MADRID ME ATACA de Los Punsetes (Sonido Muchacho, 2024)

Vuelven Los Punsetes, vuelven con cuatro canciones, un EP rápido, salvaje, ochentero, de guitarras afiladas y claras: se abre con Madrid me ataca, una nueva visión sobre la ciudad como súcubo, sin contención alguna, más accidente que placidez, más escupitajo que abrazo. Extrañas teclas que pulsan el corazón del oyente, como el solo alérgico, la desesperanza. Hablamos de Dámaso Alonso pasando por el pop/punk de Las Chinas. Sigue con una especie de acercamiento al oeste con Un palacio con mis huesos, intencionalmente camp, sobrevolando la abstinencia emocional y dándole un recuerdo a la vida: no pienso dejar que me olvides. Conservados en un ámbar orgánico, la estructura ramoniana, con la excusa de un interludio mínimo, funciona con la voz de Ariadna Paniagua doblándose sobre sí misma, voz y cuerpo, en un sobre camino de la eternidad.

Un EP como los de antes, a peseta, cuatro temas, aliento barrial, satisfacción inmediata: Tin/Tae es un directo al alma que sobresale, culpable, agrietado por la sección rítmica que está más en la zona de Amigas íntimas o de Fin del Mundo… para acabar con una percusión picada, épica, agujereando la zona de donde lo bello se pudre, humus de desconfianza, Todos los lugares, es más pop, pidiendo paso hacia bandas como Primas hermanas. Un aperitivo, una venganza, un momento de catarsis, Madrid y Los Punsetes, un regalo para los que vivimos en el limbo de lo analógico. Celebremos a Los Punsetes y a Sonido Muchacho por permitirlo.

Algunas palabras sobre Madre de corazón atómico de Agustín Fernández Mallo (Seix Barral, 2024)

No veníamos aprendidos. No veníamos preparados. No sé el porqué de usar el plural, Octavio. Di la verdad. Te has encontrado un libro que tú hubieras querido escribir. Di la verdad, Octavio: estás escribiendo este libro. Padre e hijo, hijo y padre, paralelismos y casualidades. Pero Fernández-Mallo tiene un punto visionario y tierno que nadie en varias generaciones podrá alcanzar. Es una ecuación diofántica, con solución entera. Así, sin más. Una terna pitagórica, donde la paz la da la construcción de los números enteros. Escapa, otra vez, de las sucesiones convergentes para definir el amor y los números reales, infinitos, como la arena que se desliza entre los dedos de Borges. Hoy, esta tarde, mañana, escribimos en Motel Margot sobre Madre de Corazón Atómico (después de haber abierto una habitación para Agustín hace unos meses aquí mismo).

El 25 de febrero de 2024 mi padre estaba en una habitación de hospital. Después de dos infartos navideños y varias semanas en la UCI. Esta vez no había imitado la enfermedad de mi amigo Sergio, esta vez era obstrucción y olvido. Pero resistió. Y así, me imagino su voz diciéndome que tenga cuidado con la mayonesa en verano, en un chiringuito de Salou, que la muerte acecha en forma de salmonelosis. Agustín escribe sobre la Tierra Plana, sobre cómo termina el mapamundi, una hoja que se tiene que doblar sobre el atlas regalado, atravesada por un lápiz, como en las películas de ciencia ficción cuando quieren explicar los agujeros de gusano. Agustín me devuelve a una película que vi de crío, en un cine de Zaragoza, sobre un vikingo que lleva al borde del mundo. Agustín me deja más cerca, me deja en los tebeos de James Tynion IV que no consiguió terminar, superado el primer tomo, me quedan el dos, tres y cuatro de El departamento de la verdad. Allí el final del mundo está en el polo, norte o sur, da igual, con una inmensa pared de hielo: “Los años han muerto, pero al tiempo no le ha pasado nada”. Emociona, y mucho, a los que seguimos en la encrucijada, en el instante de dejar de ser hijos y convertirnos en padres. Cuando alguien muere el tiempo finge seguir su curso como si no pasara nada.

Agustín Fernández Mallo utiliza las casualidades, los paralelismos, los instantes repetidos en el tiempo (los llamará, con una risita topológica, “Puntos de acumulación”, y tendrá toda la razón). Entre 2010 y 1967 o viceversa, las vacas de Kansas (no me digas que no has pensado en el Mago de Oz y los chapines colorados) mientras suena Space Oddity. La muerte de David Bowie es una muerte que no sucede. Cuando fallece tu padre te atraviesa la sensación de ausencia definitiva. La de Sergio, la de Félix, lo mismo. Puedes buscar en sus libros, en tus recuerdos, pero no es suficiente. Pero la de Bowie o la de Cohen, la de Cerati o Spinetta, no suena a una muerte de verdad, porque nunca estuvo del todo vivo ni del todo muerte, es una presencia/ausencia, una dualidad onda/corpúsculo.

En la novela que estoy escribiendo, la que, en realidad, estoy corrigiendo, Interino, una de las escenas recuerda las cintas TDK fechadas en 1981. Unas cintas que, en la cara A, tienen marcado Niño y en la B, Golpe. Por un lado mis padres intentando que cuente del uno al diez frente a un grabador, que repita los colores y deletree mi nombre, en la otra, la grabación de la retransmisión radiofónica del intento de golpe de estado. Agustín encuentra otras cintas, las mismas cintas, registradas seis años antes, en 1975. Y entonces pienso si durante aquellos tiempos analógicos los recuerdos, las palabras entre niño e hijo, esos registros magnéticos, orgánicos y carnales, son más escasos, menores cuantitativamente frente a los gigas que he registrado de mi hijo pequeño, fotos y vídeos, todo. Una información que nunca revisaré en profundidad, que no memorizaré, que no serán únicos, como aquellas que hicieron nuestros padres. Recuerdos decisivos, intensos: “memorizables”. Hemos ganado en espacio de almacenamiento, pero hemos perdido capacidad de retención.

