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Una ruta entre mujeres

Por Patricia Reyes

Mientras deshago la maleta, multitud de imágenes regresan a mi cabeza. Me doy cuenta de que en ellas aparecen siempre mujeres. Mujeres, las diputadas que decidimos viajar con Oxfam Intermón. Mujeres, las representantes de esta ONG que vinieron con nosotras. Mujeres, las que nos sirvieron de guía en esta ruta maravillosa y sobre todo, mujeres sirias que escapan de la muerte para encontrarse con otro tipo de muerte en vida: la falta de libertad. Para ellas, esta falta de libertad es doble, la que ya sufren en su entorno por el hecho de ser mujer y la de vivir  en un campo de refugiados.

Patricia Reyes, junto con otras dos diputadas, visita el centro comunitario de ARDD (Arab Reinaissance for Democracy & Development) en Jordania, donde defienden el acceso de las mujeres a la justicia. Imagen de Jorge Fernández Mayoral.

Hemos vivido emociones fuertes en apenas cinco días y de repente, soy consciente de que no he tenido tiempo de analizar todas esas sensaciones. Intento hacerlo a través de las imágenes que vuelven ahora a mi mente.

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¿Qué hay en el móvil de una refugiada siria?

Por Laura HurtadoLaura Hurtado

Empieza la película. Plano general. Estamos en Zaatari, uno de los campos de refugiados más grandes del mundo. Aquí habitan 79.000 hombres, mujeres, niños y ancianos procedentes de Siria, donde una guerra cruenta ya ha provocado el éxodo de 4 millones de personas, muchas de las cuales están llegando a Europa.

De lejos, Zaatari parece una ciudad en medio del desierto. Un mar de containers de plástico que se usan como viviendas, tiendas de lona y antenas parabólicas. Incluso hay una calle comercial con bares, tiendas y restaurantes. En realidad, Zaatari es tan grande como la cuarta ciudad de Jordania.

foto movil siria

Plano medio. Entramos en una tienda del campo. Las paredes se mueven fuertemente por el viento. Dos mujeres toman el té y hablan, sentadas en el suelo. En un rincón, una niña de 10 años está mirando su móvil y, por el movimiento del dedo, deducimos que está mirando fotos.

-¿Cómo estáis?

-Bien, gracias a Dios. ¿Y vosotros?

-Aquí estamos. Sobreviviendo.

-¿Habéis pensado en volver a Siria o os queréis quedar aquí?

-Estaremos en Zaatari hasta que Dios nos diga.

-Nosotros, no sé, ningún Zaatari del mundo podrá sustituir nuestra querida Siria.

Plano detalle. Vemos las fotos que mira la niña. Y se nos encoge el corazón. Lo que pasa con el dedo mecánicamente, casi sin inmutarse, son imágenes de explosiones, casas derruidas, gente huyendo con el miedo en el rostro, hombres heridos en la calle con los brazos levantados buscando ayuda, hileras de muertos envueltos en sábanas blancas.

Eso es lo que hay en el móvil de una niña refugiada siria. Un horror que explica en gran medida porqué millones de sirios y sirias han optado por abandonar sus hogares. Un horror que seguramente se reproduce en los móviles de millones de personas refugiadas en todo el mundo y ante el cual la comunidad internacional debería buscar soluciones duraderas. Existen y son posibles. Si realmente queremos que haya menos refugiados en el mundo deberíamos poner fin a los conflictos.

 

La película District Zero, producida por Arena Comunicación y Txalap.art con el apoyo de Oxfam y la Comisión Europea, se estrena en el Festival de San Sebastián el domingo 20 de septiembre.

Ésta no es mi guerra. Historias de refugiadas

Por Belén de la Banda  @bdelabanda

No es ella quien empezó la guerra. Ni siquiera sabe a ciencia cierta en qué momento ha empezado, ni quiénes son los responsables. Ésta no es su guerra, pero por obra y gracia de ella, ya su casa no es su casa, ni su familia es su familia tal como la conocía, el terreno donde sembraba y cosechaba su comida ya no está a su alcance, y su vida ha quedado absolutamente destrozada. Esta guerra no es su guerra, pero esta vida ya tampoco es su vida.

