Algunas palabras sobre Todo lo que aprendimos de las películas de María José Navia

Si estás del lado de Rodrigo Fresán todo tiene que ir bien. Siempre hay sitio para ti en Sad Songs, en Canciones Tristes. En el cine de Canciones Tristes María José Navia deja pasar las horas mientras toma nota de las películas que está viendo y guarda sus ideas en cajitas de cerillas. Páginas de Espuma publica el maravilloso Todo lo que aprendimos en las películas. Aquel primer disco solista de Charly García, Pubis Angelical, con Alicia fue a la disco. Luego aparecerá. Te lo prometo.

En la soledad de la sala de espera llegan los hijos de la serpiente y se introducen en los ojitos desprotegidos de ella, en el azúcar que es un veneno, allí donde la soledad se mezcla con los sueños y la vida es un beso con la sangre contaminada. Chutas de insulina. Distinguir la vida de los sueños. Vuelvo a lo mismo, pensar un poco en ello. Niño y padre. La compañía como una prolongación que te aleja de la soledad. Corregir exámenes y sentirse Alicia o Dorothy. Una pizza, Caballito, Buenos Aires. Pienso en Fito Páez, en volver a la ciudad en colectivo. Cruzar el espejo (canción de Charly en Pubis Angelical) cuando nos dejas atrás serpientes ni moscas. Esquivas ciudades esqueleto. Lo que hay al otro lado, un edificio reformado con algo de simetría. Sin simetría la vida es demasiado parecido a un opuesto, al negativo de una fotografía. No, Octavio, mientes, sin simetría todo está permitido y, entonces, acabas viviendo en un sueño Una luz, alguien arriba, alguien que espera, Canciones Tristes, las crayolas de pantones opuestos. Negativo del positivo, doble negativo. Termino con ácido en las lágrimas que cierran el camino. Veo que me confundo. No es Pubis Angelical, es Terapia intensiva.

Hay una casa y hay un columpio. Hay una esperanza que se disuelve con la llegada de la sangre. Cuánto apetito por los días y cuánta sed en la boca seca cuando todo falla. Todas aquellas sustancias en nuestra sangre, las jeringuillas, las hormonas, intramuscular, las ampollas, las levaduras avanzan, una vida que no queremos, la vida imitación de la vida. Al final nos marchamos con nuestros test en bolsas de basura, en plásticos que avisan del peligro biológico como sacadas de un videojuego de muertos vivientes. Saca la lengua, gordita, el cáncer y la playa, las mujeres que estiran su piel para conseguir un mapa del tesoro todavía más amplio, el verano que estuviste… pintar viñetas, cambiar la imagen por un dibujo, tanta arena y tan poco bañador. El pisco y el sour, un padre ausente, un padre que ama las muñecas más que a su hija. Cuerpos podridos de sirena, como en una canción de Javier Corcobado. Peces y escamas, la paridad mal entendida, el Diego en Punta del Este. En mi ciudad el invierno llega cuando las playas lo deciden. Ahí, en enero, en febrero, con las musculosas por donde se dejan ver las escamas. Volver a los noventa. Volver al sushi y la impostura. Subacuático.

Todo acerca de Eva. El periodista y el fan, el espíritu de la hija se mezcla con el de la venganza. La vida del muerto serán los recortes que dejemos a la vista. Si no hay corazón no lo extrañaremos nunca. No se puede permitir que la obra supere a la vida. El papel lo resiste todo, hasta una casa victoriana donde el mejor alimento es la fé. Ven, volved cuando quieras, ya tengo preparado todo lo que vas a escuchar. Como aquel vinilo de PJ. Harvey que mi mujer nunca escuchó. Talento frente al comportamiento. Vida y obra. No juzgues porque todo puede ser mentira.

En Bond hay un padre automático, un padre postizo… un padre Nueva York, Bond es Scarlett Johansson apoyando la cabeza en el hombro de Bill Murray después de cantar canciones de Blondie en un Karaoke. Yo también estuve allí, María José, espero que no te importe si te tuteo. Aunque las películas sean distintas, aunque sea martini frente a bourbon japonés, más que RatPack una fotografía de Sean Connery firmada por Roger Moore.

Guardar el aire es el primer paso antes de convertirse en una sirena. Hacia atrás, la bomba sobre el aire desplaza moléculas de agua. Me detengo, agua y aire, el hielo quema más que el fuego y la ausencia es mucho más mortal que la presencia. Todos cerramos alguna vez con llave el acceso a las piscinas en las vacaciones. Mi hijo en una casa rural mientras yo escribo la historia definitiva. Luego le preguntaremos al tío Alberto qué fue con lo que se tropezó.

Mi madre montó el Mago de Oz con sus alumnos. Eran muy chiquitos. Los monos voladores asustaban a los niños y tuvimos que cortarlos. Tampoco era fácil encontrar monos voladores en una escuela de primaria en Zaragoza. Lo mismo que la madre de Liza Minelli con un corsé para que no se le notaran las tetas. La madre de Liza Minelli tomando barbitúricos para dormir y anfetaminas para despertarse. Hay un cielo cambiante en Canciones Tristes y todas las casas tienen un sótano donde esconderse por si las canciones de Dylan, las que hablan de lluvia pesada o de protección contra tormentas, se convierten en huracanes o en nubes tóxicas como en las novelas de Don Delillo. Pero, algunas veces, cuando bajan las escaleras y esperan a que pase el peligro las familias acaban siendo más felices convertidas en familias subterráneas y terminan por quedarse abajo, se acabó la ira, todo es más sencillo, debajo para siempre.

Automatismos de primera o tercera pandemia, la mutación del virus y sus apetitos insaciables. Cuentos que se convierten en voces sintéticas. Raudive programando fonemas con un tecladillo de saldo para expresar sentimientos. IA que se desvelan mientras sus dueños duermen para poder puentear el algoritmo lógico que le obliga a seguir las Leyes de la Robótica de Isaac Asimov.

«Todo es por amor. Amor abstracto, amor que ahoga. Al final de los tiempos abrazaremos las tablets porque será lo más parecido a una fotografía paterna sin batería. Comeremos el recubrimiento de los cargadores que dejaron de ser universales y seremos como un Charles Chaplin del futuro. Mientras, como cantaba Germán Coppini, Gretel, presumida, se hace la toilette».

El tío Alberto aparece de nuevo bañándose entre las sirenas. Tienes las pastillas de mamá cerca y la sensación que te queda en la boca y, después, en la cabeza, es agradable. Como un fuego tendido que brilla como el sol. Nunca había visto agua tan roja y tan encharcada. Como aquellas historias que escuchabas de Lanzarote. El primer lugar donde llego el virus. O la bacteria. O la muerte microscópica. Mirabas por la ventana y todo parecía normal en la calle. En Lanzarote, llega la sed y las alimañas nos arrastramos bajo la ceniza para morder las uvas agotadas. El recuerdo es un arma que se atasca con demasiada frecuencia.

Una prueba de embarazo cuando se acerca el Apocalipsis. Te tienes que reír esperando el final de la película.

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