Agustín recuerda el momento en el que su padre deja de reconocerle. Montado en un avión. Vuelvo a Rodrigo Fresán, en su último libro, vuelve una y otra vez a la idea de “Punto de no retorno”, ligado a los viajes de aventuras, al océano y al Ártico, cuando el combustible solo permite seguir hacia delante, llegar al final. Y Agustín va en un avión, y escribe en el reverso del billete, como lo haría en un ticket, una factura o una declaración de la renta, lo que le permite fechar y registrar el estado de ánimo a través del consumo, es un GPS físico y emocional a la vez.

Padre y Madre, juntos en un principio Heinsebergiano, aquel que te dice que no puedes conocer a la vez la posición y la velocidad de un electrón porque en el momento que lo iluminas el fotón lo desplaza. Se acabó. No puedes conocer el estado de una de las variables sin destruir la otra. Es bello. Mamá y papá. Uno y otro, unidos como plastilina de colores en manos de un niño. Y otra vez Fresán, Octavio, sí, él me ha devuelto a Wittgenstein, una y otra vez. Como Agustín. Como los pezones. Pero imaginar la clase de lógica con el pobre Alan Turing, que no sabe que muchas décadas después Hidrogenesse grabará un disco entero sobre su tragedia. Turing enfrentándose a los bots que nos atienden en aliexpress, a los labios y el cuerpo de Sean Young en Blade Runner. Ojalá las casualidades no se detuvieran nunca, Agustín. Porque he empezado a preguntar a mis maestros por los libros de Álvaro Cunqueiro y a darle vuelta al personaje que se llama Fernando Arrabal en la última novela de Diego Trelles. Si no quieres, aquí nadie hablará del padre Murphy. Es tu reseña. Aunque hable de mí. Es por no hacer lo mismo que todo el mundo. Que, además, lo hace mucho mejor.

Cuando murió mi suegro, era el curso 2011-2012, encontré un montón de cajas con revistas de caza y pesca. Aquella gente, esos hombres, sabían valorar una entrega mensual. Cerrar su perspectiva, concentrarse. Es como la habitación 405. Como un coche familiar y un paquete de galletas Artiach. A dónde vamos con eso, pues es sencillo… creo, imagina un recuerdo concreto. Bien, lo tienes. Es un equipo ciclista muy humilde. Eduardo Chozas corriendo su último año. Imagina ahora el tiempo anterior a las Oreo, agarrar una de aquellas Artiach de nata, quitar la parte de arriba, juntar un par con su crema. Maravilloso. El recuerdo es un papel intermedio en la Guerra Civil. La verdad es sentirse decepcionado por los dos bandos. Abuelos, alcohol y pobreza. Humildad más bien. Y algo de dream pop.

Casetes en el coche, ver la lluvia. Bajo al local para buscar mi ejemplar de Mazurca para dos muertos. Y no la encuentro. Hay ediciones y ejemplares de Mrs Caldwell habla con su hijo, Oficio de tinieblas 5, La cruz de San Andrés, Madera de boj, Rol de cornudos, Viaje a la Alcarria, El bonito crimen del carabinero y otras invenciones, Pabellón de reposo, La familia de Pascual Duarte, La colmena y San Camilo, 1936. Será el calor. Escribo a Juan Luis, le pido una foto de su ejemplar. Sigo escribiendo: “Llueve con infinita paciencia”. Aquí, en Ateca, esperamos el agua y, luego, la detestamos.

«Un padre y un hijo cierran su contrato vital con un chocolate con churros, con un “hambre teórica”, los dos solos en un bar. Esa factura. La del dulce y el churro, calientes, de mediodía, de parte tarde, son como los billetes de avión de los que hablaba el autor unas páginas antes. Esa factura resuena un hecho, una herencia, pone por escrito: “Consolida la particular relación de una vida”.

Pienso en Agustín Fernández-Mallo en Mallorca. En una casa con aljibes y árboles. Con fantasmas, borbones y descendientes de Robert Graves. Pienso en mi hijo, el segundo Román, el tercer Román más bien: el primero el que habita en la canción de El Niño Gusano y el segundo es Román Piñá, clásico y temerario, que me escribe y me envía los libros de Sloper. Compro uno de tus primeros libros, Agustín, y lo guardo para el verano. Román siempre será Mallorca, como también la tienda de discos donde compré el vinilo de Azul Eléctrica Emoción de La Granja. La Granja que había publicado un par de discos en Grabaciones en el Mar, el sello de Pedro Vizcaíno, el que editó todas las referencias de El Niño Gusano y los primeros temas de La Costa Brava. Luego volveré a La Costa Brava. Porque esta es una reseña de recuerdos y de casualidades, la gasolina dopada que mueve al mundo.

He bajado también a por un libro de historia de las matemáticas. He encontrado uno de Alianza. El Tipler lo vendí hace tiempo. Con lo que saqué invertí en figuras de acción de la Guerra de las Galaxias. Están dentro de su caja. Es un plazo fijo, la herencia para mi hijo. Se revaloriza más que el oro. El libro es del grupo Bourbaki. Matemáticos salvajes escondidos tras un nombre colectivo. Recuerdo en los temas de la oposición que aparecía la Conjetura de Poincaré. Recuerdo que, mientras estudiaba, uno de los cursos, aquel matemático ruso que parecía Charles Manson la resolvió. Pasó de hipótesis a teorema. ¿Tiene algo que ver con la vida? De deseo a carne. De proyecto a realidad. Aquel ruso que vivía en la indigencia postsoviética, con su madre y alimentándose de pan negro. Un libro de topología que compré en un rastro dominical junto a las escaleras de la Catedral de Tarragona. Ahí está, en el primer capítulo, la definición de bola. Bola abierta o cerrada, punto de acumulación. Luego tú vuelves a ello. Me relajo en la construcción axiomática de la vida. No quiero sistemas completos, me conformo con algo de música, pasta con tomate y queso y algún tebeo de superhéroes.

En febrero de 2012 la muerte rodeaba a tu padre. No habría más avisos. Mi suegro moriría por esas fechas. Para superar la tristeza nos fuimos a vivir juntos, mi mujer y yo. En el piso, las cajas rebosaban de almanaques y discos de vinilo, y apuntes, muchos apuntes. Estábamos tumbados sobre una esterilla, Félix había fallecidos unas semanas antes. Aquellos días la muerte vino con hambre atrasada. Tú estás en México. He bajado a por libros de Jorge Luis Borges. Algunos no los había guardado todavía porque los fotografié para el artículo de Rodrigo Fresán. Otro, el del libro de las arenas, lo he recuperado. Este curso hemos hecho una actividad con los alumnos de cuarto de la ESO, relacionando la construcción de los números reales con el infinito y las arenas, con la Biblioteca de Buenos Aires y, sobre todo, con el final de Indiana Jones y el Arca Perdida. Esconder un libro en la Biblioteca de Buenos Aires es como guardar una caja idéntica entre cientos de cajas idénticas en un almacén perdido en el desierto de Nevada.

«México. México y no Argentina, el DF y no Buenos Aires, es lo que alimenta a Rodrigo Fresán. Y tú, allí, con Mario Bellatín, con parábolas de Borges y fotografías de la auténtica columna de Simón del Desierto. Luis Buñuel, boxeador y alcohólico. Luis Buñuel firmando fotos de Salvador Dalí como hacía Roger Moore cuando le pasaban estampas de Sean Connery para que firmara un autógrafo.«

Agustín habla de cómo los muertos humanos son capaces de transmitir una epidemia: los virus, las bacterias, todo en la bolsa de los recuerdos. Es como si todo, la vida y la muerte, fuera un camino hacia la colección, el recuento, figuras y cromos, libros y discos, soportes físicos de imágenes y sonidos: “Ya nadie se llamará como yo”. Qué es lo que pensé que mi padre no haría nunca más aquellos días en los que salía del hospital, un hospital que estaba muy cerca de su casa, no daba tiempo a pensar. Sí que recuerdo el lugar donde estaba cuando murió Lennon o el 23F. Y si no, para eso están las cintas de casete. O vuelvo a Fresán, claro, a Wittgenstein.

Nombra a Pere Joan. Compré en la Cuesta de Moyano la versión gráfica del proyecto Nocilla. Estaba muy barata. Compré también un libro de Cela. Uno de los libros que he nombrado antes, entre los que no está Mazurca para dos muertos. Luego descubrí que ya lo tenía. Que ya lo había leído. Por la cita inicial: «A los mozos del reemplazo de 1937, todos perdedores de algo: de la vida, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia. Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie les había dado vela en nuestro propio entierro.» Ese mismo día, en la Cuesta de Moyano, encontré uno de mis libros y, también, de alguno de mis amigos y amigas, zaragozanos. Libros humildes de editoriales regionales. Alguien había hecho expurgo de su biblioteca aragonesa. Luego la gente de Autsiders Comics me envío un ejemplar de Neocaos de Pere Joan, el mismo día que mi amigo Jaime Oriz inauguraba su exposición sobre la ciudad, con elementos de sandbox y fractales, como un videojuego de mundo abierto. Sigo leyendo el álbum. Sigo emocionado por las casualidades.

Como la de nuestro verano en Astorga. Justo al lado de la casa de los Panero. Encontré un par de palomas muertas en la terraza que daba a la catedral. Llevaba en un usb “El desencanto”. Nos pusimos a verla. Estudiábamos y le guardábamos un lugar a nuestro hijo ausente. Durante años pensé que mi abuela había sacrificado los perros que le regalaban en el pueblo, las camadas de las que no podía hacerse cargo y que lo hacía llevando a los cachorros al río. Y que mi tío Rafa se burlaba de ella por llevarlos metidos en una caja de zapatos con agujeros, para que no sufrieran en el camino hacia el sacrificio. Aquel día, frente a la tele, con el calor del verano en Astorga, embrutecido y descartado para un cierto tipo de vida, me di cuenta de que la anécdota no tenía mis apellidos. Felicidad Blanc y Michi eran mejores protagonistas. Estás en Astorga, escuchas el eco de la tos de Luis Rosales. Un gato, un padre, tres hijos. Dos películas.

Y en un mes en Iowa. Entre La Coruña y Mallorca, de pronto una vida de viajes y entrevistas, estar lúcido frente a los periodistas, ofrecerles un buen titular en cada ocasión. Encontrar en fotos algo parecido a tu relación paterno-filial. Las vacas de Kansas. 1967. Un hijo y un padre, encontrar en las antigüedades algo que sea parte de la lista de otro, la lista que tú tenías, el maxi de Golpes Bajos con la portada de Ceesepe, quizá, en mi caso, el Tipler (que vendí hace pocos años y con el dinero me compré unas figuras de acción, para mejorar la herencia de mi hijo) o, claro, El hacedor de Borges. Recuerdo el día que apareció en las estanterías. Recuerdo que pensé que tenía que comprarlo, recuerdo, todavía más, el día que lo sacaron de las estanterías. He estado buscando entre los antiguos Zonas de Obras y he encontrado una entrevista, un texto en el que alguien te preguntaba por los remakes, las revisiones, el amarillo…

Recuerdo, otra vez, parezco Perec (con perdón), a Eloy y a Agustín en 2008 en Zaragoza, con el espectáculo de Afterpop, con Agustín arrancándose a cantar un tema de The Smiths sobre una especie de karaoke. No sé si fue el mismo día que acabamos en La Casa Magnética, cuando estábamos todos los afines, como en el tema de Frida Laponia, y nos daba vergüenza hablar con Fernández-Mallo. Acabé regalándole un EP de Experimentos in da notte, el primer cedé de mi proyecto de spoken word.

13 de diciembre de 2008

Y pensar en Sergio Algora que pasó de todo y se quedó en su bar. Y yo, mirando un día sí y otro también, el blog “El hombre que salió de la tarta” a ver si comentaba algo de los temas del disco. Y cómo se parecía aquel nombre de blog a algunos de los temas de Sergio con El Niño Gusano. La Chica Que Salió De La Tarta, El Chico De La Noria Hecha Con Pelos De Colores, El Hombre Bombilla, La Mujer Portuguesa o El Fabricante De Alas De Mariposa. Eloy y tú por los USA, persiguiendo al hombre del millón de canciones, Magnetic Fields, atrapados por el dream pop de Beach House. Volviendo a Sergio, otra vez, Merrit y Victoria Legrand eran las voces con las que nos recibía el Bacharach, al abrir, con la tarde y el sol de Zaragoza, antes de que comenzara la fiesta, era la banda sonora de un bar que desperezaba después de la siesta.