Niñas y mujeres cogen agua de las cisternas instaladas por Oxfam en el campamento de refugiados de Za'atari en Jordania. Imagen: Caroline Gluck/Oxfam

Niñas y mujeres refugiadas de origen sirio cogen agua de las cisternas instaladas por Oxfam en el campamento de refugiados de Za’atari en Jordania. Imagen: Caroline Gluck/Oxfam

Ésta es la historia de la mayoría de las mujeres que han tenido que huir de un conflicto y ahora se encuentran en un campo de de refugiados. Hace pocos días, mi compañera Júlia hablaba de cómo en Sudán de Sur las mujesres llevan la peor parte. Cuando pierden a parte de su familia, su responsabilidad se multiplica, su trabajo tradicional -cuidar de la familia, de los niños, de los ancianos, conseguir agua, preparar la comida, buscar techo…- se multiplica.

Es la realidad de mujeres sirias como  Lekaa, una refugiada siria  que mis compañeros conocieron en el campamento de Za’atari, en Jordania, una mujer de clase media en su país, que  nunca pensó que algún día se vería en esta situación. ‘Todas las mañanas lloro. Echo de menos mi país, mi familia, mis amigos. El trabajo de las mujeres, aquí es más duro, lo pasamos peor. Tengo miedo de dar a luz en este sitio. Estaré muy cansada, y sin mi madre y mis hermanas…

El miedo de Lekaa lo ha vivido Mari, una mujer dinka refugiada en el campo de Mingkaman, en  Sudán del Sur:  parió a su tercer hijo bajo una lona de plástico, y fue un parto tan difícil que enfermó. Por suerte, tiene con ella a su familia: ‘A pesar de que mi marido está conmigo, no puede hacer nada para mantenernos. Dependemos de las agencias humanitarias. Lo perdimos todo cuando vinimos: las cabras, las vacas y nuestras pertenencias‘.

La vida en el campo es difícil, pero lo peor de todo es que no tiene futuro. Knyah huyó hace 4 meses de su casa en Juba, cuando empezaron los ataques, con su marido y sus 5 hijos.  Se refugiaron en el recinto de Naciones Unidas en la ciudad ‘Nos dieron esterillas, mantas y plásticos para construirnos una vivienda. Pero yo no quiero vivir aquí siempre. Nuestros hijos serán una generación perdida‘. Para ella, la falta de libertad, no poder regresar a su casa, ni salir del campo por el riesgo de que la maten, es lo más duro.

El riesgo es siempre una posibilidad cercana. Nyawer perdió a uno de sus tres hijos durante los ataques en Juba: ‘Primero oímos disparos, luego bombas. Teníamos mucho miedo. Entonces, un tanque pasó por encima de nuestra casa y mató a uno de mis hijos‘. En su barrio entraron grupos de soldados dinka a matar a los nuer, etnia a la que pertenece.  Aunque logró escapar con su marido y sus otros dos hijos, buscar refugio fue difícil:  ‘la gente nos decía que en el recinto de la ONU estaríamos seguros, pero tardamos días en encontrarlo. Cuando llegamos fue un alivio, pero ahora ya no nos sentimos seguros aquí tampoco‘. Su marido salió del campo a buscar carbón para cocinar y lo mataron también.

Pero además, en las situaciones de conflicto, las mujeres son usadas como arma de guerra, víctimas de asesinatos, violaciones, y todo tipo de humillaciones. Sus cuerpos forman parte del botín, de la relación de poder o se convierten en una forma de hacer daño al enemigo. Y muchas veces también son víctimas de agresiones en los campos donde han buscado acogida.

Hoy se conmemora el Día del Refugiado, para atraer la mirada de la sociedad mundial sobre la realidad de millones de personas que lo han perdido todo huyendo de los conflictos. Es el momento de comprometernos a ayudar a estas familias, y de hacer todo lo posible para que situaciones como las que viven no vuelvan a ocurrir. Para que terminen esas guerras que no son suyas, y recuperen las vidas que sí lo son.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón