Algunas palabras sobre «Aquellos maravillosos años» de Nacho Escuín (Frontera, 2022)

En la resaca de los ochenta, en no querer abandonar del todo la luz del neón y la cocaína, en las series de inocencia temática y oscuridad tras las cámaras está el origen de muchos de los males y, también, de las virtudes de los noventa. Porque hay continuidad y hay destrucción. No se entiende Netflix sin Aquellos maravillosos años ni Nocilla Experience sin la novela fragmentaria de Ray Loriga. La realidad en la televisión aparece sin edulcorar y eso terminará desapareciendo, hará que hoy todo sea de cristal frágil. ¿Pero podemos entender que Alfonso Arús hiciera bromas con las hermanas de Puerto Hurraco en máxima audiencia? Usted verá, siempre puede cambiar la cadena o apagar la televisión. Más ahora donde no hay horarios ni limitación de propuestas. Los noventa se cierran con Las Afueras de Pablo García Casado, el urbanismo que se encuentra con el desierto y avisa de la burbuja y el colapso. Antes habíamos coqueteado, como en todas las décadas de la historia, con la fascinación del narcótico, vía Roger Wolfe e Irvine Welsh, vía Najwa Ninriy Ewan McGregor con problema de alimentación.

La imprenta pierde la batalla frente a la pantalla: ya no tenemos que mandar las colaboraciones por fax, pero tampoco hay que revisarlas, porque siempre hay tiempo de un 2.0 o un reload. De eso también tiene la culpa Matrix. No es tanto la estética de la película como por ser el primer DVD doméstico que muchos de nosotros vimos. La gente empieza a comprar películas (luego se las bajará) porque le precio no es desmesurado. Nadie compraba películas originales en VHS. No solo es Matrix, también es Torrente, quizá la segunda más presente en las videotecas españolas -curioso que la expresión se mantenga, videotecas sin vídeo, ahora reproductor-, Matrix es el comienzo del aislamiento. O de la huida. No deberíamos frivolizar.

Este artículo que están leyendo ustedes está escrito en una población minúscula a más de una hora de cualquier sitio: pero yo estoy con ustedes. Eso sí, solo. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Les mando la información y ustedes la disfrutan en sus casas. Matrix moldea la realidad y es como esas plastilinas con forma de moco que acababan siempre manchadas de polvo, pelos y restos.

Alfredo Saldaña, un clásico, un canónico, un rebelde analógico dentro de su modernidad de pensamiento aparece con frecuencia en este ensayo y sus opiniones -como todas discutibles- son lúcidas y avisan, con tiempo, del caos que se avecina. Ya lo están viviendo, por cierto. Existe, de todos modos, y Saldaña de alguna manera lo defiende, una mayor valoración en la parte creativa cuando esta escapa al soporte digital. Puedes poner un post con un poema centrado y con sangría regular, pero nunca será lo mismo que una plaquette de 50 ejemplares. No será lo mismo para un lector de poesía. Pero es que la poesía es para ellos, no para los que pujan por la Playstation 5.

Mandamos a Chiquilicuatre a Eurovisión. No es cuestión de hablar de música. Inglaterra lleva desde Sandie Shaw sin tomarse nada en serio. Pero sí que convertimos lo retrógrado en moderno a través de un programa, Operación Triunfo, que vendió la moto más grande de la historia, Rosa de España, juguete roto de manual. Lo mejor de aquello es que los elitistas vendedores de discos de la FNAC se negaron, como si en una huelga por los derechos humanos se tratara, los derechos del oyente, su gusto personal, a vender los discos semanales, los fascículos de aquella narrativa insípida que adelantaba una realidad de hoy. La vida es un gran grupo tributo, una orquesta de versiones en la que entrar con una canción nueva es casi un milagro. Pero volvemos a Chiquilicuatre. Quizá uno piense que Buenafuente consiguió algo inédito. Les diré algo, en los setenta, Adriano Celentano pidió a la audiencia de su programa el día antes de las elecciones italianas que apagaran la televisión, que dejaran de ser su programa y que hicieran como él, que fueran a votar. No dijo el nombre del partido pero sí que él era demócrata y cristiano. Casi fue a la cárcel por ello.

Buenafuente y El Terrat producen a la vez humor ácrata y progresista en cadenas de tono unionista mientras son los responsables de alguno de los programas más sectarios de la TV3 , donde el independentismo es ya una cuestión de enfrentamiento civil. Jaque mate, chaval. Y con un saxofón de juguete. Voten, voten. Menos mal que ya no podemos mandar sms.

Nacho Escuín acierta en su planteamiento de llevar a la primera base, al estadio fundamental un acontecimiento que, aparentemente, podría no ser más que una anécdota: aquella negativa por parte de alguno de los concursantes de OT a cantar una parte de un tema de Mecano. Niños de guardería pasando por artistas. Mariconez, mariconada. Tratar de salvar al mundo poniendo una rodilla en el suelo. Descubrir el fentanilo, luchar contra el fascismo desde casa, luchar contra el fascismo con la cultura de la cancelación.

«Luchar contra el fascismo es morir de frío en el sitio de Stalingrado y que luego te lleven al Gulaj por no aplaudir al amador líder. O que te meta en la cárcel el franquismo y luego te amenace de muerte la ETA. Nacho no juzga, Nacho propone con lucidez».

Antes hablábamos de Aquellos maravillosos años pero qué sería de nosotros sin Doctor en Alaska, sin esa sesión doble de capítulos doblados de madrugada, sin ese locutor de radio que nos hacía creernos especiales. De todos modos, Jorge Carrión, experto también en análisis de cultura pop, y que aparece citado y analizado por Ignacio Escuín, desliza una realidad que a mí, por lo menos, me encanta: seguimos viendo series basadas en Shakespeare o en los esquemas clásicos de la narrativa, tanto occidental como asiática. El héroe, la iniciación, el conflicto familiar, la soledad o la migración. Son distintas estéticas, distintos ropajes… ¿no tienen la sensación muchas veces de que saben qué giro va a ser el siguiente en un capítulo de su serie favorita?

Los noventa por lo menos rompieron una dinámica que ahora resultaría agotadora: en sus seriales existía una continuidad narrativa, no eran episodios aislados en los que nada de lo que había sucedido hasta el momento influenciaba en el avance de la historia. De acuerdo, eso es un culebrón, no lo voy a negar. Pero prefiero eso al Equipo A o, si nos vamos más atrás todavía, Kung-Fu o la serie de Hulk, donde no solo se negaba la evolución del personaje, directamente se repetía una y otra vez el esquema del episodio.

El que se acerque -y realmente lo recomiendo-, a «Aquellos maravillosos años, la huella de los 90 en la cooltura contemporánea» encontrarán mucha poesía. Ignacio Escuín es escritor y editor, profesor y ensayista, pero, sobre todo, es poeta. Y de los que devolvieron el esplendor con el siglo superados los afónicos años ochenta y noventa. Además de conseguirlo desde la periferia geográfica de España. En el capítulo 5, «Quiero ser una rock and roll star» analiza la influencia de tres poetas, tres personajes, que han definido el poeta en la actualidad a través de un poso de eclecticismo y actividad heterogénea. El poeta ha saltado al escenario. Ya sea con un micrófono o con una cámara, grabando a otros o ilustrando sus propias vivencias… Roger Wolfe, del que hablamos unas líneas antes, tomó a Lou Reed y se lo enseñó a Manuel Vilas, como Rafael Berrio hizo con Nacho Vegas, pero no se lo diremos a nadie. La fotocopia siempre hace que la calidad de lo impreso decrezca.


Los otros dos, Ignacio Falcón y Sofía Castañón se encuadran dentro del compromiso político en la actividad artística. Ahí es donde me resulta más complejo sentirme del lado de los buenos. Primero porque para mí la poesía tiene que estar en el lado del que rompe y solo respetar a los poetas que abrieron camino o lo mantuvieron abierto y segundo porque cuando hablamos de compromiso volvemos a encontrarnos con más salón y más proclamas en twitter que acción real. Castañón ha sido, es todavía, diputada en el congreso, y eso no la invalida como escritora. Porque nada nos puede invalidar como escritores. Ni siquiera lo que pensemos.

En el mundo en el que vivimos la poesía es un producto más del capitalismo. Un producto tratado con cariño por las fauces de las grandes empresas que usan la sangre del trabajador como lubricante para sus máquinas…porque la poesía es una editorial que vende sus libros y con lo que saca edita otros más, porque la poesía es una especie que tiene que ser mantenida con dinero público que sale de los impuestos de los empresarios y los autónomos, quieran ellos o no y, lo que es más importante, muchos de los poetas del compromiso político quizá aspiren a un cambio de régimen pero lo que quizá no han ponderado (o lo han hecho asumiendo que ellos se pondrían al volante en ese vehículo) es que la censura sería institucional y no publicitaria y que la decisión de que un libro estuviera o no en las estanterías de la librería dependería de la opinión, deseo o capricho de un grupo de elegidos afines al poder. No es este un sistema perfecto, pero lo que hay después me da más miedo.