La sangre y la garrapata. Un aeropuerto. El insecto que recoge el ADN, una especie de transportista de recuerdos codificados. Un 0-3, los recuerdos que solo existen si se los guarda, algún texto, en el relato, en el cuento de los demás. Volvemos a la potencia de lo analógico vs lo digital. Cualitativamente superior. La topología de la vida, el punto de acumulación, el radio de la esfera, intervalo abierto o cerrado, corchete o paréntesis.

Noche, caminar, ir hacia un lugar seguro bajo el frío, la familia, qué puede ser, un pitillo, pueblo de una madre, unos tíos, unas tostadas, nada de After ni de Before. Es una urna llena de cenizas. Los enlaces de las moléculas se han roto. La fragua es como una plastilina, varios bloques de plastilina mezclados. Las cenizas ya no permiten la separación por decantación. Ni aquella extracción de aceites usando líquidos orgánicos tóxicos, evaporación y final. Saber que las empresas de café ganan más dinero con la cafeína que sacan del café descafeinado que con la venta del café dopado. Y llega la segunda garrapata. No para sacarte más sangre: PARA DEVOLVÉRTELA.

ABSOLUTAMENTE DESPUÉS: cada uno ve una imagen, cada uno en un mismo estadio, cada uno en la misma posición, acabará reconociendo la vida de su padre de manera diferente. No sabemos si es un hombre distinto. Si necesitaremos construir un diagrama de Venn y quedarnos con el conjunto intersección. Ese será nuestro verdadero padre. Ese es el encuentro de la familia y los amigos. El que muere y el que ve morir, es un mismo acto, sencillo y trágico. Pero, como dice Fernández-Mallo, el que más sufre es el que sigue vivo.

El libro acaba siendo protagonista. Enhebrado en su momento. Cambiado y mutado, permutado y iterado. Acabar en lo orgánico. La muerte consume y hace desaparecer la carne. Pero la muerte, no es más un proceso digital: si pensamos que es el alma lo que se marcha, lo que se evapora sin claro, entonces es un proceso sin masa, un neutrón tramposo, algo que llevamos mucho tiempo sabiendo que está ahí, pero solo podemos aceptar su existencia por el hueco que deja entre otras partículas.

Y, al final, como no podía ser de otro modo: un libro sobre un padre es un libro sobre la madre. Perdón por estropear el final. Gracias.

La fiesta que me prometiste de Emilia, Pardo y Bazán (Lunar Discos, 2024)

Comienza La fiesta que me prometiste editado por Lunar Discos, segundo LP de Emilia, Pardo y Bazán con «Electrodomésticos» con esa inquina semántica que solo las guitarras eléctricas, Wim Wenders y un after, cuando el sol es el enemigo en la playa de Samil. Un fraseo que transmite más que las palabras en sí y una magnífica voz de Paula García (en un segundo plano que es tan sólido que duele, como una sustancia que en vez de euforia produce pasión). Impactado por un comienzo salvaje, seguimos escondidos en Canciones Tristes, la ciudad que fundaron entre Rodrigo Fresán y Lou Reed, en un relato de costumbrismo en «Nube kinton». Y el comienzo sintético, más pop naif de «Treinta metros», que aporta medio punto de luz. Las armonías vocales son lo mejor que he podido escuchar en años en el pop español, sea lúdico o sea tóxico… llega un punto rumba (más Iván Ferreiro) y algo de crítica social, es una paleta delicada: «Preocúpate mañana». Estamos en una celebración casi peronista, por el tono decadente y auténtico.

Sonido fronterizo en «De rodillas», un poco Nachete, un poco Jorge&Pau, algo así como cuando éramos más jóvenes (no es complicado): si hablas de otras canciones la tuya siempre gana algo. Un poco de trepidación, cuando no sabíamos que nuestros grupos favoritos acabarían en los festivales, una y otra vez. Seamos realistas, ya iba siendo hora que las bandas dijeran la verdad, en estos tiempos se mezclan los besos con las pastillas con receta y necesitábamos una banda sonora para eso. Recuerdo el clonazepán de Andrés y el Lexatín de Fito, hoy tenemos los problemas del primer mundo delante de nuestras narices (con perdón): «No merece la pena». Más manido resulta el desarrollo de «Me derretía», pero es que llevamos una serie de canciones de matrícula de honor. Hacía tiempo que no encontraba algo que me pusiera dura el alma, no sé si es cuestión del momento o del arreglo, del tema o de las voces, pero este material es muy bueno. La pesadez del sur, con «Quatar 2022», situado en mitad del final del mito del Diego, desde el cielo, señalando hacia el momento en el que no sabes a quién has prometido ganar. Si antes habían incursionado en la rumba, este amago de ventilador eléctrico que es «Esos mensajes» me trae al Sr.Chinarro más folklórico (incluyendo el momento «Del montón»), pienso en los poetas, a los que vuelvo, más allá de Madrid: Pablo García Casado, Elías Moro, Isabel Bono. Estamos todos en el mismo barco, cada día más maduros, creyendo en la divinidad de Deneuve y los primeros discos de Danza Invisible. El final, con «»No es que no quiera despertar, es un atómico devenir hacia la explosión, el invierno nuclear, que traerá narcóticos y desamor, pero, mientras tanto las percusiones suenan como mecanismos abruptos y las voces, una vez más, son mesiánicas sin quererlo. Así que voy a creer en ellos, en ellas, en este maravilloso encuentro con Emilia, Pardo y Bazán

Algunas palabras sobre Amanece en ciudad despojo de Mario Rivière (Editorial La Felguera ,2023)

Sumergirse en la Ciudad Despojo es como atravesar la dimensión desconocida… tan familiar como una sesión doble, como una película de madrugada, Noche de lobos, punk rock enamorado de la una muerta viviente, productos químicos y satanismo. Electricidad y desviantes. Un tebeo pulp, cancerígeno, tóxico y delirante. Es justo lo que necesita un cuarentón para sentirse vivo. Editado en la magnífica colección Artefactos de la editorial La Felguera, nos adentramos en el Motel Margot, con sus páginas en la mano, con el recuerdo de un Necronomicón de saldo, pillado en un tianguis, junto a una maqueta de los Goblins y otra de Alma y los Cadáveres.

