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Solo sí es sí; lo demás es violación

Por Virginia Álvarez y Carmen López

Si hay algo que vuelve a quedar claro con la última sentencia sobre la violación en grupo de una menor de 14 años en Manresa es una cosa: las palabras importan e importan porque construyen imaginarios en la sociedad. Importan porque según lo que se diga o se deje de decir, las mujeres sentiremos, en mayor o menor medida, que se lucha contra la impunidad y el silencio que ha envuelto a las agresiones sexuales, en parte por la acción o inacción de las autoridades que deberían protegernos.

Las palabras importan y mucho, porque no estamos ante violencia doméstica cuando un hombre, bien sea el marido o cualquiera con el que se tiene una relación afectiva, pega, maltrata o mata a una mujer. Estamos ante violencia de género, estamos ante una violencia contra las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. Empezar a llamar a las cosas por su nombre permite dimensionar el fenómeno, pensar, desarrollar políticas públicas y leyes que incorporen este enfoque: nos matan porque somos mujeres. 

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Carta a mi hijo sobre Nasrin Soutudeh: las heroínas existen

Por Carmen López

Pues sí, Mario, las superheroínas existen. Te voy a presentar a Nasrin Soutudeh. Ella es una mujer iraní valiente, más o menos de mi edad, que lleva toda la vida luchando para defender a mujeres encarceladas por reclamar sus derechos, para evitar que se condene a pena de muerte a personas que cometieron delitos cuando eran menores de edad, para proteger a activistas tan importantes como la Premio Nobel de la Paz, Shirin Ebadi.

Nasrin asumió todos los riesgos necesarios al decidir luchar pacíficamente por los derechos de todas estas personas. Y por hacer eso en 2010, la acusaron de «difundir propaganda contra el sistema» y por reunirse para intentar «cometer delitos contra la seguridad del país». La condenaron a 6 años de cárcel. Tras mucha presión internacional, se consiguió que fuera liberada a los tres años de estar encarcelada.

Pero ella salió y siguió denunciando lo que pasa en su país. En Irán, el régimen de los Ayatolás silencian las voces de quienes cuestionan a las autoridades, no se deja expresar opiniones libremente, sigue existiendo la pena de muerte, y existen leyes injustas contra las mujeres que vulneran su dignidad y sus derechos.

Por ley, las mujeres y niñas desde los 9 años están obligadas a ir con hiyab o velo por la calle. Consideran que es ofensivo para la moral pública que las mujeres lleven el pelo al aire. ¿Te imaginas? Si viviéramos en Irán, tus compañeras de clase obligatoriamente tendrían que cubrir sus cabezas con un velo, lo quisieran o no. Y todas las demás mujeres también.

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Madres a ritmo de ayatolás

 Por Carmen López Carmen López AI

150 ó 200 millones es la cifra de población que deben alcanzar los iraníes. Una cifra que fue buena para Jomeini, una cifra correcta para Sayed Alí Jamenei, el actual líder supremo de Irán. En 2012 cuando hizo pública su intención de crecimiento de población, Irán contaba con 78’5 millones de habitantes. Desde entonces la maquinaria se ha puesto en marcha para mermar los derechos de las mujeres y las niñas.

Manifestación en Teherán por los derechos de las mujeres. 8 de marzo de 2006. © Arash Ashoorinia, www.kosoof.com

Manifestación en Teherán por los derechos de las mujeres. 8 de marzo de 2006. © Arash Ashoorinia, www.kosoof.com

El Parlamento debe decidir si aprueba o no el Proyecto de Ley para incrementar los índices de Fertilidad y Prevenir el Descenso de la Natalidad (Proyecto de Ley 446) y el Proyecto de Ley 315. De aprobarse, se dificultaría el acceso a anticonceptivos, se declararía ilegal la esterilización voluntaria, se restringiría más el acceso al aborto seguro, y se desmantelaría el programa estatal de planificación familiar. Un programa, a día de hoy, vacío de presupuesto. Los líderes religiosos quieren que Irán se convierta en una potencia regional dominante.

La idea de población como fuerza militar y de seguridad nacional no es nueva. Justo después de la revolución en 1979, en pleno conflicto con Irak y con necesidad de soldados, se pusieron en marcha políticas de fomento de la natalidad. En sólo 10 años, la población creció en 14 millones de personas. Pero a finales de la década de los 80, con una economía devastada por la guerra y sin capacidad para cubrir las necesidades de la población, se pusieron en marcha políticas para el control de la natalidad. Se pasó de 7 nacimientos por mujer en 1980 a 1,85 en 2014.

Con los nuevos Proyectos de Ley, la mujer sólo puede ser madre y esposa. Para ello se potenciarán los matrimonios tempranos, las mujeres sólo trabajarán como maestras o cuidadoras, habrá exenciones fiscales para las familias, se apostará por la jubilación anticipada de las mujeres, y se las formará en la gestión de la casa y la familia.

