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El Salvador: agua, mujeres y justicia

Por Tania Moreno

Es casi mediodía. Camino junto a una docena de mujeres que van río abajo por una vereda serpenteada de piedras, donde apenas caben con sus cántaros vacíos atados a la cintura. La primera de la fila es Juana Hernández, de 61 años. Ella lidera al grupo hacia el Río Amayo y me contagia con su risa y energía. Juana es la Presidenta del Comité de Mujeres Fe y Esperanza, desde 1997. Además, es jefa de hogar y vive con su hija menor y su madre de 87 años. Buena parte del día les ocupa caminar largas distancias para recoger agua y luego consumirla con suma austeridad.

Juana Hernández recogiendo agua de río Amayo.

Para las mujeres de La Comunidad Las Mesas (ubicada en el Cantón El Cimarrón, en La Libertad, El Salvador) la lucha por el agua es un desafío diario por la vida: llevan años de sacrificio para sobrellevar la escasez de agua para el consumo, para regar sus huertos y cubrir otras necesidades en la comunidad. En esta zona costera de El Salvador, esta escasez afecta a miles de personas. Los cincuenta años de esta lucha están contados en un breve comic que narra también el liderazgo de Juana:

Comic sobre la realidad del agua de las mujeres de Las Mesas, en El Salvador. Imagen: Oxfam El Salvador.

Según opiniones de expertos, El Salvador se encuentra cerca del estrés hídrico. La mayor parte de los más de 360 ríos importantes han perdido entre el 30% y 70% de sus caudales de verano en los últimos 25 años. En mayo de 2016, el Relator Especial de la ONU sobre el Derecho Humano al Agua Potable y Saneamiento señaló en su informe que “más de 600,000 mil personas en El Salvador no tienen acceso a ningún tipo de servicio de agua potable y saneamiento, ni siquiera a través de la recolección de aguas lluvias.

Además, más de un millón de personas solo tienen acceso a un servicio deficiente de agua, que no garantiza su potabilidad. En la zona rural, la situación es aún más crítica. Mientras que el 34% de los hogares rurales tienen acceso a agua potable, en el área urbana es más del 90%. Lee el resto de la entrada »

La economista que sentía vergüenza por lavarse el pelo

Por Marta Val

Tengo una caldera que tarda en calentar el agua. Hay que dejar abierto el grifo hasta que sale el agua de la ducha a la temperatura deseada. Tengo prisa y esos minutos de espera se me hacen eternos. Esta mañana se me ocurrió cronometrarlos: cada mañana mi ducha está sacando agua a presión durante 4 minutos. O lo que es lo mismo, por el grifo de mi ducha salen unos 75 litros de agua durante este tiempo. Esa es la cantidad de agua que, según los indicadores Sphera que utilizamos en situaciones de emergencia, necesita una familia de 5 miembros durante todo un día. Y yo todavía no he empezado a ducharme, sólo estoy esperando que el agua se caliente.

Una mujer transporta agua en un barrio de Bria (República Centroafricana). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Una mujer transporta agua en un barrio de Bria (República Centroafricana). Imagen de Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Es increíble cómo somos capaces de aprovechar el agua cuando no nos sobra. En la cuidad siria de Salamiyah, donde Oxfam está trabajando en un proyecto de mejora de acceso agua potable, Razam, una economista de 30 años cuenta cómo, desde que comenzó el conflicto, tener agua se ha convertido en su obsesión; siempre ha disfrutado de agua corriente en su hogar, pero desde que la guerra afectó a su ciudad, los cortes de agua han sido continuos. A veces se  quedan hasta un mes sin servicio.  Ella explicaba lo culpable que se siente cada vez que se lava el pelo (lo ha reducido a dos veces semanales) y siempre utiliza dos baldes, de manera que no se desperdicie ni una gota. El agua después se reutiliza para el inodoro. De la misma forma, han conectado la manguera de salida de la lavadora a un depósito, donde almacenan el agua con la que lavan después los suelos de toda la casa.

