Algunas palabras sobre Iluminaciones de Alan Moore

El maestro y la serpiente, la imaginación el hombre que construyó sobre Lovecraft y el liberalismo de Reagan la nueva cultura pop. Iluminaciones es una recopilación de relatos, textos de Alan Moore editados con gusto exquisito por Nocturna ediciones, alimentando el eclecticismo absoluto: abre con “El lagarto hipotético” donde el exotismo y la ciencia se mezclan en un juego de espejos en mitad de un mundo detenidos. Las raíces y la lubricidad deslumbran las palabras, ¿el jardín de los senderos que se bifurcan? ¿cirujía para el alma, nada de metáforas, solo una transformación fría? Hay países imposibles donde el pelo es la misma raíz de la personalidad humana. Digo que es atrevido porque los ecos de Jorge Luis Borges son claros y el cuento exigente para el lector. Pero estamos con Moore, con el mago, el hombre que maneja con sus teclas el destino del planeta, situando el centro donde el lo considera conveniente.

Así que “Ni siquiera leyenda” nos adentra en la manera de dejar pasar al terror en el instante más vulgar y cotidiano de la realidad. Al modo de Stephen King (sí, uso a King, sin miedo porque es el mejor y aquí Moore no se esconde, ya llegarán tiempos más complejos), describe los personajes con pinceladas cuidadas, desmotivados, atrapados en la rutina que la lluvia envilece: un grupo de devotos de las revistas de misterio, creyentes (I want to believe), sentados en círculo, como un extraño grupo de autoayuda que en vez de alcohol se alimenta del Chupacabras y los círculos de las cosechas. Entre medio, un nuevo folklore, Albión escupe nuevas razas de las que no has oído hablar nunca. Monstruos que siempre han estado allí o solo en la mente del maestro. Pete. Pete. Pete.

Y ahora sí, ahora el apocalipsis se fuma bajo el número nueve, hay bandas de punk llenas de gelatina, una mujer, una EVA al revés, series de televisión y San Juan disparado de metanfetamina. Jesucristo lo quiere llevar todo por lo legal, hacer factura de cada una de sus acciones. Killing Eve y “El cuento de la criada”. Pensamos en los Primigenios, en los Grandes Antiguos desde Providence y descubrimos que ya estaba todo en el último libro del Nuevo Testamento. Lo divino arooja también interpretaciones ciclópeas y el cristianismo (católico o anglicano) nos escupe, en las puertas del Edén, canciones de Bob Dylan, frases de románticos disléxicos y, si no fuera un hortera, aquel grito de Morrissey: “England is mine”. El cuento, por cierto, se llama “Ubicación, ubicación, ubicación”.

La improbable complejidad del estado de alta energía. La poesía primaria. La elucubración poética sobre la miniatura perfecta que surge de los elementos más básicos de los charcos, ahí donde los bosones cobran vida, donde el positrón es un es un habitante de la aldea que se oculta, ajena a lo universal, en el interior del átomo. Cuando acercas el microscopio las cataratas de Heisenberg más locura que paradoja, te impide ver, te impide estar, no avanzar más. Como un saxofón desafinado que toca Daniel J: cerrar tiempo y espacio en unas pocas dimensiones es como atrapar el agua con las manos, enfrentarse matemáticamente al número de granos de arena que hay en una playa. Todos tendemos, finalmente, al estado de menor energía (I hear only silencie now). Sed de cinética (juventud) y potencia (madurez), tiene que llegar a cero, un intercambio que nos lleva a la muerte, todo el camino previo se ha transformado, como la misma energía.

Quizá el más bello e imprudentemente onírico de los relatos del libro es el que le da título, Iluminaciones: famosos que no asumen su condición, todas las cuerdas que le ataban a la realidad están segadas, reventadas, solo les queda un recuerdo de nylon fino. Moore escucha una versión gótica de Coney Island Baby de Lou Reed mezclada con Big de Tom Hanks, una deforme máquina echadora de cartas, come , muerde, y, finalmente, se deja llevar por la excitación alcóholica. Esperando la aparición de un envidado de Midian (si no me siguen, busquen a Clive Barker y sus libros ensangrentados). Así que Moore te explica que, si el dolor es demasiado fuerte, si la solución es imposible, es mejor detener el tiempo, volver atrás, cuando el dolor ni siquiera existía. Pero no te asegura que puedas volver de nuevo al punto de partida. No serás más que unos restos de vidrio vacío en un bungalow prefabricado.

