Archivo de mayo, 2014

Refugio contra la trata

Por Mariana Vidal Mariana Vidal

Ayer pude escuchar en la cadena SER la voz de ‘Paloma’, la segunda víctima de trata de personas para explotación sexual que ha logrado asilo político en España. La historia de esta mujer, que habla con nombre supuesto, y de quien sólo conocemos su voz, es estremecedora.  Ha logrado salir de la esclavitud, llegar a nuestro país y protagonizar un proceso de dos años hasta demostrar que su vida sigue en peligro y que en México nadie, ni las instituciones, ni la policía, la defendieron de sus secuestradores, violadores y explotadores.

Cartel de Apramp sobre la trata de personas.

Cartel de Apramp sobre la trata de personas.

Con la voz dolorida, y en llanto, ‘Paloma’ ha enviado un clarísimo mensaje a quienes mantienen vivo el lucrativo negocio de la trata de personas: quienes consumen sexo tienen que saber que lo hacen con niñas, adolescentes y mujeres secuestradas y torturadas. Que las mafias que organizan estos servicios son equivalentes a las que trafican con armas y drogas.

‘Paloma’ superó la pesadilla gracias a una ONG, Accem, que tiene en su página web una clara explicación de qué es y cómo se produce la trata de personas. En nuestro país, entre 20 mil y 50 mil mujeres están sometidas a esta situación, según las organizaciones que trabajan para erradicarla.

Pero el asilo -sólo dos casos en nuestro país hasta ahora- y las ONG no son suficientes para afrontar un problema que se inicia poniendo dinero en manos de un mafioso para que te permita violar a una mujer. Una sociedad que llega a este grado de dolor y explotación no puede ser una sociedad sana. Miremos alrededor y dejemos de sentir que todo este dolor es invisible. Reaccionemos.

 

Mariana Vidal es comunicadora y especialista en América Latina.

La cuidadora que pierde su ‘yo’

Por Maribel Maseda Maribel Maseda 2

La mujer ha tendido a posponerse a sí misma y aún continúa haciéndolo sin que en algunas ocasiones el hombre tenga ya que ver en ello. Hay actitudes que no se puede exigir a la mujer que, por serlo, siga manteniendo: ya no tiene mucho sentido en la sociedad de hoy, que avanza hacia la equidad. A pesar de las empresas civilizadas y cívicas puestas en marcha a favor de esta equidad y dada la inevitable convalecencia tras una actividad que levanta suspicacias, temores, enfrentamientos, esperanzas, apoyos, acuerdos y desacuerdos, aún llevará tiempo conseguir el objetivo. Es necesario, entre todos, mantener la alerta sobre los factores múltiples y diversos que puedan estar retrasando tanto el resultado anhelado.

'No hay nada malo en ser generosa, o conciliadora, o cuidadora'. Imagen: Carmen Bort.

‘No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa’. Imagen de Carmen Bort.

No sería una buena señal que el esfuerzo aplicado al principio de este camino evolutivo, fuera el mismo que se aplica 20, 50 o 70 años después. Tampoco que mantuviéramos invariablemente el foco de atención en los mismos argumentos. Si se hace, quizás estamos desgastándonos en un bucle que resta eficacia y en el que se pierde de vista alguna de las realidades que coexisten en el problema de las desigualdades por motivos de sexo.

Y alguna de estas realidades le compete a la mujer -y otras al hombre-, rehacerla o modificarla de manera individual, sin hacer al hombre coherente responsable de ella. No demos tanto poder a ese tipo específico de hombre que anula y atenta contra la capacidad de  ‘ser‘ de la mujer, como para desdibujar a los que claramente ayudan a la sociedad a ser mejor a través de su apertura y facilitación de esta equidad.