Vamos y venimos de Ciudad Despojo, más Salem´s Lot que Castle Rock. No, no es cierto, te pases de listo. Mario retiene en sus páginas todos los monstruos desviados de la cultura pulp y les deja moverse por las calles de Ciudad Despojo. Todo lo veo, lo leo, lo aseguro con la valentía del demente. Es parte de la radioactiva vía familiar que heredo de Mantra, donde se mezcla Kalimán (el hombre que venció a Galactus) y Godzilla. Pienso en Poison y en Lux, escribiendo Surfin dead para la banda sonora de The return of the living dead. Pienso, claro, en meterme un toque de 2-4-5 Trioxin.

Una cinta pirata, un casete que registra los cánticos que animan a la metamorfosis de degenerado en anfibio junto a la orilla de las frías playas de Providence. Un detective que conoce en qué parte de Siberia tienen retenido a Dios y nos hace pensar si el incidente de Tunguska fue el intento de rescate fallido por parte de una de turba de ángeles borrachos. ¿El Espíritu Santo reza a El SANTO o es EL SANTO quien lleva una estampitas de la tercera pata de la mesa?

Un desahucio infernal, volver a Stephen King, bebiendo colutorio y mirándose en el espejo de su caravana, donde le pide a Richard Bachman que escriba un reboot de Thinner pero inspirándose en las cremas faciales para hombres. Un cementerio que lixivia hacia arriba los restos humanos, brujas de la rumba y el maestro Furillo haciéndose carne inmortal, demonios variados y varados, la maldición: “Más delgado, más crema” y una mosca, elige entre Cronenberg o Langelaan. Se echa colonia, se bebe el aceite que segregan los insectos-mascota de William Burroughs.

Escribo y leo, escribo y escucho punk, garaje y psicobilly. ¿Es la resolución del fascismo un superhombre con mallas y antifaz? Ya lo dijo Grant Morrison y Alan Moore. ¿Qué más queréis si os lo he quitado todo, lo bueno, lo malo, lo real y lo inventado? No puedo dejar de pensar en el gran maestro zumbado, el Dr. Alderete. Es grande, como lo es Mario, todo lo habéis hecho por nosotros. La autoridad está en la casa. ¿No estáis tranquilos? ¿No queríais ser felices?


Una figura abierta de André el Gigante, el blister roto, una imitación, un bootleg, cientos y cientos de jarras de cerveza para olvidar los dolores en las rodillas. El descenso al infierno ochentero, el hambre y los tebeos baratos que ofrecían en las páginas de anuncios las posibilidades de, a cambio de un sobre, unos sellos y un poco de paciencia, obtener a vuelta de correo unas gafas de Rayos-X o un programa específico de musculación que te convertiría en Atlas. Pasar de abusado a abusador. Lentes antisufrimientos, arráncate los ojos, tú y yo en la Ray Milland Band.

Un agujero que vomita sobre el estático <strong>Charles Burns y usamos la trepanación para mejorar nuestra relación con las distintas bandas tributo a Egas Moniz que interpretan temas de Polansky y el ardor. Mis venas arden, tengo un pasajero, dentro de mi cuerpo. Vamos a llevarnos bien, por favor.

Ciudad Despojo como destino vacacional. Una Ciudad Esqueleto construida con las cosas que la gente pierde u olvidad: figuras, calcetines y niños pequeños. En la oficina de turismo el folleto incluye imágenes de Ultraman y los gemelos Bang-Bang.

Sin amuletos, FM sin anuncios, elige el nombre, Alberto Calabria. Trazo del abismo, comerciales dementes, a diez centavos, ahora contrarrembolso, solo pagas cuando te llega, con que uno funcione el final habrá llegado. Aumento de los sentidos, volvemos una y otra vez a Están vivos de John Carpenter. Esas gafas de sol de los ochenta, ese peinado, ese corte de media melena por el cual merecíamos ser conquistados por los aliens. Todo está ahí: un lector de mentes, la hipocresía que nos salva de la locura, los cuentos desde la Tumba, otra vez Alderete, perdón si me repito, también las historias del Monográfico, en blanco y negro, grapadas, que nos bajábamos a base de chupitos de bourbon porque no nos daba para el cubata. Los fanzines de Subterfuge, todos, los que mostraban granos purulentos con vida, pobre cabrón, un theremin y unas guitarras desafinadas.

Amanda Lou es el faro de Occidente, como Nacho Vidal, quitándose de la falopa lamiendo el veneno del sapo bufo, ¿qué podría salir mal? Enemigos de las tinieblas, la Sociedad de la Injusticia: más anuncios, envíe el sobre con su alma en billetes, en bonos, en sellos en circulación, y recibirá locura trucha fabricada en un país extradimensional. Made in Lemuria. La batalla entre Krom y Dios (el Dios chungo de los tebeos de Vértigo, crudo, vengativo, judío seguramente). Pero Krom es como Snake, como Charles Bronson, como Ziggy Stardust enfarlopado. No lo para ni Dios (perdonen por una broma tan mala).

Y el final, los vecinos, la llamada en la puerta, el sueño vívido, quién no le da vueltas a su vida tumbado en la cama. Hay tanta gente a la que clavar un cuchillo y tanta pereza. Mañana madrugo. Mañana sigo leyendo. Mañana habré terminado de leer esto. No te daré la bienvenida. De Ciudad Despojo no se puede salir. Pero acércate, lo disfrutarás.