En Bangui, capital de República Centroafricana, en situación de conflicto desde 2013, las mujeres todavía lo tienen peor. Antes del conflicto, sólo una ínfima parte de la población tenía conexión de agua en sus casas. Algunas familias compraban agua en pequeños kioscos esparcidos por la ciudad,  propiedad de la empresa municipal de agua, donde las mujeres llenaban sus recipientes y pagaban en función de la cantidad suministrada, 207 francos o lo que es lo mismo 0,32 euros por metro cúbico. Pero la mayor parte de las familias en Bangui no pueden permitirse este servicio y las mujeres se abastecen  de pozos tradicionales, no protegidos. Algunas de ellas, las menos, utilizaban lejía para desinfectar el agua antes de beberla. En general un acceso a agua potable bastante limitado, sobre todo en términos de calidad.

A partir de 2013 y como consecuencia del conflicto, este endeble sistema de servicio de agua potable se vio seriamente afectado; los kioscos quedaron inservibles, algunos fueron directamente atacados  y la mayoría quedaron fuera del perímetro de seguridad de la población. Lo mismo pasó con los pozos tradicionales, los pocos que quedan accesibles por seguridad están todavía más contaminados, y tratar el agua ya no es para nadie una prioridad. A eso se suma un aumento de la tensión ya existente alrededor de los escasos puntos de agua accesibles. En conclusión, antes del conflicto el acceso a agua potable era muy limitado; después del conflicto  es inexistente; prácticamente ya nadie tiene agua potable en Bangui.

Y aquí, como en tantos otros países, la mujer tiene el rol y la responsabilidad heredada de buscar y traer agua a la familia. Y cuando las fuentes de agua ya no son accesibles y  encontrar agua es una necesidad, ellas son capaces de todo con tal de conseguirla. He visto una mujer con un bebé a la espalda llenar una garrafa con un cacito de metal, cogiendo cuidadosamente, con mucha calma, el agua de un charco de lluvia en la cuneta de una carretera.

Como Razam, que se siente culpable por lavarse el pelo, siento que estos testimonios me llevan a un profundo sentimiento de vergüenza y de rabia. Voy a reciclar los 75 litros que se me van por el desagüe cada mañana antes de la ducha. Y también dar a conocer todo lo que puede hacerse para resolver esta situación, a través de proyectos de agua potable en situaciones de emergencia. Sé que es muy poco, casi ridículo ante realidades tan aplastantes. Pero debe ser mi forma de contribuir a entender mejor el privilegio que tenemos cada día cuando disfrutamos del agua.

Marta Val es experta en proyectos de cooperación internacional de abastecimiento de agua, saneamiento y promoción de higiene.

El equilibrio imperfecto

Por Belén de la Banda @bdelabanda 

El video se titula así: el equilibrio imperfecto. Su protagonista es Maïmouna Souleïmane Haddo, una mujer chadiana de una pieza que hace unas semanas nos abrió las puertas de su casa. Maïmouna se parece a tantas otras mujeres que hemos conocido en el viaje a Chad, en sus preocupaciones, sus intereses, hasta en su aspecto. Pero además del equilibrio del balancín en el que cada día carga unos cántaros de agua, Maïmouna ha logrado unos cuantos equilibrios más en su vida.

Maïmouna Souleïmane Haddo charla con Emmanuel Ratou, técnico de promoción de higiene y saneamiento de Oxfam Intermón. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Maïmouna Souleïmane Haddo charla con Emmanuel Ratou, técnico de promoción de higiene y saneamiento de Oxfam Intermón. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

Creo que ella es muy consciente de su suerte. Cuando era joven, pudo estudiar y graduarse como profesora de árabe. Luego se casó y vinieron sus siete hijos, y una vida dura que le daba para poco más que para ir a buscar agua, preparar la comida y limpiar su patio día tras día. Su rostro se oscurece cuando recuerda en inmenso esfuerzo de todos esos años:  ‘Cuando no había agua todo era muy diferente. Cada viaje suponía unas dos horas. Por la mañana iba tres veces a buscar agua, y por la tarde dos. Nos llevaba muchísimo tiempo coger agua y después teníamos que hacer la comida. Y por la noche no podíamos ir a buscar agua, teníamos miedo. Al volver del segundo viaje por la tarde ya se ponía el sol, y no podíamos ir a buscar más agua. Desde que tenemos agua, estamos muy aliviadas.’

