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¡Viva la hospitalidad!

Por María Alexandra Vásquez 

Os invito a que nos coloquemos como espectadores de una situación que vivió una persona un sábado por la mañana. Toma un autobús interprovincial y al llegar a su primera parada, se baja del autobús y se dirige al maletero para sacar sus cosas. El conductor arranca el autobús sin previo aviso, y se cierra el maletero automáticamente, cuando la persona está dentro. La gente que lo ve desde la calle empieza a gritar para avisarle de que está una persona dentro, y al darse cuenta el conductor, frena,  abre el maletero y se baja del autobús para ver qué pasa. La persona intenta salir, pero cuando el maletero se abre, le golpea en la cabeza y la impulsa dos metros atrás. Queda inconsciente por unos minutos. Escucha a lo lejos que el conductor expresa que tiene mucha prisa, y que no puede hacer nada y se marcha, tras indicar al acompañante de la persona que la lleve al centro de salud que está a una calle de allí. Sin más, el autobús se va. Y la persona es auxiliada por unos vecinos, que la ayudan a llegar al centro de salud.

 

Si la convivencia fuera como en los anuncios... Imagen de TrasTando.

Si la convivencia fuera como en los anuncios… Imagen de TrasTando.

La persona sufre traumatismos en piernas y columna vertebral, que afectan a sus vértebras lumbares, dorsales y paravertebrales. Padece varias contracturas en la pierna, y mantiene los músculos inflamados después de 13 meses durante los cuales no ha podido cumplir con las sesiones de fisioterapia necesarias por falta de dinero. Permanece con fuertes dolores que le impiden ponerse en pie y en razón de la imposibilidad de tener autonomía desde los servicios sociales le asignan la ayuda a domicilio por dependencia para un semestre.

Tenemos la paradoja de que el conductor, responsable de sus pasajeros, y en este caso la persona que con su irresponsabilidad genera el daño, ‘se escaquea’ -usamos el término coloquial que significa evitar un trabajo, una obligación o una dificultad con disimulo-. Y en cambio hay unos vecinos, simples espectadores, que prestan su apoyo, ayudan, a pesar de que para ellos la víctima es una total desconocida. ¿Cómo es posible que seamos tan diferentes y que entre todos seamos capaces por un lado de generar acogida, ayuda, apoyo y por otro, indiferencia, rechazo, insensibilidad y desprecio?

Podríamos pensar en las causas y nos llevaría mucha ‘tinta’, que no vamos a malgastar porque sin duda la insensibilidad e indolencia existen. Esperemos que la causa responda a la ignorancia del sufrimiento del otro, que nos hace ser responsables de actitudes así, calificables de ‘pecado de omisión’ -por no entrar en el delito de omisión del deber de socorro, regulado en el Título IX del Código Penal con pena de prisión-, en el que cabría inscribir la actitud del conductor. Se inició un juicio penal, pero del letrado privado, después de recibir sus honorarios profesionales, no se supo más. La víctima no pudo someterse a los exámenes periciales ordenados por el juez, y el proceso se encuentra suspendido, según tuvo que investigar la víctima por su cuenta.

Pecar, desde el punto de vista cristiano, se entiende como esa trasgresión voluntaria de un precepto tenido por bueno, que alude directamente a la negación de prestar auxilio a una persona que lo necesita, teniendo las posibilidades humanas para ello. Es una actitud inadmisible, pero ¿qué pasa cuando introducimos en la situación las caracteristicas de la víctima? ¿Podría cambiar algo? Pensamos que puede pasarle a cualquier persona: mi herman@, marid@, hij@, prim@, niet@, sobrin@, o en cualquier circunstancia: imaginemos que no le pase en su país, sino que se haya marchado a otro a buscar trabajo. La víctima es una mujer de Guinea Ecuatorial de color, de mediana edad con tres hijos: 10,  13 y 1 año, sin papeles en España desde hace 8 años, con un trabajo precario a jornadas parciales en empleo doméstico, hasta el accidente, que ella y sus hijos sobreviven gracias a las redes de apoyo sociales, que vienen a ser testimonios de solidaridad, aprecio, acogida y hospitalidad.

Muchas veces actuamos por condicionamientos externos, que nos llevan a olvidar de que todos somos seres humanos con dignidad, que bajo cualquier circunstancia los valores que deben prevalecer son el respeto, la solidaridad y la hospitalidad, porque cualquier día esa víctima puede ser cualquiera de nosotros. El ser migrantes simplemente nos indica que hemos sido personas valientes, arriesgadas y con una profunda esperanza de encontrar un espacio donde desarrollar nuestras propias capacidades, aportar todo lo que traemos, y formar parte de una comunidad que no es perfecta, aunque pretenda serlo, y que se alimenta de la diversidad innata de todos para construir sociedades plurales, democráticas y justas.

María Alexandra Vásquez forma parte del área jurídica del Centro Pueblos Unidos.

Colombia: sentencia histórica para las madres de Soacha

Por Sandra Cava Sandra Cava

Hace 8 años que Fair Leonardo Porras, un joven de Soacha de 26 años con una discapacidad que equiparaba su edad mental a la de un niño de 10, desapareció de casa, y desde entonces su madre Luz Marina ha luchado para buscarlo, para saber qué le ocurrió y para conseguir justicia. Finalmente, la ha conseguido.

Fair Leonardo era uno de los 16 jóvenes de Soacha que fueron enterrados en fosas comunes en Ocaña después de ser acribillados por una brigada del ejército colombiano y presentados como guerrilleros de las Farc muertos en combate. Los militares calificaron a Fair Leonardo como ‘jefe de un comando terrorista’.

Es el llamado caso de los ‘falsos positivos‘, del que ya nos habló Belén de la Banda en Más de la Mitad. Jóvenes de familias humildes, engañados con la promesa de un trabajo, fueron asesinados a manos de fuerzas de seguridad colombianas para recibir compensaciones económicas o ascensos a cambio de la muerte de guerrilleros.

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Luz Marina Bernal frente a la tumba de su hijo el día de los muertos. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Tuve la oportunidad de conocer a Luz Marina en Soacha el año pasado. Su voz es la de una firme defensora de derechos humanos, una persona que ha estudiado y se ha documentado desde cero para defender con fundamento el caso de su hijo y sus compañeros. Así es la realidad de las Madres de Soacha.

Estas mujeres sencillas que tienen en común el dolor y la resistencia ante la injusticia ya han logrado dos sentencias históricas. 

La primera ocurrió hace apenas un año mientras las madres escuchaban una sentencia para los responsables de la ejecución de Fair Leonardo: fueron acusados de homicidio, desaparición forzosa y, como hecho sin precedente, Crimen de Lesa Humanidad. Esta sentencia era importante para la memoria de Leonardo pero también para que se reconociese que no se trató de un hecho aislado sino que, tal y como se sentenció, forma parte de ‘un ataque generalizado o sistemático contra la población civil, y con conocimiento de dicho ataque’.

La segunda ocurrió hace apenas unos días. Inmediatamente después de la sentencia se impuso un recurso, que ahora ha sido rechazado por la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia de Colombia dejando en firme la condena de 53 años de cárcel para los cinco militares implicados en el crimen.

Esta sentencia era una meta para Luz Marina, pero también para todas las Madres de Soacha y para las cerca de 5.000 víctimas ejecutadas por las fuerzas públicas de manera extrajudicial en Colombia. Como la misma Luz Marina comparte: ‘La impunidad nos enferma, nos mata de tristeza, pero seguimos viviendo para que nuestros hijos no hayan muerto en vano. Al denunciar sus casos, conseguimos salvar muchas otras vidas’.