Plora aquí de Ferrán Palau (HIDDEN TRACK RECORDS, 2024)

Como una mezcla entre el primer David Bowie que cantaba a los gnomos y el Adriá Puntí en solitario, dándole al flow un poco de bossa nova que deja lugar para el humo de planta, escuchar las burbujas que se mezclan con la percusión y las guitarras de S’estenen flors es suficiente. Seguir con los acordes minimalistas de M’encanta, que van creciendo conforme se añada la pandereta, la percusión, los rebotes de la vita, en un compacto griterío de celebración. Sus canciones con sello propio, sus estribillos que van y vienen son imbatibles, una nueva revolución en la escena, con una mezcla de Jorge Drexler y Pau Riba.

Si escuchas Aquí no hi ha truc te das cuenta que estamos ante un orfebre de la composición, parece abandonar la guitarra de palo y construir con fonética y electrónica la base del tema. Imagina un compositor que desgrana folk oscuro, la psicodelia esquemática y la música coral hecha frente a un espejo, Dinosaures es la respuesta, con las chispas de juguete de Pascal Comelade, los silbidos, las armonías vocales que se deslizan entre los pajaritos en Fil d’or, nos trasladan a un lugar donde siempre se está terminando el verano, pero nunca llega el otoño. Ese es el camino, el comienzo y el final, un solo segundo, “Un segon”, lo suficiente para escribir y buscar la salida, para amar la base programa, que te pide volver a escuchar a gente como Triquell o Sen Senra.

Un abanico de recursos infinito, un millón de plumas que se abre sobre el que se acerca a la obra de Ferrán Palau. Cualquiera puede encontrar su espacio favorito entre la muy disfrutable promiscuidad estilística que ofrece Ferrán Palau en este “Plora aquí” editado por HIDDEN TRACK RECORDS.

Algunas palabras sobre A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana de Fran G. Matute (Athenaica,2024)

Una larga carta, una carta de intensidad abrumadora, una profusa recopilación de datos y anécdotas, nutritiva y emocionante. Eso es lo que ofrece Fran G. Matute (que ya ha visitado este Motel Margot en otra ocasión) en este tomo editado por Athenaica. Una revisión de la existencia (vida queda un poco escaso) de Quico Rivas, un elemento fundamental para entender la contracultura española, el paso de la oscuridad a la modernidad, los años de oscuridad transitoria ante el neón artificial de La Movida. Leer, aprender, emocionarse. Todo en uno.

Fran G. Matute utiliza la belleza espiritual de lo epistolar para ofrecernos una visión completa de la figura del crítico, poeta, agitador cultural… Quico Rivas. Un hombre heterodoxo, un tipo que era un equipo múltiple, polivalente y comprometido, un artista fugaz e intenso. Leer sus comienzos como valiente crítico de arte en su Andalucía, fagocitar sus andanzas por la misteriosa Cuenca, plena de collages, sus primeras colaboraciones en los diarios… encontrarse con su poesía, olvidada, apartada, hermosa: “En la ciudad/siempre a trasmano un lugar/reservado tras los almendros/allí van a morir/salvajes y tiernas/las muchachas en flor”.

Su salida de Despeñaperros. Su huida hacia delante. Capaz de realizar una acción comunista en la casa natal de Velázquez mientras desaparece una obra del grupo Crónica, sus contactos con el grupo Trama (donde José Manuel Broto y Federico Jiménez Losantos hacían sus pinitos como teóricos de la psicología y el arte antes de la fundación de la mítica Diwan) nos ofrece una perspectiva global que permite distinguir las mentes más avanzadas, las primeras luces en la gris oscuridad heredada por España.

 

 

El psicoanálisis y el marxismo como los habituales focos del desengaño posterior de toda una generación de artistas, sumidos en lecturas profundas, de densidad altanera. Muchos, Rivas y Losantos, por ejemplo, cambiarán Karl por Groucho unos años después. Esas revistas de época, de la Star a la Ozono, una entrevista en la bañera… uno siente deseos de lanzarse a las librerías de lance, rebuscar entre los montones llenos de polvo y llevarse a casa la verdadera intelectualidad pop española, formada y jubilosa, que mezclaba el compromiso con lo lúdico. Rivas cree en el arte y en la poesía, en la novela incómoda (rollo Flippers/Pin-Ball, muy de la época, claro), como una galería de bandas inconsistentes o imposibles. Porque se mezcla el comunismo y el rock. El Ajoblanco y las primeras maquetas.

Todo el mundo lo dice, todo el mundo lo asume: de Barcelona a Madrid. Allí, el primer Madrid, el más auténtico, el de antes de Tierno y la Movida, ahí está el underground puro. Las atracciones del Rockola aún están en construcción y llega Disco Express. Eso son palabras mayores. Imagina a los hermanos Auserón (sus Corazones Automáticos llegan hasta ayer, ayer mismo), un todavía lúcido Leopoldo María Panero, los Trama de los que hablábamos antes y el mítico Gay Mercader, el tipo que trajo a los Rolling Stones a España. Recuerden, 1982, la lluvia y volver con Under my thumb. Pero Quico no pierde de vista sus orígenes. En Disco Express ejerce de “corresponsal en Sevilla” y entrevista a Kiko Veneno y Silvio. Esos son palabras mayores. Resina y Virgen de la Macarena. Y Sol y sombra, mucho sol y sombra.

«Imagina a Pepe Ribas, de Ajoblanco, apoyándole en su incursión en la edición de libros. Imagina a Quico juntando a Herminio Molero y sus sintetizadores y sus gafas con el bello Santiago (y los menos hermosos Luis y Enrique) para sacar adelante el primer LP de Radio Futura. »

Música moderna, más cerca de “El Zurdo” o del primer Brian Eno que de la mutación a Talking Heads que vendrá después (hablaremos de ello, por supuesto). Molero manda hasta que deja de mandar. Porque es feo. Pero es o es otro tema. Y porque luego llegará “Escuela de calor” y los Auserón demostrarán ser capaces de escribir hits tan directos como “Enamorado de la moda juvenil”.

 

 

Pero dejemos a los Radio Futura, volvamos a Quico. Volvamos a la investigación de Fran G. Matute. Magnífica y detallada. He dicho que me iba de Radio Futura, pero aún tengo que recordar que Las Chinas (novias, novietas, círculo interno de Radio Futura) reciben la bella letra de Amor en frío para su único éxito (o lo más parecido a un éxito) de manos de Rivas.

Pero de derechos de autor de Las Chinas no se vive y Quico Rivas pasará siempre penurias económicas. Sufrirá el síndrome del que llega primero. El que lo descubre no se lo lleva, es el que lo vende. Así que Rivas, que hablará de la revuelta andaluza, de los hombres de las praderas, del Madrid salvaje, del arte pop, prefiere sablear a sus amigos que hacerse fuerte tras el inmundo muro de las subvenciones, el seguidismo de la época. No será un “agradaor”. Rebelde y salvaje. Purista. Difícil. Como todos los grandes.

Hablamos de alguien que se hundió en botellas de ginebra, pero que, a la vez, fue el salvador del Alberto García-Alix más perdido. García-Alix no hubiera escapado de la amapola sin Rivas. Y García-Alix es canon. Rivas se junta con Gabinete Caligari. Y abren el Cuatro Rosas cuando lo que se lleva es ir vestido de pirata. Ir a la contra. Mezclar rockers con flamencos. Camisas de lunares y botas de piel de serpiente. Aguantar las patillas, el garrafón, el aturdimiento tóxico de sus raíces. Entrevistar a Camarón de la Isla. Capitán sin tripulación. García-Alix hará las fotos, claro.

Es el momento mágico. Alguien debería escribir sobre ello: comienzo del Malasaña de Corcobado y los Pleasure Fuckers, el desembarco de Daniel Melingo y Andrés Calamaro en Madrid, la vuelta de las revistas. El panteón. Fundar El canto de la tripulación, estar metido en El Europeo. Destrucción planeada, demolición angelical. Los recuerdos de la Edad de Oro, con Ana Curra y la Chamorro, mientras Ray Loriga recopila sus cuentos en Días Extraños.

 

Una mesa redonda sobre flamenco con Auserón, Manrique, Mario Pacheco y Enrique Morente. Lorca y el amor pútrido. Escapar de la hepatitis y acabar en La Escala. Allí creció mi madre. ¿Fuiste feliz, Quico? Espero que sí. Terminar una vida entrevistando a David Hockney. Nunca terminará la primavera.

No da más. Pero, al menos, Fran G. Matute nos permite recordarte. Y reconocerte.

Sangre y sal de Vangoura (BMG,2024)

El vinilo es una experiencia lírica, ya en lo material, antes de que la electricidad nos rodee, es la manera de disfrutar de los temas del nuevo material de Vangoura con la delicadeza emocional que ofrece: la manera de discurrir los primeros segundos de “0830”, con lo cotidiano de la desidia, del esfuerzo por sobrevivir en un momento que recuerda a aquellos momentos mágicos de The postal service. Seguir con un hit de guitarras, con dos nombres, la versión luminosa de David y Claudia, “Rachel y Ros”, perdonen la broma, más allá de hablar de si se han tomado o no un descanso, la relación, tirante como las cuerdas, abriéndose hacia el cielo, el recuerdo como un momento de nutricia pasión.

Similar estética, abrigada por un bajo mínimo, con un funk sobre programaciones elegantes, esa es la palabra para definir todo el LP, pero este “Carameloraro” es precisamente la manera de entender la capacidad como amanuenses de ambientes de Vangoura. Un universo sensible, de introspección, de ayuno químico, de hambre de piel, se esparce, como el tiempo perdido en temas como “Cuando faltes”. Una pureza de amor, de romanticismo bien entendido, que atraviesa el disco, con esas guitarras acústicas jugosas que aparecen para recordarnos qué somos, qué amamos. La canción que da título al disco, “Sangre y sal”, tiene algo de nana, de sopor mezclado con sabor a aquellas Flores azules que acompañaban a Facto Delafé.
Es paz exterior, es electrónica bien entendida, una producción que guarda especias para esparcirlas a lo largo de todos los temas, incluso en el final casi tropicalista de “Después de ti”, cierre perfecto de acústica y armonías vocales. Es una manera de hacer alma y recuerdos, amasarlos y ofrecernos una canción.

Algunas palabras sobre Cover de Nacho Escuín (Bala Perdida, 2024)

El camino continúa. No es un tópico. Nacho sigue y sigue. Hay puentes que han ardido, hay cenizas con olor a ginebra, hay canciones que suenan y estarán en el aire hasta que el vinilo se raye. Ha visitado el Motel Margot, su casa, en otras ocasiones. Aquí y Aquí y aquí . Pero hoy, esta noche, hablamos de Cover, editado por Bala Perdida. El pop, el antiguo pop, el premiado pop. Son las palabras de los demás las que construyen su vida, su poesía, su cuerpo que renace, reventado pero sólido.

«La carta del poeta. No es una carta desesperada, es una carta de ausencia, la disculpa como género poético, con la rítmica beat. Recuerdo a John Giorno. Los valores familiares. Nacho en el Páramo. Metafórica y prosaicamente. En el Páramo ayer, hoy en casa, volviendo, de alguna manera, a los valores familiares. La belleza en los movimientos acompasados de lo cotidiano: el recuerdo como motor del cambio».

El poema 19 de septiembre, donde se encuentran Julio Antonio y Miguel, (Gómez y Labordeta), donde están Antonio y Félix. La conexión Teruel-Zaragoza, la construcción de una cabeza, ese impacto, esa locura: “Rinocerontes con cabeza de hombre”. Hombres con cabeza de pistola. Los búfalos de Miguel Labordeta recorriendo el desierto de Monegros mientras suena el hammond de Gabriel Sopeña. Las alucinaciones de Ángel Guinda, el tercer o cuarto muerto, fantasma mejor, pero no el último muerto/fantasma del libro. En La luna y los insectos, con esos reptiles lorquianos que se acercan, hambrientos, a devorar a los hombres sin sueños. Hay una sección, bajo y batería, que se retuerce en los salmos que dieron lugar al Cantar de los cantares, que entremezclaron, como otros antes, ausencia y presencia: Ella durmió al calor de la noche. Donde Gustavo se encuentra con Jaime. El frío es escarcha sobre los versos y a los cuerpos tibios (que no ardientes), les cuesta derretirlos.

