Que decida ella

Por Eva Garzón

Did you mean “refugiados”?, me pregunta el buscador cuando introduzco el término en femenino. No. Quise buscar precisamente lo que busqué: “refugiadas”. Me cabrea un poco, pero me anima a seguir escribiendo esta entrada sobre la ausencia de las refugiadas en los imaginarios comunes y en los lugares donde se toman las decisiones que les afectan.

Sajia Zamanii, en la frontera entre Serbia y Croacia. Con 17 años tuvo que huir de Afganistán.          © Oxfam

La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados acaba de publicar sus cifras anuales sobre desplazamiento forzoso, en las que contabilizan personas refugiadas, solicitantes de asilo y desplazadas internas. Puedes, de un vistazo, ver qué cifras corresponden a cada uno de estos grupos, de qué países vienen, en qué países se encuentran, cuántas personas han sido reasentadas y cuántas son niños. No es fácil, sin embargo, encontrar datos fiables sobre el número de mujeres. Lo más frecuente en todos los informes globales es encontrar un genérico ‘aproximadamente la mitad’ son mujeres y niñas.

Esta ausencia de datos precisos, unida a un uso sistemático de imágenes y lenguajes que masculinizan los desplazamientos de personas, contribuye a desdibujar la presencia de las mujeres. Cuando ellas aparecen, el patriarcado que nos atraviesa la mente y el discurso tiende a colocarlas, a lo sumo, en el espacio de la víctima pasiva, la necesitada de compasión, la dependiente sólo de la ayuda. De esa forma se refuerza ese empeño colectivo, consciente o inconsciente pero siempre dañino, de homogeneizar la realidad de las personas refugiadas por el lado de la causa pérdida, del miedo, de la invasión y de la lucha por los recursos.

Cuidemos las imágenes y cuidemos las palabras, démosle ese espacio a las mujeres que resisten, que deciden, que emprenden, que inventan, que son, que construyen, que hacen, que proponen y que aportan allá donde están. Las mujeres que son cada una de nosotras si tuviéramos que marcharnos de nuestras casas. Es una cuestión de justicia con una realidad que levanta filias y fobias pero que, bien contada, debería inclinar la balanza del lado de las filias y la movilización social.

Es, además, un cambio imprescindible para propiciar mejores decisiones sobre las personas refugiadas. En un informe publicado a principios de año, mujeres refugiadas en el campo de Moria, en la isla griega de Lesbos, relataban problemas de seguridad e higiene derivados, sin duda, de una falta de voluntad política, pero también de errores de diseño, de necesidades o realidades no tenidas en cuenta. Hablo de cuestiones de salud sexual y reproductiva o de protección básica (las mujeres manifestaban miedo a acudir solas al baño en medio de la noche). Yo me pregunto: ¿cómo sería el sistema de asilo y primera acogida de personas refugiadas si lo hubiera ideado una mujer refugiada? ¿Qué sería distinto en Moria si, con los mismos recursos, mujeres refugiadas hubieran tenido algo que decir en el diseño de sus infraestructuras?

En diciembre de 2018 se firmó el Pacto Mundial sobre Refugiados, un acuerdo internacional que trata de garantizar los derechos fundamentales de un grupo de personas que supone menos del 1% de la población mundial, y en diciembre de este año se celebrará el primer foro de revisión sobre su aplicación. Lo que deseo para este Pacto es que no tengamos la necesidad de fantasear sobre cómo habría sido su aplicación si las mujeres refugiadas hubieran tenido voz, espacio y responsabilidad desde el principio sobre las decisiones que les afectan.

Si pueden arreglar Moria, ¿qué podrían hacer por el Pacto Mundial?

Eva Garzón es responsable de Desplazamiento Global en Oxfam Intermón

 

 

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