Sandra Cava forma parte del equipo de comunicación de Oxfam Intermón

El mapa mundial de Giulia Tamayo

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Ayer nos golpeó la triste noticia del fallecimiento en Montevideo de Giulia Tamayo, abogada, investigadora y activista peruana.  Con 55 años de vida intensa, Giulia ha permitido documentar y denunciar violaciones de los derechos humanos en países tan distintos como Perú, la República Democrática del Congo, Honduras o España. Un mapa mundial que muestra dramas y derechos y ha permitido que algunos de ellos vean luz a través de la verdad y la justicia.

Giulia Tamayo. Imagen del blog Las Reincidentes

Giulia Tamayo. Imagen del blog Las Reincidentes

Desde nuestra llegada a Perú en 1997, la referencia de Giulia, con quien compartimos amigos comunes, ha sido fundamental para entender lo que ocurría en el país, especialmente el sufrimiento de las mujeres más vulnerables. Hace unos meses destacábamos aquí su trabajo contra las esterilizaciones forzadas contra cientos de miles de mujeres llevadas a cabo por la dictadura de Fujimori. Su informe titulado ‘Nada personal‘ y los 20 minutos del documental con el mismo título son un ejemplo de defensa documentada y fundamentada de los derechos de un cuarto de millón de mujeres peruanas.

La historia de compromiso de Giulia se inicia en el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán en los 80. De las entrañables y emblemáticas  ‘Floras‘ -que ayer le dedicaron un homenaje en el jardín de su sede en el centro de Lima, hubiera dado cualquier  cosa por estar allí- pasó al Comité de América Latina y el Caribe para la defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), desde donde denunció, con ayuda de la dirigente indígena de Anta, Hilaria Supa, el caso de las esterilizaciones forzadas.

Recuerdo cómo varios amigos comunes estaban muy preocupados por ella en 1997 y 1998. Alguien había entrado a su casa y robado su computadora. Había recibido amenazas de los terroristas de Sendero Luminoso y también de los paramilitares vinculados a la dictadura de Fujimori. Sufrió la violencia de Sendero en su propio cuerpo, pero el dolor no le impidió mantener un inmenso compromiso con los derechos humanos, y muy especialmente los de las mujeres, allá donde fuera necesario.

Me encontré con Giulia a las puertas de la Casa de América el día que se presentaba en Madrid el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Perú. Comentamos cómo sentíamos la emoción de que tanto dolor vivido, tanta violencia sufrida, empezara a reconocerse, a recibir luz. Cómo la verdad podría abrir el camino para la justicia.

Merece la pena leer lo que escriben sobre ella sus compañeros de Amnistía Internacional, María del Pozo y Ángel Gonzalo. Pero aún mejor es escuchar su voz en una larga entrevista sobre derechos humanos y justicia universal o leer la carta que escribió sobre su experiencia personal la violencia policial en las manifestaciones de Madrid hace unos años.

Porque lo que Giulia ha hecho en su vida, lo que hacía cada día, es lo que tenemos que hacer todas y todos. Defender el mapa de los derechos de las personas. Defender la Humanidad.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Valientes con V de Venezuela

Por María Elena Piña Vargas mariepinavargas

‘¡Valiente, valiente!’

De esta forma suelen recibir en medio de aplausos a la parlamentaria María Corina Machado, la más votada en las elecciones al Parlamento, y cabeza visible dentro de las protestas que ya llevan más de un mes ocurriendo en Venezuela. Machado no dudó en apoyar y capitalizar esa efervescencia, ese clamor popular que incendió las calles venezolanas de la mano del movimiento estudiantil, que clamaba por la liberación de sus compañeros estudiantes detenidos. Su trabajo constante y su claridad a la hora de denunciar al Gobierno, le ha valido un par de golpizas y decenas de amenazas.

Hasta el miedo me lo robaron. Imagen de Horacio Siciliano.

‘Hasta el miedo me lo robaron’. Manifestante en las calles de Caracas.  Imagen de Horacio Siciliano.

Y es que Venezuela y sus calles se han llenado de protestas, para exigir cambios efectivos dentro de un país polarizado y violentado, que estos días se enfrenta a un sinfín de violaciones de los derechos fundamentales.