El terreno de esta zona es rocoso, muy difícil de perforar. Hacen falta maquinarias especiales para sacar el agua limpia del subsuelo. Pero además, una vez construido el pozo,  hace falta la formación de todos para mantener el pueblo limpio, el agua sin contaminar. En Dirbeye todo el pueblo lo ha hecho, y ahora se sienten muy orgullosos de cómo han logrado reducir las enfermedades, compartir la responsabilidad, mantener el pueblo libre de suciedad.

Para Maïmouna, el trabajo de agua, higiene y saneamiento en su pueblo ha sido un cambio radical en su vida. Ahora tiene 48 años y puede trabajar con todos los alumnos de la escuela de Dirbeye: es su profesora de árabe. En temporada escolar, por la mañana salen todos juntos de casa, los niños a estudiar y ella a trabajar.

Su conciliación, su apertura a la vida profesional, vinieron de la mano del pozo:  con el agua limpia, con las letrinas, con las enfermedades que sus niños ya no tenían.

‘El equilibrio imperfecto’ es una buena forma de definir también la vida de Maïmouna, y al de muchos de nosotros: la familia y el trabajo. Pero también dos cántaros de agua colgando de un balancín desde sus hombros. Sólo que ahora, en diez minutos, estarán llenos.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de  Oxfam IntermónAhora mismo empeñada en promover la campaña ‘cambia su agua, cambia su vida‘.

Un día en la vida de Sauda

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hassaballah no para. Es un bebé dicharachero, que se mueve y ríe constantemente. Pasa de los brazos de su hermana mayor, Fatimé Zara, a los de su madre, pide teta, y luego quiere ir otra vez con su hermana. Quiere coger cualquier cosa que aparezca a su alrededor, se ríe otra vez, parlotea. Le digo a Sauda, su madre, que parece un niño muy feliz.  Sauda sonríe: ‘es mi alegría. Para mí es muy importante que Hassaballah esté bien’.

Sauda, con sus hijos Hassaballah y Fatimé Zara. Imagen (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Sauda, con sus hijos Hassaballah y Fatimé Zara. Imagen (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Sauda ha perdido dos niños, para ella no es una teoría: sabe que en su entorno muchos niños no llegan a los cinco años, y también sabe por qué. Hace unas semanas tuve la ocasión de pasar un día con ella y ver cómo conjura el temor y la preocupación. Trabajando.  Sauda Hamid vive en Am-Ourouk, al final de una pista de tierra muy difícil,  en la región del Guera, más o menos al centro de Chad. Tiene 28 años y seis niñas y niños. Ella dice que tiene ocho hijos, y explica con enorme tristeza que dos de sus hijos, un niño y una niña, murieron. Necesita  pensar que esto no volverá a ocurrir. Su única oportunidad es trabajar mucho, hacerlo todo muy bien.

Su día se compone de muchas tareas sencillas que implican mucho esfuerzo, y no parar. ‘En la estación seca me levanto a las 4 de la mañana. Enciendo el fuego, caliento el agua, hago mis abluciones con el agua caliente. Después pongo la olla al fuego y barro el patio. Preparo la masa que voy a dar de comer después a los hombres para la comida. Después caliento el agua para lavar a los niños, los lavo y preparo los cántaros para ir a buscar el agua. Cuando vuelvo con el agua, la vierto y tengo que volver porque un solo viaje no es suficiente. Traigo otro viaje de agua y lo dejo en casa. Me siento a la sombra para descansar un poco. Entre tanto, llega el momento de la oración de mediodía. Rezo y vuelvo a coger las cosas para ir al pozo. Cuando vuelvo, limpio de nuevo la casa. ‘

El camino al pozo. Las mujeres van juntas para evitar peligros. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

El camino al pozo. Las mujeres van juntas para evitar peligros. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

En la estación de lluvias, además, están las tareas del campo. Sólo llueve tres meses al año, así que tienen pocos días para trabajar duramente y conseguir las tres cuartas partes de lo que la familia necesita.  ‘Cuando llega la lluvia, damos gracias a Dios. Gracias a ella tendremos una cosecha y viviremos. Si la cosecha no es suficiente, trabajaremos para otros. Y si eso no es posible, tenemos que irnos lejos. Dejamos el pueblo para buscar algo que comer hasta que llegan las primeras lluvias. Entonces volvemos para sembrar y cultivar de nuevo