Con leyes como éstas, ¿cuáles habrían sido las posibilidades de mujeres como Shirin Ebadi, abogada y Nobel de la Paz, Maryan Mirzakhari, la primera mujer en recibir el Fields Medal, considerado el Nobel de matemáticas, Pardis Sabeti, la investigadora que ha cercado al Ébola, o Masih Alinejad, periodista y defensora de los derechos de las mujeres que acaba de recibir el Premio de Naciones Unidas sobre los derechos de las mujeres?

Pero son muchas las leyes que ahondan en la discriminación de las mujeres. Irán es uno de los países con menos participación femenina en el trabajo, según datos del Foro Económico Mundial, ocupa el puesto 139 de un total de 142. Y no dejan de salir leyes que prohíben a las mujeres trabajar de cara al público en oficinas, en hostelería, e incluso cantar. También son muchas las que por ley se han quedado fuera de la universidad. Se les ha cerrado las puertas de carreras como minería, agricultura, ingeniería, contabilidad, química, inglés, literatura, ciencias políticas, administración de empresas o administración pública. Pero se les han abierto las de estudios femeninos, gestión familiar o valores tradicionales.

No olvidamos otras leyes que las dejan indefensas frente al divorcio o los malos tratos, que les penaliza por no vestir como marcan los líderes supremos, o que les prohíbe ver un espectáculo deportivo.

Amnistía Internacional alerta sobre esta situación en el informe Procrearás y recuerda a las autoridades iraníes que deben respetarse y promoverse los derechos de las mujeres, y que no pueden refugiarse en la costumbre, la tradición o la religión para no hacerlo. No podemos permitirnos que mujeres como Maryam, Pardis, Shirin o Masih no existan. Ellas son la única receta frente a la irracionalidad.

Carmen López es periodista de Amnistía Internacional

La tortura silenciada

Por Carmen López  Carmen López AI

Tortura es que no haya delito, si quien te viola es tu marido. Tortura es someter a una niña a una mutilación genital, a un matrimonio forzado, obligarla a no denunciar una agresión sexual para evitar el rechazo de la comunidad. Tortura es agredir a una mujer para saldar un ‘crimen de honor’. Tortura puede ser que persista la violencia intrafamiliar por el silencio del Estado, la pasividad de los jueces y la impunidad para los agresores.

También lo son la esterilización y los abortos forzados, o que tu gobierno te obligue a llevar a término un embarazo inviable aunque tu vida se pueda quedar por el camino. Tortura es que en un centro de detención no se trate adecuadamente tu embarazo o que te separen de tus hijos e hijas.

Pie de foto: Mary, activista LGBTI en Kenya, uno de los colectivos más vulnerables a la hora de sufrir abusos con impunidad. Copyright: Pete Muller

Pie de foto: Mary, activista LGBTI en Kenya, uno de los colectivos más vulnerables a la hora de sufrir abusos con impunidad. Copyright: Pete Muller

Tortura es que te violen para que aprendas a ‘ser una verdadera mujer’, porque tu orientación sexual no convence a tu agresor o que te hagan exploraciones anales para humillarte por ser homosexual. Tortura es que por ser una persona transgénero te metan en una celda de aislamiento, alegando que quieren ‘protegerte’ o te nieguen tu tratamiento hormonal.

Cuando hablamos de tortura, pensamos en el dolor y el sufrimiento infligidos a personas, en su mayoría hombres, que están bajo la custodia del Estado. La tortura destruye también la identidad y la autoestima de la persona. Mujeres, niñas o personas del colectivo LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales), en su mayoría, escapan de esta concepción de la tortura porque sus agresores no suelen ser agentes estatales. Son las víctimas silenciadas de la tortura.

Pero no importa quién cometa este tipo de actos. La Convención contra la Tortura de Naciones Unidas recuerda que aunque los autores sean agentes no estatales, los Estados son responsables cuando no aplican la “debida diligencia para impedir, investigar, enjuiciar y castigarlos”, y están obligados a rendir cuentas por ello.

Sin embargo, mujeres y niñas en todo el mundo siguen enfrentándose a importantes obstáculos discriminatorios para acceder a la justicia, de ahí las pocas denuncias que se ponen. Personas del colectivo LGBTI, no encuentran mecanismos que prevengan y reparen este tipo de violaciones de sus derechos humanos. En la mayoría de los casos poner una denuncia les enfrenta a nuevos abusos o al estigma social.

En los últimos cinco años, Amnistía Internacional ha denunciado tortura y otros malos tratos en 141 países. La organización ha acusado a gobiernos de todo el mundo de traicionar sus compromisos para acabar con la tortura, tres décadas después de la adopción por la ONU en 1984 de la Convención contra la Tortura. Un convención ratificada por 155 Estados.

La tortura cometida por el Estado o consentida por él sigue viva y goza de buena salud. Amnistía Internacional pone en marcha la campaña Stop Tortura que durante dos años trabajará para que se elaboren mecanismos de prevención eficaces que permitan exigir a los Estados que respondan sobre el uso de la tortura y los malos tratos. Trabajaremos para que la desaparición de la tortura deje de ser una promesa y se convierta en una realidad.

 

Carmen López es periodista de Amnistía Internacional España