Otra mujer que destaca estos días es la periodista Carla Angola, que lidera un nuevo programa de entrevistas que se transmite a través de internet, para contrarrestar la falta de información de los canales de radio y televisión. Carla se lanza a la calle en busca de historias positivas y hasta heroicas. Busca mostrarnos que los venezolanos podemos reencontrarnos.  Presentando historias de hombres y mujeres que trabajan para construir un mejor país, ejerce un periodismo cercano que promueve la reconciliación.

Pero a estas mujeres líderes de opinión, les ha tocado ceder la palabra a muchas otras que ayer eran menos conocidas o incluso anónimas.

Valor y constancia es lo que transmite Gabi Arellano, dirigente estudiantil y miembro del Movimiento Estudiantil Venezolano.  Herida durante las manifestaciones del 20 de marzo,  pedía disculpas esa misma tarde porque no podría asistir por la noche a una asamblea ciudadana. Inagotable su espíritu, insiste en que el Gobierno ‘no tiene balas suficientes para silenciar la voz de la juventud’. A través de un intenso trabajo, lidera una serie de actividades que ya trascienden la mera protesta callejera.

Otras mujeres no han sufrido agresiones físicas, pero no por ello escapan al dolor. Dolor por un hijo/a arrestado o asesinado. Dolor que han dejado en casa, porque están en la calle contando sus desgarradoras historias subidas a una tarima o frente a cámaras de televisión. Sus testimonios nos dejan  impávidos, sin saber si llorar de tristeza o de impotencia.  Algunos lo llaman resiliencia. Yo lo llamo indignación.

Es el caso de de Doris Morillo, cuyo hijo de 18 años lleva ya un mes detenido tras una brutal represión. Ha sido torturado. Teme por su hijo.

Pero otras madres ya ni eso. La violencia se los ha arrebatado. Rosa Orozco, cuya hija de 23 años fue asesinada, ya ha declarado para CNN y el 22 de marzo acompañará a Machado a la sesión del Consejo Permanente de la OEA.  Ha tenido que aprender en corto tiempo términos legales y judiciales, así como a hablar en público, y hasta cómo usar las redes sociales.

Escucho a diario que a esta generación de estudiantes le ha tocado ser ‘valientes’. ¿Y a sus madres? Son ellas las que les han enseñado a no rendirse.  Venezuela está repleta de mujeres valientes, que buscan una sociedad más justa y tolerante.

Ellas me invitaron a ser valiente. Yo te invito a ti.

 

María Elena Piña. Comunicadora Social, defensora de los DDHH. Especializada en tecnologías de información y comunicación. Me apasiona acercar estas tecnologías a las personas, para que las incorporen a su vida, como instrumentos de construcción de una ciudadanía activa y responsable.

Estériles a la fuerza: el drama de las mujeres en Perú

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Irreversible. Irreparable. Doloroso y definitivo. Anoche tuve ocasión de ver un reportaje de En Portada sobre las esterilizaciones forzadas de las mujeres peruanas durante el gobierno de Fujimori, entre 1995 y 2000.  Trescientas mil mujeres fueron operadas sin información previa, sin consentimiento real, sin tiempo para pensar si querían o no tener más hijos, o sencillamente si querían tener hijos.

La mayoría de las mujeres esterilizadas de forma coercitiva eran mujeres pobres, de comunidades indígenas quechuas o amazónicas, sin estudios y muchas veces incapaces de comprender el castellano. Se les obligaba a someterse a una operación a cambio de recibir atención médica para sus hijos, o para ellas mismas, o tras un parto, o directamente llevándolas por la fuerza y atándolas. También había en muchos casos coerción hacia los maridos, a quienes se obligaba a firmar un consentimiento que en muchos casos no entendían.