La mujer posee ancestralmente una labor de cuidadora que la acerca a veces sin ser consciente y secundariamente a la sumisión. Esto rechina, porque inexorablemente se asocia la figura de un dominante, cuestión que claramente rechazamos. Sin embargo, metidas en el bucle de lo que acontecía hace tiempo sin posibilidad del derecho a la queja, más exactamente, sin posibilidad al derecho en sí, se continúa a menudo depositando la causa en un dominador. Pero lo cierto es que, por supuesto dejando aparte otra realidad bien distinta en la que sí existe tal personaje, hay veces en las que se mantiene el patrón ancestral sin que exista un demandante de él en el entorno. Estos actos de sumisión que llamo  ‘benigna‘ (que no lo es, pero al pasar desapercibida no se identifica como causa importante del desgaste emocional, físico y mental que padecen muchos y muchas cuidadoras) quedan camuflados entre la tendencia de la mujer a facilitar la sanación de sus hijos, el cuidado de sus mayores, el equilibrio del hogar, el bienestar de sus integrantes… Esta sumisión benigna acontece tras las concesiones diarias que realiza para evitar conflictos, en las renuncias a través de las que otros pueden realizar sus deseos o condiciones y hasta en su necesidad de no ser rechazada, comparada, malinterpretada…

No hay nada malo en ser cuidadora o conciliadora o generosa. Las imposiciones que la llevan a hacer algo que en el fondo no le gustaría tener que hacer o siente que no tendría que hacer, pero se ve incapaz de rechazar, son las que finalmente la obligan a convertirse en una mujer sometida, aunque sea ella misma la que se impone la labor. Su certeza de que no hacerlo supondría dejar en el abandono algo que precisa de cuidado o atención, tarde o temprano generará en ella un exceso de responsabilidad que la irá desdibujando. En algún momento, mantendrá un estado de frustración o cierto enfado, también contra ella misma por no ser capaz de decir no pero no podrá hacerlo porque su conciencia no se lo permitirá o por su sensación de que ella puede comprender o atender mejor la situación.

Ser cuidadora no conduce a la sumisión benigna. La imposición, aún cuando es autoimposición, sin posibilidad, -real o no-, de rechazarla, puede provocarla. Porque en ella, la atención está no solo repartida en la labor autoimpuesta, sino en las consecuencias que derivan del cargo de conciencia que también asume la mujer cuando interiormente se rebela o se revela a sí misma sus deseos y necesidades, incompatibles con la labor de cuidadora de otros . Muchas acaban por someterse a un nivel de autoexigencia que no les es solicitado pero que ellas mismas han creado y en el que no se conceden ni tan siquiera unas horas de dedicación exclusiva.

La sociedad precisa de la generosidad de hombres y mujeres. Y por esta capacidad de dar al otro, necesitan aprender la importancia de la autoconcesión y el autocuidado. No cabe duda de que aprender a no posponerse siempre, es un camino que requiere atreverse a reconocer las propias necesidades. También de solicitar al otro la atención a la necesidad real (por ejemplo, muchas cuidadoras con sumisión  ‘benigna‘ piden a sus familiares que les ayuden a ellas a a atender a su mayor, no que ayuden al mayor a ser cuidado). Si se enmascaran por el sentimiento de culpabilidad, no podrán llegar a ser satisfechas y el bucle les desgastará cada vez más.

Atenderse también a uno mismo no implica desatender a otro. Posponerse como manera habitual de vivir no siempre es un requisito indispensable para que todo lo demás mejore. Y el que todo salga bien no debe depender siempre de que uno se olvide de su propia persona.

 

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como HáblameEl tablero iniciático, y La zona segura.

Soacha: siempre madres

Por Belén de la Banda @bdelabanda

No soy capaz de atisbar siquiera el océano de dolor de estas mujeres. Son un pequeño grupo de madres colombianas a quienes la violencia organizada arrebató a sus hijos, adolescentes o muy jóvenes. Los asesinos formaban parte de una red organizada. Algunos de sus miembros montaban equipos de basket en los barrios, entrenaban a los equipos, conocían a los muchachos y se ganaban su confianza. Así ocurrió en Soacha, muy cerca de Bogotá.