Esta región de Chad tiene un clima saheliano, desértico la mayor parte del año. Sólo entre julio y septiembre llueve, y en ese momento hay que hacer la mayor parte de la labor, cultivar el 80 por ciento de lo que comerán durante el año. La lluvia, que es la bendición esperada, no siempre está a la altura de lo esperado. A veces no es suficiente. Y otras veces, como durante nuestra visita,  cae en forma de grandes tormentas, con demasiada fuerza y rompe las plantas, o inunda los campos y hace que todo se pudra.  El agua para beber, en la estación de lluvias, está más cerca, pero está en grandes charcas naturales que se forman en las zonas bajas. Tiene bacterias, gusanos, riesgo.

Hay enfermedades. No tenemos la posibilidad de tener agua limpia. Todo lo que tenemos es esa charca que veis, y que Dios nos ha dado, pero provoca muchas enfermedades. Provoca enfermedades de la piel a los niños, enfermedades del estómago, eso lo hemos notado. Mi hija Ramla, que tiene tres años, tiene diarrea permanentemente. La he llevado al hospital y me han dicho que el agua que consume no es buena para ella. Incluso su papá, si toma esta agua, se pone enfermo. Así que tengo que ir a buscarla a otro sitio, mucho más lejos. Paso casi todo el día para ir y volver.

Sauda recoge agua en una charca junto con otras mujeres de Am-Ourouk. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Sauda recoge agua en una charca junto con otras mujeres de Am-Ourouk. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón

En el reparto tradicional de las tareas, son las mujeres quienes se ocupan del agua. Necesitan agua para todo, así que Sauda piensa qué más puede hacer, además de ir y volver tres veces cargada con veinte litros en cada hombro y dedicar muchas horas al día a buscar agua: ‘A veces lavo muy bien un recipiente y lo pongo sobre el tejado para recoger agua del cielo cuando llueve. Después conservo el agua dentro de casa. Hago todo esto para evitar las enfermedades. Mi pequeñita bebe de esta agua y su papá también.’

Si alguno de los niños cae enfermo, tendrán que endeudarse y llevarlo a dos horas y media de camino para que lo vea un enfermero en el centro de salud. Pero muchas veces no hay dinero, y tratan de curarlo con infusiones.  Y también tiene que endeudarse para que sus hijos puedan estudiar, porque en Am-Ourouk no hay escuela. ‘Yo no fui a la escuela, crecí aquí, pero fui algún tiempo a la escuela coránica. Por eso entiendo bien lo importante que es el colegio, por eso llevo a los niños a estudiar, quiero que mis niños estudien, que vayan a la escuela, necesito que tengan esa oportunidad’.

A la hora del descanso, todo es también trabajo. Pero para Sauda es un momento especial, quizá el mejor del día:  ‘Enciendo el fuego, preparo la cena. Caliento el agua, lavo a los niños, les pongo las mosquiteras fuera para que se sienten un rato. Entonces llega la puesta de sol. Después de cenar y entretener un poco a los niños extiendo las mosquiteras dentro y los acuesto para que pasen la noche. Después voy a lavarme para ir a dormir. Tengo que protegerlos del calor y los mosquitos. Si no pongo la mosquitera, los mosquitos pican a los niños y se ponen enfermos. Eso me hace sufrir mucho, quiero evitarlo. Por eso les pongo las mosquiteras para que estén bien protegidos en el interior y para que puedan dormir bien.’  

El agua es un problema en la mayor parte del mundo, y aquí, en Chad, muy especialmente. Mis compañeros de Oxfam Intermón en la zona están trabajando para construir un pozo de agua potable en Am-Ourouk. Es el deseo de Sauda: agua limpia, cerca de casa, para alejar la preocupación y empezar a cambiar su vida. Después de sólo un día con ella, yo también  deseo con todas mis fuerzas que ese pozo sea realidad. Que cada día en la vida de Sauda pueda empezar a cambiar.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de  Oxfam IntermónAhora mismo empeñada en promover la campaña ‘cambia su agua, cambia su vida‘.