 

El siguiente, con el teatro de los cielos, Pandémica y celeste, con Jaime Gil de Biedma, bello poeta de la contradicción. Noche que nos domina y nos devora: “Las sombras que solo da la luz del sol y su envés”. Con cada trago somos más frágiles. “Nada se rompe como un corazón”. Enormes, terribles, todos esos fragmentos pulcros donde se acumulan los cristales, la piedra, el hueso. Los poetas de la carretera, la cinta de David González, en la plaza de la soledad, la Casa Botines de Vicente Muñoz Álvarez. Suena Desolation Row en la versión del MTV, sí, la primera que tuve, la primera que escuché.

Con los ojos muy abiertos, lagrimeando frente al polvo dormido del desierto: “Como quien aguarda un milagro/que nunca llega y sigue vivo”. Así que llega el rayo, el rayo que cae (y es subnormal). Si antes hablamos de Sopeña, visionario en su lectura eléctrica del Blues Castellano de Antonio Gamoneda, que retoma Escuín: “y ahora vivo allí/arrodillado donde comen/los perros, buscando/el olor exacto de tu piel”.

 

La deriva, vuelvo a Vicente Muñoz, gran merodeador, cuero y carretera, en veinte años todo ruge, hay un galimatías que se convierte en maleza. Pasas a través y tienes que escapar de las garrapatas. En la maleza, otra vez, ahora está Piquero y está Alfredo. Saldaña y su arquitectura, donde el humus de las hojas muertas se acaba convirtiendo en recital oscuro, en nutritivo resto para una estación perdida: “Como aquel verano vacío/y lento como el vientre hinchado del hambre”. La playa de Gros, el fantasma de Poch y el de Rafa Berrio improvisando canciones de mercurio y ballenas, la chupa de Karmelo: “Estás fuera del mundo/el propio mundo así lo ha decidido”

 

Y el penúltimo fantasma. David González. Nacho se reserva el último. Pienso en aquella noche en el Desafinado de Gran Vía, con los tripulantes, con el calor y la portada de Miguel Ángel Martín. Las aventuras de Vinalia Trippers, los eclipses, la doma, ausencia del poeta que definió una parte del siglo: “El día que…” El día que todos murieron es un punto de acumulación. Leer a Panero, comparar medicaciones con él. Como si la muerte no dejara preavisos. Otra cosa es que vayamos cambiando de dirección, casa, cama… para engañarla.

Nada se rompe como un corazón. Es la desesperación del caminante cuando el camino no es pedregoso y acaba teniendo un final feliz en las arenas movedizas. Domingos de sofá, martes intoxicados. Pensé, mejor que no, y puse la televisión: “Se nos ha comido este silencio”, el ruido del ascensor, libros que aman la ausencia, cuerpos que denuncian la presencia: “Estoy muerto mientras trato de demostrar que estoy vivo”.

“Bebía para olvidar, pero solo he conseguido grabarlos a fuego”. La bebida no permite la huida, la ralentiza, mira cómo caminas, es coger la canción y hacer una versión en bossa nova, no en rumba. Bienvenido a casa, Nacho.

Aquellos maravillosos años de Nacho Escuín (Frontera, 2022)
La mala raza de Nacho Escuín (Editorial Bala Perdida, 2019)
Beatitud con Vicente Muñoz Álvarez

III de Yo diablo (autoeditado, 2024)

Salvajismo castizo, profundidad folklórica, electricidad heredada del manual de estilos del rock oscuro, todo eso y mucho más en el nuevo LP de Yo diablo, compendio de miedos y pasiones en nueve canciones que te atrapan el alma y te ponen duro el corazón.

Abrir con la instrumental Balas, demoníaco acercamiento a esa forma de segar el pánico que tan bien han construido Guadalupe Plata o Los Coronas en estas últimas décadas, pasar a Cobra con unas eléctricas untuosas, con fraseo casi tecno-recitado, para que aparezca el nylon de la española y te deje poco menos que atrofiado entre la trepidación y lo sintético que no aparece (sí, la voz me ha llevado al Aviador Dro, cuando descendía a un mundo patafísico, incluyendo un sintetizador agonístico en mitad del tema). Una profundidad rockera, del sur, más allá de la complicidad, aparece Cuero, como un latigazo de ginebra y motel, alguna sustancia, y poco más que los 091 volviendo del baño abrazado a su ángel de la guarda. Esa manera de hacer bolero con electricidad sin efectos, que empezó con las veleidades de Calamaro y ahora me ha llegado con Leone. Así son Besos. Esta trepidación de malaventura me hace sentirme tan vivo que creo que me voy a morir.

Decía Kerouac que todos en el camino nos encontramos a nadie, o quizá fue Leopoldo María Panero, la vida es un camino entre nacer y morir, así que definamos así Funeral. Guitarras de blanco granadino, de buganvilla inquieta, se masca la tragedia en El ruedo, con una mezcla de cuerdas, arreglos cortantes en el silencio, casi se notan las castañuelas llamando a la perezosa parca. Exultantes de coñac llegamos a Muere torero, miniatura de noventa segundos, afónica continuación de Juan Belmonte en la cuadrilla de los que se marchan pronto. Y de la tradición de tierra y sed, llegamos a los metales y el ritmo de cumbia en Espejismos. De la América de los tianguis, el animismo, que se encuentran con Battiato en Libia, como si pidieran un desierto universal, donde la llegada de la arena se convierte en un océano alucinado. Una letra, por cierto, excelente. Terminamos con In memorian, con un punto épico, una diatriba que se mastica como la voz de Antonio Arias en mitad de las estrellas, como el choque entre Atencion Tsunami y la versión de Pedro Salinas pasado de afterpunk.

Nutritivo eclecticismo el de Yo diablo, tóxicos y guitarreros, con una profundidad de recorrido y compositiva que nos demuestra que hay grandes bandas en España, componiendo a base de guisos crujientes y lentos.

EL ESTILO DE LOS ELEMENTOS de Rodrigo Fresán (Random House,2024)

Primera parte, segunda parte, tercera parte, cuarta parte.
Entrevista en La Torre de Babel de Aragón Radio. Editado por Random House en España.