María Sanabria, una de las Madres de Soacha, con una imagen de su hijo. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

María Sanabria, una de las Madres de Soacha, con una imagen de su hijo. Imagen: Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

Así fue lo que les ocurrió a los hijos de Luz Marina, de María: con la promesa de darles trabajo por unos días en el campo se los llevaron de su barrio. Los pasaron de unas manos a otras. Los secuestraron, torturaron, y asesinaron. Sus madres, sus familias, estuvieron meses sin saber nada de ellos. Después, los mismos que los habían asesinado deshonraron su memoria: dijeron que eran guerrilleros y habían caído en combate. Los autores de estos terribles crímenes, de esta difamación, como si fueran héroes de la lucha contra la guerrilla, son premiados con dinero y ascensos militares. No se trata de excesos aislados: han matado por una política de incentivos económicos del Gobierno colombiano en la lucha por la guerrilla. Al final, no se sabe cuántos son los ‘falsos positivos’: seres humanos indefensos asesinados porque se les ‘confundió’ con guerrilleros, según el Ejército. Escenas del crimen fraguadas para simular que hubo combates, que los torturados y asesinados tenían armas, que estaban organizados para matar, cuando sólo eran muchachos engañados y asustados. Mentiras, asesinatos, y más mentiras.

Las madres de Soacha tratan cada día, cada minuto, de sobrevivir al dolor. De rescatar la memoria real de sus hijos y hablar de ellos a quienes nunca pudieron conocerlos. De seguir firmes y reclamar una y otra vez su derecho de que los crímenes sean juzgados y castigados. Han soportado una y otra vez agresiones y amenazas. Una de ellas perdió a un segundo hijo cuando éste intentaba saber más acerca del paradero de su hermano. Cada vez saben más y cada vez reciben otro mazazo que revive su dolor.

Es cierto que ya nada devolverá a sus hijos a estas madres. Pero todo lo que pueda hacerse por el reconocimiento de la verdad y la justicia debe intentarse, es la única forma de dar una mínima reparación a sus vidas. Ellas, mientras tanto, continuarán diciendo, o cantando como hace María en este video que recoge su visita a Madrid en marzo de 2013, realizado por mi compañera Charo, la verdad de sus vidas y el valor de las de sus hijos:

Un abrazo, madres de Soacha, madres de Colombia, que merecéis todo nuestro apoyo, cariño y respeto. Y, sobre todo, justicia.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Emilia y las rosas contra el olvido

Por Rosa Briales Rosa Briales

La soledad es un sentimiento que asola los países llamados desarrollados. Cada vez más expandido, afecta  especialmente a las personas mayores. Después de una larga vida vivida, con miles de historias para contar y compartir, muchas personas encuentran que no tienen con quien compartir sus historias pasadas y presentes. En Amigos de los Mayores movilizamos a personas sensibles a esta realidad, que acompañan un ratito a la semana a personas mayores que viven solas y con pocos recursos en Madrid. Para este Día de la Madre, queremos hacer un homenaje especial a todas las mujeres mayores, que han sido madres o han desempeñado este papel en nuestra sociedad. Hemos lanzado la campaña ‘Rosas contra el olvido‘ para apoyar su bienestar. Muchas de sus apasionantes historias están contadas en el blog Vidas Mayores.

Emilia, con uno de los libros de su biblioteca. Imagen: Proyecto Vidas Mayores.

Emilia, con uno de los libros de su biblioteca. Imagen: Proyecto Vidas Mayores.

Emilia vive en el centro  de Malasaña,  entre  ultramarinos chinos, tiendas de ropa vintage y locales de moda de repletos de veinteañeros. El barrio aún guarda espacio  para miles personas como ella, testigos privilegiados de su evolución durante los últimos ochenta años. Porque Emilia ha vivido en esta casa, su casa desde 1935, cuando llegó con apenas cuatro años en las vísperas de la Guerra Civil, ‘cuando los «pacos» se subían a los tejados del 2 de Mayo y tenías que tener cuidado para que no te disparasen’. Y aunque hace tres años que Emilia no sale a la calle, considera que el barrio no ha evolucionado precisamente para mejorar. ‘Antes las fiestas del barrio eran mucho más bonitas, llenas de majas y chisperos. Los últimos años esto se había llenado de coches, cuando era niña uno de los primeros coches que se vio por el barrio fue el de mi padre, un seiscientos  blanco muy bonito’.