Como antes hemos comentado con Roger Wolfe no se puede entender los noventa sin Ray Loriga o José Ángel Mañas. Sin la Rosenvinge y sin el Kronen, sin Juan Diego Botto o la reivindicación de David Bowie. Me gustaría poner que sin Félix Romeo y sin La Mandrágora pero habría que asumir que estaríamos entrando en el campo reducionista y pasional. Lo mejor de Loriga llegó cuando ya no existían los noventa, ni las Harley ni «El canto de la tripulación«. Su novela Tokyo ya no nos quiere o, incluso Trífero y en menor medida El hombre que inventó Manhattan son obras notables, menos revolucionarias que Caídos del cielo o Héroes, pero formalmente mucho mejores.

«¿Pero queremos las letras de Loriga o queremos su pelo? ¿queremos su discurso de pasión por San Juan de la Cruz y los narradores rusos o queremos la mixtape que te podías hacer con las canciones que nombraba en sus libros?»

Con Mañas no hace ni falta, directamente nos dieron la banda sonora del Kronen, casi todo en inglés, porque eso es lo que mandaba en la época. Era la vuelta a la Velvet Underground porque se había decretado así desde el mundo anglosajón. ¿Supervivientes de aquella carnaza para atontados universitarios adictos al katovit-éramos tan cutres que no nos metíamos ni anfetaminas de verdad-, como yo? Los Planetas. Y Jota, el cantante, luchando contra el capitalismo con el mejor contrato de Sony y viendo el atardecer de Granada tumbado junto a la piscina del chalet de sus padres. Mañas, ahora sin pelo, se ha convertido en un escritor «serio». Las comillas son mías.

«Mientras que la Semana Kronen es una especie de parque de atracciones temático. Es otra de las consecuencias de los noventa en nuestras vidas, todo se actualiza más rápido».

Cierra el ensayo Ignacio Escuín con otra revisión de personajes de la escena poética (o literaria o editorial), los últimos rebeldes de la grapa: Vicente Muñoz y Enrique Cabezón. Si no conocen su obra quizá sea un buen momento de acercarse a ella. Del primero se ha escrito mucho en esta Motel Margot y sigue siendo un referente por su generosidad y valentía, de Enrique Cabezón decir que su obra es una de las más potentes y sus lecturas de las más robustas de la generación. Es un erudito de la poesía que mantiene con humor su papel de ilustrador y ex-cantante de rock. Conversador incansable, padre y marido, es el verdadero rebelde, el que quiere cambiar el sistema desde dentro. De Silvio a Rosendo, es el ejemplo que todos deberíamos seguir, una persona que respeta todas las opiniones. Es más, cuanto más alejadas de las suyas más las respeta. Eso es valentía. Eso, vuelto a decir es rebelión.


El final del ensayo engancha con la actividad de los fuera de la ley anteriores, la caída de los suplementos culturales, de las revistas, de la opinión. Los noventa resisten porque los fanzines y la grapa no tenían publicidad real. Porque eran un bastión de opinión. Ahora mismo no hay crítica, hay reseñas. Yo el primero. Este blog el primero. Busquen algo que esté mal, algo que sea negativo en alguno de los textos que he escrito. Al menos de manera abierta. Leo Toma de tierra de Bruno Galindo, uno de los habituales de la prensa musical de la época y su análisis es el del apocalipsis de la independencia. Nos hemos vendido por unos discos y unos libros de promo. Si todo es bueno nada es malo, pero tampoco nada quedará porque cualquier cosa sirve para calzar una mesa.

Después de este párrafo parecería insultante o una broma seguir hablando del ensayo. Pero lo haré, dejaré la puerta abierta. El ensayo de Nacho deja muchas abiertas, no delata ni señala, solo expone. Habla de lo que sabe y lo que ama, de lo que provoca polémica y de lo que no -que a veces es más traicionero-, es un ensayo nutritivo sobre una época de muchos polvos en el suelo -y en los baños de los garitos- y que acabarán dejando un rastro de lodo en cada paso que demos hoy.

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