Y de pronto te golpea “Lo que podemos saber del hombre trueno”. Un ejercicio de estilo. Más que un ejercicio, un curso. Un cuento largo, una novela corta, una reflexión en tiempo real sobre la realidad y la ficción con el mundo de los tebeos de fondo. Con la industria de los tebeos, en realidad. Moore teclea con rabia. Moore teclea juguetón. Los capítulos se acumulan. Uno sobre otro. Todo unido a través de una mitología pop que no existe, pero que nos resulta terriblemente familiar. Agosto de 2015. Comida de guionistas. Gula. La gula no tiene nada que ver con la pasión. Los guionistas de tebeos, como usted y como yo, consideran su trabajo, trabajo.

Edades de oro, plata y bronce. Los escritores son humanos. Los que no lo son son los persojes. Intercambian sus vidas mediocres por anécdotas y un poco más de salsa. Una proposición imposible. Un origen y un destino de nitrato y compostaje. Rey Abeja, hipsters, beatniks, hippies, nerds, glam y punk. El rayo azul. Crear un mundo mejor que en el que vive uno. Eso son los tebeos. Y ese mundo podría ser nuestro mundo si estás leyendo esto. Lemuria y Wakanda. Ciudad Central. Bruno Díaz. Acabará facturando millones de dólares en películas mientras las grapas se desprenden.

Salto a 1959. La cocacola lleva cafeína y azúcar. Los tebeos se pagan en centavos. Los padres beben. Las madres fuman y toman centraminas para estar más delgadas. Si te pierdes solo debes seguir el olor a cerveza agria y cigarrillo barato del aliento de tu padre divorciado. Antes de la sofisticación de las librerías especializadas estaban los ultramarinos, los kioskos, los estancos, los lugares de intercambio, las portadas muy tocadas, sobiqueo del sudor del desconocido. Portadas satinadas que resisten, que contienen la magia en el interior. Cubetas a un euro, a un dólar, a un duro. Escapismo por unos pocos peniques. Alan Moore en Estados Unidos. Alan Moore soñando USA desde Northampton. Seriales en la radio. BUM. Onomatopeyas. Como nadie le ve el Hombre Trueno lleva una botella de whisky en la mano y antes de la siguiente escena se echa un trago al coleto.

Te hiciste mayor, volviste a 2015, conservaste tu colección de tebeos. Tenías más años y, entonces, compraste más tebeos. Unos años de interludio en los que te pusiste lentillas y le diste a los destilados y las sustancias y pensaste que eso te acercaría más a las chicas, pero no fue así. Conociste a una chica mediocre pero mucho menos mediocre de lo que eras tú. Tres años. Risas. Final de los noventa. Llegaron Liefeld y Lee, llegaron Warren Ellis y Gaiman. Y te diste cuenda que debías volver allí, al lugar donde nunca te debiste haber marchado. Pero ahora que tenías dinero no tenías sitio. Para compensar imaginas que tu vida es una película donde dos tipos guardan un muerto en el asiento trasero de su coche. Pero el muerto es una colección de tebeos y el guardia que te para es fan. Y le das una mordida, para que te perdone y todo está bien, el Rey Abeja, el Zumbido, el Hombre trueno.