Emilia es una persona cultivada y curiosa, en los rincones de su casa se amontonan los libros. Todo le interesa, conversar con ella es como un ejercicio de prestidigitación, manejando mil temas en el aire y saltando de uno a otro. Y así pasamos de la literatura al arte, y del arte los viajes y entonces Emilia enciende un pitillo. ‘Tengo 84 años y me fumo un paquete diario como he hecho desde que tenía 15. Hace poco vino a verme el médico, me inspeccionó los pulmones y me dijo que disfrutase, que lo mejor que podía hacer era disfrutar de los años que me quedasen de vida y fumar a gusto’. Dice exhalando el humo con una sonrisa. Bastan cinco minutos de charla con Emilia para saber que es una mujer de carácter.

Sólo hay dos cosas de las que se arrepiente en su vida; el no haber tenido hijos que la acompañen en su vejez y no estudiar medicina, su verdadera pasión. ‘En aquella época era muy infrecuente que las mujeres, sobre todo las de clase media, fuésemos a la Universidad, y en mi caso ante la falta de recursos mi padre optó por apoyar al varón, en concreto a mi hermano mayor. Pero Emilia ha seguido interesándose por la Medicina y poniendo a prueba su capacidad de diagnóstico en situaciones más cotidianas; como cuando el año pasado se cayó en casa y supo instantáneamente que se había roto la cadera o demostrando que es poco impresionable, como aquella vez en Colombia cuando intentaron robarle el reloj y ella se negó. Su agresor entonces le cortó de un tajo las venas de la muñeca y ella acudió a la Embajada ensangrentada. Tuvo la sangre fría suficiente para pedir una ambulancia mientras sus compañeros se desmayaban y ella agradecía mentalmente el que le hubiesen cortado las venas y no los tendones.

Porque sí, han oído bien, Emilia vivió en Colombia siete años y medio y lo mejor será empezar por el principio. Al no poder estudiar medicina se apuntó a una escuela oficial de secretariado en la Calle Fuencarral, su padre nunca quiso que trabajase pero cuando este falleció su primera experiencia laboral pareció caerle del cielo. Emilia tenía 34 años. El hijo de una amiga fue destinado a Bogotá como cónsul y necesitaba una secretaria particular. Emilia se presentó a la entrevista y en unos meses volaba con destino a Colombia previa escala de un mes de vacaciones en Miami. 

De sus años en Colombia guarda recuerdos imborrables. Un día Emilia encontró a su jefe hablando con un joven de unos treinta años con bigote y bastante guapo. Estuvieron hablando durante un buen rato y a ella le pareció muy agradable, al marcharse le regaló un libro dedicado. Aquel libro era Cien Años de Soledad y el joven se llamaba Gabriel García Márquez.

Hace apenas seis meses que conocimos a Emilia. Una vecina con la que tiene una relación muy estrecha descubrió lo que hacíamos en Amigos de los Mayores y le recomendó que nos llamase. Tras entrevistarse con nosotros, y como a veces se sentía un poco sola, decidió solicitar un voluntario. En pocas semanas Daniela comenzó a visitarla. Daniela es mexicana, tiene 25 años y estudia diseño en Madrid. Para ella Emilia se ha convertido en una amiga muy especial. Juntas charlan de mil cosas, a las dos les encanta leer y tras conocer la anécdota con García Márquez decidió regalarle ‘Crónica de una muerte anunciada‘ Está empeñada en que Emilia salga con ella a dar una vuelta ‘aunque sólo sea hasta la plaza del 2 de Mayo‘.

 

Rosa Briales es responsable de sensibilización de Amigos de los Mayores. Para este Día de la Madre, Amigos de los Mayores ha diseñado Rosas contra el olvido, un regalo solidario realizado artesanalmente por  personas con discapacidad intelectual de los centros especiales de empleo de APMIB. Con los beneficios se financian proyectos de acompañamiento afectivo para personas mayores. Más información en info@amigosdelosmayores o en el 913599305.

Un trabajo de justicia

Por Flor de Torres Porras Flor de Torres + nueva

Las leyes, al igual que las personas,  nacen, viven y mueren.

En 1963, falleció, fue enterrada y pasó a mejor vida la excusa absolutoria del Código Penal que en su artículo 528 decía: ‘El marido que sorprendiendo a su mujer  matare en el acto a los adúlteros, o alguno de ellos, o les causare cualquiera de las lesiones graves, será castigado con la pena de destierro. Si produjere lesiones de otra clase quedará exento de pena’. ¿Qué ocurría a la inversa, es decir, cuando la esposa agraviada  matase al marido infiel o a su amante? Ella se vería acusada de dos  homicidios o asesinatos y podría ser penada con penas de hasta 40 años de prisión.

