Ada Lovelace: las referentes existen

Por Beatriz Pozo

Este artículo está escrito en un ordenador y probablemente va a ser leído en otros. Un montón de letras que surgen como por arte de magia cuando pulso una tecla y se reflejan en una pantalla, y que, con unos cuantos clicks más, pueden aparecer en cientos de otras pantallas. Si lo piensas bien es casi como magia, y, aunque probablemente son muchas las personas a las que le debemos que esa magia sea posible, hay una en especial que, por mujer y por preceder a muchos de los nombres que todos conocemos, como Alan Turing o Bill Gates, merece la pena ser destacada.

Retrato de Ada Lovelace. Imagen: wikipedia.

Se llamaba Ada Lovelace y podía parecer el prototipo de una mujer de la alta sociedad inglesa del siglo XIX. Nacida en una familia noble, se casó joven con un hombre de similar posición que llegaría a ser conde, y durante años fue una presencia regular en los eventos y fiestas donde se reunían las más importantes figuras de la sociedad londinense. Sin embargo, no era una mujer convencional.

La madre de Ada Lovelace no quería que su hija recibiera una educación literaria. Temía que se pareciera a su padre. Separada dos meses después del nacimiento de su hija, estaba claro que no guardaba un buen recuerdo de aquel poeta que la engañaba, y que se había marchado a viajar por Europa, para acabar muriendo ocho años después en Grecia. Claro que, por aquel entonces, Ada se apellidaba Byron. ‘Demasiadas emociones‘, debió pensar su madre, ‘mejor que la niña no estudie letras’.

Así que Ada Byron pasó sus primeros años de vida entre tutores privados que se esforzaban en enseñarla, al contrario que a la mayoría de sus coetáneas, ciencias y matemáticas. Cuando tenía 17 años empezó a asistir a los eventos de la alta sociedad londinense. Allí conoció a algunos de los científicos más destacadas de su época, como el físico Michael Faraday o la matemática Mary Somerville. Sin embargo, la amistad más importante que hizo en esas fiestas fue Charles Babbage, que quedó impresionado por los conocimientos y el interés de la joven Ada. Babbage estaba trabajando en una máquina que permitiera hacer cálculos de manera automática y le enseñó sus estudios a Byron. Durante los siguientes 20 años, pese a casarse y quedar recluida a una vida de noble madre y esposa, la, ahora, señora Lovelace mantuvo una intensa correspondencia con el científico.

Con el tiempo Babbage diseñó, aunque nunca construyó, la llamada máquina analítica, precursora de los ordenadores actuales. En 1842, un artículo sobre ella fue publicado en una revista suiza y Ada, muy interesada en la máquina, se ofreció para traducirlo al inglés y añadirle sus propias notas. El resultado, tres veces más largo que el original, ha hecho que Ada sea conocida como la primera programadora de la historia.

Babbage nunca había considerado las posibilidades de su máquina más allá del cálculo numérico, pero Ada fue capaz de ver mucho más allá. No solo explicó el funcionamiento del artilugio, sino que intuyó que era el principio de una nueva ‘ciencia de las operaciones’ separada de las matemáticas, en la que podían manejarse ‘cosas distintas de los números, siempre y cuando las relaciones fundamentales entre ellas fueran susceptibles de expresarse con la ciencia abstracta de las operaciones’. Para explicarlo, Ada usaba el ejemplo de la música. Si las relaciones entre los sonidos pudieran conceptualizarse de esa forma, la máquina sería capaz de componer piezas musicales. Esta ciencia, descrita por primera vez por Ada, es lo que hoy en día se conoce como computación. Además, Lovelace explicó cómo llevar a cabo una de esas operaciones analíticas y el resultado, su nota G, es conocido, de facto, como el primer programa de ordenador, o, al menos, la primera muestra de cómo se habría ejecutado un programa.

Ada Lovelace nació en una sociedad en las que las mujeres no podían dedicarse a la ciencia. Condenada por su género y las obligaciones que conllevaban su posición social, tuvo que limitarse a mantener correspondencia con un científico y solo mediante un subterfugio, una traducción, pudo publicar sus conclusiones. Nunca contó con medios, ni tuvo ninguna posibilidad de dedicarse a lo que realmente le apasionaba. Sin embargo, Alan Turing se inspiró en sus escritos, calificando como ‘objeción Lovelace’ a la tesis de que los ordenadores no pueden pensar; y, en los 80, en su honor, el departamento de defensa de EEUU llamó ‘Ada’ a un nuevo lenguaje de programación.

A menudo se dice que faltan referentes femeninos que inspiren a las mujeres a dedicarse a áreas como el deporte o las ciencias. Ada Lovelace es el perfecto ejemplo de que esos referentes sí existen, si los buscas, y, a pesar de todos los problemas que tuvo en su época. Durante años su figura ha sido atacada, porque ella ‘no inventó la máquina’, pero el diseño de Babbage fue siempre teórico y fue ella la que, también teóricamente, vio que aquella máquina era mucho más de lo que su creador pensaba. En Ada Lovelace, celebramos a una mujer visionaria y con ella la presencia de las mujeres en la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas.

Hasta el 29 de octubre, en Madrid, se puede visitar la exposición Ada Lovelace, la encantadora de números, sobre los logros de esta genial científica.

Beatriz Pozo es periodista, especialista en comunicación audiovisual, y colabora como voluntaria con el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

1 comentario

  1. Dice ser Bien pero...

    El Día de Ada Lovelace es el segundo martes de octubre, sin día fijo. Y «Hoy» es 11 de septiembre…

    11 septiembre 2017 | 08:46

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