Y el manejo de Moore es el de la literatura pura, puede grabar mensajes, recibir casetes de un loquero, identificarse con valores que no llevan a ningún sitio, realizar una proyección de los randes momentos del S. XX y S.XXI. Muerte, el hombre, el editor, la pornografía, el erotismo, la masturbación. El apocalipsis emocional, el espacio y el tiempo contínuo, cajas de clínex​​ con semilla seca. En el S. XX los nazis son gente expulsada, asustan a los beatniks y ante los planteamientos sencillos usan los tebeos para provocar a la gente en los recuerdos. O la convención, las publicaciones, los fanzines, la verdadera contracultura. El cine de ensayo, el olor a cerrado, las seriales de televisión de bajo presupuesto. Antes de las masas, antes del negocio. Amor puro por las historias planas. Worsley y Moskowitz aman al Hombre Trueno. Y su letra infantil. Porque la industria del cómic es, en cierto sentido, un microcosmos metafórico de la sociedad. Elijo creer.

En Luz americana Moore crea una falsa tesina, un momento de elucubración teórica sobre la Generación Beat. Con su maestría para crear un panteón completo, con sus conexiones con la realidad, mezcladas hasta hacer imposible distinguir la real de lo ficticio. Imaginen una biblioteca de Necromicones (perdonen la vulgaridad, pero cualquier lector de la obra de Moore, sobre todo cuando trabaja sobre la herencia Lovecraft sabe que la influencia de los beatniks en la transmisión del mal antiguo está muy presente, tanto como Borges o Lennon). Entre las décadas de los sesenta y setenta, en el Frisco mítico de luces doradas, los dioses egipcios hacen su aparición, Horus, Seth, Atem, con un guiño a Mignola y sus también iluminadas sociedades secretas de la época victoriana.

De Londres a San Francisco, una especie de paganismo o religión son donde la sodomía tiene el aplauso de Osiris e Iris y la decimocuarta parte del Dios, un pene errante. En hoteles y en vino barato, en centraminas y marihuana, Sal y Jack, los tóxicos beats frente a los aburridos hippies. Leo a Diane di Prima y en sus notas a pie de página aparece Lenny Bruce, con las marcas de jeringuillas en los brazos (Lenny y Diane y Bob ya han aparecido en este Motel). Busco al emperador de América, Norton, que nos recuerda aquellos reyes de Nueva York con los que pasaba el tiempo Muerte, la hermana de Morfeo (no olvidemos que su símbolo es el Anj egipcio).

Repasamos las conexiones con Michael McClure y su obra “The Beard” y, durante un instante, realizo dos viajes en tiempo, el primero a casa de mis padres, el pasillo donde estaba la colección Otros mundo, el volumen de EL ORO DE RENNES escrito por GERARD DE SEDE. Le pido a mi madre que me mande una foto. Luego un segundo, diez o quince años más adelante, escuchando de madrugada a Iker Jiménez, con las historias de Berenger Saunière, de noche, en la fábrica, de noche, con una mujer que no es mi mujer, una mujer que ahora no puedo recordar.

En otro libro, en el que acompaña a este texto, “Ángeles fósiles”, todo el mundo reclama a Moloch. Hablas del chicho de Hibbring, de Bob Dylan. Mi época favorita, con Mick Ronson, una araña de Marte al servicio de Rolling Thunder Revue, con Allen Ginsberg en los coros y las barbas y los bongos y las panderetas. Los dos visitando la tumba de Kerouac. Kerouac en la ultraderecha, como el cantante de Los Ramones y el líder de Albión en V de Vendetta. Al menos Bob Dylan conducía la furgoneta de sus músicos en aquellos días o, al menos, lo grabaron haciéndolo para el documental.

Hay un cierre, pero es un cierre de sombras y niebla, de Ricardo Corazón de León, de almas perdidas en busca de respuesta, sombra de Unamuno, no sabemos si son muertos o personajes en busca de autor. Todo es una elipsis temporal, una sucesión de cateterismo emocional, un camino insondable en el que Alan Moore, una vez más, nos lleva de la mano para soltarnos en lo más profundo de nuestros miedos.

De ahí salen las mejores historias. Cultura pop en vena.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Carmen

    Palabras que evocan recuerdos, sensaciones y estimulación de todos los sentidos mediante la lectura. ¡Qué maravilla!

    25 julio 2023 | 2:49 pm

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