Imagen de la justicia. Dublin Castle.  Fotografía: B. de la Banda

Imagen clásica de la justicia. Dublin Castle. Fotografía: B. de la Banda

Sirven dos ejemplos más de discriminación legal en contra de las mujeres en el derecho histórico: uno de ellos es el de los asirios, de 1600 años a.C.,  que estipularon que ‘Si un hombre sorprende a su mujer con otro, y lo prueba, y mata a los dos no ha cometido falta’ y otro el conocido texto bíblico que dice ‘El adúltero y la adúltera serán muertos sin remisión’ (Levítico XX, 10).

Tal discriminación desapareció en la reforma del Código Penal de  1963 pero, vergonzosamente para la mujer, se mantuvo otra discriminación: La de la esposa que cometía adulterio por el hecho de ‘yacer una sola vez’ con varón que no fuese su marido (Art. 449), mientras el marido, para ser condenado por amancebamiento, debía ‘tener manceba dentro de casa o notoriamente fuera  (Art. 451). La muerte definitiva de esta norma tuvo lugar en 1978 con la despenalización del adulterio y amancebamiento.

Las mujeres, con tenacidad, hemos salido de la cocina y dejamos de ser las ‘conductoras exclusivas del carro de la compra‘ para ir poco a poco y en silencio, ocupando en igualdad con los hombres  puestos de responsabilidad en las fábricas, en las oficinas, en las empresas, en la política, en la justicia, en el arte, en la comunicación y en definitiva en la sociedad.

Todas sabemos que la Constitución de 1978 nos tendió carta de naturaleza jurídica plena en su artículo 14, al proclamar la igualdad sin discriminación alguna por razón de sexo con el carácter de derecho fundamental, tendiendo un galante guante  a nuestra condición igualitaria.

En la Justicia eso es un hecho. No solo como dogma sino como realidad constatable. La mujer se ha ido abriendo paso a paso su lugar sin ruidos, sin voces, sin altanerías. Sólo  con tesón y trabajo. En silencio. Y ello, pese a que  al principio  se nos confundiera, como se hacía conmigo, con una secretaria o auxiliar de un compañero por no estar acostumbrados a una Fiscal en femenino. Alguna vez llegaron a decirme que querían ‘un fiscal de verdad’ por mi condición de mujer.

Y hemos sido las mujeres profesionales las que tuvimos que romper esos gestos de masculinidad  arraigados en nuestros oficios.

Algo impensable cuando en 1963 se  aplicaba la excusa absolutoria para el marido que matare a su mujer y su compañero en situación de adulterio. Porque las  leyes no tenían ninguna perspectiva de género y porque en definitiva no éramos sujetos plenos de derechos, sino simples objetos o instrumentos  del  marido; éramos personas con necesidad de autorización masculina  o paterna para casarnos, o simplemente abrir una cuenta corriente.

Hoy nos sentimos orgullosas de que las mujeres sean Fiscalas Jefas,  Magistradas Presidentas de Audiencias, Médicas, Ingenieras, Artistas, Presidentas de Consejos de Administración, Empresarias, Científicas, Cooperantes, Diputadas, Senadoras, o como en mi comunidad: Presidenta de la Comunidad Autónoma de Andalucia.

Y  ello  aunque diariamente aun yo tenga que seguir corrigiendo  en las  firmas reservadas en los documentos para ‘El Magistrado’ o ‘El Fiscal’ por la de ‘La Magistrada’ o ‘La Fiscal’, para orgullosamente poner estos cargos en femenino.

Sólo debemos tener la libertad de elegir, seguir teniendo la oportunidad de poder estar donde queramos y en el momento que consideremos. Ese es nuestro reto. Con la dignidad de un trabajo bien hecho y siempre, siempre en igualdad. Porque donde no la haya, allí la seguiremos batallando.

 

Flor de Torres Porras es Fiscal Delegada de la Comunidad Autónoma de Andalucía de Violencia a la mujer y contra la Discriminacion sexual.