¿Cómo fue posible llegar a esas situaciones? En todos los testimonios de las mujeres esterilizadas  hay referencias evidentes a la coerción por parte de los profesionales sanitarios en estas zonas rurales. Presentaban la operación como una obligación legal para ellas ‘me dijeron que ya no tenía que tener más hijos y me tenía que ligar‘ o una necesidad de salud para las mujeres ‘que tenía anemia y me tenía que ligar para que mis hijos no nacieran con anemia‘. Hay documentos que muestran cómo los centros de salud en las zonas rurales del Perú tenían que justificar ante las autoridades un número de esterilizaciones al mes. Si lo cumplían, tenían premios. Si no, los profesionales podían perder su puesto, ya que no eran funcionarios sino contratados, y estaban a merced de sus superiores. En todos los casos, se ve cómo ejercieron superioridad, y en algunos hasta violencia física, sobre las mujeres: analfabetas, pobres, indígenas, que pensaban que estas personas sabían más que ellas, o incluso que les estaban ayudando.

Las operaciones se realizaban sin control previo de salud, en condiciones higiénicas y técnicas deficientes, y a las mujeres se les devolvía a su casa sin esperar a que se recuperaran. Muchos relatos incluyen referencias a infecciones, dolores, y secuelas incapacitantes para las mujeres. A las consecuencias físicas se une el rechazo de las comunidades y de la propia familia, que llega a creer que las mujeres eluden sus compromisos o quieren ligarse ‘para corretear por ahí’ -lo que quiere decir relacionarse con otros hombres sin temor a las consecuencias-. A la esterilización seguía el desprecio y en muchos casos el abandono.

Existen denuncias que equiparan esta acción a un genocidio: un intento de acabar con la pobreza acabando directamente con los pobres. Pero las acciones judiciales se resisten. Las causas se archivan. Los casos no se investigan. Las evidencias -la extensión masiva del problema, la constancia de los incentivos y castigos sobre los profesionales de las postas de salud- apuntan a una grave responsabilidad del régimen de Fujimori -que personalmente presentó un programa de esterilizaciones ‘voluntarias’ en la Cumbre de Beijing. Sus ministros de Sanidad, especialmente Alejandro Aguinaga, hoy congresista del partido de Fujimori, no han respondido ni han reconocido ninguna responsabilidad en todos estos años. Ni siquiera han pedido disculpas por algún ‘exceso’ que pudiera haberse cometido. En la Fiscalía del Perú se acumulan cajas y cajas con información sobre los casos, facilitada con trabajo por las mujeres, sin que nadie les dedique su atención. Varias de las mujeres han sido llamadas a declarar una y otra vez de manera también coercitiva, como para disuadirlas de mantener cualquier tipo de acción judicial. La justicia ha llegado a otras causas de derechos humanos, y actualmente Alberto Fujimori está condenado y en prisión por otros casos graves. Pero para las mujeres, una vez más, la justicia parece inasequible.

Las propias víctimas de esta política son las heroínas de la historia. Sólo una mujer, limeña y operada sin consentimiento en una clínica privada de la capital, ha conseguido alguna reparación. Pero muchas más siguen valientes y fuertes reclamando justicia. Las mujeres de Anta, una zona rural de Cusco, son el ejemplo mundial de denuncia y movilización ante lo que les ocurrió. Ante su enorme sufrimiento, y a pesar de carecer absolutamente de cualquier recurso, tuvieron la conciencia de que sus historias personales, y la acumulación de evidencias, tenían proporciones insoportables. Se unieron y superaron la vergüenza y el dolor para levantar la voz y contar la verdad.  La investigadora Giulia Tamayo  levantó la denuncia cuando las esterilizaciones todavía estaban ocurriendo. Consiguió mover conciencias dentro y fuera del Perú. Fue amenazada y acosada, y tuvo que salir del país. La congresista (diputada) indígena Hilaria Supa, que conoció el caso desde sus inicios, mantiene la exigencia de justicia en todos los entornos.

Las operaciones y sus consecuencias ya son irreversibles. La justicia para los responsables de esta tragedia debería serlo también.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón