualización de los grandes de las que hablábamos antes. Quizá me perdí una promoción entre medio, a los chicos de Mediapunta, Ginebras y Las Odio, pero esa mezcla de guitarras y programaciones al filo del trap, o un piano afterpunk de “Ratas”, que nos dejan en la orilla lo que hacían Vetusta Morla o Love of Lesbian en los tiempo de los nuevos salvadores del pop español.

Es un disco desconcertante, con el desamor o la ausencia de compañía, un disco de rítmica desquiciada, un disco que ofrece, que pide, que regala compañía y pide varias escuchas porque el que diga que canciones como “Aunque ya no me beses” tiene un sentido de búsqueda de hit inmediato está confundido. Hay que darle una vuelta al pop, quizá el camino sea el correcto, pero yo, yo creo que me he perdido. Pero, al menos, me ha dejado sorprendido.

Volverme a enamorar de Russian Red (Sonido Muchacho, 2024)

Más allá del inglés, de los karaokes, las versiones, la untuosidad del disco en ropa interior, del corazón como una fruta madura y cercenada en mil trozos, más allá de la empatía que cualquier persona con alma lanzó hacia Lourdes después de la bravuconada del vendedor de pescado pasado, el ya viejo Nachín Vegas, fuera de todo aquello, de Jeanette, de La Bien Querida, de las nuevas compositoras llegadas de México o Argentina, ella ha estado aquí desde hace décadas. Sí, décadas ya. Y hoy, mañana, pasado, diremos que estuvimos el día que regresó, sin maquillaje, con una guitarra, con dos voces, las mismas, con coristas como hacía Leonard Cohen, con callos por su labor de baterista en directo. Es Russian Red y entrega un nuevo LP. En vinilo, retractilado, con canciones en español, editado por Sonido Muchacho.

Abre con «Me gustan todos los chicos», con una bossa nova de toques lounge, el mito de la devoradora de hombres, pero eso es sensual, no te quedas ahí: escucha la percusión, los efectos de las voces, la belleza del roce de los dedos sobre el nylon y los trastes, las fotos de Astrud Gilberto en los pósters de los chicos de su habitación. Como Cyndi Lauper quitándose los abalorios porque parecía un murmuro de gente al grabar. Ritmo engalanado, los coros que crecen, sabíamos que Sergio Pángaro había vendido su alma a todas las mujeres del mundo. En el crowdfunding Lourdes se llevó una parte. Llegamos las burbujas de «No entiendo nada», con coros inversos, entre Perla Batalla y Leonard Cohen, ahora es el turno de ella, con el frío… la electricidad va tan cara que habrá que meter los dedos en el enchufe mientras se jadea. Melón o sandía, en las guitarras acústicas de «Intelectual sexual» se mezcla el recuerdo de la siempre recordada Rosario Blefari con el aislamiento en la era de TikTok o IG. Era Carla Bruni pidiéndole derechos de autor a la última mujer de Gainsbourg, es Teresa Iturrioz dando tiempo a sus músicos para sacar los temas que les ha tarareado.

Conocíamos «This is un volcan», construida fonéticamente a lo Bigott, con esquematismo melódico y salseo de amor y silbidos. Llegó en un momento en el que el olvido estaba más cerca que el recuerdo y hoy, como una maqueta convertida en canción lustrosa, es parte del nuevo material. Tiene esa paleta entre bossa nova y nana que rodea al disco completo… pero más compacta, aunque sea por longitud. Mientras recita bajo el auspicio de las enviadas de las tabernas más profundas de Centroamérica, llega, como una Paquita la del Barrio postmoderna, para, en menos de dos minutos y con sinuosos teclados, percusiones y voces cruzadas, entregar «Una fresca». Un poco de electricidad rebosante, grillos y boleros, Gloria Lasso y todas aquellas minifaldas que se combinaban con chaquetas vaqueras, por si acaso refresca, en la noche de cualquier verano: las guitarras de «La última vez» son nutricias, el fraseo, con esa técnica que sobrevuela toda la grabación, con la multiplicación casi divina, de la voz de Lourdes, convirtiéndola en una banda angelical, siempre con un poco de maldad. Estamos hablando de Naivë, de Siesta, de todo el catálogo de canciones de la historia que han usado del Shalalal para marcar el paso del tiempo, para ponerle letra, sonidos más bien, al paso del tiempo. Más agreste es «Tus putos labios», se nota en la manera de masticar los versos, cierto punto macarra, que no resulta impostado, y esa música de ascensores convertida en no-wave hasta que entra estribillo y, entonces, es más tropicalismo, jazz ácido de aquellos tiempos donde lo más cool era Miss Moneypenny. El eco es lúcido y lúbrico a la vez (perdón por el uso del diccionario, pero a veces funciona). Terminar con «Yo me lo invento» en los tiempos en los que hemos recordado que Juan Antonio Bayona juntó a Tulsa y Jeanette en un videoclip de Bunbury puede que no tenga mucho sentido o conecte contigo, lector, pero, hazme caso… había mucho en aquella Jeanette, rabia y furia, amores asalvajados. Por eso este el nuevo comienzo, un corazón hinchado, a punto de reventar